final. «Champinones en los bosques se esconden como tesoros secretos, esperando a las deseosas manos que los recojan», recorde la cancion de mi madre. El cafe estaba desierto salvo por un camarero bigotudo que rondaba junto al mostrador, haciendo como que lo estaba limpiando. El aire olia a madera, aceite y cebollas. Incluso ahora, siempre que percibo esa combinacion de aromas, recuerdo la manana despues de que Dimitri volviera a mi lado.
Deseaba saber si habia regresado porque me amaba o porque las cosas se habian estropeado con Amelia. Pero no me atrevia a preguntarselo. Las palabras se me pegaban a la lengua como un sabor desagradable. La incertidumbre se levantaba como una barrera entre nosotros. Hablar de ella significaba evocar su recuerdo, y yo tenia demasiado miedo como para hacerlo.
Despues de un rato, Dimitri se incorporo en la silla y estiro los brazos.
– Tienes que volver a mudarte a la casa -comento.
El mero pensamiento de ver la casa de nuevo me revolvio el estomago. No deseaba vivir en un lugar en el que Dimitri habia estado con Amelia. No deseaba percibir la traicion en todos y cada uno de los muebles. Me negaba a dormir en mi antigua cama, una vez que habia sido profanada.
– No, no quiero -le conteste, apartando mi plato a un lado.
– La casa es mas segura. Y a partir de ahora, es eso de lo que tenemos que preocuparnos.
– No quiero ir a la casa. Ni siquiera deseo verla.
Dimitri se froto el rostro.
– Si los comunistas toman al asalto la ciudad, el primer lugar por el que entraran en la Concesion sera a traves de tu calle. El apartamento no tiene proteccion. Por lo menos, la casa tiene el muro.
Tenia razon, pero aun asi, yo no queria ir.
– ?Que crees que nos haran si vienen? -le pregunte-. ?Nos enviaran a la Union Sovietica como hicieron con mi madre?
Dimitri se encogio de hombros.
– No. ?Quien conseguira dinero para ellos? Tomaran el gobierno y confiscaran los negocios chinos. Lo que en realidad me preocupa son los saqueos y los disturbios.
Dimitri se levanto para marcharse. Cuando comprobo que yo titubeaba, alargo su mano hacia mi.
– Anya, quiero que estes conmigo -me dijo.
Me dio un vuelco el corazon cuando vi la casa. El jardin estaba enlodado por la lluvia. Nadie se habia molestado en podar los rosales. Se habian convertido en amenazantes trepadoras que culebreaban paredes arriba, aranando con sus tentaculos los marcos de las ventanas y dejando manchas marrones en la pintura. El arbol de gardenias habia perdido todas sus hojas y no era mas que un tallo sobresaliendo del suelo. Incluso la tierra de los parterres parecia solidificada y empobrecida: nadie habia plantado bulbos en primavera. Escuche a Mei Lin canturreando en la lavanderia y me di cuenta de que Dimitri debia de haberla enviado a la casa el dia anterior.
La anciana doncella abrio la puerta y sonrio cuando me vio. La expresion transformo sus hundidos ojos. Por un momento, parecia radiante. Durante todos los anos desde que la conocia, no me habia sonreido ni una sola vez. Repentinamente, a medida que nos precipitabamos al borde del desastre, habia decidido que yo le gustaba. Dimitri me ayudo a introducir mis maletas en la entrada, y me pregunte si el resto de los sirvientes se habria marchado.
Las paredes de la sala estaban vacias, todos los cuadros habian desaparecido. Donde antes habia solo lamparas, ahora habia agujeros.
– Lo he guardado todo, para mantenerlo a salvo -dijo Dimitri.
La anciana doncella abrio mis baules y comenzo a transportar mi ropa escaleras arriba. Espere hasta que no pudiera escucharme antes de volverme hacia Dimitri y espetarle:
– A mi no me mientas. No vuelvas a mentirme.
Se estremecio como si le hubiera golpeado.
– Lo has vendido todo para mantener el club. No soy estupida. Ya no soy una cria, a pesar de lo que tu pienses. Soy mayorcita, Dimitri. Mirame. Ya soy mayor.
Dimitri me rozo la boca con la mano y me apreto contra su pecho. Estaba rendido. Tambien habia pasado el tiempo para el. Podia sentirlo a traves de su piel. Apenas le latia el corazon. Me abrazo con fuerza, presionando su mejilla contra la mia.
