de otras mujeres la animaban a que prosiguiera. «Dios mio -pense-, ?por que no nos habran puesto a Irina y a mi alli?»
Escuche un portazo que provenia de nuestra cabana y me volvi al ver a las dos chicas hungaras corriendo hacia mi. Pense que venian a pegarme y levante mi maleta dispuesta a defenderme. Pero la chica que sabia ingles dijo:
– Sabemos que tu amiga no cogio el collar. Fue Elsa. Es mejor que vayas a ver al coronel y trates de ayudar a tu amiga. Nosotras escribiremos una nota, pero sera anonima, ?de acuerdo? No te fies de Aimka.
Se lo agradeci y corri a la oficina de administracion. ?Por que habia dejado que Aimka me retrasara? ?Acaso me importaba mas mi trabajo que Irina?
Cuando llegue a la oficina del coronel, vi que la luz todavia estaba encendida. Irina y Aimka estaban saliendo en ese momento. Irina lloraba. Corri hacia ella y la estreche entre mis brazos.
– ?Que ha sucedido? -pregunte.
– Tendra que mudarse a una tienda -respondio Aimka-. Y no volvera a trabajar en la guarderia. Ya ha sido avisada una vez, y, si esto vuelve a suceder, recibira un castigo mucho mas grave.
Irina trato de decir algo pero no pudo. Me desconcerto la repentina frialdad de Aimka. Me estaba empezando a dar la sensacion de que disfrutaba al ver como castigaban a Irina.
– ?Que pasa contigo? -le dije a Aimka-. Sabes que ella no lo ha cogido. Tu misma dijiste que Elsa era una camorrista. Pense que eras nuestra amiga.
Aimka resoplo.
– ?Eso pensabas? ?Y por que? Solo os conozco desde hace unos pocos dias. Tu gente robo muchas cosas cuando vinieron a liberarnos.
No sabia que decir. La mascara de Aimka estaba cayendo, descubriendo su verdadero yo, pero todavia no era capaz de ver lo que habia detras. ?Quien era esta mujer, esta pianista que al principio parecia tan inteligente y amable? Apenas unos dias antes habia criticado a aquellos que traian sus conflictos nacionales con ellos a Australia. Y ahora parecia que su verdadero problema con nosotras es que eramos rusas.
– Ella me ha dicho que si queremos estar juntas, puedes venir tu tambien conmigo a la tienda -lloriqueo Irina.
Mire los ojos inyectados en sangre de Irina.
– Pues claro que me ire contigo -le dije-. Asi, ninguna de nosotras tendra que tener de supervisora de bloque a esta zorra.
Nunca habia dicho una palabrota asi antes y me sorprendi a mi misma, pero, de algun modo, tambien me senti orgullosa.
– Ya sabia que erais un par de ordinarias -espeto Aimka.
La puerta de la oficina del coronel se abrio, y el asomo la cabeza.
– ?A que viene toda esta conmocion? -pregunto, rascandose la oreja-. Es tarde y estoy tratando de trabajar.
El coronel se quedo sorprendido cuando me vio.
– Anya, ?va todo bien? -pregunto-. ?Que sucede?
– No, coronel Brighton -le respondi-, no todo va bien. Mi amiga ha sido acusada injustamente de robo.
El coronel Brighton suspiro.
– Anya, ?puedes pasar un momento a mi despacho, por favor? Pidele a tu amiga que te espere. Aimka, eso es todo por esta noche.
Aimka lanzo una mirada iracunda cuando escucho el tono de deferencia con el que se dirigia a mi el coronel. Se irguio antes de encaminarse de vuelta a las cabanas. Le pedi a Irina que me esperara y segui al coronel al interior de su despacho.
El militar se sento en su sitio. Tenia circulos oscuros bajo los ojos y parecia molesto, pero no deje que eso me desanimara. Mi trabajo de plantar arboles y escribir cartas no tenia tanta importancia para mi como Irina.
Chupo el extremo de su boligrafo, me senalo con el y dijo:
– Si hablas con Rose, ella te dira que siempre me hago una idea de la gente segun la veo, y, una vez que me he formado mi opinion, no la vuelvo a cambiar. La cosa que siempre olvida mencionar es que nunca me he equivocado. De este modo, me hice una idea de ti en el momento en el que te vi. Eres honrada y estas preparada para trabajar duro.
