aprenderia sus nombres: eucalipto azul de Sidney, eucalipto mentolado, eucalipto capitellata, eucalipto quebradizo, eucalipto racemosa… Y sin embargo, aquella manana, eran otro misterio mas para mi.

El tren traqueteo y se detuvo, provocando que los pasajeros y el equipaje volaran por los aires. Levante la mano justo a tiempo de evitar que le cayera a Irina una caja en la cabeza.

– ?Parada para comer! -grito el revisor.

La familia polaca me miro, esperando a que yo les tradujera las instrucciones. Por gestos, les hice entender que debiamos bajarnos del tren.

Nos apeamos en una pequena estacion rodeada por hondonadas de eucaliptos y por escarpados acantilados de arenisca. El aire era fresco y cortante como la menta. En el lugar en el que se habia excavado la roca para construir la via habian surgido grietas. El agua se filtraba por las aberturas, y diferentes tipos de musgos, hepaticas y liquenes se aferraban a ellas con verdadera tenacidad. En todas direcciones, una multitud de sonidos vivificaba la atmosfera: el agua goteando entre las rocas, el murmullo de los animales moviendose sobre la capa de hojas muertas y los pajaros. Nunca antes habia escuchado un coro de trinos similar. Eran como campanillas, cancioncillas alegres y chillidos guturales. No obstante, un grito dominaba sobre el resto de sonidos, un silbido crepitante que parecia el ruido de una gota de agua al caer, pero amplificado un millon de veces.

Un grupo de mujeres nos estaban esperando en el anden. Estaban alineadas como un pequeno ejercito detras de unas mesas montadas sobre caballetes y grandes ollas de sopa. Nos observaban con sus curtidos rostros, evaluandonos.

Me gire para localizar a Irina y me sorprendi al ver que estaba doblada en un extremo del anden, llevandose un panuelo a la boca. Corri hacia ella mientras un hilo de vomito surgia de sus labios para caer a la via del tren.

– Es solo por la gripe y por el traqueteo del tren; no es nada -me dijo.

– ?Puedes comer algo? -le pase la mano por la febril frente. No era buen momento para estar enfermo.

– Quizas un poco de sopa.

– Sientate -le ordene-. Te traere algo.

Me puse a la cola con el resto, mirando a mis espaldas de vez en cuando para vigilar a Irina. Estaba sentada en el borde del anden, con la manta enrollada sobre la cabeza, que le daba aspecto de mujer oriental. Senti que alguien me tiraba de la manga y me gire para ver a una mujer con un rostro parecido al de un gnomo y que llevaba en las manos un cuenco de sopa con olor a cebolla.

– ?Esta muy enferma? -me pregunto, entregandome el cuenco-. Te lo he traido para que no tengas que esperar la cola.

Igual que la del taxista, la voz de la mujer era seca y crepitante. Aquel timbre de voz me parecio calido.

– Es por el cambio de clima y por el viaje -le explique-. Suponiamos que Australia seria mas calurosa.

La mujer se echo a reir y cruzo los brazos delante de su generoso pecho.

– ?Dios mio! El tiempo puede cambiar, querida. Pero sospecho que hara mas calor alla donde os dirigis. Es seco como la mojama en el oeste central durante este mes, segun he oido.

– Venimos de una isla en la que siempre hace calor -le conte.

– Bueno, ahora estais en una isla grande -sonrio, balanceandose de atras hacia delante sobre sus talones-. Aunque no podreis creerlo cuando llegueis al interior.

El ave que producia aquel ruido parecido a las gotas cayendo volvio a trinar.

– ?Que es ese sonido? -le pregunte a la mujer.

– Es un pajaro latigo -me aclaro-, y ese es un dueto entre el macho y la hembra. El silba y ella anade el «chuuii» al final.

La mujer hizo un gesto con la boca, y percibi que mi pregunta la habia halagado, porque estaba deseando que yo pensara que Australia era nueva e interesante.

Le di las gracias por la sopa y se la lleve a Irina. Trato de tomar un sorbo, pero sacudio la cabeza.

– Tengo la nariz muy tapada y aun asi, puedo oler la grasa. ?Que es?

– Creo que es carne de cordero.

Irina empujo el cuenco hacia mi.

– Es mejor que te lo comas tu, si puedes. A mi me sabe a lanolina.

