El coronel Brighton miro a Ernie, levantando las manos por la exasperacion.

Rose alzo la vista del cuaderno para mirarles.

– Muy bien, si no os gustan las flores, otras personas han sugerido que plantemos cedros y pinos para que den sombra.

– Dios santo, Rose -exclamo Ernie-. Tendremos que esperar veinte anos para que crezcan esos arboles.

– Yo creo que los arboles australianos son preciosos. ?No creceran mas rapidamente en su propio clima? - pregunte.

Todos se giraron hacia mi. Dorothy dejo de escribir a maquina y miro por encima una carta, simulando que la estaba revisando.

– Por lo visto, hay un sendero en el bosque cerca de aqui -continue-. Quizas podriamos encontrar algunos esquejes para plantarlos en el campamento.

El coronel Brighton me estaba observando fijamente y pense que me habia ganado un enemigo en el por ponerme de parte de su esposa. Sin embargo, de repente, en su rostro se dibujo una sonrisa y dio una energica palmada.

– ?No te dije que habia encontrado a una chica inteligente? ?Es una idea brillante, Anya!

Ernie tosio, tapandose la boca con el puno.

– Coronel, si no le importa que se lo diga… Creo que fuimos Dorothy y yo los que encontramos el expediente de Anya.

Dorothy arrojo la carta a un lado y continuo escribiendo a maquina. Pense que seguramente se habia arrepentido de haber encontrado mi expediente.

Rose me paso el brazo por la cintura.

– Robert piensa que es una idea brillante porque le ahorrara dinero -explico-. Pero yo creo que es una buena idea porque las rosas y los claveles le recordaran a la gente a Europa, mientras que las plantas autoctonas les ayudaran a acordarse de que ahora tienen un nuevo hogar.

– Y atraeran a mas aves y otras especies autoctonas al campamento -anadio Ernie-. Y, con un poco de suerte, a menos conejos.

Recorde los animales que habia oido en el tejado de la cabana la noche anterior e hice una mueca.

– ?Que sucede? -pregunto Ernie.

Les hable sobre los aranazos y les pregunte si era por eso por lo que los huecos entre las paredes y los techos estaban cubiertos de alambrada de gallinero.

– Zarigueyas -indico Rose.

– ?Oh! -exclamo Ernie, bajando la voz y mirando a su alrededor-. Son muy peligrosas. Pequenas criaturas sanguinarias. Ya hemos perdido a tres chicas rusas.

Dorothy solto una risita.

– Oh, callate de una vez -espeto Rose, apretandome la cintura con mas fuerza-. Las zarigueyas no son mas que pequenas criaturas peludas de colas velludas y ojos grandes a las que no les gusta nada mas que asaltar las cocinas y robar fruta.

– Bueno, vale, vosotros ganais -concedio el coronel, echandonos fuera de su despacho-. Te prestare a Anya para que te ayude con tu comite de plantacion de arboles. Ahora, marchaos todos. Tengo trabajo serio que hacer.

Hizo un mohin antes de dar un portazo. Rose me guino un ojo.

Irina estuvo enferma durante el resto de la semana, pero el lunes siguiente, cuando se encontro mejor, nos pusimos en marcha en nuestra mision de encontrar esquejes y semillas por el sendero cerca del campamento. Rose me presto una guia de campo de flores silvestres australianas, y aunque me resultaba dificil seguir el libro, me lo lleve de todos modos. Irina estaba de buen humor porque habia empezado a trabajar en la guarderia y le gustaba, pero tambien porque habia recibido un telegrama diciendo que Ruselina habia llegado sin incidentes a Francia y que, a pesar del duro viaje, ya estaba dando muestras de recuperacion.

«Llegada bien. Me encuentro mejor. Pruebas buenas. Franceses encantadores», decia el telegrama. Ruselina habia aprendido ingles y frances en el colegio, segun me dijo Irina, pero aquellas palabras serian las primeras que su nieta aprenderia a decir en ingles. Llevaba el telegrama consigo a todas partes y leia el mensaje una y otra vez.

