REQUIEM

El sonido de un aleteo me desperto a la manana siguiente. A traves de mis sonolientos ojos, alcance a ver una paloma posada en el alfeizar de la ventana. Dimitri debio de abrirla durante la noche, porque el pajaro estaba en la cornisa interior, sacandome de mis suenos con su ritmico arrullo. Aparte la colcha a un lado y me deslice en el gelido aire mananero. Dimitri parpadeo, y su mano se poso sobre mi cadera. «Rosas…», murmuro. Volvio a sumirse en un sueno profundo, y yo le coloque la mano de nuevo bajo las sabanas.

«?Uuuhhhh!», le chiste a la paloma, para espantarla, pero me rozo los dedos con las alas y se poso en el tocador. Era de color de la flor de la magnolia y parecia mansa. Alargue el brazo e hice ruidos con los labios, tratando de atraerla para que volara hasta mi. Pero revoloteo a traves de la puerta del vestidor y hacia el pasillo. Cogi mi bata del gancho de la puerta y me fui tras ella.

Iluminados por la luz grisacea, los muebles, que la noche anterior parecian tan acogedores, repentinamente mostraban un aspecto austero y formal. Estudie las paredes de ladrillo visto, el mobiliario, la madera reluciente y me pregunte que habria cambiado. La paloma se poso en la pantalla de la lampara y casi perdio el equilibrio cuando esta se balanceo. Cerre la puerta del pasillo y abri una de las ventanas. En el exterior, la calle estaba adoquinada y era muy pintoresca. Entre dos casitas de piedra, habia una panaderia. Habia una bicicleta apoyada contra la puerta corredera de cristal, y la luz brillaba en el interior. Tras unos minutos, un chico salio por la puerta, con los brazos cargados de bolsas de pan. Las echo en una cesta atada al manillar de la bicicleta y se alejo pedaleando. Una mujer que llevaba un vestido de flores y una chaqueta de punto se asomo a la puerta cuando el chico se marcho, formando anillos de vaho con su respiracion a causa del aire glacial. La paloma me rozo el hombro y salio volando por la ventana por decision propia. Contemple como planeaba y se lanzaba en picado por el aire, volando cada vez mas alto por encima de los tejados hasta que desaparecio en el cielo nublado.

El telefono sono y me sobresalte. Cogi el auricular. Era Amelia.

– ?Ve a buscar a Dimitri!

Era una de sus ordenes. Pero en lugar de sentirme molesta por su intromision, me extrane. Su voz era aun mas aguda de lo habitual y estaba sin aliento.

Dimitri ya se estaba acercando a grandes zancadas por la alfombra, mientras se ponia la camisa del pijama. Su rostro se contraia en un gesto sonoliento.

Le pase el auricular.

– ?Que sucede? -pregunto con voz ronca.

El sordo parloteo de Amelia a traves del auricular era incesante. Me imagine que habria organizado un almuerzo en el Hotel Cathay o alguna otra interrupcion, cualquier cosa para evitar que Dimitri y yo disfrutaramos de nuestra primera manana como recien casados nosotros solos. Mire a mi alrededor en busca de cerillas para encender el fuego y encontre una caja en un estante. Estaba a punto de encender una cuando mire a Dimitri de reojo. Su piel habia adquirido un tono ceniciento.

– Calmate -estaba diciendo-. Quedate alli por si acaso el llama.

Dimitri colgo el auricular y me miro fijamente.

– Serguei salio a conducir ayer por la noche y no ha vuelto a casa.

Fue como si miles de agujas y alfileres se me clavaran en las palmas de las manos y en las plantas de los pies. En cualquier otra situacion, no me habria sentido tan preocupada. Habria supuesto que Serguei se habria quedado a dormir la borrachera en el club por la fiesta del dia anterior. Pero las cosas habian cambiado. Shanghai estaba mas peligrosa que nunca. La guerra civil era la causa de que hubiera espias comunistas por doquier, y, solo en la ultima semana, habian sido asesinados ocho hombres de negocios chinos y extranjeros. El mero pensamiento de Serguei en manos de los comunistas era demasiado horrible como para poder soportarlo.

Dimitri y yo rebuscamos en los baules que las doncellas habian empaquetado para nosotros. Lo unico que pudimos encontrar fue la ropa de verano y las chaquetas ligeras. Nos las pusimos, pero tan pronto como estuvimos en la calle, un viento endemoniado nos produjo escozor en las manos, en los rostros desnudos y en mis descubiertas piernas. Tirite por el frio, asi que Dimitri me rodeo entre sus brazos.

