la oficina de administracion de la OIR. El resto de los pasajeros de su barco tendran que desbrozar la selva.
– Eso es que tengo suerte.
El supervisor del distrito se froto las manos y exhalo una carcajada. Se echo hacia atras en su silla y entrelazo los brazos detras la cabeza. Relajo los labios. Eran gruesos y sonrientes.
– ?Que le parece nuestra ciudad de tiendas? ?Es suficientemente elegante para usted?
No sabia que contestarle. No habia sarcasmo en su tono. No pretendia minusvalorarme, sino que hablaba como si percibiera la ironia de nuestra situacion y tratara de darle poca importancia.
Cogio una fotografia de su escritorio y me la entrego. Mostraba a un grupo de hombres posando ante un monton de tiendas de campana. Estudie sus rostros sin afeitar. El joven de delante estaba en cuclillas, sosteniendo una estaca. Tenia unos grandes hombros y una ancha espalda. Reconoci los gruesos labios y la mandibula. Pero habia algo raro en sus ojos. Trate de acercar la fotografia a la luz, pero el supervisor me la cogio de las manos.
– Nosotros fuimos los primeros a los que enviaron a Tubabao -explico-. Tendria que haberlo visto entonces. La OIR nos dejo aqui sin herramientas. Tuvimos que cavar las letrinas y las zanjas con lo que encontrabamos. Uno de los hombres era ingeniero y recorrio la isla recogiendo trozos de maquinaria que los estadounidenses habian dejado aqui cuando este lugar era una base militar. En una semana, habia confeccionado su propio generador electrico. Ese es el tipo de espiritu emprendedor que se gana mi respeto.
El supervisor del distrito enmudecio durante un instante. No pude evitar pensar que me estaba estudiando. Sus misteriosos labios se curvaron en una sonrisa traviesa. Era una sonrisa calida que ilumino el cobertizo como un relampago. Aquello me hizo sentir simpatia por el, a pesar de sus severos modales. Habia algo de oso en aquel hombre. Me recordo inmediatamente a Serguei.
– Me llamo Ivan Mijailovich Najimovski. No obstante, en las presentes circunstancias, llamemonos Anya e Ivan -me dijo, tendiendome la mano-. Espero que mi broma no te haya sentado mal.
– En absoluto -respondi, apretandole la mano-. Estoy segura de que estas acostumbrado a tratar con muchos habitantes de Shanghai que se comportan de forma muy arrogante.
– Si, pero tu, en realidad, no eres de Shanghai -replico-. Naciste en Harbin y he oido que has trabajado muy duro en el barco.
Despues de haber completado los formularios de registro y empleo, Ivan me acompano a la puerta.
– Si necesitas cualquier cosa -me dijo, estrechandome la mano de nuevo-, por favor, ven a verme.
Sali a la luz del sol, pero el tiro de mi brazo, senalandome la mejilla con su aspero dedo.
– Tienes una lombriz tropical ahi. Ve al hospital inmediatamente. Deberian habertelo tratado en el barco.
Sin embargo, lo que me sorprendio fue ver el rostro de Ivan. Era joven, quizas tenia veinticinco o veintiseis anos. Sus facciones eran tipicamente rusas. Una amplia mandibula, fuertes pomulos y ojos azules hundidos. Pero desde la frente, pasando por el rabillo del ojo derecho y hasta mas abajo de la nariz, lucia una cicatriz que era como una quemadura. Donde la herida cruzaba el ojo, la piel habia cicatrizado mal y tenia el parpado parcialmente cerrado.
Percibio mi expresion y volvio a adentrarse en la sombra, alejandose de mi. Senti haber reaccionado asi, porque el me habia caido bien.
– ?Vamos! ?Date prisa! -apremio-. ?Vete antes de que el medico se vaya a pasar el dia a la playa!
El hospital estaba cerca del mercado y de la carretera principal. Era un gran edificio de madera con un tejado con alero y sin cristales en las ventanas. Una joven muchacha filipina me condujo a traves de la sala hasta donde estaba el medico. Todas las camas se encontraban vacias salvo por una mujer, que estaba descansando con un minusculo bebe durmiendo sobre su pecho. El medico era ruso y, segun me entere posteriormente, era voluntario entre los refugiados. El y el resto del personal medico voluntario habian construido de cero el hospital, solicitando a la OIR y al gobierno filipino medicinas o comprandolas en el mercado negro. Me sente en un banco rustico mientras el medico me examinaba la mejilla, estirandome la piel con los dedos de una mano.
