– Llego aqui como una mendiga -dijo, sin mirarme-. Nunca ha tenido la intencion de quedarse. Le ofrecimos nuestra caridad. ?Comprendes? Caridad. ?Y el nos vuelve la espalda a Dimitri y a mi y le deja todo a ella!

Dimitri cruzo la habitacion y se detuvo frente a mi. Me cogio la barbilla entre las manos y me miro a los ojos.

– ?Sabias algo sobre esto? -me pregunto.

Empalideci ante su pregunta.

– ?No! -exclame.

Me agarro la mano para ayudarme a levantarme del sofa. Era el gesto de un marido atento, pero, tan pronto como le roce la piel, note que su sangre se habia congelado.

No se me escapo el odio de la mirada de Amelia mientras nos veia marchar. Su expresion se me clavaba como un cuchillo en la espalda.

Dimitri no pronuncio ni una sola palabra durante la vuelta a casa. Tampoco dijo nada cuando ya nos encontrabamos en la privacidad de nuestro apartamento. Se paso la tarde entera encorvado contra el alfeizar de la ventana, fumando y mirando a la calle. El peso de la conversacion recayo en mi, y me sentia demasiado hastiada como para encargarme de hablar. Llore, y mis lagrimas gotearon en la sopa de zanahoria que prepare para la cena. Me corte mientras partia el pan y deje que la sangre tinera la hogaza. Pense que si Dimitri ingeria mi dolor, creeria en mi inocencia.

Por la noche, Dimitri se mantuvo rigido en su asiento, contemplando el fuego. Apartaba la mirada de mi, mientras que yo lo observaba con insistencia, sintiendome vulnerable y deseando que me perdonara por una culpa que no habia cometido.

Finalmente, al levantarse para irse a la cama, me dirigio la palabra:

– Parece que, al final, no se fiaba de mi, ?eh? -dijo-. Despues de repetirme tantas veces que yo era como un hijo, seguia viendome como la escoria de los bajos fondos. No lo bastante bueno como para confiar en mi.

Los musculos de mi espalda se tensaron. Mi mente se movio en dos direcciones al mismo tiempo. Me sentia aliviada y aterrorizada al ver que Dimitri me volvia a hablar.

– No pienses eso -le conteste-. Serguei te adoraba. Es lo que dice Alexei: no estaba en su sano juicio.

Dimitri se froto el demacrado rostro con las manos. Me dolia ver la amargura en su mirada. Anhelaba abrazarle, volver a hacer el amor con el. Hubiera dado cualquier cosa por ver deseo en lugar de sufrimiento en su rostro. Solamente habiamos disfrutado de una noche de verdadero amor y felicidad. Desde entonces, todo habia ido decayendo; deteriorandose y pudriendose. La amargura hacia que nuestro hogar apestara, del mismo modo que el cadaver en descomposicion de Serguei habia impregnado la casa con su hedor.

– Y, en todo caso, todo lo que es mio es tuyo -continue-. No has perdido el club.

– Y entonces, ?por que no ha tenido la decencia de colocar al marido en primer lugar?

Volvimos a caer de nuevo en un silencio hostil, Dimitri se movio otra vez hacia la ventana, y yo me retire hacia la puerta de la cocina. Deseaba gritar por la injusticia de mi situacion. Serguei habia preparado con carino el apartamento para nosotros, y despues, con un solo cambio de su testamento, lo habia convertido en un campo de batalla.

– Nunca he entendido su relacion con Amelia -comente-. A veces, parecia que se odiaban. ?Quizas Serguei temiera la influencia que ella pudiera ejercer sobre ti?

Dimitri se volvio con tal rencor en la mirada que un temblor me recorrio la espalda. Cerro las manos, apretando los punos.

– Lo peor no es lo que me ha hecho a mi, sino lo que le ha hecho a Amelia -respondio-. Ella trabajo por el club mientras el estaba ocupado, remojandose el cerebro en opio, perdido en las ilusiones de su glorioso pasado. Sin ella, el hubiera sido otro de esos corrompidos rusos tirados en la cuneta. Es facil criticarla porque nacio en la calle, porque no tiene elegantes modales aristocraticos. Pero ?que significan realmente esos modales? Dime, ?quien es mas honrado?

– Dimitri -exclame-, ?que dices?, ?de quien estas hablando?

Dimitri se levanto del alfeizar y se dirigio a grandes zancadas hacia la puerta. Le segui. Habia cogido su abrigo del armario y se lo estaba poniendo.

– Dimitri, ?no te vayas! -le suplique, aunque me percate de que, en realidad, lo que queria decirle era: «No te vayas con ella».

Se abrocho los botones del abrigo y se cerro el cinturon, ignorandome.

