Su voz era aspera y se le distorsionaba por el dolor.
Ruselina trato de ayudarla a ponerse comoda, pero Raisa la aparto de ella.
– He oido que los sovieticos se llevaron a tu madre -me dijo, cubriendose la frente con su vieja mano llena de manchas-, pero no se adonde. Quizas fuera lo mejor. Les hicieron cosas terribles a los que se quedaron atras.
– Descanse un poco, madre -le recomendo Mariya, poniendo de nuevo el vaso de agua en sus labios, pero Raisa le retiro la mano. Estaba tiritando a pesar del calor, y yo le cubri los hombros con su chal. Tenia los brazos tan delgados que temi que se me quebraran entre las manos.
– Esta cansada, Anya -dijo Ruselina-. Quizas pueda contarnos algo mas otro dia.
Nos levantamos para marcharnos. Sentia que se me desgarraba el corazon por la culpabilidad. No queria hacer sufrir a Raisa, pero tampoco deseaba marcharme hasta que me hubiera contado todo lo que sabia sobre mi madre.
– Lo siento -dijo Mariya-. A veces tiene dias mas lucidos que otros. Os contare si dice algo mas.
Recogi el baston de Ruselina y le estaba ofreciendo mi brazo, cuando Raisa nos llamo. Se esforzo por apoyarse en los codos. Tenia los ojos enrojecidos y una mirada delirante.
– Tu madre tenia unos vecinos, Boris y Olga Pomerantsev, ?verdad? -pregunto-. Decidieron quedarse en Harbin cuando vinieron los sovieticos.
– Si -le respondi.
Raisa volvio a hundirse en los cojines y se tapo la cara con las manos. Un gemido grave broto de su garganta.
– Los sovieticos se llevaron a todos los jovenes, a los que podian hacer trabajar -dijo, dirigiendose en parte hacia mi y en parte hacia si misma-. Oi que se lo habian llevado a el, porque todavia estaba fuerte, incluso siendo un hombre mayor. Pero a su mujer la fusilaron. Padecia del corazon, ?lo sabias?
No recuerdo el camino de vuelta hacia la tienda de Ruselina. Mariya y Natasha debieron de ayudarnos de algun modo, porque no entiendo como Ruselina pudo llevarme ella sola. Me sentia conmocionada y la mente se me habia quedado en blanco, excepto por una imagen: Tang. Lo que el destino les habia deparado a Boris y Olga llevaba su marca. Recuerdo que me hundi en la cama de Irina y presione el rostro contra la almohada. Anhelaba dormir, perder el conocimiento, liberarme de aquel dolor agonizante que me atenazaba las entranas. Pero no podia. Mis hinchados parpados se abrian de par en par cuando trataba de cerrarlos. El corazon me latia como una bomba dentro del pecho.
Ruselina se sento a mi lado y me acaricio la espalda.
– No era lo que yo esperaba -me confeso-. Yo deseaba hacerte feliz.
Levante la mirada para ver su rostro demacrado. Tenia los ojos hundidos y los labios azulados. Detestaba estar provocandole tanta angustia. Pero cuanto mas trataba de calmarme, mas fuerte era el dolor que sentia.
– Fui una estupida al pensar que nada malo les ocurriria -le confese, recordando los aterrados ojos de Olga y las lagrimas recorriendo las mejillas de su marido-. Sabian que iban a morir por ayudarme.
Ruselina suspiro.
– Anya, tenias trece anos. La gente mayor sabe que tiene que tomar decisiones. Si hubierais sido tu o Irina, yo habria hecho exactamente lo mismo.
Apoye la cabeza en su hombro y me sorprendi de que fuera mas firme de lo que yo esperaba. Parecia que mi necesidad le daba fuerzas a Ruselina. Me acaricio el pelo y me abrazo como si fuera su propia hija.
– Durante mi vida he perdido a mis padres, a un hermano, a un bebe, a mi hijo y a mi nuera. Una cosa es morirse de mayor, otra, muy diferente, es fallecer cuando todavia se es joven. Tus amigos querian que vivieras -me dijo.
La abrace aun con mas fuerza. Deseaba decirle a Ruselina que la queria, pero las palabras se me perdieron en algun lugar de la garganta.
– El sacrificio que hicieron fue su regalo para ti -me dijo, besandome la frente-. Honrales viviendo con valentia. No podrian pedir mas que eso.