El sendero comenzaba pasada la zona de tiendas y serpenteaba en direccion al valle. Me emocione al ver los eucaliptos tan de cerca e inspirar su aroma dulzon. Gracias al libro de Rose, me entere de que muchas flores silvestres australianas florecian durante todo el ano, pero me costo un rato localizarlas entre la maleza. Comence a recoger rosas y camelias, pero al cabo de un rato, empece a ver que algunas de las plantas mas resistentes tenian frutos con forma de rodillos o flores con tallos retorcidos que parecian adornos art deco. Entonces, encontre lirios de delicados petalos y campanillas de todos los colores imaginables. Cuando les dije a algunos de los otros inmigrantes que iba a plantar flores autoctonas en el campamento, arrugaron la nariz. «?Como? ?Esas horribles cosas marchitas? Eso no son flores», me dijeron. Sin embargo, cuanto mas nos internabamos Irina y yo en el sendero, mas cuenta me daba de que estaban equivocados. Algunas de las plantas tenian hojas plumosas, bayas y frutos en el mismo tallo, mientras que otras tenian un aspecto tan gracil como algas flotando en el oceano. Me acorde de lo que un artista moderno dijo una vez sobre su arte: «Hay que entrenar la vista para ver las cosas de un modo novedoso. Para ver la belleza de lo nuevo». Ese artista era Picasso.

Me volvi para ver lo que estaba haciendo Irina y me la encontre de puntillas detras de mi, golpeando con un palo la hojarasca.

– ?Que haces? -le pregunte.

– Espantar a las serpientes -contesto-. Me dijeron en el campamento que las serpientes australianas son mortiferas. Y tambien rapidas. Por lo que parece, te persiguen.

Pense en la broma que me habia gastado Ernie sobre las zarigueyas y me senti tentada de decirle a Irina que habia oido que algunas serpientes tambien podian volar. Pero me abstuve. Era demasiado pronto para que yo tambien adoptara el sentido del humor australiano.

– Deberias hablarme en ingles -me dijo Irina-. Debo aprenderlo rapidamente para que podamos irnos a Sidney lo antes posible.

– Esta bien -le respondi en ingles-. ?Que tal estas? Encantada de conocerte. Me llamo Anya Kozlova.

– Yo tambien estoy encantada de conocerte -dijo Irina-. Yo soy Irina Levitskaia. Casi tengo veintiun anos. Soy rusa. Me gusta cantar y los ninos.

– Muy bien -le dije, volviendo al ruso-. No esta nada mal para una sola clase. ?Que tal han ido hoy las cosas en la guarderia?

– Me encanto -respondio-. Los ninos son muy monos. Aunque algunos tienen unas caritas muy tristes. Quiero tener una docena cuando me case.

Localice algunas de las flores de las que habia visto en el comedor y me acuclille para desenterrarlas con la pala.

– ?Una docena? -le pregunte-. Eso es tomarse muy en serio lo de «poblar o perecer».

Irina se echo a reir mientras me sostenia el saco para que echara dentro la planta.

– Solo si puedo. Mi madre no pudo tener mas hijos despues de mi, y la abuela dio a luz a un nino que no llego a nacer con vida antes de tener a mi padre.

– Debio de ponerse muy contenta cuando el nacio -comente.

– Si -dijo Irina, sacudiendo la planta para colocarla al fondo del saco-. Y se puso mucho mas triste cuando, con treinta y siete anos, lo mataron los japoneses.

Mire a mi alrededor en busca de otras plantas. Pense en Mariya y Natasha, y como de equivocada habia estado al suponer que fueran ricas. Quizas tambien me equivocaba al suponer que eran dichosas. ?Donde estaban los hermanos o los tios de Natasha? No era comun que los rusos fueran hijos unicos. Seguramente, tambien habian perdido a sus seres queridos en las revoluciones y las guerras. Parecia que nadie podia escapar del dolor y la tragedia.

Senale hacia una pequena parcela de terreno que tenia violetas purpuras y blancas. Serian una buena cubierta vegetal para el terreno. Irina me siguio y comence a desenterrar las plantas con la pala. Me dio pena llevarmelas de su hogar, pero les susurre que las cuidariamos bien y que ibamos a utilizarlas para ayudar a la

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