– Era concertista de piano en Budapest. A sus padres los fusilaron los nazis por ayudar a unos judios a esconderse.

– Dios mio -comente-, en este pequeno lugar, hay tres mil historias tragicas.

Cuando Irina se volvio a quedar dormida, recogi nuestra ropa y corri a la lavanderia, que estaba formada por cuatro tinajas de cemento y una caldera. Frote los vestidos y las blusas con mi ultima pastilla de jabon. Despues de tenderlos para que se secaran, me dirigi a la oficina de suministros, donde el encargado, un hombre polaco, no aparto la mirada de mi cuello y mis pechos.

– Lo unico que puedo ofrecerte es calzado, abrigos y sombreros que antes pertenecian al ejercito, si es que quieres alguna de esas cosas.

Me senalo a una pareja de ancianos que estaban probandose unas extranas botas. Las piernas del anciano temblaban, y se apoyo sobre el hombro de su mujer para no caerse. Al verles, se me partio el corazon. Pense que los ancianos tendrian que estar disfrutando de los frutos de la labor de su vida, no empezando de nuevo.

– ?No hay jabon? -pregunte-. ?Ni toallas?

El encargado del establecimiento se encogio de hombros.

– Esto no es el Ritz de Paris.

Me mordi los labios. Asi que el champu y el jabon perfumado tendrian que esperar hasta el dia de paga. Por lo menos, nuestra ropa estaba limpia. Quizas Aimka podria prestarnos algo, y luego se lo devolveriamos.

Un altavoz enganchado en la pared de la cabana de suministros anuncio el almuerzo, primero en ingles y luego en aleman. Vi que la anciana se estremecia cuando escucho: «Achtung! ».

– ?Por que anuncian las cosas en aleman? -le pregunte al encargado del establecimiento.

– ?Que delicadeza!, ?verdad? -comento, sonriendo por la comisura de la boca-. Se piensan que, gracias a los nazis, todos entendemos las ordenes en aleman.

Fui arrastrando los pies hasta el edificio del comedor, temiendome que hubiera otra comida repugnante. La mayoria de la gente ya estaba sentada cuando llegue, pero la atmosfera de la estancia se habia transformado desde la manana. Los comensales estaban sonrientes. Habian quitado el papel de estraza y todas las mesas estaban decoradas con jarrones llenos de flores azules. Un hombre paso a mi lado con un cuenco de sopa y un trozo de pan negro. Fuera lo que fuese lo que habia dentro del cuenco, desprendia un aroma apetitoso y familiar. Observe la sopa de color carmesi y pense que estaba sonando. Era borscht. Recogi un cuenco de una pila en una mesa y espere la cola frente a la ventanilla del mostrador. Casi salte de alegria cuando me encontre cara a cara con Mariya y Natasha de Tubabao.

– ?Ah! -gritamos las tres a la vez.

– Ven -me dijo Natasha, abriendo la puerta de la barra-. Casi todo el mundo ha comido ya. Hazlo con nosotros en la cocina.

La segui a la estancia trasera, que no solo olia a remolacha y a col, sino tambien a lejia y a bicarbonato sodico. Dos hombres se afanaban fregando las paredes, y Natasha me los presento: uno era su padre, Lev, y el otro su marido, Piotr. Mariya me lleno el cuenco hasta el borde con borscht recien hecho, mientras Natasha me busco una silla y lleno tazas de te para todos.

– ?Como esta Raisa? -les pregunte.

– No lo lleva mal -contesto Lev-. Nos preocupaba que no pudiera hacer el viaje, pero es mas resistente de lo que pensabamos. Esta en una cabana con Natasha y los ninos y parece feliz alli.

Les conte lo que habia ocurrido con Ruselina y sacudieron la cabeza comprensivamente.

– Dale recuerdos de nuestra parte a Irina -dijo Mariya.

En un estante junto a mi, habia un monton de las flores azules que habia visto antes. Senale los petalos tubulares y los elegantes tallos.

– ?Que son? -le pregunte a Natasha-. Son preciosas.

– No estoy segura -me contesto, secandose las manos en el delantal-. Creo que son australianas. Las encontramos en un pequeno sendero mas alla de la zona de tiendas. Son bonitas, ?verdad?

– Me gustan los arboles de aqui -les conte-. Son misteriosos, como si estuvieran guardando secretos en el interior de sus troncos.

