– ?Y que pasa con tu amigo? -me dijo, agarrandome la manga-. ?Ese estadounidense?
No me atrevi a decirle que yo ya habia pensado en escribirle a Dan Richards muchas veces. Pero habiamos firmado un contrato con el gobierno australiano, y dudaba de que Dan pudiera hacer algo para ayudarnos ahora. Habia oido que el castigo por incumplir el contrato era la deportacion. ?Adonde iban a deportarnos a nosotras? ?A Rusia? Alli nos ejecutarian.
– Te prometo que me lo pensare si tu aceptas pasar el dia con Mariya y Natasha -le dije-. Me han comentado que necesitan ayuda en la cocina y que el trabajo esta bien pagado. Irina, trabajaremos duro, ahorraremos un poco de dinero y nos iremos a Sidney.
Al principio, no queria, pero luego lo penso y decidio que si trabajaba en la cocina, podria empezar a ahorrar para irse a Estados Unidos. No discuti con ella. Siempre y cuando no pasara el dia sola, me daba por satisfecha. Espere a que Irina se vistiera y se arreglara el pelo, y nos encaminamos juntas al comedor.
El estado de animo de Irina debio de preocupar tambien a Mariya y a Natasha, porque, cuando volvi a la tienda por la tarde, Lev estaba despejando los altos hierbajos que la rodeaban, mientras Piotr nos construia un suelo de madera.
– A Irina le aterrorizan las serpientes -comento Piotr-. Esto la tranquilizara.
– ?Donde esta? -les pregunte.
– Mariya y Natasha la han llevado a la sala de cine. Alli hay un piano, y Natasha quiere empezar a tocar de nuevo. Estan tratando de convencer a Irina de que cante.
Tenian un pico en la bolsa de herramientas que habian traido. Les pregunte si podia utilizarlo para cavar una parcela en la parte delantera de la tienda.
– La que has hecho alrededor de la entrada y del mastil de la bandera es preciosa -comento Lev, levantandose y tirando su hoz a un lado-. Tienes talento para la jardineria. ?Donde aprendiste?
– Mi padre tenia un jardin de flores primaverales en Harbin. Supongo que aprendi observandole. El decia que era bueno para el alma meter las manos en la tierra de vez en cuando.
Piotr, Lev y yo pasamos el resto de las horas de luz mejorando la tienda. Cuando terminamos, estaba irreconocible. El interior olia a madera de pino y a limon. En el exterior, yo habia plantado un anillo de campanillas y margaritas y habia puesto un poco de grava. El cesped recortado representaba una mejora significativa.
– Ahora, todos en el campamento van a sentir envidia de vuestra tienda -comento Lev, echandose a reir.
El trabajo con Mariya y Natasha mejoro un poco el estado de animo de Irina, aunque no demasiado. No queria seguir viviendo en el campamento para siempre, pero todavia no sabiamos cuando podriamos marcharnos a Sidney. Trate de animarla llevandola al pueblo, al que se llegaba en veinte minutos en el autobus local. Muchos otros habitantes del campamento viajaban al pueblo ese dia, pero ninguno de ellos hablaba ruso o ingles, por lo que no pudimos preguntarles nada sobre el. Cuando el autobus alcanzo las afueras, vimos que las calles eran tan anchas como dos manzanas enteras en Shanghai. Estaban bordeadas por chales de arenisca y casitas bajas rodeadas de vallas de estacas blancas. Los olmos, los sauces y los altos liquidambares daban sombra a los caminos con sus extensas ramas.
El autobus efectuaba su ultima parada en la calle principal, a cuyos lados se levantaban casas con enrejados de hierro fundido y tiendas con marquesinas de hierro ondulado. En una esquina, se situaba una iglesia de estilo georgiano. Habia automoviles cubiertos de polvo aparcados frente a los bordillos, codo con codo con caballos atados a abrevaderos. Al otro lado de la calle, vimos un bar que tenia tres plantas y, en uno de sus laterales, habia un poster de la cerveza Toohey con un hombre jugando al golf.