– Has venido a verme justo a tiempo -comento, lavandose las manos en un cuenco de agua que la muchacha le estaba sujetando-. Parasitos como estos pueden sobrevivir durante anos y destruyen los tejidos.
El medico me puso dos inyecciones, una en la mandibula y otra, que me produjo mucho escozor, cerca del ojo. La cara me picaba como si me hubieran abofeteado. Me entrego un tubo de crema cuya etiqueta ponia «muestra gratuita». Me levante del banco y casi me desmaye.
– Sientate un momento antes de irte -me ordeno el medico.
Hice lo que me dijo, pero tan pronto como sali del hospital, volvi a sentir nauseas. Habia un patio junto al hospital con palmeras y sillas de lona. Se habia montado para los pacientes del ambulatorio. Me tropece con una de las sillas y me desplome sobre ella, mientras la sangre me latia en los oidos.
– ?Esa chica esta bien? Ve a comprobarlo -escuche que decia la voz de una mujer mayor.
El sol era abrasador, incluso a traves de las hojas de los arboles. Podia oir el ruido sordo del oceano al fondo. Escuche un crujido de ropa y despues, la voz de una mujer.
– ?Quieres un poco de agua? -me pregunto-. Hace mucho calor.
Parpadee con los ojos humedos, tratando de enfocar la figura en sombra contra el cielo despejado.
– Estoy bien -le conteste-. Me acaban de poner unas inyecciones y me siento un poco debil.
La mujer se acuclillo a mi lado. Llevaba el rizado cabello castano recogido en un mono alto con un panuelo.
– Esta bien, abuela -le grito a la otra mujer.
– Me llamo Irina -me dijo la joven, mostrandome al sonreir una hilera de blancos dientes. Su boca tenia un tamano desproporcionado respecto al resto de la cara, pero irradiaba luz. Brillaba en sus labios, en sus ojos y a traves de su piel aceitunada. Cuando sonreia, ganaba en hermosura.
Me presente a ella y a su abuela. Estirada en una hamaca bajo un arbol, la anciana casi no alcanzaba el otro extremo de su asiento con los pies. La abuela me dijo que se llamaba Ruselina Leonidovna Levitskaia.
– Mi abuela no se encuentra muy bien -me conto Irina-. El calor no es lo suyo.
– ?Que te pasa a ti? -me pregunto Ruselina. Tenia el cabello blanco, pero los mismos ojos castanos que su nieta.
Me aparte el pelo de la cara y les mostre la mejilla.
– Pobrecita mia -comento Irina-. Yo tambien tuve algo asi en la pierna. Pero ahora ya se me ha quitado.
Se levanto la falda para mostrarme una rodilla con un hoyuelo y sin ninguna marca.
– ?Has visto la playa? -me pregunto Ruselina.
– No, apenas llegue ayer.
Se llevo las manos al rostro.
– Es preciosa. ?Sabes nadar?
– Si -le respondi-. Pero solo he nadado en estanques. Nunca en el oceano.
– Entonces, ven -me dijo Irina, tendiendome la mano-. Y estrenate.
De camino a la playa, paramos en la tienda de Irina y Ruselina. Dos filas de caracolas marcaban el sendero hasta la puerta. En el interior, una sabana carmesi colgaba de una esquina a otra por el techo y tenia todo de un calido tono rosaceo. Tenian boas de plumas, sombreros y una falda de lentejuelas. Irina me lanzo un traje de bano blanco.
– Es de la abuela -me dijo-. Tambien ella tiene una figura estilizada y delgada como la tuya.
El vestido de verano se me pegaba a la piel sudorosa. Me sento bien quitarmelo. El aire me recorrio el cuerpo y la piel me cosquilleo de alivio. El traje de bano se me ajustaba bien a las caderas, pero me estaba muy apretado en el pecho. Me saque parte de los pechos hacia arriba, como si el banador fuera un corse frances. Al principio, me daba verguenza, pero luego me encogi de hombros y decidi que no me importaba. No habia llevado tan poca ropa desde que era nina. Me hizo sentir libre de nuevo. Irina se puso un banador de color magenta y verde plateado. Parecia un loro exotico.
– ?Que hacias en Shanghai? -me pregunto.
Le conte la historia de la institutriz y le pregunte que hacia ella.
– Era cantante de cabaret. Mi abuela tocaba el piano.
Noto mi sorpresa y se sonrojo.
– Nada extravagante -explico-. No en el Moscu-Shanghai ni nada tan elegante como eso. En locales pequenos. Mi abuela y yo cosiamos vestidos entre actuacion y actuacion para mantenernos. Confeccionamos todos nuestros trajes.