melodramatica, pero encajaba tanto con su caracter que se me quitaron las ganas de reir y me encontre escuchandole atentamente.
– Lo unico que puedo decir a modo de disculpa es que hay muchos nativos australianos que estan viviendo en cajas de carton.
El coronel regreso a su escritorio; todo su rostro se habia enrojecido por la emocion y extendio las manos sobre las carpetas que tenia delante.
– Tu, yo, todos los que estamos aqui, formamos parte de un enorme experimento social -explico-. Vamos a convertirnos en una nueva nacion y, o nos hundiremos, o saldremos a flote. Me gustaria hacer todo lo posible por vernos salir a flote. Estoy seguro de que a ti tambien te gustaria.
Las palabras del coronel Brighton eran como una droga: podia sentir la sangre corriendome por las venas y tuve que hacer el proposito de mantenerme tranquila o, de otro modo, me habria dejado llevar por lo que me estaba diciendo. Aquel hombre hacia que la vida en un campamento lugubre y deprimente sonara casi emocionante. Puede que no fuera muy bueno escuchando, pero estaba claro que era un hombre apasionado y entusiasta. Estaba segura de que queria trabajar con el, aunque solo fuera por la diversion que me proporcionaria verle a diario.
– ?Cuando desea que empiece? -le pregunte.
Se apresuro a acercarse a mi y me estrecho la mano.
– Esta tarde -respondio, echandoles una mirada a las carpetas de su escritorio-. Inmediatamente despues del almuerzo.
12
Despues de mi reunion con el coronel Brighton, corri de vuelta a la cabana con una jarra de agua y un vaso de la cocina. Me sorprendi al encontrar a Irina sentada en la cama, hablando con Aimka Berczi.
– Aqui esta tu amiga -dijo Aimka, levantandose para saludarme. Llevaba un vestido verde botella y sostenia una naranja entre sus elegantes manos. Supuse que la habia traido para Irina. Ni el tono oscuro de su vestido, ni el color brillante de la naranja lograban dotar de vida su rostro. A la luz del dia, su piel parecia tan sobrenatural como la noche anterior.
– Que bien -exclamo Irina con voz ronca-, me estoy muriendo de sed.
Sostuve en equilibrio la jarra sobre la caja vuelta del reves junto a su cama y le servi un vaso de agua. Le puse la mano en la frente. La fiebre habia desaparecido, pero todavia estaba palida.
– ?Que tal te encuentras?
– Ayer pense que me moria. Ahora simplemente me encuentro mal.
– Supuse que Irina seguiria enferma esta manana -comento Aimka-, asi que le traje los formularios de trabajo y de registro para la clase de ingles.
– Las preguntas estan todas en ingles -protesto Irina, tomando un sorbo de agua y haciendo una mueca despues. Se me ocurrio que, quizas, el te de esa manana sabia tan mal por el agua.
– No importa, una vez que termines el curso de ingles, podras rellenarlas -le dije.
Nos echamos a reir las tres, y la alegria trajo un poco de color a las mejillas de Aimka.
– Aimka habla seis idiomas con fluidez -me conto Irina-. Ahora esta aprendiendo serbio por su cuenta.
– Dios mio -exclame-, ?que talento tienes para los idiomas!
Aimka se llevo una de sus bonitas manos a la garganta y bajo la mirada.
– Vengo de una familia de diplomaticos -explico-, y aqui hay muchos yugoslavos con los que practicar.
– Me imagino que tendras que ser una buena diplomatica para ser supervisora de bloque -le dije-. ?Sabes lo que pasa con Elsa?
Aimka dejo caer las manos sobre el regazo. Me resultaba dificil apartar la mirada de ellas, eran como dos lirios en contraste con el color verde de su vestido.
– Parece que tengamos todas las tensiones de Europa en este campamento -replico-. La gente discute sobre los pueblos fronterizos tan ferozmente como lo harian si siguieran viviendo en ellos.
– ?Crees que hay algo que podamos hacer por Elsa? -pregunto Irina.
Aimka nego con la cabeza.
– Siempre he tenido problemas con ella -respondio-. Elsa nunca esta contenta, independientemente del alojamiento que le asigne, y nunca hace esfuerzos por ser amable con las demas. En otra cabana tengo a una chica alemana y a otra judia que no hacen mas que ayudarse mutuamente. Pero ellas son jovenes. Elsa es mayor y se aferra a sus costumbres.
– Hay un proverbio ruso que dice que mientras haya buena comida, no habra discusiones -le conte-. Si los campesinos hubieran estado bien alimentados, no habria habido revolucion. Quizas la gente no estaria tan tensa si la comida fuera mejor. Eso que tomamos de desayuno esta manana apenas era comestible.
– Si, me llegan quejas interminables sobre la comida -replico Aimka-. Parece que a los australianos les gusta cocer demasiado la verdura. Y, por supuesto, ponen demasiado cordero. Pero durante el asedio de Budapest, tuve que hervir mis propios zapatos para comermelos, asi que no creo que aqui haya mucho por lo que quejarse.
Me sonroje. Tendria que haber sabido que no era adecuado mostrarme tan frivola.
– ?Que has estado haciendo toda la manana, Anya? -me pregunto Irina, rescatandome de la incomoda situacion.
Le hable sobre mi trabajo con el coronel Brighton y sobre su pasion por la idea de «poblar o perecer».
Irina puso los ojos en blanco, y Aimka se echo a reir.
– Si, es todo un personaje el coronel Brighton -comento Aimka-. A veces me parece que esta bastante loco, pero tiene buen corazon. Haces bien en trabajar para el. Voy a ver si consigo un trabajo para Irina en la guarderia; cualquier cosa para que no tenga que tratar con el estupido del funcionario de trabajo.
– Trato de darle a Aimka un trabajo de sirvienta -me explico Irina.
– ?De verdad?
Aimka se froto las manos.
– Le dije que hablaba seis idiomas y me contesto que era una habilidad inutil en Australia, excepto por el ingles. Anadio que aqui no habia trabajo para interpretes, y que yo era demasiado mayor como para conseguir un trabajo de otro tipo.
– Eso es una estupidez -exclame-. Mira a toda la gente de este campamento. Y el coronel Brighton me comento esta manana que hay mas campamentos como este por toda Australia.
Aimka resoplo.
– Ese es el problema. Por supuesto, son «nuevos australianos». Les gustaria que todos fueramos britanicos. Fui a ver al coronel Brighton y le dije que hablaba seis idiomas. Casi salto de su asiento para besarme. Me puso a trabajar inmediatamente como profesora de ingles y como supervisora de bloque. Ahora, cada vez que le veo, me dice: «Aimka, necesito a veinte mas como tu». Asi que, a pesar de todos sus defectos, merece mi total admiracion.
Irina se estremecio y tosio. Saco un panuelo de debajo de su almohada y se sono la nariz.
– Perdon -nos dijo-. Creo que esto significa que me estoy recuperando.
– Hariamos bien en ir a la tienda de la Cruz Roja -senale.
Irina nego con la cabeza.
– Lo unico que quiero es dormir. Pero tu deberias ir y preguntarles por tu madre.
Aimka me contemplo con curiosidad, y le conte brevemente la historia de mi madre.
– La Cruz Roja no podra ayudarte, Anya -me dijo-. Solamente son una unidad medica. Necesitas ver a alguien de la central en Sidney.
– ?Oh! -exclame, decepcionada.
Aimka le dio unas palmaditas en la pierna a Irina y coloco la naranja sobre la caja, junto a la jarra.
– Creo que tengo que irme -comento.
Cuando Aimka se marcho, Irina se volvio hacia mi y me susurro.