eran conocidos porque ponian sus huevos en la ropa interior y en los zapatos de la gente. Una mujer del distrito segundo se desperto una manana para descubrir una serpiente enroscada en su regazo. Se habia enrollado alli en busca de calor, y la mujer tuvo que mantenerse inmovil durante horas hasta que la serpiente se marcho, deslizandose por decision propia.

Todavia no habia llegado la epoca de las tormentas tropicales, pero aquel dia habia algo amenazante en el cielo. Ruselina, Irina y yo lo contemplamos y divisamos siluetas aciagas formandose en las nubes. Primero, vimos una especie de criatura con forma de trasgo y ojos encendidos, a traves de los cuales brillaba el sol; despues, percibimos el rostro redondeado de un hombre con una sonrisa maliciosa y las cejas en punta, y, finalmente, una silueta que se movia por el cielo como un dragon. Despues, aquella tarde, se levanto un fuerte viento que volcaba los carteles y tiraba abajo las cuerdas de la ropa.

– No me gusta esto -sentencio Ruselina-. Algo malo se aproxima.

Entonces comenzo a llover. Esperamos a que parase, cosa que normalmente ocurria al cabo de media hora aproximadamente, sin embargo, la lluvia no solo no ceso, sino que se intensifico. Contemplamos como desbordaba las zanjas, llevandose calle abajo el barro y todo lo demas que se encontraba en su camino. Cuando comenzo a inundar la tienda, Irina y yo corrimos al exterior y, con la ayuda de nuestros vecinos, cavamos zanjas mas profundas y surcos que se alejaban de las tiendas. La lluvia nos fustigaba la cara como si fuera arena, enrojeciendonos la piel. Las tiendas que no tenian buenos postes centrales se vinieron abajo a causa del aguacero, y sus ocupantes tuvieron que luchar contra el viento para volver a levantarlas. Al anochecer, se fue la corriente.

– No te vayas a casa -me dijo Irina-. Quedate aqui esta noche.

Acepte su invitacion sin dudarlo. El camino hacia mi tienda estaba bordeado por cocoteros y, siempre que se levantaba viento, docenas de frutos tan duros como rocas se estrellaban contra el suelo. Tenia miedo de que uno de ellos pudiera caerme encima, por eso siempre recorria la arboleda corriendo y tapandome la cabeza con las manos. Las chicas de mi tienda se reian de mi comportamiento paranoico, hasta que, un dia, a Ludmila le cayo un coco en el pie, y tuvieron que escayolarselo durante un mes.

Encendimos una lampara de gas y continuamos jugando a las damas, pero a las nueve en punto, ni siquiera los juegos aliviaban los pinchazos de hambre de nuestros estomagos.

– Tengo algo -dijo Irina, revolviendo en el interior de una cesta que estaba en la parte superior del armario. Saco un paquete de galletas y coloco un plato en la mesa. Inclino el paquete y un grueso lagarto cayo entre las migas, seguido de docenas de serpenteantes bebes lagarto.

– ?Arrrrgh! -grito Irina, tirando el paquete al suelo. Los lagartos corrieron a refugiarse en todas direcciones y Ruselina se rio tanto que comenzo a jadear.

La sirena del campamento ululo y nos quedamos inmoviles. Volvio a sonar otra vez. Un toque indicaba las doce del mediodia y las seis de la tarde. Dos significaba la llamada de los responsables de distrito para una reunion. La sirena repitio su estridente lamento. Tres era para que todo el mundo se reuniera en la plaza. Nos miramos las unas a las otras. ?Seguramente no esperarian que nos reunieramos con un tiempo tan terrible! La sirena volvio a sonar. Cuatro significaba que habia un incendio. Irina se arrodillo ante su cama, buscando freneticamente sus sandalias. Yo cogi una manta de repuesto del armario. Ruselina se sento estoicamente en una silla, esperandonos. El quinto toque me produjo un escalofrio que me recorrio la espalda. Irina y yo nos volvimos para mirarnos, encontrando en la otra la misma incredulidad. El ultimo toque fue largo y siniestro. La quinta llamada nunca se habia utilizado antes. Significaba que se aproximaba un tifon.

Podiamos sentir el panico aumentar en las tiendas que nos rodeaban. Se oian voces gritando a traves de la tormenta. Unos minutos mas tarde, el oficial del distrito aparecio en nuestra tienda. Sus ropas estaban completamente empapadas y se le pegaban al cuerpo como una segunda piel. Nos contagio el temor que se reflejaba en su rostro. Nos arrojo unos trozos de cuerda.

– ?Que quiere que hagamos con esto? -le pregunto Irina.

