Una vez que recuperaban su equipaje, se les indicaba a los pasajeros que se dirigieran a un edificio con un cartel pintado sobre la puerta que rezaba «Confederacion de Australia. Departamento de Inmigracion». Entonces, me percate de lo afortunadas que eramos Irina y yo por haber llegado en avion hasta Australia. Aunque el trayecto entre Manila y Darwin fue duro, nuestro viaje habia sido rapido y eramos solo dos. La gente del barco tenia un aspecto demacrado y enfermo. Mas de una hora despues, comenzaron a emerger del edificio y se aproximaron al tren.
– ?Van a caber todos? -pregunto Irina.
– Seguramente no -le conteste-. El senor Kolros comento que hariamos un largo viaje hasta el campamento.
Horrorizadas, vimos como el jefe de estacion reunia a los pasajeros como si fueran ganado, y los dirigia hacia las puertas del tren. Codos, brazos y maletas nos taparon la vista a medida que la gente se empujaba para subir. A diferencia de nosotras, los europeos llevaban demasiada ropa para el tiempo que hacia. Parecia que se hubieran puesto dos abrigos y varios vestidos o camisas cada uno, como para ahorrar espacio en la maleta llevando encima todas las prendas que poseian. Un hombre con un traje de raya diplomatica aparecio en la puerta del compartimento. La piel de su rostro era lisa y tenia un aspecto joven, pero su pelo era de color blanco.
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Yo sabia unas cuantas frases basicas en polaco, que se parece un poco al ruso, pero tuve que adivinar que queria sentarse. Asenti con la cabeza y le indique por gestos que entrara. Le seguian una mujer y una anciana con dos bufandas atadas a la cabeza.
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Tres hombres checoslovacos dejaron su equipaje en el pasillo y se quedaron de pie dentro del compartimento. Uno de ellos llevaba en la manga un parche oscuro con forma de estrella. Habia oido lo que les habia ocurrido a los judios en Europa, y aquellas historias eran una de las pocas cosas que evitaban que me compadeciera de mi propia situacion.
Con tanta gente en el compartimento, el aire pronto se congestiono y, para que se renovara, Irina abrio la ventana, que gimio con un crujido. Las ropas de nuestros companeros de viaje apestaban a humo de cigarrillo rancio, a sudor y a polvo. Sus rostros estaban demacrados y palidos, como recuerdo del largo viaje que acababan de realizar. Mi vestido, y tambien el de Irina, olian a algodon chamuscado, a salitre marino y a combustible de avion. Nuestros cabellos estaban veteados de mechones aclarados por la luz del sol y llevabamos el pelo grasiento. No habiamos podido lavarnoslo durante tres dias.
Cuando el ultimo grupo de pasajeros se subio al tren, pudimos volver a mirar por la ventana. La luz de la manana despuntaba a lo largo del cielo, revelando los detalles de arenisca y granito en los edificios, que antes no habiamos sido capaces de percibir en la oscuridad de la noche. Las construcciones modernas y
El jefe de estacion ondeo su bandera y toco el silbato. El tren comenzo la marcha. El olor a carbon era mas opresivo que el aire del compartimento, por lo que Irina cerro la ventana. Todos nos agolpamos contra ella para ver la ciudad cuando el tren abandonara el puerto. A traves de mi cuadradito, pude ver automoviles de antes de la guerra recorriendo las calles disciplinadamente; no habia atascos, fuertes bocinazos o rickshaws, como en Shanghai. El tren paso por delante de un edificio de apartamentos. Se abrio la puerta del recibidor y salio una mujer que llevaba un vestido blanco, sombrero y guantes. Parecia una modelo en un anuncio de perfume. La imagen de la mujer se fundio con la del puerto en mi mente y, por primera vez, me senti emocionada por estar en Australia.
