En el exterior del tren, los soldados nos indicaron que llevaramos nuestro equipaje a los camiones y que nos montaramos en los autobuses. Una bandada de loros rosas y grises se habia posado en un claro del terreno y daba la sensacion de que estaban contemplandonos. Eran aves hermosas y parecian fuera de lugar en aquel entorno. Eran mas adecuados para una isla tropical que para las colinas cubiertas de hierba que nos rodeaban. Me volvi para mirar la puerta del tren y ver que ocurria con la familia polaca. El soldado y los checoslovacos estaban ayudando a las mujeres a descender la rampa. El hombre polaco les seguia llevando las maletas. La mujer joven parecia mas tranquila e incluso me sonrio, pero los ojos de la anciana miraban de aqui a alla, como los de una trastornada, y casi caminaba doblada por la mitad, por el miedo que sentia. Aprete los punos, clavandome las unas en la piel y tratando de contener las lagrimas. ?Que esperanza tenia aquella mujer? La situacion ya era bastante dura para Irina y para mi. Me mire las sandalias. Tenia los dedos de los pies cubiertos de polvo.

Ya era de noche cuando el convoy de autobuses se detuvo fuera de una barricada. El guardia del campamento salio de su garita y levanto la barrera para que pudieramos entrar. Nuestro autobus avanzo bruscamente, seguido de los otros, hacia el interior del campamento. Presione el rostro contra el cristal de la ventanilla y observe la bandera australiana ondeando en un mastil en el centro del camino. Desde aquel punto central divergian una serie de filas de barracones militares, la mayoria de los cuales eran de madera, pero algunos tambien estaban construidos con planchas de chapa ondulada. El terreno entre los barracones era de tierra endurecida con algunos parches de hierba y raices que sobresalian de las grietas. Los conejos correteaban por el campamento con tanta libertad como las gallinas en un corral.

El conductor nos ordeno que nos apearamos y nos dirigieramos al edificio del comedor, que se encontraba justo enfrente. Irina y yo seguimos a los otros hacia aquella construccion, que parecia el pequeno hangar de un aeropuerto, pero con ventanas. En el interior, encontramos filas de mesas cubiertas con papel de estraza y llenas de sandwiches, bizcochos y tazas de te y cafe. La agitacion de las voces de los pasajeros resono contra las desguarnecidas paredes, mientras las bombillas desnudas que colgaban del techo iluminaban sus fatigados semblantes, tinendolos de un matiz aun mas enfermizo. Irina se desplomo en una de las sillas y apoyo la cara en las manos. Un hombre con el pelo negro y lanoso se fijo en ella al pasar. Llevaba un archivador en la mano y lucia una insignia en su abrigo.

– Cruz Roja. En la cima de la colina -senalo, tocandole el hombro-. Acude alli, o todos enfermaremos.

Me emocione al escuchar que habia una oficina de la Cruz Roja en el campamento y me deslice sobre el asiento junto al de Irina. Le traduje lo que el hombre habia dicho, solo que a ella se lo dije mas educadamente.

– Iremos manana -dijo ella, apretandome la mano-. No me siento con fuerzas esta noche.

El hombre del archivador se subio a un podio y anuncio en un ingles con fuerte acento que en breve nos dividirian en grupos y nos asignarian un alojamiento. Los hombres y las mujeres dormirian separados. Los ninos se quedarian con sus padres, dependiendo de la edad y el sexo. Las noticias se tradujeron rapidamente por toda la sala y muchas voces se elevaron en senal de protesta.

– ?No pueden separarnos! -se quejo un hombre, poniendose en pie. Senalo a una mujer y dos ninos pequenos que estaban con el-. Esta es mi familia. Hemos estado separados durante toda la guerra.

Le explique a Irina lo que estaba ocurriendo.

– ?Como pueden hacer esto? -exclamo, hablando mientras se tapaba todavia la cara con las manos-. La gente necesita a sus familias en momentos asi.

Una lagrima le resbalo por el rostro y cayo sobre el papel de estraza. La rodee con un brazo y apoye la cabeza sobre su hombro. Yo era su familia y ella la mia. Nuestros papeles se habian invertido. Irina era la mayor de las dos y solia demostrar una disposicion mas optimista que la mia, por lo que era ella la que acostumbraba a darme animos. Pero Ruselina estaba lejos y enferma, e Irina acababa de llegar a un pais nuevo, cuyos habitantes hablaban un idioma que ella no entendia. Para colmo, no se encontraba bien. Me di cuenta de que era yo la que tenia que ser fuerte, y la idea me aterrorizaba. Me estaba esforzando todo lo que podia para animarme a mi misma. ?Como iba a ser capaz de dar animos tambien a Irina?

