– Desgraciadamente, excepto si esa es una zona de guerra, no podemos proporcionarle mas informacion.
– ?Por que? -tartamudee-. En la OIR me dijeron que ustedes podrian ayudarme.
Daisy suspiro y apreto las manos. Contemple sus limpias unas lacadas, incapaz de creer lo que estaba oyendo.
– En la Cruz Roja, hacemos todo lo que podemos para apoyar a la gente, pero solo podemos proporcionar nuestra asistencia a paises involucrados en guerras nacionales o internacionales -explico-. Ese no es el caso de Rusia. No se considera que esten violando ninguna norma humanitaria.
– Usted sabe que eso no es cierto -la interrumpi-. Los campos de trabajo son lo mismo en Rusia que en Alemania.
– Senorita Kozlova -respondio, quitandose las gafas y senalandome con ellas-, nos ampara la Convencion de Ginebra, por lo que tenemos que acatar sus estrictas directrices o no podriamos existir.
Su voz era mas clinica que amable. Me dio la impresion de que se habia enfrentado a este tipo de preguntas anteriormente y habia decidido que era mejor aplastar cualquier atisbo de esperanza desde un principio, en lugar de dejarse arrastrar a una discusion.
– Pero seguramente usted tiene algun tipo de contacto, ?verdad? -continue con nerviosismo-. ?Hay alguna organizacion que, como minimo, pueda proporcionarle informacion?
Devolvio mis documentos de nuevo a su carpeta, como si tratara de demostrar la futilidad de mi caso. No me movi. ?No esperaria que me marchara, asi, sin mas?
– ?No puede usted hacer nada para ayudarme? -le pregunte.
– Ya le he explicado que no hay nada que pueda hacer.
Daisy cogio otra carpeta de un monton que tenia junto a ella y comenzo a escribir notas en su interior.
Me di cuenta de que no iba a ayudarme. No podia acceder a la fibra sensible que, segun creia, todo el mundo tenia, excepto, quizas, la gente propensa a la venganza, como Tang y Amelia. Me levante.
– Usted no estuvo alli -le dije, mientras una lagrima se me escapaba del ojo y me resbalaba hacia la barbilla-. Usted no estuvo alli cuando la apartaron de mi.
Daisy dejo caer la carpeta de nuevo en el monton y levanto la barbilla.
– Ya se que resulta angustioso, pero…
No escuche la ultima parte de la frase. Corri fuera de su despacho y me choque con una mesa del area de administracion, tirando las carpetas por el suelo. La recepcionista me observo cuando sali corriendo, pero no dijo nada. Las unicas que me mostraron un poco de compasion fueron las fotografias de la pared en la sala de espera con sus ojos tristes y huidizos.
Llegue a la cafeteria justo cuando estaba empezando el jaleo de media manana. Me latia la cabeza y las lagrimas que estaba tratando de retener me producian nauseas. No tenia ni la menor idea de como iba a afrontar mi primer dia de trabajo. Me puse el uniforme y me recogi el pelo en una cola de caballo, pero tan pronto como entre en la cocina me fallaron las piernas y tuve que sentarme.
– No te dejes desanimar por los de la Cruz Roja -me dijo Betty, mientras llenaba un vaso de agua y lo colocaba en la mesa, frente a mi-. Hay mas de mil maneras de desollar un gato. Quizas puedas unirte a la Sociedad Ruso-Australiana. Puede que logres averiguar algo a traves de ellos.
– Y tambien puede que, si te unes a ellos, un buen dia el gobierno australiano te investigue como posible espia -anadio Vitaly, mientras cortaba en rebanadas un bloque de pan-. Anya, te prometo que escribire a mi padre esta misma noche.
Irina recogio las rebanadas de Vitaly y comenzo a untarlas de mantequilla para hacer sandwiches.
– En la Cruz Roja estan hasta arriba y tienen que depender del trabajo de los voluntarios -dijo-. Probablemente, el padre de Vitaly pueda hacer mas por ayudarte en cualquier caso.
