– Si -le conteste.
– Entonces, si te conozco -respondio Vitaly-. Aunque probablemente tu eras demasiado joven como para recordarme. Mi padre era amigo del tuyo. Dejaron Rusia juntos. Pero nos mudamos a Tsingtao en 1938. Sin embargo, me acuerdo de ti. Una ninita de pelo rojizo y ojos azules.
– ?Tu padre esta contigo? -le pregunto Irina.
– No -le dijo Vitaly-. Esta en Estados Unidos con mi madre y mis ocho hermanos. Yo estoy aqui con mi hermana y su marido. Mi padre no se fia de mi cunado, por eso me envio a cuidar de Sofia. ?Estan tus padres contigo, Anya?
– Mi padre murio en un accidente de coche antes del final de la guerra -le explique-. A mi madre la deportaron desde Harbin. Fueron los sovieticos. No sabemos donde la llevaron.
Irina extendio el brazo y me apreto la muneca.
– Esperamos que la Cruz Roja de Sidney pueda rastrear a la madre de Anya en Rusia -le conto a Vitaly.
Se froto el hoyuelo de la barbilla y despues se apoyo los dedos en la mejilla.
– ?Sabeis? -nos dijo-, mi familia esta buscando a mi tio. Se quedo en Harbin y tambien se fue a la Union Sovietica despues de la guerra. Pero no le forzaron. El y mi padre tenian ideas muy diferentes. Mi tio creia en los principios del comunismo y nunca sirvio en el ejercito como mi padre. Tampoco era exactamente lo que se denominaria como un extremista. Pero era partidario del comunismo.
– ?Habeis sabido algo de el? -le pregunto Irina-. Quizas podria decirnos donde enviaron a la madre de Anya.
Vitaly chasqueo los dedos.
– Tal vez si, ?sabes? Es posible que fueran en el mismo tren de Harbin hacia Rusia. Pero mi padre solo ha recibido noticias de mi tio dos veces desde su regreso, e incluso en esas ocasiones, ha sido a traves de conocidos. Si que recuerdo que el tren se detuvo en un lugar llamado Omsk. Mi tio fue de alli hasta Moscu, pero el resto de los pasajeros fueron conducidos a un campo de trabajo.
– ?Omsk! -exclame. Habia oido el nombre de aquel pueblo anteriormente. La cabeza me daba vueltas, tratando de recordar donde.
– Le puedo pedir a mi padre que se ponga en contacto con el de nuevo -ofrecio Vitaly-. Mi tio teme a mi padre y lo que el le pueda decir. Tenemos que depender de otras personas para enviar los mensajes, asi que llevara su tiempo. Y, por supuesto, actualmente todo pasa por un registro y una censura previos.
Me sentia demasiado abrumada como para hablar. En Shanghai, Rusia parecia algo demasiado grande para que yo pudiera hacerle frente. Y de repente, en una cafeteria al otro lado del mundo, tenia mas informacion sobre el paradero de mi madre que nunca hasta entonces.
– ?Anya! -exclamo Irina-. ?Si les dices a los de la Cruz Roja que piensas que tu madre esta en Omsk, quizas puedan rastrear su paradero!
– ?Oye, esperad un minuto! -dijo Betty, colocando tres platos de huevos revueltos y una tostada frente a nosotros-. No estais siendo justos. Os dije que podiais hablar en ruso siempre que no fuera de algo emocionante. ?Que sucede?
Los tres empezamos a hablar a la vez, asi que Betty no se entero de nada. Entonces, Irina y Vitaly callaron y me dejaron explicarselo. Betty consulto su reloj.
– ?A
Esquive a secretarias y oficinistas, fijandome apenas en la George Street mientras corria hacia el centro. Consulte el mapa que Betty me habia dibujado en una servilleta. Gire para adentrarme en la Jamison Street y me encontre de pie ante la puerta de la casa de la Cruz Roja diez minutos antes de que abrieran. Habia un directorio colgado en una puerta de cristal. Estudie la lista pasando por encima del servicio de transfusiones de sangre, el de hogares de convalecientes, el departamento de hospitales y repatriacion, hasta el departamento de busquedas. Consulte el reloj de nuevo y me pasee arriba y abajo por la acera. «Dios mio -pense-, por fin estoy aqui.» Una mujer paso a mi lado y me sonrio. Debia de creer que estaba desesperada por donar sangre.