– Os he dado cuatro trozos para atar las cosas de vuestra tienda. Los otros son para que los traigais a la plaza en cinco minutos. Os vais a tener que atar a los arboles.

– Debe de estar de broma -le respondio Ruselina.

El oficial del distrito tirito, con los ojos desencajados por el terror.

– No se cuantos de nosotros vamos a sobrevivir. La base del ejercito ha recibido el aviso demasiado tarde. Creen que el mar va a cubrir por completo la isla.

Nos unimos a la multitud de gente que corria freneticamente a traves de la selva hacia la plaza principal. El viento era tan fuerte que teniamos que enterrar los pies en el suelo arenoso para poder avanzar. Una mujer se cayo de rodillas cerca de nosotros, llorando de miedo. Corri hacia ella, dejando que Irina cuidara de Ruselina.

– Vamos -le dije, tirandole del brazo. El faldon de su abrigo se abrio y vi al bebe que llevaba colgado de un cabestrillo contra el pecho. Era minusculo, tenia los ojos cerrados y debia de haber nacido hacia unas horas. Me dio un vuelco el corazon al ver lo indefenso que estaba.

– Todo ira bien -le dije a la mujer-. Yo te ayudare.

No obstante, estaba paralizada por el terror. Se agarro a mi, desestabilizandome y reteniendome. Nos estabamos ahogando en la furiosa ventisca.

– Coge a mi bebe -me rogo-. Dejame a mi.

«Todo ira bien», le habia dicho. Pense en la cantidad de veces que habia pensado que todo iria bien y me odie a mi misma. Habia creido que, a estas alturas, ya me habria reunido con mi madre, me habia convencido de que mi matrimonio seria feliz, habia confiado en Dimitri, habia acudido a ver a Raisa esperando escuchar historias maravillosas sobre mi madre. Nunca antes habia vivido un tifon. ?Con que derecho podia decirle a la gente que todo iba a ir bien?

En la plaza, los voluntarios se habian subido a tocones de arboles y sostenian focos para que nadie se tropezara con las cuerdas y las bolsas de los suministros de emergencia. El capitan Connor estaba sobre una roca gritando instrucciones por un megafono. Los oficiales de distrito y la policia estaban distribuyendo a la gente en grupos. Se separaba a los ninos de sus padres para meterlos en una camara frigorifica de la cocina principal. Una enfermera polaca estaba a cargo de ellos.

– Por favor, hagase cargo de ellos tambien -le pedi a la enfermera, llevando a la mujer y a su bebe hasta ella-. Acaba de dar a luz.

– Llevala al hospital -me contesto la enfermera-. Alli es donde se van a resguardar los enfermos y las madres con bebes muy pequenos.

Ruselina cogio al nino de los brazos de la mujer, e Irina y yo la ayudamos a llegar hasta el hospital.

– ?Donde esta el padre? -pregunto Irina.

– Se ha ido -respondio la mujer, con una mirada ausente-. Me dejo por otra mujer hace dos meses.

– ?Y ni siquiera ha vuelto para ayudar a su hijo? -Ruselina sacudio de un lado a otro la cabeza y me susurro-. Los hombres no son buenos.

Pense en Dimitri. Quizas era cierto.

El hospital ya estaba atestado cuando llegamos. Los medicos y los enfermeros agrupaban las camas en una esquina haciendo sitio para mas camillas. Reconoci a Mariya y a Natasha, ocupadas clavando tablones en las ventanas. Ivan estaba arrastrando un armario hacia una puerta. Una enfermera de aspecto abrumado cogio al nino de los brazos de Ruselina y condujo a la mujer a un banco en el que otra joven madre estaba meciendo a su hijo.

– ?Puede quedarse mi abuela tambien? -le pregunto Irina a la enfermera.

La enfermera se echo las manos a la cabeza y me di cuenta de que estaba a punto de negarse cuando Irina le dedico una de sus deslumbrantes sonrisas. No llego a emitir su negativa. Sus labios se curvaron, como si quisiera contener la sonrisa que iba a brotar en su propio rostro. Asintio mientras senalaba unas habitaciones en la parte trasera del hospital.

– No le puedo dar una cama -respondio la enfermera-, pero la instalare en una silla en una de las consultas.

– ?No me quiero quedar aqui yo sola! -protesto Ruselina cuando la ayude a sentarse en una silla-. Estoy lo bastante bien como para irme con vosotras.

– ?No sea tonta, abuela! Este edificio es el mejor de la isla -Irina golpeo con los nudillos la pared-. ?Mire! Esta hecho de madera maciza.

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