presentacion sencillas para conocerse mejor, pero, a medida que yo pensaba en lo que podria preguntarle a Ivan, me di cuenta de que habia pocas cosas de las que pudieramos hablar sin infligirnos mas o menos dano. Yo no podia mencionar su panaderia, ni el podia referirse a mi vida en Shanghai. Ninguno de los dos podia tratar de averiguar si el otro habia estado casado. Incluso un comentario inocente sobre el oceano podria convertirse en una salida desafortunada. Galina me habia contado que las playas de Tsingtao eran mucho mas bonitas que las de Tubabao. Y, sin embargo, ?como podia empezar una conversacion sobre Tsingtao con Ivan sin recordarle lo que alli habia perdido? Respire el aroma salobre de las olas y presione las palmas de las manos contra mi barbilla. Para gente como Ivan y como yo, que viviamos las secuelas de nuestras respectivas desgracias, nos resultaba mas facil quedarnos callados que arriesgarnos a violar los fragiles recuerdos del otro.

Me rasque la mejilla. La lombriz de mi rostro habia muerto y me habia dejado una mancha alunarada en la piel. Habia muy pocos espejos en Tubabao y poco tiempo para la vanidad, pero siempre que atisbaba la marca en el reflejo de una lata o en un cubo de agua, me sorprendia mi apariencia. Ya no era yo. La cicatriz era como la marca de Dimitri, una grieta en un vaso que le recuerda a su dueno, una y otra vez, como se le cayo de las manos antes de que pudiera salvarlo. Siempre que la veia, el recuerdo de la traicion de Dimitri me aguijoneaba como un latigazo. Trataba de no pensar en el y Amelia en Estados Unidos, en su vida facil de coches, grandes casas y agua corriente.

Escudrine el cielo y encontre la pequena pero hermosa constelacion que Ruselina me habia senalado hacia unas noches. Le ofreci una plegaria en silencio e imagine que Boris y Olga estaban alli. Despues, pensando en ellos, volvi a notar las lagrimas escociendome en los ojos.

Ivan estaba sentado con la espalda ovillada, abrazandose las rodillas, perdido en sus propios pensamientos.

– Alli esta la Cruz del Sur -comente-. Los marineros del hemisferio meridional la utilizan para guiarse.

Ivan se volvio hacia mi.

– Estas hablando -comento.

Me sonroje, aunque no tenia ni idea de por que debia sentirme avergonzada.

– ?No puedo hablar?

– Si, pero has dicho que no querias hablar.

– Eso fue hace una hora.

– Yo estaba disfrutando del silencio -contesto-. Creia que te estaba empezando a conocer mejor.

Aunque estabamos a oscuras, tuvo que verme sonreir. Note que el tambien lo hacia. Me volvi hacia las estrellas. ?Que pasaba con aquel curioso hombre que me hacia sentir valiente? Nunca habia pensado que podria ser tan comodo sentarse con alguien durante tanto tiempo sin decir nada. Ivan tenia presencia. Estar con el era como tumbarse contra una roca que sabias que nunca iba a ceder. El tambien habia sufrido mucho, pero su perdida parecia haberle fortalecido. Por el contrario, yo pensaba que si padecia alguna perdida mas, me volveria loca.

– Solo estaba bromeando -me dijo, pasandome la cesta con los pastelillos-. ?Que querias contarme?

– Oh, no -le conteste-. Tienes razon. Se esta bien en silencio y sin moverse.

Enmudecimos de nuevo y resulto tan comodo como antes. Las olas se calmaron y, una a una, las luces del campamento fueron apagandose. Contemple a Ivan. Estaba reclinado sobre la roca con el rostro vuelto hacia el cielo. Me preguntaba en que estaria pensando.

Ruselina me habia dicho que la mejor manera de honrar a los Pomerantsev era vivir con valentia. Habia esperado a mi madre, pero no habia vuelto, ni habia sabido nada de ella. Pero ya no era una nina dominada por las decisiones de otros. Ya era lo suficientemente mayor como para buscarla por mi cuenta. Y sin embargo, a pesar de lo mucho que la echaba de menos, me aterrorizaba la idea de poder llegar a descubrir que a ella tambien la habian torturado y ejecutado. Me aprete los ojos cerrados y le pedi un deseo a la Cruz del Sur, rogandoles a Boris y Olga que me ayudaran. Utilizaria toda mi valentia para encontrarla.

– Ya estoy lista para volver -le dije a Ivan.