Cerca de la puerta habia un escaparate que mostraba los objetos de artesania de la Cruz Roja. Contemple las perchas forradas de tela satinada y las colchas de ganchillo, y me dije para mis adentros que cuando saliera, le compraria algo a Betty. Habia sido muy amable al darme tiempo libre incluso antes de que hubiera empezado a trabajar.
Cuando un funcionario abrio las puertas, me dirigi directamente a las escaleras, para no tener que esperar el ascensor. Irrumpi en el departamento de busquedas y sorprendi a la recepcionista, que estaba instalandose en ese momento en su escritorio con una taza de te en la mano. Se abrocho su chapa de voluntaria y me pregunto en que podia ayudarme. Le dije que estaba tratando de encontrar a mi madre, y ella me entrego unos formularios de registro y un boligrafo.
– Es dificil actualizar los archivos de busqueda -me dijo-, asi que asegurese de incluir hoy toda la informacion que pueda.
Tome asiento junto al refrigerador de agua y hojee los formularios. No tenia una fotografia de mi madre y no habia anotado el numero del tren en el que se la llevaron de Harbin. Sin embargo, los rellene con toda la informacion que pude, incluyendo su nombre de soltera, el ano y lugar de nacimiento, la fecha del dia en el que la vi por ultima vez y una descripcion fisica. Me detuve un instante. La imagen del rostro desesperado de mi madre con el puno en la boca me vino a la mente, y me empezo a temblar la mano. Trague saliva y trate de concentrarme. Habia una nota en la parte inferior del ultimo formulario explicando que, debido al numero de investigaciones y al dificil proceso de recopilacion de la informacion, la respuesta de la Cruz Roja podria demorarse desde seis meses hasta varios anos. Pero no deje que esto me desanimara. «?Gracias!, ?gracias!», escribi junto al mensaje de renuncia de responsabilidad. Le entregue los formularios a la recepcionista. Los introdujo en una carpeta y me dijo que esperara hasta que un funcionario del departamento me llamara.
Una mujer con un nino en los brazos entro en la sala de espera y le pidio a la recepcionista los formularios. Contemple la estancia, percatandome por primera vez de que era un museo al dolor. Las paredes estaban cubiertas de fotografias con inscripciones debajo que rezaban: «Lieba. Vista por ultima vez en Polonia en 1940», «Mi amado esposo, Semion, desaparecio en 1941». La fotografia de dos hermanos, un nino y una nina, casi me partio el corazon. «Janek y Mania. Alemania, 1937.»
«Omsk», me dije a mi misma, desenrollando la lengua, como si eso fuera a ayudarme a destapar mis recuerdos. Entonces me acorde de donde habia oido aquel nombre antes. Era el pueblo en el que Dostoievski habia sido encarcelado como exiliado politico. Trate de acordarme de su novela
– ?Senorita Kozlova? Me llamo Daisy Kent.
Levante la mirada y vi a una mujer con gafas que llevaba una chaqueta y un vestido azul, y me estaba mirando. La segui a traves del area de administracion, inundada de papeles, donde los voluntarios estaban revisando y rellenando formularios, hasta una oficina con una puerta de cristal esmerilado. Daisy me pidio que me sentara y cerro la puerta tras nosotras. El sol entraba abrasador por la ventana, y Daisy bajo las persianas. El ventilador, que rotaba incesantemente sobre uno de los armarios archivadores, no tenia demasiado efecto a la hora de aliviar la falta de oxigeno en la habitacion. Me costaba respirar.
Daisy se ajusto las gafas sobre la nariz y estudio mi formulario de registro. Mire por encima de su hombro hacia el poster de una enfermera con una cruz roja en la cofia, que atendia a un soldado herido.
– Su madre fue conducida a un campo de trabajo en la Union Sovietica, ?es eso correcto? -me pregunto Daisy.
– Si -afirme, inclinandome hacia delante.
Las aletas de su nariz temblaron, y cruzo las manos frente a ella.
– Entonces, me temo que la Cruz Roja no puede ayudarla.
Los dedos de las manos y de los pies se me convirtieron repentinamente en hielo. La mire, boquiabierta.
– El gobierno ruso no admite haber tenido campos de trabajo -continuo Daisy-. Por lo tanto, nos es imposible determinar donde estan y cuantos son.
– Pero creo que se el pueblo, Omsk -me oi a mi misma pronunciar aquellas palabras con voz temblorosa.