– Eso es cierto -comento Vitaly-. Le gustara este proyecto. Creeme, llegara hasta el final de este asunto. Si no puede encontrar a mi tio, conseguira, de alguna manera, otros contactos para obtener tu informacion.
Sus animos me ayudaron a consolarme un poco. Contemple el menu y trate de hacer lo posible por memorizarlo. Despues, segui de cerca a Betty para fijarme en como anotaba los pedidos y, a pesar de tener lagrimas en los ojos, sonrei a cada cliente antes de acompanarles a sus mesas. La cafeteria, segun me conto Betty, era famosa no solo por su cafe al estilo estadounidense, sino por su chocolate, por los batidos de verdaderas semillas de vainilla y el te helado servido en copas altas con pajitas rayadas. Me fije en que algunos de los clientes jovenes pedian algo llamado «postre de cola», y por la tarde Betty me lo dio a probar. Era tan empalagosamente dulce que me produjo dolor de estomago.
– A los mas jovenes les encanta -comento Betty, echandose a reir-. Lo consideran muy chic.
Los comensales de la hora de comer pedian principalmente ensaladas, sandwiches o pasteles, pero a ultima hora de la tarde, comence a servir bandejas de tarta de queso al estilo neoyorquino, crema de maicena con mermelada y un plato llamado
– ?Crock que? -le pregunte al primer cliente que me lo pidio.
El hombre se rasco la barbilla y lo intento de nuevo:
–
– ?Cuantos quiere? -le pregunte, tratando de aparentar que sabia de que me estaba hablando.
– ?Solo uno! -exclamo el hombre. Miro a sus espaldas y senalo a Betty-. Preguntele a la otra camarera. Ella sabe de que hablo.
Me sonroje hasta las raices del pelo.
– El hombre de la mesa dos desea que le sirva un crock-no-se-que -le susurre a Betty.
Bizqueo durante un momento, despues cogio el menu y senalo el
– Te preparare uno cuando cerremos -me ofrecio Vitaly, tratando de no echarse a reir.
– No, gracias -le respondi-. No, despues de la experiencia con el postre de cola.
El viernes me pase la manana en la biblioteca estatal. Banada por la eterea luz del techo abovedado de cristal de la biblioteca, estudie detenidamente
Volvi a Potts Point agotada y frustrada. El sol era calido, pero una brisa marina estaba empezando a levantarse desde el puerto. Cogi uno de los geranios que crecian cerca de la verja y lo estudie mientras caminaba por el sendero. Un hombre surgio de la puerta principal, calandose el sombrero. Casi nos chocamos. Dio un paso atras, sorprendido al principio, y luego una amplia sonrisa aparecio en su rostro.
– Hola -saludo-. Tu eres una de las chicas de Betty, ?verdad?
El hombre tenia cerca de treinta anos, y su pelo negro azabache y sus ojos verdes me recordaron al retrato de Gregory Peck de la cafeteria. Me percate de que me recorria con la mirada desde el rostro hasta los tobillos y de vuelta hacia arriba.
– Si, vivo con Betty -confirme. No iba a decirle mi nombre hasta que el no me dijera el suyo.
– Yo soy Adam. Adam Bradley -me dijo, ofreciendome la mano para estrecharmela-. Vivo en la planta de arriba.
– Anya Kozlova -le respondi.
– ?Ten cuidado con el! ?Es un problema andante! -oi que decia una voz.
Me volvi para ver a una atractiva joven de pelo rubio que me saludaba desde el otro lado de la calle. Llevaba una falda de vestir con una blusa a juego y cargaba con un monton de vestidos bajo el brazo. Abrio la puerta de un Fiat y cubrio el asiento trasero con las prendas.
– ?Ah, Judith! -le grito Adam-. Me has llamado la atencion antes de que pudiera tener la oportunidad de empezar con buen pie con esta hermosa joven.
– Tu nunca empiezas con buen pie -le respondio ella, echandose a reir-. ?Quien era esa mujer de aspecto cochambroso que te vi colando en casa la otra noche?
La joven se volvio hacia mi.