de color y parecia tranquila. Ya habia tomado una decision y yo estaba ansiosa por descubrir que habia decidido. Frunci los labios y me arme de valor para escucharla.
– Me voy a Australia -me dijo con valentia-. No voy a correr riesgos. Con tal de que cuando la abuela se recupere podamos estar juntas, no me importa lo demas. Hay cosas mas importantes que cantar en elegantes clubes nocturnos y visitar la Estatua de la Libertad.
Asenti y retome mi tarea de tender la ropa, aunque apenas sentia fuerzas para levantar ni una prenda mas.
Irina se sento en un cubo vuelto del reves y me observo.
– Tienes que contarmelo todo sobre Estados Unidos, Anya. Tienes que escribirme y no puedes olvidarte de mi o de la abuela -me dijo, entrelazando los dedos alrededor de su rodilla y balanceando los pies. Estaba tratando de contener las lagrimas, pero una se le escapo y le cayo sobre los labios.
Se me subio la sangre a la cabeza y una bocanada de aire me invadio los pulmones. Me senti como un nadador cogiendo aliento antes de tirarse desde el trampolin. Fije con las pinzas una falda en la cuerda y me volvi hacia Irina, cogiendole la mano y apretandosela con la mia. Irina levanto la mirada hacia mi. La lagrima se resbalo desde sus labios hasta mi muneca. Al principio, tuve dificultades para encontrar las palabras adecuadas y reunirlas en una frase.
– Ruselina dijo que somos lo unico que tiene.
Irina no aparto la mirada de mi rostro. Abrio la boca para decir algo, pero se detuvo. Me apreto la mano con firmeza.
– Irina, yo… no te voy a olvidar… ni tampoco a Ruselina -le dije-, porque me marcho contigo.
11
Me habian desarraigado dos veces en mi vida, pero nada me habia preparado para el impacto que me produjo Australia. Unos dias despues de que se llevaran a Ruselina a Francia, Irina y yo volamos de Manila a Sidney en un avion militar, tan exhaustas que ninguna de las dos pudo recordar apenas nada del viaje, excepto el calor infernal que hacia cuando hicimos escala en Darwin. Llegamos al aeropuerto de Sidney por la manana temprano. Un funcionario de inmigracion que se llamaba senor Kolros nos recibio y nos acompano para cruzar la aduana. Habia emigrado desde Checoslovaquia un ano antes y hablaba ruso e ingles. El senor Kolros contesto educadamente a nuestras preguntas sobre alquileres de viviendas, alimentos y empleo, pero cuando le pregunte si le gustaba Sidney, rechino los dientes y contesto:
– Sidney esta bien. Es a los australianos a lo que a uno le cuesta acostumbrarse.
Irina me cogio del brazo, temblando por la gripe de la que se habia contagiado durante el viaje. Nos esforzamos por mantener el paso del senor Kolros, que recorrio a zancadas el area de llegadas como si tuviera algo mas importante que hacer a las cuatro y media de la manana que esperarnos a nosotras. Habia un taxi esperandonos fuera, y el funcionario arrojo nuestro equipaje en el maletero y le pago al taxista el precio de un viaje hasta el muelle, donde nos reuniriamos con un grupo de inmigrantes provenientes de Europa.
El senor Kolros nos ayudo a subirnos en el taxi y nos deseo buena suerte antes de cerrar la puerta. No pude evitar pensar en lo que nos habia dicho sobre los australianos.
– Bienvenidas a Sidney, chicas -nos saludo el taxista, inclinandose sobre el asiento delantero y hablando con la boca medio cerrada. Su ingles sonaba extrano, crepitaba como un tronco al fuego-. Voy a llevaros por la ruta turistica. No tardaremos mucho tiempo a estas horas de la manana.
Irina y yo nos asomamos a la ventanilla, con la esperanza de ver algo de nuestra nueva ciudad. Pero Sidney estaba envuelta en la oscuridad. El sol todavia no habia salido, y habia restricciones electricas debido a la escasez de despues de la guerra. Lo unico que pudimos ver fueron hileras de casas identicas con terraza, pegadas unas a otras, y tiendas de ultramarinos con las persianas echadas. En una de las calles, un perro con una mancha negra sobre el ojo golpeaba las patas contra una valla. ?Callejero o domestico? Era imposible decirlo a simple vista. Pero parecia mejor alimentado que nosotras.
