Sin embargo, no hizo ningun comentario. Observe al resto de los pasajeros. Hombres y mujeres, todos tenian un aspecto muy similar, enfundados en impermeables grises, con sombreros y guantes de colores sombrios. Siempre y cuando Irina y yo no abrieramos la boca, podriamos pasar por uno de ellos.

Irina froto la ventanilla empanada con uno de sus guantes.

– No veo nada de nada -se quejo.

Para cuando llegamos a Potts Point, la lluvia habia escampado. Las marquesinas de las tiendas goteaban, y rafagas de vapor de agua se levantaban desde la calle. El maquillaje y el pintalabios que nos habiamos puesto antes de abandonar el tren en la estacion se habian evaporado. Notaba las manos hinchadas, y la piel de Irina brillaba. La humedad me recordo un articulo de una revista que hablaba sobre Nueva Orleans. Decia que las relaciones humanas eran mas instintivas y sensuales en atmosferas calidas y humedas. Eso se cumplia en Shanghai. ?Seria tambien cierto en Sidney?

Andamos por una calle que descendia hacia el puerto. Me fascinaba la mezcla de arboles que brotaban de algunas zonas del camino: arces gigantes, jacarandas e incluso una palmera. Algunas de las casas con terraza tenian un aspecto elegante con balcones de hierro forjado, porches con baldosas blancas y negras y macetas de aspidistras en los senderos de entrada. Otras necesitaban urgentemente una mano de pintura. Quizas tambien habian sido majestuosas en el pasado, pero las celosias de sus ventanas estaban medio podridas y algunos de los vidrios estaban rotos. Pasamos por delante de una casa que tenia la puerta delantera abierta. No pudimos resistirnos a echar una mirada al interior del sordido pasillo. Apestaba a una mezcla entre opio y moqueta humeda. Irina me tiro del brazo y segui con la mirada el cano de desague, hasta una ventana abierta en el tercer piso.

Un hombre con la barba manchada de pintura estaba asomado a ella y nos senalaba con un pincel.

– Buenas tardes -le dije.

Puso en blanco sus ojos de demente. Nos saludo y grito: «Vive la Revolution!».

Irina y yo apretamos el paso, casi corriendo calle abajo. Sin embargo, no era facil moverse rapidamente cargando con una maleta cada una.

Hacia el final de la calle, cerca de un tramo descendente de escaleras de arenisca, habia una casa con un vestido de fiesta expuesto en el ventanal que daba a la calle. La prenda era de color amarillo narciso con un ribete blanco de piel de zorro. El fondo del ventanal estaba cubierto por una tela satinada de color rosa con estrellas plateadas bordadas en ella. No habia visto nada tan glamuroso desde Shanghai. Me fije en la placa dorada junto a la puerta en la que ponia: «Judith James, disenadora».

Irina me llamo desde el otro lado de la calle: «?Es esta!».

La casa frente a Irina no era elegante, pero tampoco estaba destartalada. Como la mayoria de las viviendas de la calle, tenia una terraza con adornos de hierro forjado. Los marcos de las ventanas, los balcones y el porche se inclinaban hacia la izquierda y el sendero hasta la puerta de entrada se habia agrietado en algunas partes, pero las ventanas relucian y no habia ni una sola mala hierba en el pequeno jardin. Una mata de geranios de color rosa florecia cerca del buzon y, junto a la casa, crecia un arce cuyas ramas alcanzaban las ventanas del tercer piso. Pero lo que llamo mi atencion fue la planta de gardenias que florecia en una zona de cesped frente al porche. Me recordo que finalmente estabamos en la ciudad donde me ayudarian a encontrar a mi madre. Saque el sobre del bolso y consulte de nuevo el numero. Me lo sabia de memoria, pero temi que aquel hallazgo inesperado fuera un sueno. Una gardenia todavia en flor a finales de verano tenia que ser un buen presagio.

Una de las puertas de la terraza del segundo piso se abrio, y salio una mujer. Mantenia en equilibrio en el borde de los labios la boquilla de su cigarrillo y tenia apoyada una mano en la cintura. Su observadora expresion no cambio cuando Irina y yo la saludamos y apoyamos nuestras maletas junto a la puerta del jardin.

– Tengo entendido que eres cantante -comento, senalando con la barbilla a Irina, al tiempo que cruzaba los brazos sobre el escote fruncido de su blusa. Con sus pantalones pirata, los zapatos de tacon de aguja y el pelo decolorado y grisaceo, parecia una version de Ruselina, solo que mas alta, fuerte y vulgar.

– Si, canto cabaret -respondio Irina.

