una sola vez, pero aquella ocasion parece haberle causado mucha impresion.
– ?Cuando se fue de Harbin?
– Despues de la guerra. Justo cuando tu te marchaste.
Senti una punzada de anhelo en el corazon. El silencio impuesto por Serguei sobre mi madre me habia herido, a pesar de que el lo hizo por mi bien. Habia leido que algunas tribus africanas se enfrentaban al dolor si una persona dejaba la tribu o fallecia no volviendo a hablar de ella nunca jamas. Amar a alguien significa estar pensando en esa persona continuamente, con independencia de si esta contigo. No poder hablar con libertad sobre mi madre en aquel primer periodo de separacion la habia convertido en algo mitico y remoto para mi. Como minimo, unas cuantas veces al dia trataba de evocar el tacto de su piel, el timbre de su voz o cuantos centimetros me sacaba la ultima vez que la vi. Me aterrorizaba la idea de que si olvidaba alguno de aquellos detalles, comenzaria a olvidarla del todo.
Ibamos sorteando los arboles de platano por un camino que nos conducia hacia una tienda de diez plazas. Cuando llegamos hasta la valla de paja que la rodeaba y abrimos la puerta, senti la presencia de mi madre. Fue como si me estuviera atrayendo hacia ella. Queria que yo la recordara.
Ruselina habia visitado a su amiga en muchas ocasiones, pero esta era la primera vez que entraba en la vivienda. La tienda era la «mansion» de la isla de Tubabao. Habian ampliado la ya espaciosa carpa con un toldado de hojas de palmera entretejidas, que hacia las veces de cocina y salon. Un cuidado cesped de cola de zorra cubria todo el espacio hasta los bordes del porche, que estaba rodeado por una fila de hibiscos. En la otra esquina del patio, crecia un huerto de verduras con especies tropicales, y, frente a el, cuatro pollos picoteaban un monticulo de sobras. Ayude a Ruselina a entrar en el porche y nos dedicamos una sonrisa mutua al ver la fila de zapatos en el, cuidadosamente ordenados en orden decreciente de tamano. Los mas grandes eran un par de bofas de paseo masculinas y los mas pequenos, unos zapatitos de bebe. Alguien estaba dando golpes en el interior de la tienda. Ruselina llamo, y los pollos se sorprendieron, batiendo las alas y armando jaleo. Dos de ellos comenzaron a pelearse, posandose en el techo del toldado. Ya habia oido que la variedad de pollos que vendian los filipinos podian volar muy alto. Tambien me habian dicho que los huevos que ponian sabian a pescado.
La solapa de la tienda se levanto y tres ninas salieron desordenadamente. Tenian los cabellos dorados. La mas pequena era un bebe en panales y apenas acababa de aprender a andar. La mayor tenia aproximadamente cuatro anos. Cuando sonreia, los hoyuelos de sus mejillas me recordaban a Cupido. «?Pelo rosa!», dijo entre risitas, senalandome. Su curiosidad me hizo reir a mi tambien.
En el interior de la tienda, la nuera de Raisa y su nieta estaban acuclilladas sobre unos tablones de madera. Cada una tenia un martillo en la mano y una fila de clavos entre los dientes.
– ?Hola! -saludo Ruselina.
Las mujeres levantaron la mirada, con los rostros colorados por el esfuerzo. Se habian metido las faldas por dentro de la ropa interior, convirtiendolas en pantalones cortos. La mujer de mas edad escupio los clavos y sonrio.
– ?Hola! -contesto, poniendose de pie para saludarnos-. Teneis que disculparnos. Estamos construyendo el suelo.
Era regordeta, con una nariz respingona y pelo castano que le caia en ondas sobre los hombros. Debia de tener unos cincuenta anos, pero lucia un rostro tan terso como el de una chica de diecinueve. Le entregue las latas de salmon que Ruselina y yo les habiamos traido de regalo.
– ?Dios mio! -exclamo, cogiendomelas de las manos-. ?Cocinare pastel de salmon y tendreis que volver para comeroslo con nosotros!
La mujer se presento como Mariya y a su rubia hija, como Natasha.
– Mi marido y mi yerno estan pescando para la cena -explico-. Mi madre esta descansando. Se alegrara de veros.
Se oyo una voz que llamaba detras de una cortina. Mariya descorrio la tela y vimos a una anciana tumbada en una cama.
– Menos mal que esta medio sorda, madre -le dijo Mariya, inclinandose para besar en la cabeza a la mujer-, porque si no, no habria podido dormir la siesta con el alboroto que estabamos armando.