– Lo hecho, hecho esta -le dije-, pero podemos dividir el Moscu-Shanghai entre vosotros dos. Te lo cedere legalmente a ti para que puedas decidir lo que quieres darle a Amelia. Y entonces, vosotros dos podreis gestionarlo como siempre habeis hecho, independientemente de mi.

Dimitri paro de abrocharse el abrigo y me observo detenidamente. El gesto burlon de su rostro se suavizo y el corazon me dio un brinco de esperanza.

– Ese seria un buen gesto -respondio-. Y tambien dejarla quedarse en la casa, aunque ahora sea tuya.

– Por supuesto, no tengo intencion de hacer ninguna otra cosa.

Dimitri extendio los brazos. Corri hacia el, hundiendo mi cara en la solapa de su abrigo. Note como presionaba los labios contra mi cabello e inhale su olor, que me resultaba tan familiar. «Todo se arreglara entre nosotros -me dije para mis adentros-, esto pasara y el volvera a amarme.»

La semana siguiente, me fui de compras a la calle Nanking. El tiempo habia mejorado tras el frio glacial de la semana anterior, y la calle estaba atestada de gente que trataba de disfrutar de los fragiles rayos del sol de mediodia. Riadas de hombres de negocios brotaban de los edificios de oficinas y bancos, por ser la hora del almuerzo; mujeres que arrastraban carritos de la compra se saludaban en las esquinas y, en todos los lugares a los que dirigia mi vista, habia puestos de vendedores callejeros. El olor de las carnes especiadas y de las castanas asadas de los vendedores me abrio el apetito. Estaba leyendo el menu del escaparate de un restaurante italiano y tratando de decidirme entre zuppa di cozze o spaghetti alla marinara, cuando repentinamente alguien profirio un grito tan estridente y atroz que se me paro el corazon. La gente se echo a correr en todas direcciones con el terror reflejado en sus rostros. Recibi empujones por todas partes. Sin embargo, la muchedumbre se vio constrenida por dos camiones militares que aparecieron en cada extremo de la manzana y, de repente, me encontre aprisionada entre un escaparate y un hombre corpulento, que se aplasto tanto contra mi que pense que se me romperian las costillas. Me zafe del hombre para introducirme en la multitud enloquecida. Todo el mundo luchaba con el resto, tratando de apartarse de lo que estaba ocurriendo en la calle, fuera lo que fuese.

Me empujaron hasta la primera fila de la multitud y me encontre cara a cara con un grupo de soldados del ejercito nacionalista. Los soldados apuntaban con sus rifles a una linea de jovenes chinos, hombres y mujeres, que estaban arrodillados en el suelo, con las manos entrelazadas detras de la cabeza. Los estudiantes no parecian asustados, solamente desorientados. Una de las chicas miraba con ojos entrecerrados a la multitud, y me percate de que sus gafas se le habian quedado enganchadas en el cuello de la chaqueta. Estaban rotas, como si la hubieran golpeado y se le hubieran caido de la cara. Dos capitanes estaban de pie junto a ella, discutiendo en voz baja. De repente, uno se separo bruscamente del otro. Avanzo dando grandes zancadas hasta colocarse detras del primer muchacho de la fila, saco una pistola del cinturon y le disparo al chico a la cabeza. El rostro del muchacho se desfiguro por el impacto de la bala. Un chorro de sangre broto como una fuente de la herida. Se derrumbo en la acera, mientras la sangre formaba un charco a su alrededor. Enmudeci por el horror, pero hubo otras personas entre la multitud que chillaron y gritaron en senal de protesta.

El capitan se movio rapidamente a lo largo de la linea, ejecutando a cada uno de los estudiantes con total indiferencia, como un jardinero que recogiera flores muertas. Fueron cayendo uno a uno, con sus rostros retorciendose y tensandose al morir. Cuando el capitan llego a la altura de la chica miope, corri hacia delante sin pensarlo, como para protegerla. El militar me fulmino con una mirada feroz, pero una mujer inglesa me agarro del brazo y me volvio a introducir entre el gentio. Apreto mi cabeza contra su hombro.

– ?No mires! -me dijo. Escuche el disparo de la pistola y me solte de la mujer. La chica no murio instantaneamente, como los otros. El disparo no habia sido limpio. La mitad de su cabeza habia quedado destrozada. Un colgajo de piel pendia sobre su oreja. Se cayo hacia delante y se arrastro por la acera. Los soldados la siguieron, dandole puntapies y golpes con las culatas de sus fusiles. Gimio: «?Mama!, ?mama!», antes de quedarse totalmente quieta. Contemple su silueta inerte y la enorme herida de su cabeza, y me imagine a una madre en algun lugar, esperando a una hija que nunca volveria a casa.

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