El coronel se puso en pie y rodeo el escritorio, aproximandose peligrosamente hacia el mapa de Australia. Me preguntaba si esto seria el principio de otra charla sobre «poblar o perecer».
– Anya, si tu dices que tu amiga no ha cogido el collar, yo te creo. En todo caso, ya tenia mis propias dudas al respecto y he comprobado su expediente. En el, hay una carta del capitan Connor, igual que la que habia en el tuyo. En la misiva, relata la valentia de tu amiga cuando cuido de un grupo de pacientes psiquiatricos durante un tifon. Si el capitan Connor es como yo, un hombre ocupado, cosa que me imagino que es, no creo que tuviera tiempo de escribir informes sobre todo el mundo. Por eso, debia de tener una buena razon para elogiaros a vosotras.
Desee que Irina estuviera en la habitacion para escuchar lo que el coronel estaba diciendo, aunque no lo habria podido entender de todos modos.
– Gracias, coronel -le dije-. Le agradezco mucho lo que me esta diciendo.
– No la he asignado a una tienda para castigarla -me explico-, sino para alejarla de Aimka. Pero no voy a hablar mas sobre este tema, porque estoy desesperado por tener a gente que sepa idiomas. Le conseguire a Irina algo mejor en cuanto pueda, pero, por el momento, tendra que conformarse con la tienda.
Desee abrazarle, pero no habria sido adecuado. Le di las gracias otra vez y me dirigi hacia la puerta. El coronel abrio un cuaderno y se puso a escribir.
– Ah, Anya -anadio, cuando yo estaba a punto de cerrar la puerta-, no comentes con nadie la conversacion que acabamos de tener. No puedo permitirme que parezca que tengo favoritismos.
Las semanas siguientes al incidente del collar fueron muy deprimentes. Aunque el coronel Brighton no habia puesto el nombre de Irina en ninguna lista negra, e incluso Romola y su amiga, que se llamaba Tessa, trataron de comunicarse con ella en un ruso rudimentario para decirle que sabian que no tenia la culpa de nada, Irina perdio todo su entusiasmo por Australia. Nuestro nuevo alojamiento no mejoraba la situacion. La tienda estaba montada en el borde del campamento, apartada de las otras, que estaban ocupadas por hombres sicilianos que esperaban a que les transportaran a los campos de cana del norte, y mucho mas lejos de las instalaciones para mujeres. Si trataba de ponerme en pie, el techo de la tienda me rozaba la cabeza, y el suelo no era mas que tierra, lo cual provocaba que todas nuestras posesiones apestaran a polvo. Por lo menos, yo no tenia que pasar demasiado tiempo alli, pero Irina, sin trabajo, pasaba el dia entero tumbada en la cama o deambulando alrededor de la oficina de correos a la espera de mas noticias de Ruselina.
– Francia esta muy lejos -le dije, tratando de tranquilizarla-. Una carta tarda semanas en llegar hasta aqui, y Ruselina no puede mandar telegramas todo el tiempo.
La unica cosa por la que Irina demostraba algo de entusiasmo era por las clases de ingles. Al principio, aquello me hizo sentir mejor. Volvia a la tienda y la encontraba practicando las vocales o leyendo la revista
– Quiero irme a Estados Unidos -me dijo una manana cuando volvi de la ducha y me estaba vistiendo para ir a trabajar-. Tengo que contar con la posibilidad de que dejen entrar a la abuela cuando se encuentre mejor.
– Todo se arreglara -le conteste-. Ahorraremos algo de dinero y pronto conseguiremos trabajo en Sidney.
– Aqui me morire. ?No lo entiendes, Anya? -me dijo. Sus ojos estaban inyectados en sangre-. No quiero quedarme en este pais horrendo con sus desagradables gentes. Necesito belleza. Necesito musica.
Me sente en su cama y le cogi las manos entre las mias. Irina estaba expresando en voz alta mis peores temores. Si ella habia abandonado la esperanza de conseguir una buena vida en Australia, ?como se suponia que iba yo a mantenerla?
– No somos inmigrantes -le dije-. Somos refugiadas. ?Como vamos a marcharnos? Por lo menos, primero tenemos que tratar de ganar un poco de dinero.