Despues de comer, nos indicaron que debiamos subir al tren de nuevo. Les ofreci a los checoslovacos mi lugar, por si querian hacer turnos para sentarse, pero ellos se negaron. El que llevaba la descolorida estrella en el abrigo sabia hablar un poco de ingles y me dijo:

– No, tu cuida de tu amiga. Nosotros nos sentaremos sobre nuestras maletas si nos cansamos.

El sol comenzo a ponerse, y entramos en un mundo de granito y praderas. Arboles de corteza blanca se erguian como centinelas fantasmales en campos interminables cercados con estacas y con vallas de alambre de puas. Habia rebanos de ovejas diseminados por las colinas. De vez en cuando, oteabamos una granja con el humo saliendo de la chimenea. Todas ellas tenian al lado un deposito de agua de paredes onduladas situado sobre una estructura de madera. La anciana mujer polaca e Irina estaban dormidas, mecidas por el tren, fatigadas por la longitud del viaje. Sin embargo, los demas no podiamos apartar los ojos del extrano mundo en el exterior.

La mujer frente a mi comenzo a llorar y su marido la reprendio. Pero percibi en la mueca de nerviosismo de su boca que el tambien estaba tratando de contener su propio miedo. Se me revolvio el estomago. Me sentia mas tranquila si contemplaba el paisaje, iluminado por los hilos dorados y violaceos que el sol entretejia de un lado al otro del cielo.

Justo antes del crepusculo, el tren aminoro la velocidad hasta que se detuvo. Irina y la anciana mujer se despertaron y miraron a su alrededor. Se oyeron voces y, despues, los sonidos de las puertas abriendose. Entro una bocanada de aire fresco. Por la ventana, vimos a hombres y mujeres, vestidos con el uniforme marron del ejercito y sombreros de ala ancha, que se apresuraban de un lado para otro. Atisbe un convoy de autobuses y un par de camiones aparcados en el terreno color cobre. Los autobuses no eran como los que teniamos en Tubabao. Estaban limpios y eran nuevos. Una ambulancia se acerco por un lado al convoy y espero con el motor en marcha.

No habia estacion, por lo que los soldados estaban acercando rampas a las puertas del tren para que la gente pudiera salir. Comenzamos a recoger nuestras cosas, pero cuando la anciana senora miro por la ventana, empezo a gritar.

El hombre y la mujer polacos trataron de calmarla, pero la anciana senora se dejo caer de rodillas y se metio debajo del asiento, jadeando como un animal asustado. Un soldado, un muchacho con el cuello quemado por el sol y pecas en las mejillas, se apresuro a entrar en el compartimento.

– ?Cual es el problema? -pregunto.

La joven polaca contemplo el uniforme y retrocedio hasta una esquina con su madre, a la que rodeo con sus brazos, con un gesto protector. Fue entonces cuando me percate de que llevaba un numero tatuado justo debajo de la manga.

– ?Que sucede? -pregunto el soldado, mirandonos a los demas. Estaba revolviendose los bolsillos, en busca de algo, temblando como si fuera el el que estuviera a punto de sufrir un ataque-. ?Alguien mas conoce el idioma de esta gente?

– Son judios -comento el checoslovaco que hablaba ingles-. Imaginese lo que deben de estar pensando de todo esto.

El soldado fruncio el ceno, sorprendido. Sin embargo, recibir algun tipo de explicacion sobre el comportamiento histerico de los polacos, incluso aunque no acabara de entenderlo, parecio tranquilizarle. Se irguio e hincho el pecho, y comenzo a tomar el control de la situacion.

– ?Hablas ingles? -me pregunto.

Asenti y me pidio que Irina y yo nos dirigieramos las primeras hacia los autobuses, explicandome que, quizas, si las mujeres nos veian yendo voluntariamente, se sentirian mas seguras a la hora de seguirnos. Ayude a Irina a levantarse de su asiento, pero casi se desvanecio y tropezo con una maleta.

– ?Esta enferma? -pregunto el soldado. Las venas comenzaban a marcarsele en la frente y llevaba la barbilla practicamente escondida en el cuello, pero aun asi, logro sonar compasivo-. Puedes llevarla a la ambulancia. La trasladaran al hospital, si lo necesita.

Por un momento, contemple la posibilidad de traducirle a Irina lo que habia dicho el soldado, pero me eche atras. Seguramente, estaria mejor en el hospital, pero no se avendria a separarse de mi.

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