Irina y yo nos paseamos frente a panerias, ferreterias y tiendas de ultramarinos, hasta una heladeria con salon en la que se escuchaba a Dizzy Gillespie a traves de una radio transistor. El jazz afrocubano parecia tan fuera de lugar en aquel entorno seco y polvoriento que incluso Irina sonrio. Una mujer que llevaba un vestido abotonado al cuello nos sirvio dos cucuruchos de helado de chocolate, que tuvimos que comernos a gran velocidad, porque empezaron a derretirse en el momento en que salimos a la calle.
Me fije en un hombre con una nariz picada por la viruela que se nos quedo mirando desde una parada de autobus. Su rostro era rubicundo y sus ojos estaban enturbiados por la bebida. Le dije a Irina que cruzaramos de acera.
– ?Marchaos de aqui, refugiadas de mierda! -nos gruno el hombre-. No os queremos aqui.
– ?Que ha dicho? -me pregunto Irina.
– Solo es un borracho -le respondi, tratando de que apretara el paso. No queria que Irina recopilara ejemplos de australianos desagradables.
– ?Marchaos de aqui, malditas putas refugiadas de mierda! -voceo el hombre.
El corazon me latia con fuerza en el pecho. Queria mirar hacia atras para ver si nos estaba siguiendo, pero no lo hice. Sabia que no era sensato mostrar miedo.
– ?Malditas putas refugiadas de mierda! -grito el hombre de nuevo.
Alguien dentro del bar abrio una ventana y le grito:
– ?Callate, Harry!
Para mi sorpresa, Irina se echo a reir.
– Eso si que lo he entendido -comento.
Detras de la calle principal, encontramos un parque bordeado por pinos, con fuentes ornamentales y parterres llenos a reventar de ranunculos. Habia una familia sentada sobre una manta cerca del quiosco de musica, que estaba cubierto por buganvillas. El padre nos saludo, dandonos los buenos dias, cuando pasamos a su lado. Irina le devolvio el saludo en ingles, pero nos acobardamos tras el incidente con el borracho y no nos detuvimos a charlar con ellos.
– Este parque es muy bonito -le dije a Irina.
– Si, por lo menos es una mejora respecto al campamento.
Nos sentamos en los escalones del quiosco de musica. Irina recogio algunos treboles del cesped y comenzo a hacer una guirnalda.
– No pense que pudiera haber algo civilizado a nuestro alrededor -me confeso-. Crei que estabamos en mitad de la nada.
– Tendriamos que haber venido antes -le respondi, animada por ver que Irina estaba comentando algo positivo, para variar.
Termino su guirnalda y se la puso al cuello.
– Yo me odiaria de ser tu, Anya -me dijo-. Piensalo por un momento, si no llega a ser por mi y por la abuela, tu estarias en Nueva York.
– Estaria totalmente sola en Nueva York -le dije-. Y prefiero estar contigo.
Irina levanto los ojos para encontrarse con mi mirada. Estaban llenos de lagrimas. Sabia que no podria haber dicho nada mas cierto. Independientemente de lo dificil que pareciera la vida en Australia, no habia nada que garantizara que la existencia en Estados Unidos hubiera sido mejor. La gente era lo importante, no el pais en el que uno se encontrara.
– Lo unico que importa ahora -sentencie- es que Ruselina se mejore, para que podamos traerla.
Irina se quito la guirnalda de treboles del cuello y me la puso a mi.
– Te quiero -me dijo.
Aparte de la desdicha de Irina, lo que mas me desconcerto en relacion con el incidente del collar fue el modo en el que Aimka se volvio contra nosotras. No podia entender por que se habia mostrado tan amable al principio si, en el fondo, odiaba a los rusos. Aquel misterio se resolvio semanas despues, cuando me encontre a Tessa en la lavanderia.
– ?Hola! -la salude, con las manos metidas en el agua jabonosa.
– ?Hola! -me respondio Tessa-. ?Como esta tu amiga?
– Esta reponiendose.
Tessa se rebusco en el bolsillo y saco una caja de cerillas. Prendio una, con la que puso en marcha la caldera, y tambien la utilizo para encenderse un cigarrillo.
– He oido que vuestra tienda es muy bonita, ?no es asi? -comento, dejando escapar una nube de humo por un extremo de la boca.
Estruje una blusa y la deje caer en la tinaja de enjuagado.
– Si -le respondi-, ahora es casi un palacio.