– Entonces, te gustara ese paseo -respondio Lev. Dejo a un lado el cepillo de fregar, se sento en la mesa y comenzo a dibujarme un mapa en un trozo de papel de estraza-. El sendero es muy facil de encontrar. No te perderas.

Me comi una cucharada de borscht. Despues de lo que habia estado ingiriendo durante los ultimos dias, me supo a mana.

– Es delicioso -les dije.

Mariya senalo con la barbilla en direccion al comedor.

– Estoy segura de que recibiremos muchas quejas por la comida rusa. Pero es mejor que lo que estaba sirviendo el cocinero australiano. Es una comida buena y alimenticia, ideal para trabajar.

Algunas personas se asomaron a la ventana y ensenaron sus platos, para que les sirvieran por segunda vez. Lev y yo intercambiamos una sonrisa. Observe como Natasha y Mariya les servian. Cuando vi su tienda familiar en Tubabao, por alguna razon, pense que debian de ser ricos. Pero ahora me daba cuenta de que no habia nada en aquella tienda que no lo hubieran creado ellos mismos de los materiales que tenian a mano. Si hubieran tenido ahorros, no se habrian visto obligados a quedarse en un campo de inmigrantes. Me percate de que, sencillamente, eran diligentes y muy trabajadores, y estaban decididos a aprovechar lo que la vida les ofreciera. Contemple como Mariya senalaba y hacia gestos a los comensales, tratando de comunicarse con ellos. Senti verdadera admiracion por aquella familia.

Volvi a la oficina del coronel Brighton justo antes de las dos en punto. Me sorprendi al escuchar voces que discutian, y dude antes de empujar la puerta para entrar. Dorothy estaba en su sitio y sonrio cuando pase, pero su expresion cambio por completo cuando me reconocio. Me sentia desconcertada al pensar en que podria haber hecho yo para inspirarle tanta antipatia en tan poco tiempo.

El coronel y Ernie estaban de pie junto a la puerta del despacho del militar. Habia una mujer con ellos, con guantes y sombrero en la mano. Debia de tener cincuenta y tantos anos, lucia un bonito rostro y ojos alegres. El grupo se giro para mirarme cuando les salude.

– ?Ah, aqui estas, Anya! -exclamo el coronel-. Justo a tiempo. Tenemos unos banos que son una amenaza para la salud, comida que se esta pudriendo por el calor y gente que no sabe ninguno de los idiomas en los que hemos estado tratando de comunicarnos con ellos. Y a pesar de todo, mi esposa ha decidido que lo que necesitamos con mayor urgencia es un comite de plantacion de arboles.

La mujer, que supuse que era su esposa, puso los ojos en blanco.

– La gente echa un vistazo a este campamento y se deprime, Robot. Las plantas, los arboles y las flores acabaran con la desnudez de este lugar y haran que las personas se sientan mejor. Deberiamos tratar de darle al campamento un toque hogareno. Eso es lo que les ha faltado a muchos durante anos. Anya podra decirtelo.

Asintio con la cabeza mirando hacia mi. Note que estaba a punto de usarme para inclinar la discusion a su favor y me cuide de no hablar demasiado pronto.

– Este no es un hogar -dijo el coronel-. Es un centro de acogida. Al ejercito no le importaba su aspecto.

– ?Pero eso es porque, si hubiera sido bonito, nunca habrian ido a luchar a la guerra!

Rose se cruzo de brazos, balanceando el sombrero en la mano. Era bajita y femenina, pero tenia unos brazos musculosos. Yo pense que tenia su parte de razon y me pregunte que le contestaria el coronel.

– No estoy diciendo que tu idea sea mala, Rose. Lo unico que digo es que primero tenemos que conseguir alimentar a esa gente y hacerles hablar algo de ingles. Tenemos cientos de medicos, abogados y arquitectos que deberan aprender habilidades manuales si quieren sobrevivir junto con sus familias en este pais. Los puestos de trabajo de profesiones liberales seran para los inmigrantes britanicos, independientemente de que esten mejor cualificados.

Rose hizo un gesto desdenoso ante los argumentos de su marido y saco un cuaderno de su bolso. Lo abrio y comenzo a leer de una lista.

– Mira -espeto-, esto es lo que las mujeres holandesas sugirieron que podiamos plantar: tulipanes, narcisos, claveles, etcetera.

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