tres chicas jovenes de la zona rural de Tsingtao, que habian llegado a la isla anteriormente en el Cristobal. Se llamaban Nina, Galina y Ludmila. No eran como las chicas de Shanghai. Eran robustas, con mejillas sonrosadas y se reian abierta y francamente. Me ayudaron con mi baul y me mostraron donde se solicitaba la ropa de cama.

– Eres muy joven para estar aqui sola. ?Cuantos anos tienes? -me pregunto Ludmila.

– Veintiuno -menti.

Se sorprendieron, pero no sospecharon la verdad. En aquel preciso instante, tome la decision de que no volveria jamas a hablar de mi pasado. Era demasiado doloroso. Podia hablar de mi madre, porque no me avergonzaba de ella. Pero nunca volveria a mencionar a Dimitri. Pense en como habia firmado Dan Richards mis papeles para sacarme de Shanghai. Habia tachado el «Lubenskaia» y habia escrito mi nombre de soltera, «Kozlova».

– Confia en mi -me habia dicho-. Llegara un dia en el que te alegraras de que el apellido de ese hombre no te pertenezca.

Ya sentia deseos de librarme de aquel apellido.

– ?A que te dedicabas en Shanghai? -me pregunto Nina.

Vacile un instante.

– Era institutriz -respondi-. De los hijos de un diplomatico estadounidense.

– Tu ropa es muy bonita para ser de una institutriz -contesto Galina, sentandose con las piernas cruzadas en el suelo de barro cocido mientras yo deshacia mi equipaje. Recorrio con los dedos la punta del cheongsam verde que sobresalia de mi baul. Remeti las sabanas por las esquinas del colchon.

– Tambien me encargaba de ayudar a recibir a los invitados -respondi.

Sin embargo, cuando levante la mirada, vi que su expresion era inocente. No habia segundas intenciones tras su comentario. Y las otras dos chicas parecian mas fascinadas que escepticas.

Alcance la maleta y saque el vestido. Me estremeci cuando comprobe que Mei Lin habia arreglado el hombro.

– Para ti -le dije a Galina-. En cualquier caso, ya soy demasiado alta como para volver a ponermelo.

Galina pego un salto mientras presionaba el vestido contra su pecho y se reia. Me senti avergonzada de las aberturas laterales. Era demasiado atrevido para cualquier institutriz, incluso para las que, en casos excepcionales, se dedicaban a «recibir a los invitados».

– No, yo estoy demasiado gorda -me respondio, devolviendomelo-. Pero gracias de todos modos por tu amabilidad.

Les tendi el vestido a las otras chicas, pero rompieron a reir.

– Es demasiado extravagante para nosotras -me dijo Nina.

Mas tarde, de camino a la tienda comedor, Ludmila me cogio por el brazo.

– No estes tan triste -me dijo-. Al principio, las dificultades te superan, pero, en cuanto veas la playa y a los chicos, olvidaras todos tus problemas.

Su bondad me provoco aun mas desprecio por mi misma. Se pensaba que yo era una de ellas. Una chica joven y despreocupada. ?Como podia decirles que yo habia perdido mi juventud hacia tiempo, que Shanghai me la habia arrebatado?

La tienda comedor del distrito estaba iluminada por bombillas de veinticinco vatios. Bajo la tenue luz, pude distinguir aproximadamente una docena de largas mesas. Nos sirvieron macarrones hervidos y sofrito de carne en platos de laton. La gente de mi barco picoteaba su comida, mientras que los habitantes de Tubabao rebanaban sus platos con miga de pan. Un anciano escupia huesos de ciruela directamente al suelo arenoso.

Cuando Galina vio que no estaba comiendo nada, me entrego disimuladamente una lata de sardinas, apretandomela contra la mano.

– Anadeselas a los macarrones -me dijo-, para darles un poco de sabor.

Ludmila le dio un codazo a Nina.

– Anya parece aterrorizada.

– Anya -me dijo Nina, agarrandose un mechon de su propio cabello-, pronto te pareceras a nosotras. Morenas y con el pelo encrespado. Pronto seras como una nativa de Tubabao.

