personal del consulado en un elegante salon de su casa. Durante la primera hora, hablabamos ingles, charlabamos sobre diferentes movimientos artisticos y sobre literatura. Nunca sobre politica. Despues, nos emparejabamos con cualquier miembro del personal que deseara aprender nuestros respectivos idiomas. Algunos de los participantes se tomaban en serio las clases de idiomas, pero la mayoria de nosotros las considerabamos una excusa para conocer gente y para atiborrarnos de los pasteles de pacana que se servian en cada reunion. El unico estadounidense que se apunto para aprender ruso era un joven alto y desgarbado, llamado Dan Richards. Me agrado desde el primer momento en que le vi. Tenia el cabello color anaranjado, un poco rizado y rapado muy corto. La piel era pecosa y sus ojos claros estaban bordeados por finas arruguitas que se intensificaban cuando sonreian.
–
Su pronunciacion era terrible, pero la seriedad con la que hablaba me resultaba tan encantadora que me descubri sonriendo sinceramente por primera vez desde hacia mucho tiempo.
– ?Quiere usted convertirse en espia? -bromee.
Sus ojos brillaron por la sorpresa.
– No, apenas tengo disposicion para ello -contesto-. Mi abuelo era diplomatico en Moscu antes de la Revolucion. Siempre hablaba muy bien de los rusos, y desde entonces he sentido curiosidad por ellos. De modo que cuando Anouck anuncio que iba a traer a su encantadora amiga rusa, ?decidi deshacerme de la vieja gargola que trataba de ensenarme gramatica francesa y tomar lecciones de ruso en su lugar!
A partir de entonces, las sesiones culturales y linguisticas se convirtieron en mi unico aliciente a comienzos de aquella lugubre y lloviznosa primavera. Dan Richards era divertido y encantador, y lamente que ambos estuvieramos casados, porque me habria resultado muy facil enamorarme de el. Sus bromas y su caballeroso comportamiento me ayudaban a olvidar un poco a Dimitri. Hablaba de su esposa encinta con tanto carino y respeto que me provocaba el deseo de tener alguien en quien pudiera confiar. Al escucharle, podia creer en la posibilidad de volverme a enamorar de nuevo. Comence a sentirme como la persona que habia sido antes de que se llevaran a mi madre: alguien que creia en la bondad de la gente.
Entonces, una tarde, Dan llego con retraso a la clase. Contemple a los otros grupos concentrados en sus respectivas conversaciones y trate de entretenerme memorizando los nombres y las fechas de los presidentes cuyos retratos de rostros severos colgaban de las paredes. Cuando Dan llego, estaba sin aliento. Llevaba el pelo y las pestanas perlados de lluvia y los zapatos llenos de rozaduras. Se frotaba las manos nerviosamente contra las rodillas y olvidaba las palabras un minuto despues de que yo las pronunciara para el.
– ?Que sucede? -le pregunte.
– Es Polly. La acabo de enviar de vuelta a Estados Unidos.
– ?Por que?
Se humedecio los labios, como si se le hubiera quedado la boca seca.
– La situacion politica se ha vuelto demasiado incierta -explico-. Durante la invasion japonesa, enviaron a muchos ninos y mujeres estadounidenses a campos de concentracion. No quiero correr el riesgo. Si tu fueras mi mujer, tambien te enviaria lejos de aqui -me dijo.
Me conmovio su preocupacion.
– Nosotros, los rusos, no tenemos adonde ir -le confese-. China es nuestro hogar.
Miro a su alrededor antes de aproximar su rostro al mio.
– Anya -me susurro-, lo que te voy a decir es informacion confidencial, pero Chiang Kaishek esta a punto de abandonar la ciudad. El gobierno estadounidense nos ha dicho que no va a continuar apoyando al gobierno nacionalista. Nuestras armas han ido cayendo en manos de los comunistas cada vez que alguno de los generales nacionalistas ha decidido pasarse al otro bando. Los britanicos han dado instrucciones a sus ciudadanos para que continuen con sus negocios. Pero nosotros ya hemos sobrepasado el tiempo en el que debiamos quedarnos en China. Es hora de que nos vayamos.
Mas tarde, durante la merienda con pastelillos y bebidas, Dan me deslizo una nota en la mano y me la apreto con la suya.
– Piensa en ello, Anya -me dijo-. Un cosaco llamado Grigori Bologov ha estado negociando con la Organizacion Internacional de Refugiados (OIR) para sacar a vuestra gente de Shanghai. Pronto zarpara un barco hacia Filipinas. Si te quedas, los comunistas chinos os enviaran a la Union Sovietica. Los integrantes del ultimo grupo de rusos de Shanghai que volvio alli tras la guerra fueron ejecutados por espias.
Corri a casa bajo la lluvia, apretando la direccion de Bologov en la mano. Me sentia deprimida y asustada. ?Dejar China? ?Adonde iba a marcharme? Dejar China supondria abandonar a mi madre. ?Como sabria donde encontrarme? Pense en lo afortunada que era la embarazada senora Richards, viajando en total seguridad de vuelta a Estados Unidos y reuniendose pronto con su amable y fiel marido que la amaba. Que cosa tan azarosa era el destino. ?Por que el mio habia sido encontrar a Dimitri? Me coloque las manos en mi plano vientre. Ya no tenia marido, pero quizas recuperaria la felicidad con un nino. Imagine a una ninita de pelo oscuro y ojos ambarinos, como los de mi madre.
El apartamento estaba sombrio. Mei Lin no estaba y supuse que habria ido a comprar o se estaria echando una siesta en el cuarto de las doncellas. Cerre la puerta a mis espaldas y comence a quitarme el abrigo. Una subita sensacion de frio me estremecio el cuello. El picante olor del tabaco me escocio en la nariz. Observe con ojos entornados hasta que la sombra sentada en el sofa tomo forma. Era Dimitri. La brasa rojiza de su cigarrillo brillaba como un carbon incandescente en la oscuridad. Contemple la debil silueta, tratando de decidir si era real o una mera aparicion. Encendi la luz. Me observo sin decir nada, aproximandose y apartandose el cigarrillo de los labios, como si no pudiera respirar sin el. Me dirigi a la cocina y puse el hervidor en el fogon. El vapor siseo por el pitorro y me prepare una taza de te sin ofrecerle nada a el.
– He metido el resto de tus cosas en un baul en el armario de la entrada -le informe-. Por si acaso te preguntabas por que no las encontrabas. Cierra con llave cuando te marches.
Entre en el dormitorio, cerrando la puerta a mis espaldas. Estaba demasiado cansada como para hablar y no sentia ningun deseo de que Dimitri volviera a hacerme dano. La habitacion estaba fria. Me deslice bajo la colcha y escuche el sonido de la lluvia. El corazon me latia con fuerza dentro del pecho. Pero no estaba segura de quien era el causante, si Dimitri o Dan. Mire el reloj de la mesilla de noche, la miniatura dorada que los Mijailov nos habian dado como regalo de compromiso. Paso una hora y supuse que Dimitri se habria marchado. Sin embargo, justo cuando se me empezaban a cerrar los ojos, escuche como se abria la puerta del dormitorio y los pasos de Dimitri en la tarima. Me puse de lado, fingiendo que estaba dormida. Contuve la respiracion cuando note el peso de su cuerpo hundiendose en el colchon. Su piel parecia congelada. Apoyo la mano en mi cadera y yo me quede inmovil, como de piedra.
– Largate -murmure.
Me agarro con mas fuerza aun.
– No tienes derecho a hacer lo que hiciste y luego volver como si nada.
Dimitri no dijo una palabra. Su respiracion sonaba como la de un hombre agotado. Me pellizque el brazo hasta que la piel me sangro.
– Ya no te amo -le dije.
Recorrio con la mano mi espalda. Su piel ya no era suave como el ante. Se habia convertido en papel de lija. Le propine un manotazo, pero me agarro las mejillas entre sus manos, obligandome a mirarle a la cara. Incluso en la oscuridad, podia percibir lo demacrado que estaba. Ella se lo habia llevado entero y lo habia dejado vacio.
– Ya no te amo -le dije.
De repente, unas gotas calientes me humedecieron el rostro. Me quemaron la piel como si fueran azufre.
– Te dare todo lo que me pidas -sollozo.
Le aparte de mi y sali con dificultad de la cama.
– Ya no te quiero -le conteste-. Y ya no podre volver a quererte.
A la manana siguiente, Dimitri y yo tomamos el desayuno en el Cafe de Brasil de la avenida Joffre. Se sento con las piernas estiradas hacia la franja de luz que entraba por la ventana. Tenia los ojos cerrados y su mente parecia estar a kilometros de distancia. Aparte los champinones de mi tortilla con el tenedor, dejandolos para el