El asintio y se puso en pie, ofreciendome la mano para ayudarme a levantarme. Alcance sus dedos, y me agarro con tal fuerza que fue como si me hubiera leido la mente y me estuviera apoyando en mi decision.

– ?Adonde podria acudir para encontrar a alguien en un campo de trabajo sovietico? -le pregunte al capitan Connor cuando llegue al trabajo a la oficina de la OIR al dia siguiente. Estaba sentado ante su escritorio comiendo un huevo escalfado con beicon. La yema del huevo se extendia por todo el plato, y el remojo una rebanada de pan antes de contestarme.

– Es muy dificil -respondio-. Estamos en un punto muerto con los rusos. Stalin es un maniaco.

Levanto la mirada para contemplarme. Era un hombre con muy buena educacion, por lo que no me pregunto nada.

– El mejor consejo que puedo darte -continuo- es que te pongas en contacto con la Cruz Roja en tu pais de acogida. Han estado haciendo un trabajo maravilloso ayudando a la gente a rastrear a sus familiares despues del Holocausto.

Los paises de acogida eran el otro asunto que ocupaba los pensamientos de todo el mundo. Despues de Tubabao, ?adonde iriamos? La OIR y los responsables de la comunidad habian enviado solicitudes a muchos paises, rogandoles que nos acogieran, pero no habian recibido respuesta. Tubabao era frondosa y cultivable, y deberiamos haber disfrutado de aquel receso, pero nuestro futuro era incierto. Incluso en una isla tropical, nos acechaba la sombra de la melancolia. Ya se habia producido un suicidio y dos intentos. ?Cuanto tiempo se suponia que debiamos esperar?

Solo despues de que las Naciones Unidas ejercieran su presion, los paises comenzaron a responder. El capitan Connor y los otros oficiales se reunieron en la oficina. Colocaron las sillas en circulo, se ajustaron las gafas y encendieron cigarrillos antes de discutir las diferentes opciones. El gobierno de Estados Unidos solamente aceptaria a gente que tuviera algun tipo de apoyo en su pais; Australia estaba interesada en gente joven, a condicion de que firmaran un contrato de trabajo en cualquier tarea que el gobierno les exigiera durante los dos primeros anos de estancia; Francia ofrecia camas de hospital para los ancianos o enfermos, para que pasaran alli sus ultimos dias o para que se recuperaran hasta estar listos para marcharse a otro lugar; Argentina, Chile y Santo Domingo abrian sus puertas sin restricciones.

Me sente ante la maquina de escribir, observando el folio en blanco, paralizada. No tenia ni la menor idea de adonde iria o de que pasaria conmigo. No podia imaginarme a mi misma en otro lugar que no fuera China. Me di cuenta de que incluso desde que habia llegado a Tubabao, habia mantenido el anhelo secreto de que finalmente nos dejarian volver a casa.

Espere a que los oficiales se marcharan antes de preguntarle al capitan Connor si pensaba que seria posible regresar a China algun dia.

Me miro como si le hubiera preguntado si pensaba que seria posible que algun dia a todos nos crecieran alas y nos volvieramos pajaros.

– Anya, ya no hay ninguna China para tu gente.

Unos dias mas tarde, recibi una carta de Dan Richards, apremiandome para que me fuera a Estados Unidos gracias a su aval. «No te vayas a Australia -escribia-, estan poniendo a los intelectuales a trabajar en las vias del tren. Sudamerica no es una opcion para ti. Y no te puedes fiar de los europeos. No olvides como traicionaron a los cosacos de Lienz.»

Irina y Ruselina estaban desanimadas. Deseaban ir a Estados Unidos, pero no tenian dinero ni cumplian la exigencia de tener un garante. Me apenaba ver su entusiasmo cada vez que escuchaban a alguien hablar de los animados clubes nocturnos y cabares neoyorquinos. Le respondi a Dan que aceptaria su oferta y le pregunte si podria hacer algo por mis amigas.

Una noche, Ruselina, Irina y yo estabamos jugando a las damas chinas en su tienda. El cielo habia estado encapotado todo el dia, y la humedad era tan opresiva que nos vimos obligadas a llamar a una enfermera para que le diera un masaje a Ruselina en los pulmones que la ayudara a respirar. Estabamos en la epoca seca, que en Tubabao significaba que solo llovia una vez al dia. Temiamos la llegada de la temporada humeda. Incluso cuando apenas llovia, todo tipo de criaturas de la jungla trataba de guarecerse en nuestras tiendas. En dos ocasiones, una rata habia brotado de la maleta de Calina, y nuestra tienda estaba atestada de aranas. Los lagartos transparentes

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