A la manana siguiente, me levante tarde. El aire de la tienda era calido y apestaba a lona quemada. Galina, Ludmila y Nina se habian marchado. Las camas desechas aun mostraban la marca de sus cuerpos. Parpadee mientras contemplaba las arrugadas sabanas militares, preguntandome donde habrian ido. Pero me alegre de la paz que me rodeaba. No deseaba contestar a mas preguntas. Las muchachas eran amables, pero yo estaba a un millon de kilometros de ellas. Tenian a sus familias en la isla, yo estaba sola. Nina tenia siete hermanos, y yo, ninguno. Ellas eran chicas solteras que anhelaban recibir su primer beso. Yo era una chica de diecisiete anos abandonada por su marido.

Un lagarto serpenteo por el interior de la tienda. Estaba provocando a un pajaro que revoloteaba en el exterior. El lagarto parpadeo con sus ojos saltones y se paseo frente al pajaro varias veces. Podia ver la sombra del ave batiendo las alas y picoteando la lona por pura frustracion depredadora. Aparte a un lado mi manta y me sente.

Una caja apoyada contra el poste central hacia las veces de tocador comun. Entre los abalorios y los cepillos que la cubrian, habia un espejo de mano cuya parte posterior estaba adornada por un dragon chino. Lo cogi y examine mi mejilla. A la luz del sol, el sarpullido tenia un aspecto aun mas inflamado. Me contemple durante un momento, tratando de acostumbrarme a mi nuevo rostro. Estaba marcada. Desfigurada. Mis ojos parecian pequenos y crueles.

Abri mi baul de un puntapie. El unico vestido de verano que habia traido era demasiado elegante para la playa. Estaba hecho de seda italiana con un adorno de cuentas de cristal. Tendria que servir.

Las tiendas con las que me cruce de camino a la oficina del supervisor del distrito estaban llenas de gente. Algunos descansaban de la vigilancia nocturna de la noche anterior o dormian la mona del San Miguel, la bebida local. Otros lavaban los platos y limpiaban la vajilla del desayuno. Algunos estaban sentados en tumbonas en el exterior de las tiendas, leyendo o charlando, como si estuvieran de vacaciones. Los jovenes de rostros morenos y ojos claros me observaban cuando pasaba a su lado. Levante la barbilla para que se viera bien mi mejilla danada, como advertencia de que yo no estaba disponible, con o sin aquella marca.

El supervisor del distrito trabajaba en un cobertizo de metal semicilindrico con el suelo de cemento y unos retratos descoloridos por el sol del zar y la zarina colocados sobre la entrada. Llame a la puerta de mosquitera y espere.

– Pase -dijo una voz desde el interior.

Me adentre lentamente en aquel espacio en sombra. Tuve que entornar la mirada para ajustaria a la oscuridad del interior del cobertizo. Unicamente distingui una cama de campana junto a la puerta y una ventana en el otro extremo de la habitacion. El aire apestaba a repelente antimosquitos y a lubricante de motor.

– Tenga cuidado -dijo la voz. Parpadee y me movi en direccion a ella. En el cobertizo hacia calor, pero no tanto como en nuestra tienda. Gradualmente, comence a distinguir las facciones del supervisor del distrito, que estaba sentado ante su escritorio. Una pequena lampara producia un circulo de luz que, sin embargo, no le iluminaba el rostro. Por su silueta, adivine que era un hombre musculoso de hombros robustos. Se encorvaba sobre algo, concentrandose en ello. Me movi hacia el, sorteando trozos de cable, tornillos, cuerda y un neumatico. Tenia un destornillador en la mano y estaba trabajando en un transformador. Llevaba las unas roidas y sucias, pero su piel era morena y parecia suave.

– Llega tarde, Anna Victorovna -me dijo-. Ya ha comenzado la jornada.

– Lo se. Lo siento.

– Ya no esta usted en Shanghai -replico, indicandome que me sentara en un taburete frente a el.

– Lo se.

Trate de vislumbrar su rostro, pero lo unico que pude ver fue una fuerte mandibula y unos labios firmemente cerrados.

Cogio unos papeles de una pila que tenia junto a el.

– Tiene usted amigos en puestos importantes -comento-. Apenas acaba usted de llegar y ya va a trabajar en

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