– ?Y para que sirves tu? -me pregunto la mujer, mirandome de arriba abajo-. Aparte de ser bonita. ?Sabes hacer algo?

La mire boquiabierta, sorprendida por su groseria y trate de decir algo. ?Ojala aquella mujer no fuera la senora Nelson!

– Anya es inteligente -contesto Irina por mi.

– Bueno, sera mejor que entreis -respondio la mujer-. Aqui todos somos genios. Por cierto, yo soy Betty.

Se llevo la mano al mono en forma de colmena y bizqueo. Mas tarde, aprenderia que aquel gesto era la version de una sonrisa para Betty Nelson.

Betty nos abrio la puerta principal y la seguimos a traves de la entrada y escaleras arriba. Alguien estaba tocando Romance in the dark en un piano de la habitacion principal. La casa parecia estar subdividida en un apartamento por planta. El de Betty se encontraba en el segundo. Tenia un estilo parecido al de un tren, con ventanas tanto en la parte delantera como en la trasera. En la parte posterior de la casa, al final del pasillo, habia dos habitaciones identicas.

– Este es vuestro cuarto -dijo Betty, abriendo una de las puertas y conduciendonos a una habitacion con paredes de color melocoton y suelo de linoleo. Las dos camas, cubiertas por edredones de felpilla, estaban colocadas contra las paredes opuestas, con una mesilla de noche y una lampara entre las dos. Irina y yo colocamos las maletas cerca del armario. Me fije en las toallas y los ramilletes de margaritas que habia sobre nuestras almohadas.

– Chicas, ?teneis hambre? -pregunto Betty. Era casi mas una afirmacion que una pregunta, asi que la seguimos hasta la cocina. Una coleccion de ollas abolladas colgaba sobre el horno, y las patas de los muebles se apoyaban sobre trozos de carton doblado, porque el suelo estaba combado por el centro. Los azulejos sobre el fregadero eran antiguos, pero la lechada estaba limpia. Los trapos de cocina tenian bordes de encaje y el aire olia a pastas de te, a lejia y a gas de la cocina.

– Al otro lado hay un salon -explico Betty, senalando las puertas dobles de cristal detras de las cuales habia una estancia con suelos encerados y una alfombra de color vino tinto-. Echad un vistazo, si quereis.

Aquella habitacion era la mejor ventilada de la casa, con sus altos techos decorados con espirales parecidas a las de las tartas de boda. Tenia dos grandes estanterias y una zona de estar con dos butacones a juego. En una esquina, habia una radio junto a un pedestal sobre el que descansaba un culantrillo. Dos puertas de doble hoja conducian a la terraza delantera.

– ?Podemos ir fuera? -dije en voz alta.

– Si -respondio Betty desde la cocina-, solo estoy poniendo a calentar el hervidor de agua.

Desde la terraza, entre dos casas, se podia ver una pequena parte del puerto y de las praderas de los jardines botanicos. Irina y yo nos sentamos un instante en las sillas de mimbre, rodeadas por macetas de cintas y helechos espada.

– ?Te has fijado en la fotografia? -me pregunto Irina. Murmuraba a pesar de estar hablando en ruso.

Me incline hacia atras y mire al salon. En una de las estanterias, habia un retrato de boda. Por el color rubio del cabello de la novia y el elegante vestido, cenido en el pecho y de falda recta, adivine que eran Betty y su difunto marido. Junto a esa fotografia, habia otra de un hombre que llevaba un traje con pechera y sombrero. Era el novio, anos despues.

– ?Que pasa? -le pregunte a Irina.

– No hay fotos de los hijos.

Mientras Irina ayudaba a Betty a hacer el te, busque el cuarto de bano, un habitaculo del tamano de un armario que daba a la cocina. La habitacion estaba concienzudamente limpia, como el resto de la vivienda. La estera del suelo, adornada por un estampado de rosas, hacia juego con la cortina de ducha y los faldones del lavabo. La banera era antigua, con una mancha de humedad alrededor del desague, pero el calentador de agua era nuevo. Vislumbre mi reflejo en el espejo sobre el lavabo. Mi complexion era buena y estaba ligeramente bronceada. Me acerque un poco mas y estire la piel de la mejilla entre los dedos, alli donde la lombriz tropical me habia corroido la carne. La piel estaba lisa y suave, excepto por una mancha de color marron claro que habia permanecido donde antes tenia la espantosa marca. ?En que momento se habia curado tan bien?

Regrese a la cocina y encontre a Betty encendiendose un cigarrillo con la llama de los fogones. Irina se habia sentado en una mesa plegable cubierta por un mantel estampado con girasoles. Frente a ella, habia una

Вы читаете La gardenia blanca de Shanghai
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату