parecen.

Cerre los ojos y aprete los punos. ?Como podian empeorar mas las cosas? ?No fue Luba la que me dijo que Amelia habia provocado el suicidio de una mujer y que causaba algun tipo de influencia maligna sobre el alma de Dimitri?

– Ya se que no me crees -me dijo Luba-, pero ahora que ha ocurrido, veo que tienes muchas cosas a tu favor. Cosas que no tuve en cuenta anteriormente.

– He hecho precisamente todo aquello de lo que Serguei intentaba protegerme -declare, hundiendome en el sofa-. Les cedi el club.

Luba se sento a mi lado.

– Lo se, pero el club es el club y con la guerra quien sabe lo que le sucedera. Lo importante es que la casa todavia es tuya, y todo lo que hay en ella.

– No me importan la casa o el dinero -le dije, golpeandome el pecho dolorido con el puno-. Cuando trataste de prevenirme, pense que te referias a que Amelia andaba tras mi dinero, no tras mi esposo -cogi aire dolorosamente-. Dimitri ya no me ama. Estoy totalmente sola.

– Oh, creo que Dimitri volvera a recuperar la sensatez -dijo Luba-. No querra a una inmoral estadounidense como esposa. Es mas vanidoso de lo que Serguei jamas fue. Volvera a recuperar la sensatez mas tarde o mas temprano. Ademas, ella es casi diez anos mas vieja que el.

– ?Y que conseguire yo con eso?

– Bueno, no puede casarse con ella, a menos que se divorcie de ti. Y no lo veo haciendo tal cosa. Incluso si tratara de hacerlo, tu podrias resistirte.

– El la ama -objete-. Ya no me quiere. Eso fue lo que me dijo.

– ?Anya! ?De verdad crees que ella verdaderamente le quiere? Solo es un muchacho. Esta manipulandolo para vengarse de ti. Y el esta confundido por el cansancio y la pena.

– Ahora soy yo quien no le quiere. No despues de que haya estado con ella.

Luba me rodeo con el brazo.

– Llora, pero no demasiado. Seria dificil estar casada y no comprender la naturaleza de los hombres. De repente, encuentran algo en las mujeres mas inverosimiles con lo que divertirse y, un buen dia, todo se acaba y vuelven a tu puerta como si nada hubiera pasado. Alexei me produjo tantos quebraderos de cabeza cuando eramos jovenes…

Senti verguenza ajena de su pragmatismo indiferente, pero sabia que estaba tratando de consolarme y que era la unica aliada que me quedaba.

– Voy a hacer una reserva para nosotras en el club de damas -me dijo, acariciandome la espalda-. La buena comida y bebida haran que te sientas mejor. Todo saldra bien, Anya, si te comportas con calma.

Salir de casa era la ultima cosa que me apetecia hacer, pero obedeci a Luba cuando insistio en que me banara y me vistiera. Sabia lo que estaba tratando de hacer. Si me quedaba en el apartamento, estaria acabada. Todo lo que se quedaba inmovil en Shanghai estaba condenado. Los mendigos enfermos que se desmayaban en la calle perecian en Shanghai, junto con los bebes abandonados y los porteadores de rickshaw agotados. Shanghai era solo para los fuertes. Y el secreto de la supervivencia era seguir en movimiento.

Despues de que mi matrimonio se hubiera esfumado, me las arregle para encerrarme en mi misma. No me permitia la indulgencia de pensar. Si pensaba en lo que habia pasado, me paralizaba. Y tan pronto como me paralizaba, notaba como me moria por dentro, exactamente igual que cuando un soldado detiene su avance en mitad de la nieve y empieza a notar la congelacion. Trate de creer en lo que Luba me habia dicho sobre que la aventura de Dimito y Amelia seria una relacion temporal, que no se amaban realmente. Pero esa esperanza se desvanecio el dia que los vi juntos.

Estaba en el Bund, buscando un rickshaw que me llevara a casa despues del almuerzo con Luba. Sentia la cabeza ligera por el champan que habia bebido para olvidar mi soledad. Hacia frio, y yo llevaba mi abrigo largo de pieles con la capucha puesta y una bufanda que me cubria media cara. Casi se me paro el corazon cuando reconoci la familiar limusina acercandose al bordillo a apenas un metro de donde yo estaba. Dimitri se apeo. Estaba tan cerca de mi y no lo sabia. Podria haberle tocado la mejilla con la punta de los dedos si hubiera querido. El sonido del trafico se atenuo, y me dio la sensacion de que el y yo nos quedabamos solos, atrapados en el tiempo. Entonces, se inclino hacia el interior del automovil. Me estremeci cuando reconoci los dedos sin guantes, acabados en unas unas afiladas que agarraban la mano de el. Amelia salio del coche, llevaba una capa roja con un chal de color arena alrededor del cuello. Parecia un bello demonio. Me senti morir cuando me percate de la admiracion en el rostro de Dimitri. Deslizo su brazo alrededor de la cintura de ella con el mismo toque intimo que habia visto a Alexei y Luba el dia de Navidad. Dimitri y Amelia desaparecieron entre la muchedumbre de la ciudad, y yo lo hice en algun lugar dentro de mi misma. Algo me decia que el Dimitri que yo conocia habia muerto, y yo me habia convertido en una viuda de dieciseis anos.

Adquiri la costumbre de dormir hasta bien entrada la manana. Alrededor de la una, tomaba un rickshaw para dirigirme al club de Luba, me comia sin prisas el almuerzo y dejaba que la hora de comer se extendiera hasta la hora del te. Por las tardes, habia sesiones de jazz y de Mozart en el vestibulo principal, y me dedicaba a escuchar la musica hasta que se iba el sol y los camareros comenzaban a preparar las mesas para la cena. Me hubiera quedado tambien para cenar, de no haberme dado verguenza. La mujer mas joven del club me llevaba cinco anos. Incluso tuve que mentir sobre mi edad en el formulario de inscripcion, para poder ir al local sin que Luba tuviera que acompanarme.

Un dia, me sente en mi mesa habitual, mientras hojeaba el North China Daily News. No habia ni rastro de noticias sobre el avance de la guerra civil en el periodico, excepto para decir que los nacionalistas y Mao Zedong estaban negociando una tregua. Era improbable que se llegara a un acuerdo entre dos fuerzas tan opuestas. En aquella epoca, uno nunca podia estar seguro de lo que era verdad y de lo que era propaganda. Levante la vista del periodico y mire por la ventana, hacia el jardin rocoso, desnudo por el invierno. Vi que alguien me estaba observando a traves del reflejo de la ventana. Me volvi para ver a una mujer alta que llevaba un vestido de flores y un panuelo al cuello a juego.

– Me llamo Anouck -me dijo la mujer-. Esta usted siempre aqui. ?Habla ingles?

Su propio ingles estaba marcado por un fuerte acento holandes. Contemplo la silla frente a mi.

– Si, un poco -le conteste, haciendole un gesto para que se sentara.

En el cabello castano de Anouck brillaban mechones de pelo dorado, y su piel parecia lucir un bronceado natural. Su boca era la unica faccion que estropeaba la belleza de su rostro. Cuando sonreia, el labio superior desaparecia, dandole un aspecto serio. La naturaleza era cruel. Creaba belleza para luego estropearla.

– No, lo hace bien -me dijo-. He oido hablar de usted.

Una rusa con un ligero acento estadounidense. Mi marido… era estadounidense.

Capte el «era» de su comentario y la estudie con mas detenimiento. No podia tener mas de veintitres anos. Como no reaccione, repitio:

– Mi marido… fallecio.

– Lo siento mucho -le conteste-. ?Fue durante la guerra?

– A veces, creo que si. ?Y su marido? -pregunto, senalando mi alianza.

Me sonroje. Me habia visto en el club mas a menudo de lo que era decente para una joven mujer casada. Baje la mirada para ver las entrelazadas tiras doradas que formaban la alianza, y me odie a mi misma por no habermela quitado. Entonces, percibi la mueca nerviosa de su boca y lo comprendi todo. Ambas sonreiamos, pero era imposible no notar que las dos compartiamos la misma mirada afligida.

– Mi marido… tambien… fallecio -respondi.

– Entiendo -respondio, con una sonrisa.

Anouck demostro ser una animada distraccion. Mis visitas al club se hicieron menos frecuentes despues de que me presentara a un grupo de otras jovenes «viudas». Juntas, llenabamos nuestros dias yendonos de compras, y nuestras noches con cenas en el Hotel Palace o en el Hotel Imperial. Las otras mujeres gastaban a punados el dinero de sus maridos infieles. Anouck lo definia como «el arte femenino de la venganza». El dinero que yo tenia era mio y no sentia deseos de venganza. Pero, al igual que las otras mujeres, deseaba escapar del dolor y la humillacion que me habia provocado mi esposo.

Anouck me convencio para que me uniera a las «sesiones culturales y linguisticas» del consulado estadounidense. Una vez a la semana, el consul general invitaba a los extranjeros a que se relacionaran con el

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