Tuvieron que pasar varios minutos para que el aplauso se redujera en intensidad, lo suficiente como para que Irina pudiera hablar de nuevo.

– Ahora -anuncio-, les cantare una cancion alegre. Y tienen esta sala tan grande, con tanto espacio… Bailen si lo desean.

Las manos de Natasha volaron sobre el teclado, e Irina comenzo a cantar una cancion de jazz que yo habia oido por primera vez en el Moscu-Shanghai.

Siempre que te miro

Es como si el sol saliera y el cielo fuera azul.

La gente se miraba de soslayo. El coronel se rasco la cabeza y se removio en su asiento. Pero el publico no pudo resistirse a la pegadiza melodia: taconeaban con los pies en el suelo y tamborileaban con los dedos en el regazo, pero nadie se levanto para bailar. Esta vez, Irina y Natasha no se desmoralizaron, balancearon los hombros y pusieron todo su empeno en la cancion.

No seas timido

El tiempo pasa

Y si el tiempo pasa y aun te sientes timido

Bueno, antes de que nos demos cuenta, nos estaremos despidiendo.

Rose le dio un codazo tan fuerte al coronel que este pego un brinco sobre su asiento. Se aliso el uniforme y le ofrecio el brazo. Se dirigieron hasta la zona justo delante del escenario y comenzaron a bailar habilidosamente. El publico aplaudio. Ernie cogio a Dorothy del brazo y tambien empezaron a bailar. Un agricultor, que llevaba puesto su mono de trabajo, se levanto y se dirigio hacia la cantante vienesa de opera. Le hizo una reverencia y le ofrecio el brazo con un gesto dramatico. El profesor de linguistica y el profesor de historia se levantaron y comenzaron a apilar las sillas contra las paredes para dejar espacio a los bailarines. Muy pronto, todo el mundo en la sala se puso a bailar, incluso el pastor. Al principio, a las mujeres les daba verguenza bailar con el, pero el se las arreglaba solo, moviendo los pies y chasqueando los dedos, hasta que una de las hijas de la familia checoslovaca se ofrecio a unirse a el.

Asi que te pido que bailes

Dame una oportunidad

Esta noche es la noche del romance.

Al dia siguiente, el periodico local informo de que la velada social de la CWA habia durado hasta las dos de la manana y unicamente habia terminado con la llegada de la policia, que les habia pedido a los asistentes que no armaran tanto alboroto. El articulo continuaba diciendo que su presidenta, Ruth Kirkpatrick, habia manifestado que la velada habia sido «un exito asombroso».

13

EL CAFE DE BETTY

Sidney me parecio diferente la segunda vez que la vi. Los cielos descargaban una lluvia torrencial que repiqueteaba contra los soportales en donde Irina y yo estabamos esperando al tranvia. Enormes charcos de agua ocupaban el suelo alrededor de nuestros pies y nos salpicaban de barro las medias nuevas, que habian sido el regalo de despedida de Rose Brighton. Contemple las paredes de piedra y los enormes arcos de la estacion central y medite sobre lo corto que habia resultado nuestro viaje de regreso a Sidney en comparacion con el de ida al interior del pais.

Me meti el bolso bajo el brazo y pense en el sobre que habia en su interior. En mi mente podia visualizar la direccion escrita en negrita: «Sra. Elizabeth Nelson, Potts Point, Sidney». Senti la tentacion de sacar el sobre, para examinarlo de nuevo, pero ya habia memorizado tanto la direccion como las instrucciones que el coronel Brighton me habia anotado en el. Lo unico que haria la humedad del ambiente seria emborronar la tinta, por lo que deje el sobre donde estaba.

Unos dias despues del concierto de Irina, el coronel Brighton me llamo a su despacho. Pasee la mirada desde el retrato del rey hasta el rostro del militar y el sobre que empujaba hacia mi sobre el escritorio. Se levanto de su asiento y se paseo hacia el mapa y de vuelta hacia el escritorio otra vez.

– Rose y yo conocemos a una mujer en Sidney -me dijo- que regenta una cafeteria en la ciudad. Esta buscando empleados. Le hable de ti y de Irina. Ha contratado a un joven ruso como cocinero y parece bastante contenta con el.

El coronel volvio a dejarse caer en su asiento, mientras hacia girar un boligrafo entre los dedos y me contemplaba con una mirada seria.

– Ya se que servir mesas no es precisamente a lo que estais acostumbradas -me dijo-. He tratado de conseguirte algun trabajo de secretaria, pero parece que no hay suficientes puestos para los «nuevos australianos». Betty os dara tiempo libre si quereis asistir a clases nocturnas y no os creara problemas con la oficina de empleo si encontrais algo mejor cuando ya esteis alli. Tiene sitio en su casa, por lo que puede ayudaros proporcionandoos alojamiento barato.

– Coronel Brighton, no puede imaginarse como se lo agradezco -tartamudee, casi cayendome de la silla por la emocion.

Me hizo un gesto con la mano.

– No me lo agradezcas, Anya. Odio la idea de perderte. Ha sido Rose la que ha estado insistiendome todos los dias para que hiciera algo por vosotras.

Agarre el sobre con fuerza e inspire profundamente. La perspectiva de marcharnos del campamento era emocionante, pero tambien me asustaba. Por mucho que la odiara, la vida en el campamento representaba un refugio seguro. Me preguntaba a que tendriamos que enfrentarnos una vez que nos las tuvieramos que arreglar por nosotras mismas.

El coronel tosio, tapandose la boca con el puno, y fruncio el ceno.

– Trabaja duro, Anya. Haz algo con tu vida. No te cases con el primero que te lo pida. El hombre equivocado puede hacerte desgraciada.

Estuve a punto de atragantarme. Era demasiado tarde. Ya me habia casado con el primer hombre que me lo habia pedido. Y ya me habia hecho desgraciada.

– Pareces preocupada -comento Irina, secandose ligeramente el cuello con su panuelo-. ?Que estas pensando con esa cara tan seria?

Repentinamente, volvi a ver las paredes de la Estacion Central y recorde que estaba en Sidney.

– Me preguntaba como sera la gente de aqui -le respondi.

– Si la senora Nelson es como los Brighton, podemos dar por seguro que esta loca.

– Eso es cierto -le conteste, echandome a reir.

Sono una campana y levantamos la mirada para ver al tranvia aproximandose.

– Aunque me imagino que tambien estara triste -comento Irina, cogiendo su maleta del suelo-. Rose nos conto que el marido de la senora Nelson murio hace un ano, y que perdio a sus dos hijos en la guerra.

El conductor apestaba a sudor, y me alegre de alejarme rapidamente de el, para tomar asiento en la parte trasera del tranvia. El suelo estaba resbaladizo debido al calzado embarrado y a los paraguas chorreantes de los pasajeros. Habia un anuncio del Departamento de Inmigracion entre uno de salsa de tomate Raleigh y otro de la ferreteria Nock & Kirby. En el anuncio de Inmigracion, un hombre con sombrero estrechaba la mano de otro hombre bajito con un traje pasado de moda. «Bienvenidos a su nuevo hogar», rezaba el eslogan. Alguien habia pintarrajeado encima con tinta roja: «?Basta ya de malditos refugiados de mierda!». Vi que Irina se daba cuenta. Ella ya habia oido aquellas palabras suficientes veces como para saber que no se trataba de un mensaje amistoso.

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