Sin embargo, unos minutos mas tarde, el tren cruzo por delante de filas de casas de fibrocemento con tejados de laton y jardincillos desarreglados, y la emocion que habia sentido se convirtio en desesperacion. Esperaba que en Sidney ocurriera lo que en otras ciudades: que solo los mas pobres vivieran junto a las vias del tren. Lo que estabamos viendo a traves de la ventanilla nos recordaba que no estabamos en Estados Unidos. Gene Kelly y Frank Sinatra no habrian bailado alegremente en este lugar. Ni siquiera en el centro de la ciudad habiamos visto magnificentes pilares dedicados a los dioses. No habia ningun Empire State. Ni ninguna Estatua de la Libertad. Ni ningun Times Square. Solamente una calle de edificios elegantes y un puente.
La mujer polaca mas joven rebusco en su bolso y saco un paquete envuelto en un pano. El aroma a pan y huevos hervidos se mezclo en el aire con el efluvio humano. Nos ofrecio a Irina y a mi un poco de sandwich de huevo a cada una. Yo acepte agradecida mi trozo. Tenia hambre porque no habia tomado desayuno. Incluso Irina, que no tenia apetito por la gripe, acepto su pedazo con una sonrisa.
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– ?Cuantos idiomas hablas? -le pregunte.
– Ninguno, excepto ruso -me contesto, sonriendo-. Pero se cantar en aleman y en frances.
Volvi a mirar por la ventanilla, para comprobar que el paisaje habia vuelto a cambiar. Estabamos pasando junto a granjas con lechugas, zanahorias y matas de tomates plantadas en hileras. Los pajaros revoloteaban sobre los campos. Las casas tenian un aspecto tan solitario como las letrinas exteriores de sus patios. Pasamos por estaciones de tren que podrian perfectamente haber estado abandonadas, de no ser por los cuidados setos llenos de rosas y las senales pintadas con esmero.
– Puede que nos encontremos con Ivan en el campamento -comento Irina.
– Melbourne esta al sur -le dije-. Muy lejos de aqui.
– Entonces, tenemos que escribirle pronto. Se sorprendera cuando sepa que nosotras tambien estamos en Australia.
El comentario de Irina sobre Ivan me evoco el infeliz recuerdo de aquellas ultimas semanas en Tubabao, y me revolvi en mi asiento. Le dije a Irina que escribiria a Ivan, pero mi voz no me sono convincente ni siquiera a mi. Irina me observo con curiosidad durante un instante, pero no anadio nada mas. Se arrebujo en la manta y apoyo la cabeza contra el lateral del asiento.
– ?Que es ese lugar al que nos dirigimos? -pregunto, mientras bostezaba-. Yo quiero quedarme en la ciudad.
Un momento despues, se quedo dormida.
Yo me puse a juguetear con el cierre de mi bolso. Resultaba extrano que aquel objeto tan elegante me hubiera acompanado durante todo mi viaje desde Shanghai, y que tambien estuviera viniendo conmigo a un campo de refugiados en algun lugar de la campina australiana. La primera vez que habia utilizado ese bolso de ante habia sido para ir con Luba a tomar el almuerzo en su club de damas. Aquella comida tuvo lugar antes de que Dimitri me fuera infiel y antes de que se me ocurriera pensar que podria llegar a vivir en otro lugar que no fuera China. La piel del bolso se habia decolorado a causa del sol de Tubabao y tenia un rasguno a lo largo del lateral. Me toque la cicatriz de la mejilla con un dedo y me pregunte si aquel bolso y yo no estariamos compartiendo un destino comun. Lo abri y presione la muneca matrioska que se encontraba en su interior. Recorde el dia en el que se llevaron a mi madre y me pregunte que habria visto ella durante su viaje hacia Rusia. ?Le habria resultado tan extrano el paisaje a ella, como me sucedia a mi con lo que estaba viendo de Australia?
Me mordi el labio y me arme de coraje, recordando mi promesa de ser valiente. Tan pronto como me fuera posible, me pondria en contacto con la Cruz Roja. Trate de tranquilizarme a mi misma sobre el tipo de trabajo que nos asignarian donde ibamos a vivir, puesto que lo unico que me importaba era encontrar a mi madre.
Un rato despues, el tren comenzo a ascender, abriendose camino entre la maleza de un bosque de arboles de corteza blanca, tan altos que casi bloqueaban la luz del sol. No eran como ningun otro tipo de arboles que yo hubiera visto antes, fantasmagoricos y elegantes, con hojas anchas que temblaban con la brisa. Mas tarde,