y ninos de la isla esperamos en la playa a que desembarcaran los representantes de nuestros paises de acogida del buque de Naciones Unidas. Les contemplamos, boquiabiertos, con la reverencia de quienes habian vivido demasiado tiempo en aislamiento y habian olvidado lo morena que se les habia puesto la piel bajo el sol abrasador. Los adustos hombres y mujeres que se apearon de la barcaza llevaban trajes y vestidos inmaculados, mientras que nuestra ropa estaba rigida por el salitre. Corria una broma entre los habitantes de la isla: «Si estas en Nueva York o San Francisco y te cruzas con un hombre que lleva un paquete bajo el brazo, no le preguntes: '?Que mercancia te ha llegado hoy?'».

Nos reiamos de nosotros mismos, pero en el fondo, creo que todos nos preguntabamos si lograriamos adaptarnos de nuevo a la vida normal.

La primera noche, los oficiales de la OIR regalaron los estomagos de los invitados con cochinillo asado. Trajeron a chefs filipinos y se levanto una carpa blanca. Mientras los representantes cenaban en mesas con manteles de lino y copas de cristal, nosotros los observabamos y temblabamos, pues tenian nuestro futuro en sus manos.

Mas tarde, me encontre con Ivan de camino a mi tienda. Estaba oscuro, pero habia luna llena y la silueta de los hombros de Ivan se recortaba contra el cielo.

– Me voy a Australia -me dijo-. He estado buscandote para decirtelo.

Apenas sabia nada sobre aquel pais, pero me imaginaba que era salvaje e inhospito. Un pais tan joven daria la bienvenida a un hombre tan diligente y trabajador como Ivan. Pero tambien senti miedo por el. El ser humano ya habia dominado gran parte de Estados Unidos. En cambio, se suponia que Australia estaba plagada de criaturas salvajes: peligrosas serpientes y aranas, cocodrilos y tiburones.

– Entiendo -le respondi.

– Me voy a una ciudad llamada Melbourne -me conto-. He oido que puedes amasar una fortuna alli si trabajas duro.

– ?Cuando te marchas?

Ivan no me contesto. Se quedo parado con las manos en los bolsillos. Yo baje la mirada. Senti la incomodidad entre nosotros. Decir adios a los amigos nunca me habia resultado facil.

– Triunfaras en todo lo que te propongas, Ivan. Todo el mundo lo dice -le anime.

Asintio. Me pregunte en que estaria pensando, por que se estaba comportando de una manera tan rara y por que no hacia ninguno de sus comentarios ingeniosos. Estaba a punto de inventarme alguna excusa para volver a mi tienda cuando, de repente, me dijo:

– Anya, ?quiero que vengas conmigo!

– ??Como?? -exclame, dando un paso atras.

– Quiero que seas mi esposa. Quiero trabajar duro para ti y hacerte feliz.

La situacion parecia irreal. ?Ivan me estaba proponiendo matrimonio? ?Como habia llegado hasta aquel punto nuestra amistad?

– Ivan… -balbucee, pero no tenia ni idea de por donde empezar o terminar. El me importaba, pero no le amaba. No era por su cicatriz, sino porque estaba segura de que nunca sentiria nada mas que amistad por el. Odiaba a Dimitri, pero aun le amaba-. No puedo, Ivan…

Se acerco a mi. Podia sentir el calor de su cuerpo. Yo era alta para ser chica, pero el me sacaba mas de treinta centimetros y sus brazos eran el doble de anchos que los mios.

– Anya, ?quien cuidara de ti despues de todo esto? ?Despues de la isla?

– No estoy buscando a alguien que cuide de mi -respondi.

Ivan enmudecio durante un instante y entonces dijo:

– Ya se que tienes miedo. Pero yo nunca te traicionare. Nunca te abandonare.

Se me puso la piel de gallina. Habia algo mas tras sus palabras. ?Quizas sabia algo sobre Dimitri?

Trate de proteger mi amenazado corazon enfadandome con el.

– No voy a casarme contigo, Ivan. Pero si tienes algo mas que decir, deberias soltarlo.

Dudo, frotandose la nuca y mirando hacia el cielo.

– Continua -le inste.

– Tu nunca hablas de ello. Y por eso, te respeto… pero se lo que te ocurrio con tu marido. El consulado estadounidense tenia que proporcionar alguna razon a la OIR para enviar a una chica de diecisiete anos sola a Tubabao.