La supervisora de nuestro bloque era una mujer hungara llamada Aimka Berczi. No tenia unas facciones demasiado distintivas, pero sus manos eran delicadas. Nos entrego tarjetas en las que estaban impresos nuestros nombres, paises de nacimiento, buques de llegada y numeros de habitacion. Nos ordeno que nos dirigieramos a nuestros barracones y durmieramos un poco. Nos dijo que el director del campamento, el coronel Brighton, se presentaria a la manana siguiente.

Me lloraban los ojos por el cansancio e Irina apenas podia ponerse en pie, pero tan pronto como abri la puerta de nuestra choza de madera, desee haberla convencido de ir al hospital. La primera cosa que vi fue una bombilla desnuda colgando del techo y un insecto revoloteando a su alrededor. Habia veinte camastros apinados unos junto a otros sobre el suelo de madera. La colada pendia entre sillas plegables y maletas, y el aire era humedo, frio y rancio. La mayoria de las camas ya estaban ocupadas por mujeres que dormian, por lo que Irina y yo nos dirigimos a dos aun vacias en un extremo de la habitacion. Una de las mujeres, una anciana con horquillas en el pelo, levanto la mirada cuando pasamos al lado de su lecho. Se incorporo sobre un codo y susurro:

– Sind Sie Deutsche?

Negue con la cabeza porque no la entendia.

– No, no sois alemanas -se contesto a si misma en ingles-. Sois rusas. Lo se por vuestros pomulos.

La mujer tenia surcos como cicatrices alrededor de la boca. Probablemente, solo tenia sesenta anos, pero aquellas lineas le daban el aspecto de una mujer de ochenta.

– Si, somos rusas -le dije.

Parecio decepcionada, pero sonrio de todas maneras.

– Decidme cuando esteis listas y apagare la luz.

– Yo me llamo Anya Kozlova y mi amiga es Irina Levitskaia -le dije. Ayude a Irina a meterse en uno de los desvencijados camastros y coloque las maletas a los pies de nuestras camas, donde vi que todo el mundo habia colocado las suyas-. Somos rusas nacidas en China.

La mujer se relajo un poco.

– Encantada de conoceros -dijo-. Mi nombre es Elsa Lehmann. Y manana os enterareis de que todo el mundo en esta habitacion me odia.

– ?Por que? -pregunte.

La mujer sacudio la cabeza.

– Porque son polacas y hungaras, y yo soy alemana.

No sabia como continuar la conversacion despues de lo que acababa de decir, por lo que me concentre en hacer nuestras camas. Nos habian dado cuatro mantas militares y una almohada a cada una. La brisa del exterior era fresca, pero no habia ni la mas minima circulacion de aire en la cabana, por lo que resultaba dificil respirar. Irina pregunto que habia dicho la mujer, asi que le explique la situacion de Elsa.

– ?Esta sola? -pregunto Irina.

Le traduje la pregunta a Elsa, que contesto:

– Vine con mi marido, que es medico, y el unico de mis hijos que sobrevivio a la guerra. Les han enviado a Queensland a cortar canas.

– Lo siento -le dije.

Me preguntaba que pretendia el gobierno australiano cuando animaba a familias de todo el mundo a venir a su tierra y luego, una vez aqui, separaba a sus miembros.

Ayude a Irina a taparse con las sabanas y una manta, y despues arregle las mias. Me daba verguenza el hedor maloliente que despedian nuestros pies y nuestra ropa interior cuando nos pusimos el camison, pero Elsa ya se habia quedado dormida. Rodee su cama de puntillas para apretar el interruptor y apagar la luz.

– Supongo que manana descubriremos si les gustan los rusos o si los odian -comento Irina, cerrando los ojos y dejandose llevar por el sueno.

Me meti en la cama y me cubri con las sabanas. Hacia demasiado calor para las mantas. Estaba boca arriba y me puse de lado, para despues volver a ponerme boca arriba otra vez, agotada pero incapaz de dormir. Abri los ojos y mire al techo, escuchando la respiracion de Irina. Si los australianos podian separar a Elsa de su marido y su hijo, ?no seria mucho mas probable que nos separaran a nosotras tambien? Y si podian enviar a un medico a cortar canas, ?que tipo de trabajo nos darian a nosotras? Me estruje la cabeza con las palmas de las manos y

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