Irina y yo abrazamos a Ruselina y corrimos, adelantando a los demas, hacia el campamento. Trozos de tela desgarrada y tiras de lona ondeaban con la brisa de la manana como las ropas podridas de un esqueleto. Los caminos se habian convertido en barrancos profundos, en cuya superficie se divisaban los restos pulverizados de loza y los jirones de ropa de cama. Muchas de las cosas que los refugiados habian rescatado de China con tanto esfuerzo habian sido devoradas. Todo aquello era demasiado dificil de soportar: montones interminables de sillas y mesas destrozadas, camas patas arriba y juguetes rotos… Una anciana que nos rozo cuando pasamos a su lado llevaba la fotografia de un nino desgarrada y estropeada por el agua.
– Era lo unico que me quedaba de el. E incluso esto se ha echado a perder -se lamento, mientras me miraba. Su boca hundida temblo como si esperara una respuesta. Pero no se me ocurria que decirle.
Irina volvio al hospital para ayudar a Ruselina. Yo cruce el campamento hacia el distrito octavo, sorteando las piedras sueltas que vibraban bajo mis pies. Ya no me daban miedo los cocos. De los cocoteros no colgaba ningun fruto y habia cascaras rajadas esparcidas por todo el suelo. En el ambiente, flotaba un olor desagradable. Localice la fuente del mal olor en el cadaver de un cachorro en medio del camino, cuyo estomago inflamado habia sido atravesado por el poste partido de una tienda. Las hormigas y las moscas se estaban dando un festin sobre la herida. Me estremeci cuando imagine al nino dueno del perrito, que andaria buscandole. Recogi del suelo una tira de corteza de palmera y cave una tumba poco profunda. Cuando termine, saque el poste del vientre del perrito y lo arrastre por las patas hasta el agujero. Vacile un momento antes de cubrirlo de arena, sin saber si estaba haciendo lo correcto. Pero recorde mi propia ninez y supe que habia cosas que un nino jamas debia ver.
La densa jungla que rodeaba el distrito octavo lo habia salvado. Las tiendas se habian desplomado y se habian aflojado hacia el suelo, pero no estaban destrozadas sin posibilidad de reparacion como las de los distritos tercero y cuarto. Las camas se habian desparramado por la zona, pero muy pocas se habian roto, y en una de las tiendas, aunque la lona habia volado hasta los arboles circundantes, el mobiliario habia permanecido derecho y ordenado cuidadosamente, como si sus duenos solo se hubieran ausentado unos minutos.
Me mordi los agrietados labios hasta que sangraron cuando localice mi baul. Alguien lo habia amarrado a un arbol con habiles nudos y permanecia intacto. Me senti muy agradecida con las chicas porque se hubieran tomado la molestia de atarlo durante mi ausencia. El cierre estaba atascado y no podia abrirlo de ninguna de las maneras. Agarre una piedra que me quedaba a mano y, gracias a ella, destroce el cerrojo. En su interior, los vestidos de noche estaban humedos y llenos de arena, pero no me importo. Hurgue entre la tela, rezando porque mis manos dieran con lo que estaba buscando. Cuando toque la madera, grite de alivio y saque la muneca matrioska. Estaba ilesa y la bese una y otra vez, como una madre que acabara de encontrar a su hijo perdido.
El mar tenia el color del te con leche. Trozos de vegetacion y otros restos se balanceaban sobre las olas. La luz de la manana que resplandecia en la superficie le daba un aspecto inofensivo, nada que ver con el monstruo enfurecido que habia amenazado con engullirnos a todos la noche anterior. En las cercanias, en la pequena franja de arena que quedaba, un parroco rezaba junto a un grupo de gente una plegaria de agradecimiento. Yo no creia en Dios, pero incline la cabeza como senal de respeto de todos modos. Teniamos mucho por lo que estar agradecidos. Gracias a algun tipo de milagro, no se habia perdido ninguna vida humana. Cerre los ojos y me deje llevar por una especie de aletargamiento balsamico.
Despues, me encontre con el capitan Connor, que estaba de pie frente a la oficina de la OIR. Las paredes metalicas estaban llenas de agujeros y algunos de los armarios archivadores se habian volcado. El capitan le daba un toque surrealista a aquella escena en mitad de la catastrofe, con su uniforme cuidadosamente planchado y el pelo de punta, debajo del cual se veia parte de su cuero cabelludo quemado por el sol. La unica senal de la tormenta que se apreciaba en su apariencia eran las salpicaduras de barro en las botas.
Me sonrio como si fuera cualquier otro dia, y yo llegara al trabajo a mi hora habitual. Me senalo el grupo de cobertizos de metal semicilindricos que utilizabamos como almacen. Algunos de ellos estaban en un estado peor que el de nuestra oficina: sus paredes se habian deformado tanto que seguramente no podriamos volver a utilizarlos.