– Desearia poder agradecerselo -le confese.
– Si, tambien puedes hacer eso -me dijo Ruselina-. Estare bien hasta que Irina vuelva. Vete y haz algo para rendir honores a tus amigos.
Me dirigi dando traspies por el sendero hacia la playa, cegada por las lagrimas. Pero me consolaron el sonido de los grillos y los gorjeos de los pajaros entre los arbustos. En su musica, podia oir la alegre voz de Olga. Me estaba diciendo que no me apesadumbrara, que ella ya no sentia dolor y que ya no tenia miedo. El sol implacable del dia se habia suavizado y, filtrado a traves de los arboles, me acariciaba suavemente. Deseaba esconder mi rostro contra el pecho manchado de harina de Olga y decirle cuanto habia significado para mi.
Cuando llegue a la playa, el mar tenia una tonalidad gris y sombria. Un grupo de gaviotas que volaban haciendo circulos grito sobre mi cabeza. El ultimo rayo de sol marco una linea brillante en el centro del oceano, y una bruma se levanto flotando por el aire. Me deje caer de rodillas en la arena e hice un monticulo que me llegaba a la altura del pecho. Cuando termine, coloque una guirnalda de conchas en torno a la parte superior. Apretaba los dientes con rabia cada vez que me imaginaba como habrian sacado a Olga de su hogar para despues fusilarla. ?Habria gritado? No podia pensar en ella sin pensar tambien en Boris. Eran como una pareja de cisnes. Unidos de por vida. Seguro que no habia aguantado ni un dia sin ella. ?Le obligaron a mirar mientras la mataban? Mis lagrimas dejaron unas marcas en la arena que parecian gotas de lluvia. Construi otro monticulo e hice un puente de arena entre ambos. Hice guardia junto al monumento que acababa de construir, escuchando el movimiento y el siseo de las olas, hasta que el sol desaparecio en el oceano. Cuando se atenuo el espejismo naranja y el cielo comenzo a oscurecerse, dije al viento los nombres de Boris y Olga tres veces, para que supieran que les recordaba.
Encontre a Ivan esperandome bajo una farola del camino de vuelta a mi tienda. Llevaba una cesta cubierta con un panuelo de cuadros. Cuando me acerque a el, levanto el panuelo y destapo una racion de
– Mis mejores
Trate de sonreir, pero no pude.
– Ahora no soy buena compania, Ivan -le respondi.
– Lo se. Le lleve los
Me mordi el labio. Habia llorado tanto en la playa que ya no podia pensar en seguir llorando. Y aun asi, una lagrima enorme se me resbalo por la cara hasta caerme sobre una muneca.
– Hay un saliente de roca justo por encima de la laguna -me dijo-. Yo voy alli cuando estoy triste, porque me hace sentir mejor. Te llevare.
Dibuje con el pie una linea en la arena. Estaba siendo amable conmigo, y me sentia conmovida por su compasion. Pero no sabia si queria estar acompanada o si preferia quedarme sola.
– Vale, mientras no hablemos -le conteste-. No tengo ganas de hablar.
– Pues no hablaremos -respondio-. Simplemente, nos sentaremos.
Segui a Ivan a lo largo del sendero arenoso hasta una agrupacion de rocas. Las estrellas habian salido y su reflejo brillaba formando flores borrosas en el agua. El oceano se habia vuelto color malva. Nos sentamos en un saliente protegido en sus dos extremos por grandes pedruscos. La superficie de la roca aun estaba calida por el sol, y me tumbe sobre ella, escuchando las olas arremolinandose y rompiendo en las grietas justo debajo de nosotros. Ivan me ofrecio la cesta de pastelillos. Cogi uno, aunque no tenia hambre. La dulce masa se desmenuzo en el interior de mi boca y trajo a mi mente recuerdos de las Navidades en Harbin: el calendario de adviento de mi madre sobre la repisa de la chimenea; la frialdad de los cristales contra mi mejilla cuando miraba por la ventana y contemplaba como mi padre cortaba lena; y cuando me miraba los pies para ver los copos de nieve en los pliegues de mis botas. No me podia creer que hubiera viajado tan lejos desde el mundo cristalizado de mi ninez.
Cumpliendo su promesa, Ivan no intento hablar. Al principio, me parecia extrano estar sentada junto a alguien al que no conocia demasiado bien sin decir nada. Por lo general, la gente normal se hace preguntas de