Irina no se percato de que me estremeci cuando menciono el Moscu-Shanghai. El recuerdo del club me causaba conmocion. ?De verdad me habia creido que nunca jamas tendria que volver a pensar en el de nuevo? Tenia que haber cientos de personas en la isla que hubieran oido del local. Habia sido un icono de Shanghai. Lo unico que esperaba era que ninguno de ellos me reconociera. Serguei, Dimitri, los Mijailov y yo no habiamos sido los tipicos rusos. No del mismo modo que mi padre, mi madre y yo cuando viviamos en Harbin. Me senti extrana al estar de nuevo entre mi gente.

El camino a la playa pasaba junto a un barranco escarpado. Habia un todoterreno aparcado a un lado del camino, y cuatro policias militares filipinos lo rodeaban, fumando y contandose chistes. Se irguieron cuando nosotras pasamos a su lado.

– Hacen guardia por los piratas -comento Irina-. Es mejor que tengas cuidado con ellos, especialmente en tu extremo del campamento.

Me enrolle la toalla alrededor de los muslos y utilice los extremos para cubrirme los pechos. Sin embargo, Irina paso lentamente junto a los hombres con la toalla sobre los hombros, consciente, pero sin sentir verguenza, del efecto electrizante que su voluptuoso cuerpo y sus cimbreantes caderas producian en ellos.

La playa era un paisaje de ensueno. La arena era tan blanca como la espuma y, aqui y alla, habia cocoteros y millones de conchas minusculas. Estaba desierta excepto por una pareja de retrievers que dormitaban bajo una palmera. Los perros levantaron la cabeza cuando pasamos. El agua estaba clara y en calma bajo el sol de mediodia. Nunca antes habia nadado en el oceano, pero corri hacia el agua sin miedo ni dudas. Se me puso la carne de gallina por el placer al contacto con la superficie. Bancos de peces plateados centellearon al pasar. Eche la cabeza hacia atras y flote en el espejo de cristal que formaba la piel del oceano. Irina buceaba y resurgia, parpadeando para quitarse las gotas de agua de las pestanas. «Estrenate», es lo que me habia dicho. Era exactamente como me sentia. Podia sentir como la lombriz de mi mejilla se encogia, por el sol y la sal, que actuaban como antiseptico sobre la herida. Me estaba lavando Shanghai de la piel. Estaba disfrutando de la naturaleza, de nuevo como una chica de Harbin.

– ?Conoces aqui a alguien que venga de Harbin? -le pregunte a Irina.

– Si -respondio-. Mi abuela nacio alli. ?Por que?

– Quiero encontrar a alguien que conociera a mi madre -le respondi.

Irina y yo nos tumbamos en las toallas bajo una palmera, sonolientas, como los dos perros.

– Mataron a mis padres en el bombardeo de Shanghai, cuando yo tenia ocho anos -me conto-. Fue entonces cuando mi abuela vino para cuidar de mi. Es posible que conociera a tu madre en Harbin. Aunque ella vivia en un barrio diferente.

Escuchamos un rugido de motor detras de nosotras, que perturbo nuestra paz. Pense que eran los policias filipinos y pegue un salto. Pero era Ivan, que nos saludaba desde el asiento del conductor de un todoterreno. Al principio, pense que el automovil estaba pintado de camuflaje, pero cuando lo mire mas de cerca, vi que eran el musgo y la corrosion los que le daban a la chapa su aspecto moteado.

– ?Quereis ver la cima de la isla? -nos pregunto-. Se supone que no debo llevar a nadie alli. Pero he oido que esta embrujada y creo que no me vendria mal llevar a dos virgenes conmigo para que me protegieran.

– Siempre tienes alguna historia que contar, Ivan -exclamo Irina, soltando una carcajada, levantandose y sacudiendose la arena de las piernas. Se enrollo la toalla alrededor de la cintura y, antes de que yo pudiera decir nada, se monto en el todoterreno-. Vamos, Anya -me animo-. Unete al paseo. Es gratis.

– ?Has ido al medico? -me pregunto Ivan cuando me encarame al todoterreno.

Esta vez, tuve cuidado de no mirarle demasiado fijamente a la cara.

– Si -conteste-, pero me he quedado sorprendida al enterarme de que era una lombriz tropical. Lo cogi poco despues de salir de Shanghai.

– El barco en el que viniste ya ha hecho mas de un viaje. Muchos de nosotros padecimos la misma enfermedad. Pero tu eres la primera a la que he visto que le haya pasado en la cara. Ese es el lugar del cuerpo mas peligroso en el que puedes tenerla. Esta demasiado cerca de los ojos.