– Se las llevo ella cuando se fue.
Sus palabras me golpearon como una bofetada. El corazon me dio un vuelco en el torax. Pense que iba a resbalar hasta introducirse por la boca del estomago. De modo que, efectivamente, ella le habia dejado. El no me habia preferido a mi respecto a ella en absoluto. Me aparte de Dimitri y me apoye contra el aparador.
– ?Se ha marchado? -pregunte.
– Si -contesto, mientras me observaba.
Inspire profundamente, tambaleandome entre dos mundos. Uno en el que recogia mis maletas y me volvia al apartamento, y otro en el que me quedaba con Dimitri. Me presione la frente con las palmas de las manos.
– Entonces, la olvidaremos por completo -le conteste-. Ella ya no pertenece a nuestras vidas.
Dimitri se derrumbo contra mi y lloro sobre mi hombro.
– «Ella», «la desaparecida». Esos seran los terminos que utilizaremos para hablar de Amelia a partir de ahora -sentencie.
Los tanques del ejercito nacionalista rugian por toda la ciudad dia y noche, y las ejecuciones sumarias de simpatizantes comunistas por las calles se convirtieron en un suceso diario. Una vez, de camino al mercado, me cruce con cuatro cabezas decapitadas clavadas en senales de trafico y no repare en ellas hasta que una nina y su madre no gritaron detras de mi. Durante aquellos dias, las calles siempre apestaban a sangre.
El nuevo toque de queda nos obligaba a limitar la apertura del club a tres noches por semana, lo cual era una especie de bendicion, porque no teniamos suficiente personal. Todos nuestros chefs mas importantes se habian ido a Taiwan o a Hong Kong, y era dificil encontrar musicos que no fueran rusos. Pero, durante las noches en las que si abriamos, los clientes habituales siempre se presentaban, ataviados con sus mejores galas.
– No voy a dejar que una pandilla de campesinos enfadados me estropee la diversion -me confeso la senora Degas una noche, dando una larga calada a la boquilla de su cigarrillo-. Lo echarian todo al traste si les dejaramos.
Su caniche habia sido atropellado por un automovil, pero ella lo habia sustituido estoicamente por un loro llamado
Su opinion se reflejaba en los rostros de los otros clientes habituales que se habian quedado en Shanghai. Hombres de negocios britanicos y estadounidenses, comerciantes maritimos holandeses, nerviosos empresarios chinos. Una obsesiva alegria de vivir nos mantenia en movimiento.
A pesar del tumulto en las calles, bebiamos vino barato como si fuera de una cosecha aneja y picabamos taquitos de jamon cocido como antes comiamos caviar. Cuando habia apagones, encendiamos velas. Dimitri y yo bailabamos valses en la pista de baile todas las noches, como recien casados. La guerra, la muerte de Serguei, y Amelia parecian pertenecer a un extrano sueno.
Durante las noches en las que el club estaba cerrado, Dimitri y yo nos quedabamos en casa. Nos turnabamos para leer en voz alta o escuchabamos discos. En mitad de la desintegracion de la ciudad, nosotros volviamos a ser un matrimonio normal. Amelia no era mas que un fantasma en la casa. A veces, percibia alguna vaharada de su perfume en un cojin o encontraba algun brillante cabello negro en una escoba o una baldosa. Sin embargo, nunca volvi a verla ni supe nada de ella, hasta una noche, varias semanas despues de haber vuelto a la casa, cuando el telefono sono y la anciana doncella contesto. A falta de un sirviente, la anciana mujer se habia acostumbrado a hablar en ingles y a contestar el telefono como un mayordomo. Supe quien llamaba por el modo en el que la anciana doncella entro lentamente en la habitacion, evitandome con la mirada. Le murmuro algo a Dimitri.
– Digale que no estoy en casa -le ordeno. La anciana doncella volvio al recibidor y estaba a punto de retransmitir el mensaje cuando Dimitri se dirigio a ella lo suficientemente alto como para que Amelia pudiera oirlo:
– Digale que no vuelva a llamar.
Al dia siguiente, Luba me envio un mensaje urgente para que me reuniera con ella en el club. No nos habiamos visto demasiado durante el ultimo mes, y cuando me la encontre en el recibidor, ataviada con un