De repente, comence a ver borroso. Tenia un nudo en la garganta. Trate de tragar, pero el nudo permanecio alli, ahogandome.

– ?A quien mas se lo has contado? -le pregunte. Mi voz temblo. Todavia seguia sonando enfadada, pero no resultaba convincente.

– La gente de Shanghai conoce el Moscu-Shanghai, Anya. Tu aparecias en las paginas de sociedad. Los de las otras ciudades probablemente no sepan nada.

Se aproximo otro paso, pero yo me deslice un poco mas hacia la oscuridad.

– ?Y por que ninguno de ellos se ha encarado conmigo? -le pregunte-. ?Por que no me han tachado de mentirosa?

– Tu no eres una mentirosa, Anya. Simplemente, estabas asustada. Aquellas personas que lo saben te quieren lo suficiente como para no obligarte a hablar sobre cosas que tu preferirias olvidar.

Crei que iba a vomitar. Desee que Ivan no se hubiera declarado. Queria seguir fingiendo que habia sido institutriz y asi no tendria que volver a pensar en el Moscu-Shanghai jamas. Me hubiera gustado conservar el recuerdo de que Ivan era el buen hombre que se habia sentado conmigo en el saliente de roca la noche que me entere del destino de los Pomerantsev. Pero lo que me habia dicho era de tal magnitud que no tenia vuelta atras. En unos instantes, nuestra relacion habia cambiado para siempre.

– Ivan, no voy a casarme contigo -le espete-. ?Encuentra a una chica que no este casada!

Trate de pasar corriendo a su lado, pero me bloqueo el paso, agarrandome por los hombros y presionandome contra su pecho. Me quede asi durante un momento antes de luchar contra el. Me solto, dejando caer los brazos a ambos lados del cuerpo. Corri a traves de la oscuridad hasta mi tienda, buscando a tientas el camino, como un animal asustado. No estaba segura de que me asustaba mas: la propuesta de matrimonio de Ivan o la idea de perderle.

Los consulados extranjeros montaron tiendas para facilitar las entrevistas de inmigracion y la emision de visados. Nos repartieron numeros y esperamos nuestro turno en el exterior, bajo el sol abrasador. A Ruselina, a Irina y a mi solo nos pidieron que rellenaramos los formularios oficiales y nos hicieron un examen medico. No nos interrogaron sin piedad sobre afiliaciones al partido comunista o historia familiar, como hacian con otros inmigrantes. Cuando me entere de que muchos solicitantes que deseaban ir a Estados Unidos habian sido rechazados, no pude mas que cerrar los ojos y agradecerle nuestra oportunidad en silencio a Dan Richards.

– ?Por fin esta sucediendo! -dijo Irina-. No puedo creermelo.

Agarro los formularios que reposaban frente a ella como si fueran punados de dinero. Durante las semanas siguientes, se dedico a practicar sus escalas, mientras yo me sentaba en la playa, contemplando el mar, considerando, para despues descartarla, la posibilidad de que Dimitri pudiera tratar de encontrarme. Mi vida en Tubabao estaba tan alejada de la que habia tenido en Shanghai que crei haberle olvidado. Pero la propuesta de matrimonio de Ivan habia sacado a relucir el dolor. Escuchaba el sonido del oleaje y su ritmo lento y me preguntaba si Dimitri y Amelia serian felices juntos. Esa seria la maxima traicion.

Poco tiempo despues, llego el buque de transporte maritimo, el Capitan Greely, para llevarse a los ultimos inmigrantes que iban a Australia. El resto se habia ido antes por otros medios de transporte. Los que iban a Estados Unidos viajaban por mar hasta Manila y desde alli en aviones o barcos de transporte militar hasta Los Angeles, San Francisco o Nueva York. Los que nos quedamos atras vimos como menguaba el tamano del campamento. Estabamos a finales de octubre y todavia habia peligro de tifones, por lo que el capitan Connor traslado el campamento a la zona resguardada de la isla.

Ruselina no se encontraba bien el dia en el que zarpaba el Capitan Greely e Irina y yo la llevamos al hospital antes de correr al cobertizo de Ivan para ayudarle a hacer las maletas. No les habia contado nada a Irina y a Ruselina sobre la propuesta de matrimonio de Ivan, con la esperanza de evitar mas situaciones

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