El sendero arenoso de la playa se extendia durante aproximadamente un kilometro y medio y despues los cocoteros y las palmeras daban paso a gigantescos arboles que se cernian, como si fueran demonios, sobre nosotros. Sus retorcidos troncos estaban cubiertos de enredaderas y plantas parasitas. Pasamos al lado de una cascada junto a la que habia un cartel de madera clavado en la roca: «Cuidado con las serpientes en lugares cercanos al agua».

Unos minutos despues de pasar la cascada, Ivan detuvo el todoterreno. Un cumulo de piedras oscuras bloqueaba nuestro camino. Una vez que el motor estuvo apagado, la quietud antinatural me hizo sentir incomoda. No se oia el trino de los pajaros, o el sonido del oceano o del viento. Algo me llamo la atencion: un par de ojos sobre las piedras. Las estudie con detenimiento y, paulatinamente, logre ver unas imagenes de santos y arboles de papaya grabadas en relieve sobre ellas. Un escalofrio me recorrio la columna. Ya habia visto algo parecido en Shanghai, pero esta iglesia espanola era muy antigua. Tenia unas cuantas tejas rotas esparcidas alrededor de lo que quedaba de la aguja derrumbada, pero el resto del edificio estaba intacto. Minusculas hojas de helecho habian crecido en cada una de las grietas; me imagine a los leprosos, que habian estado en la isla antes de que los estadounidenses llegaran, pululando a su alrededor, preguntandose si Dios les habria abandonado del mismo modo que sus propios semejantes humanos les habian traido aqui para dejarles morir.

– Quedaos dentro del todoterreno. No salgais de el bajo ninguna circunstancia -dijo Ivan, mirandome directamente-. Hay serpientes por todas partes… y viejas armas. No pasa nada si yo salgo volando por los aires, pero seria una pena que os ocurriera a dos chicas tan bonitas como vosotras.

Comprendi por que nos habia pedido que vinieramos con el, por que nos habia venido a buscar a la playa. Era un bravucon. Se habia percatado de mi reaccion al ver su cara y queria demostrarme que no temia que yo la viera. Me alegre de que lo hubiera hecho. Me produjo admiracion, porque yo no era como el. La marca de mi mejilla no era tan fea como la cicatriz de su rostro y, aun asi, yo deseaba esconderla para que los demas no la vieran.

Aparto una manta y el cuchillo de cazador que estaba debajo refulgio a la luz del sol. Se lo metio en el cinturon y se echo un rollo de cuerda al hombro. Le observe mientras desaparecia en la jungla.

– Esta buscando mas materiales. Van a construir una pantalla de cine -me explico Irina.

– ?Esta arriesgando su vida por una pantalla de cine? -le pregunte.

– Esta isla es como el hogar de Ivan -respondio Irina-. Una razon para seguir viviendo.

– Entiendo -respondi, y nos sumimos en el silencio.

Esperamos mas de una hora, respirando el aire estatico y contemplando la jungla en busca de cualquier signo de movimiento. El agua de mar se me habia secado en la piel y notaba el sabor salado en los labios.

Irina se volvio hacia mi.

– He oido que era panadero en Tsingtao -me dijo-. Durante la guerra, los japoneses descubrieron que algunos rusos enviaban mensajes de radio a los buques estadounidenses. Se vengaron aleatoriamente contra la poblacion rusa. Ataron a su mujer y sus dos ninas pequenas en su panaderia, y le prendieron fuego. El se hizo la cicatriz tratando de salvarlas.

Me sente en la parte trasera del todoterreno y apoye la cabeza en las rodillas.

– Que horror -conteste.

No se me ocurria nada mas profundo que decir. Ninguno de nosotros habia escapado a la guerra sin cicatrices. La agonia en la que me levantaba cada manana era la misma que experimentaba el resto de la gente. El sol de Tubabao me abraso el cuello. Solo llevaba alli un dia y ya me estaba haciendo efecto. Tenia poderes magicos. Poderes para sanar y aterrorizar, para volverte loco o aliviarte el dolor. Durante el ultimo mes, habia creido que estaba sola. Me sentia feliz por tener ahora a Irina e Ivan. Si ellos encontraban razones para seguir viviendo, quizas yo tambien las encontraria.

Una semana mas tarde, estaba en mi puesto de trabajo en la oficina de la OIR, pasando a limpio una carta con una maquina de escribir a la que le faltaba la letra «j». Habia aprendido a compensar este defecto de la maquina sustituyendo las palabras con «j» por palabras sin ella. De este modo, «jornada» se convertia en «dia», «joven» en «adolescente» y «junto a» pasaba a ser «al lado de». Mi vocabulario de ingles se amplio rapidamente. No obstante, si tenia un problema con los nombres rusos que incluian una «j». Cuando se daba el caso, marcaba una «i», que luego repasaba laboriosamente con un lapiz para convertirla en «j».

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