Mariya ayudo a su suegra a incorporarse y despues coloco dos sillas para Ruselina y para mi a ambos lados de la cama.
– Vamos -nos apremio-, sentaos. Ahora ya esta despierta y lista para charlar.
Tome asiento junto a Raisa. Era mayor que Ruselina y se le distinguian las venas a traves de la piel como gusanos azulados. Se le habian echado a perder las piernas y tenia los dedos de los pies tan doblados por la artritis que casi estaban retorcidos sobre si mismos. Me incline para besarle la mejilla y me agarro la mano con una fuerza que contrastaba con su fragil complexion. No senti lastima por ella del mismo modo que, a veces, la sentia por Ruselina. Raisa estaba enferma y no le quedaba mucho tiempo en este mundo, pero la envidiaba. Una anciana rodeada por su feliz y productiva familia. Tenia muy poco de lo que lamentarse en la vida.
– ?Quien es esta nina tan guapa? -pregunto, volviendose hacia Mariya mientras todavia me apretaba la mano.
Su nuera se inclino sobre ella y le hablo al oido.
– Es una amiga de Ruselina.
Raisa contemplo nuestros rostros, en busca de Ruselina. Reconocio a su amiga y sonrio ampliamente, mostrando unas encias desdentadas.
– Ah, Ruselina. He oido que no te encontrabas muy bien.
– Ahora ya estoy mejor, querida amiga -respondio Ruselina-. Esta es Anna Victorovna Kozlova.
– ?Kozlova? -Raisa me observo con mas detenimiento.
– Si, la hija de Alina Pavlovna. La mujer a la que crees conocer -le contesto Ruselina.
Raisa enmudecio, distraida por sus propios pensamientos. El ambiente de la tienda era caluroso, incluso a pesar de que Manya hubiese enrollado las solapas de las ventanas traseras y laterales. Me sente en el borde de la silla para que las piernas no se me pegaran a la madera. Una gota de saliva colgaba de la barbilla de Raisa. Natasha se la limpio cuidadosamente con la punta de su delantal. Pense que la anciana se habia quedado dormida cuando, de repente, se sacudio, se puso derecha y me miro fijamente.
– Vi a tu madre solo una vez -me conto-. La recuerdo bien porque era muy llamativa. Todo el mundo se quedo prendado de ella aquel dia. Estaba tan esbelta, con aquellos ojos tan preciosos…
Me fallaron las piernas. Pense que iba a desvanecerme al escuchar a alguien mencionar el secreto que yo habia estado guardando durante tanto tiempo: mi madre. Me agarre al borde de la cama, sin prestar atencion a los que me rodeaban. Desaparecieron de mi mente tan pronto como Raisa hablo. Solamente podia ver a la anciana tumbada frente a mi y anhelar cada una de sus balbuceantes palabras.
– Fue hace mucho tiempo -Raisa suspiro-. En una fiesta de verano en la ciudad. Tenia que ser 1929. Acudio con sus padres y llevaba puesto un elegante vestido color lila. Pense que era una chica muy desenvuelta y me gusto porque se interesaba por todo lo que los otros decian. Era muy buena escuchando.
– Eso fue antes de que se casara con mi padre -le dije-. Ha debido de costarle mucho recordar algo que paso hace tanto tiempo.
Raisa sonrio.
– Entonces, yo creia que ya estaba vieja. Pero ahora lo estoy mucho mas. Lo unico que puedo hacer es pensar en mi pasado.
– ?Esa fue la unica vez que la vio?
– Si. No volvi a encontrarmela despues de aquella fiesta. Eramos bastantes en Harbin, y no todos nos moviamos en los mismos circulos. Pero si que oi que se habia casado con un hombre muy culto, y que vivian en una bonita casa a las afueras de la ciudad.
Raisa dejo caer la barbilla contra el pecho y se hundio un poco mas en la cama, tumbandose como un globo desinflado. La rememoracion de mi madre parecia haber agotado todas sus fuerzas. Mariya sumergio un vaso en un barreno de agua y lo acerco a los labios de su suegra. Natasha se disculpo y fue a vigilar a las ninas. Escuche los gritos de sus juegos que provenian del patio. Tambien pude oir a los pollos cloqueando cuando Natasha paso entre ellos. De repente, el rostro de Raisa se desfiguro. El agua le goteo fuera de la boca y le chorreo sobre el pecho como una fuente. Comenzo a llorar.
– Cometimos una estupidez al quedarnos alli durante la guerra -dijo-. Los inteligentes se fueron a Shanghai mucho antes de que llegaran los sovieticos.