– Esta es la ciudad propiamente dicha -nos dijo el taxista cuando entramos en una calle con tiendas a ambos lados. Irina y yo contemplamos los maniquies de los escaparates de los grandes almacenes. Mientras que Shanghai ya bullia de vida a esas horas de la manana, Sidney estaba silenciosa y vacia. No habia barrenderos, policias o prostitutas a la vista. Ni siquiera ningun borracho extraviado tambaleandose de vuelta a casa. El ayuntamiento y su torre del reloj podrian haber sido trasladados directamente desde el Paris del Segundo Imperio, y la plaza entre el ayuntamiento y la iglesia junto a el creaba una amplitud que no existia en las ciudades chinas. Shanghai no habria sido ella misma sin la congestion y el caos.
El extremo final de la calle estaba bordeado por edificios de estilo clasico y Victoriano y por uno que parecia de inspiracion italiana, sobre cuya entrada podian leerse las siglas GPO. [2] Mas adelante, se adivinaba el comienzo del puerto. Estire el cuello para ver el enorme puente de metal que se prolongaba sobre la oscura masa de agua. Daba la impresion de ser la estructura mas alta de toda la ciudad. Los faros delanteros de una docena de automoviles que pasaban sobre el parpadearon, haciendonos un guino, como si fueran estrellas.
– ?Este es el puente del puerto? -le pregunte al conductor.
– Claro que lo es -contesto-. El unico e inigualable. Mi padre trabajo de pintor en su construccion.
Pasamos bajo el puente y pronto nos encontramos en una avenida bordeada por naves de almacenes. El taxista se detuvo frente a una senal que indicaba «Muelle dos». A pesar de que el senor Kolros ya le habia pagado el trayecto al conductor, pense que quizas querria una propina. Mientras el sacaba nuestro equipaje del maletero, busque en mi monedero el unico dolar estadounidense que me quedaba. Trate de entregarselo, pero se nego, sacudiendo la cabeza.
– Seguramente, lo necesitareis mas que yo -me dijo.
«Australiano tenia que ser -pense-, por ahora, todo va bien.»
Irina y yo vacilamos ante la barrera automatica de la entrada. Un viento frio soplaba desde el agua, trayendo consigo el olor salobre y de alquitran. La brisa penetro a traves de nuestros finos vestidos de algodon. Era noviembre, y habiamos supuesto que en Australia haria calor. El barco de la OIR proveniente de Marsella estaba atracado en el puerto. Cientos de inmigrantes alemanes, checoslovacos, polacos, yugoslavos y hungaros atestaban las pasarelas del barco. La escena me recordo al arca de Noe, por la variedad de acentos y aspectos. Los hombres andaban con dificultad bajo el peso anadido de engorrosos baules de madera. Las mujeres les seguian, cargadas de bultos con ropa de cama y con pucheros bajo los brazos. Los ninos corrian entre sus piernas, hablandose a gritos en sus idiomas maternos, emocionados por ver el que seria su nuevo pais.
Le preguntamos al guardia donde debiamos esperar, y nos senalo un tren estacionado en el muelle. Irina y yo entramos en uno de los vagones, que estaba totalmente vacio. Recorrimos el pasillo, tapandonos la nariz para no inhalar el hedor a pintura fresca, y nos sentamos en el primer compartimento que encontramos. Los asientos estaban forrados de piel endurecida y el ambiente estaba cargado de polvo.
– Creo que es un tren de mercancias -comento Irina.
– Si, creo que tienes razon.
Abri mi maleta y saque una de las mantas que habia traido de Tubabao y se la envolvi a Irina alrededor de los hombros.
A traves de la mugre de la ventanilla, contemplamos como los cargadores del muelle se afanaban desembarcando la mercancia del barco con la ayuda de una grua. Las gaviotas volaban en circulos sobre ellos, graznando y chillando. Aquellas aves eran lo unico que, de momento, me resultaba familiar de la ciudad.
Los pasajeros del barco tuvieron que revolver entre los montones de equipaje para recuperar sus maletas y baules. Una ninita con un abrigo rosa y leotardos blancos estaba llorando cerca de la pasarela. Habia perdido a sus padres en el caos reinante. Vi que uno de los cargadores se acuclillo para hablar con ella, pero la nina solo nego, sacudiendo su cabecita llena de rizos y lloro con mas fuerza. El cargador miro a su alrededor entre la multitud y despues cogio a la pequena y se la coloco sobre los hombros, paseandola con la esperanza de encontrar a sus padres.