– Si algo bueno sale de este desastre -sentencio-, es que se daran cuenta de que nos tienen que sacar de esta isla mas tarde o mas temprano.
Para cuando volvi al hospital, los soldados filipinos y estadounidenses provenientes de Guam habian llegado para ofrecernos su ayuda. Ivan y los otros oficiales estaban descargando bidones de combustible y de agua potable de la parte trasera de un camion militar, mientras que los soldados se atareaban levantando tiendas para los enfermos que no entraban en el hospital. Los voluntarios hervian agua para esterilizar el instrumental medico y las vendas o preparaban comida bajo un toldo improvisado.
El revuelto y empapado cesped estaba atestado de gente durmiendo en camillas. Ruselina era uno de ellos. Irina estaba sentada junto a ella, acariciando el pelo blanco de su abuela. La anciana habia dicho que se sacrificaria por Irina o por mi y que nosotras eramos lo unico que tenia en el mundo. Contemple a las dos mujeres desde detras de un arbol, mientras apretaba con fuerza mi muneca matrioska contra el pecho. Ellas tambien eran lo unico que yo tenia.
Vi a Ivan arrastrando un saco de arroz hacia el toldo-cocina. Yo tambien deseaba ayudar, pero se me habia agotado toda la valentia. Ivan se irguio, frotandose la espalda, y se percato de mi presencia. Se me acerco lentamente con una sonrisa en los labios y las manos en las caderas. Pero su expresion cambio cuando se fijo en mi semblante.
– No me puedo mover -le dije.
Extendio los brazos hacia mi.
– Esta bien, Anya -me dijo, apretandome contra su pecho-. No ha sido tan malo como parecia. Nadie esta gravemente herido y las cosas siempre se pueden reparar o sustituir.
Aprete el rostro contra su pecho, escuchando el firme latido de su corazon y dejando que su calida presencia me envolviera. Durante un momento, me senti en casa de nuevo. Volvia a ser una nina idolatrada en Harbin. Podia oler el pan recien hecho, escuchar el fuego crepitando en el recibidor y sentir la suavidad de la alfombra de piel de oso bajo mis pies. Y por primera vez en mucho tiempo, pude oir la voz de mi madre: «Estoy aqui, mi nina, tan cerca de ti que podrias tocarme». El motor de un camion arranco y se rompio el encanto. Di un paso atras, separandome de Ivan, abriendo la boca para hablar, pero incapaz de emitir ninguna palabra.
Me cogio la mano entre sus asperos dedos, con mucho cuidado, como temiendo que, si me apretaba demasiado, fuera a rompermela.
– Vamos, Anya -me dijo-. Busquemos algun sitio en el que puedas descansar.
Las semanas que siguieron a la tormenta estuvieron llenas de esperanza, pero tambien de congoja. La marina estadounidense con base en Manila llego con barcos cargados de suministros. Contemplamos a los marineros que desfilaban por la playa, portando sacos sobre sus anchas espaldas, y en cuestion de dos dias, reedificaron la ciudad de tiendas. La nueva ciudad era mucho mas ordenada que la antigua, que se habia construido a toda prisa, sin planificacion a largo plazo y con herramientas insuficientes. Las carreteras se reconstruyeron con cunetas mas profundas y asfalto, y se desbrozo la jungla alrededor de los bloques de banos y cocinas. Pero aquella construccion tan ordenada nos produjo inquietud en lugar de placer. Habia algo incomodamente permanente en la manera en que se habia construido el nuevo campamento y, a pesar de las esperanzas del capitan Connor, aun no habia noticias de los «paises de acogida».
En la Sociedad Rusa de Estados Unidos se enteraron de la catastrofe y nos enviaron un mensaje urgente: «Ademas de lo que les hace falta para sobrevivir, digannos lo que necesitan para ser felices». La sociedad recopilo materiales no solo de sus miembros, muchos de los cuales se habian hecho ricos en Estados Unidos, sino tambien de empresas que estaban dispuestas a donar existencias defectuosas. El capitan Connor y yo pasamos las noches trabajando en una lista de deseos que incluia un pequeno regalo para cada persona. Solicitamos discos, raquetas de tenis, barajas de cartas, estuches de lapices y libros para nuestra biblioteca y nuestro servicio de prestamos, pero tambien jabon perfumado, chocolate, diarios para escribir, cuadernos de dibujo, cepillos del pelo, panuelos y un pequeno juguete para cada nino menor de doce anos. Recibimos su respuesta en quince dias: «Hemos conseguido todos los objetos solicitados. Tambien les enviamos biblias, dos guitarras, un violin, trece rollos de tela para vestidos, seis samovares, veinticinco impermeables y cien copias de la obra de Chejov
El cargamento tenia que llegar un mes despues. El capitan Connor y yo esperamos pacientemente, emocionados como dos ninos traviesos. Contemplabamos todos los barcos que pasaban, pero transcurrieron seis