– A Serguei nunca le ha gustado conducir -comento Dimitri-. No entiendo por que no levanto al sirviente para que lo llevara a donde queria ir. Si fue lo bastante estupido como para conducir fuera de la Concesion Francesa…

Aprete a Dimitri por la cintura, sin querer imaginar que a Serguei hubiera podido ocurrirle algo malo.

– ?Quien llamo ayer por la noche? -le pregunte-. ?Fue Amelia?

Dimitri hizo un gesto de dolor.

– No, no fue ella.

Podia notar el temblor bajo su piel. El temor cayo sobre nosotros como una nube negra y seguimos andando taciturnos. Las lagrimas me escocian en los ojos. Se suponia que el primer dia de mi matrimonio tendria que haber sido el mas feliz. En cambio, habia comenzado de la manera mas triste.

– Vamos, Anya -me animo Dimitri, acelerando el paso-. Probablemente este dormido en el club, y todo este drama acabe en nada.

Las puertas del vestibulo de entrada estaban cerradas, pero tratamos de entrar por una lateral. Comprobamos que estaba abierta. Dimitri recorrio la jamba con la palma de la mano en busca de alguna senal de allanamiento, pero no habia ninguna. Nos sonreimos.

– Sabia que estaria aqui -comento Dimitri. Amelia le dijo que habia estado llamando al club desde muy temprano, pero si Serguei estaba durmiendo por el exceso de alcohol o de opio, podia ser que no hubiera oido el telefono.

El aroma de las rosas en el vestibulo era abrumador. Presione el rostro contra los petalos cubiertos de rocio, absorbiendo su perfume. Me traian a la mente un recuerdo agradable.

– ?Serguei! -llamo Dimitri. No hubo respuesta. Corri hacia el interior del salon, y cruzamos juntos la pista de baile. Mis pasos retumbaron en el espacio vacio y me invadio una subita tristeza. La oficina estaba desierta. No habia nada fuera de lugar, excepto el telefono, que estaba tirado en el suelo. La base estaba rajada y el cable, enrollado a la pata de una silla.

Buscamos por el restaurante, mirando debajo de las mesas y detras del mostrador de recepcion. Corrimos por la cocina y los banos, e incluso subimos la estrecha escalera que conducia a la azotea, pero no habia ni rastro de Serguei por ninguna parte del club.

– ?Y ahora que hacemos? -le pregunte a Dimitri-. Al menos, ya sabemos que fue Serguei el que nos telefoneo anoche.

Dimitri se restrego la mano contra la mandibula.

– Quiero que te vayas a casa y me esperes alli -me contesto.

Observe a Dimitri mientras bajaba pesadamente las escaleras de piedra del club y llamaba a un rickshaw. Sabia adonde iria. Se dirigia a los barrios bajos y a los callejones traseros de la Concesion, donde me habian robado el collar de mi madre. Y si no podia encontrar alli a Serguei, se dirigiria hacia la zona oeste de la calle Chessboard donde, con toda probabilidad, el hedor a opio todavia flotaria en los estrechos callejones. Las fachadas de las tiendas que servian de tapadera se estarian abriendo, y los traficantes estarian guardando sus bartulos hasta la noche siguiente.

En el camino de vuelta al apartamento, pase delante de salones de te, comercios de incienso y carnicerias que estaban abriendo sus puertas. Cuando llegue a la calle adoquinada situada en la parte trasera del edificio, la encontre desierta. No habia ni rastro del nino de la bicicleta o de su madre. Rebusque en mi bolso la llave de la puerta, pero un aroma dulzon me produjo picor en la nariz e hizo que me diera media vuelta. El aroma de violetas. Levante la mirada hacia las jardineras de nuestras ventanas, pero sabia que aquel olor no podia provenir de tan arriba.

Localice la rejilla y el capo de la limusina de Serguei. Sobresalia de una callejuela entre la panaderia y una casa. Me pregunte como era posible que Dimitri y yo la hubieramos pasado por alto antes. Corri por la calle hacia el automovil y divise a Serguei sentado en el asiento delantero, observandome. Estaba sonriendo, con una mano apoyada en el volante. Proferi un grito de alivio.

– ?Hemos estado muy preocupados por ti! -le dije, lanzandome sobre el brillante capo-. ?Has estado aqui toda la noche?

Desde aquel angulo del capo, el parabrisas reflejaba el brillo del cielo y me impedia ver el rostro de Serguei.

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