– Bueno, dejjame fer… Yo tomarrrrr una agua y quisssas beberrr un cafe.

Su imitacion de mi acento provoco un estallido de risas de las otras chicas. La de los granos golpeo la mesa con la mano y me dijo:

– Y yo quiero cafe y pastel de ruibarbo. Pero asegurate de que me traes pastel de ruibarbo, no passstel de rrrruibarrrrbo. Tengo entendido que hay diferencia.

Me lleve la mano a la garganta. Agarre con fuerza el cuaderno de notas, tratando de mantener la dignidad, pero me sonroje. No tendria que haberme importado. Parte de mi sabia que solo eran ninas ignorantes. Pero era dificil estar alli, vestida de uniforme de camarera, y no sentirme como si fuera una persona de segunda categoria. Era una inmigrante. Una «refugiada de mierda». Alguien a quien los australianos no querian.

– ??Habla i-n-g-l-e-s o largate alla de donde hayas venido!! -murmuro una de las chicas.

El odio en su tono de voz me sorprendio. El corazon comenzo a palpitarme apresuradamente dentro del pecho. Mire a mis espaldas, pero no podia oir a Vitaly ni a Irina en la cocina. Quizas estaban en el patio trasero, sacando la basura.

– Eso, vete de aqui -exclamo la morena rechoncha-. No te queremos en este pais.

– Si teneis algun problema con su impecable ingles, os podeis ir a tomar el cafe a King Street.

Todas miramos hacia la puerta, donde estaba Betty. Me preguntaba cuanto tiempo llevaba contemplando la escena. A juzgar por la expresion tensa de su boca, habia presenciado lo suficiente como para captar lo que estaba ocurriendo.

– Pagareis uno o dos chelines mas por lo que tomeis alli -les dijo-, asi que tendreis menos dinero para gastar en pildoras adelgazantes o en crema para los granos.

Algunas de las muchachas bajaron la cabeza avergonzadas. La chica rechoncha manoseo sus guantes y sonrio.

– Oh, solo estabamos bromeando -comento, haciendole un gesto impositivo con la mano a Betty para que se marchara.

Pero Betty se le echo encima en un segundo, pegando el rostro al de la chica y mirandola con los ojos entornados.

– Parece que no lo entiendes, jovencita -le espeto, acechandola de un modo que habria atemorizado a cualquiera-. No te estoy dando alternativa. Soy la propietaria de este establecimiento y te estoy diciendo que te largues de aqui ahora mismo.

El rostro de la chica se tino de rojo. Le temblaron los labios y me di cuenta de que estaba a punto de echarse a llorar. Esa expresion la hacia parecer aun mas fea y, muy a mi pesar, senti lastima por ella. Se levanto, tirando el servilletero en su huida al salir de la cafeteria. Sus amigas se levantaron avergonzadas y se escabulleron tras ella. Ninguna conservaba su anterior aspecto sofisticado.

Betty las observo mientras se marchaban y se volvio hacia mi.

– No vuelvas a dejar que nadie te hable asi nunca, Anya. ?Has entendido? -exclamo-. ?Jamas! Me imagino por lo que has podido pasar en esta vida y te lo digo asi de claro: ?tu vales mas que veinte de ellas juntas!

Aquella noche, despues de que Irina se durmiera, me quede tumbada en la cama pensando en como Betty me habia defendido, igual que una leona atacando para proteger a sus cachorros. Mi madre hubiera sido la unica en reaccionar de un modo tan feroz. Oi el grifo de la cocina y me pregunte si tambien Betty tendria dificultad para dormir.

La encontre sentada en el balcon, mirando al cielo, con varios centimetros de ceniza en el cigarrillo, que relucian como una luciernaga entre sus dedos. La tarima crujio bajo mis pies. El hombro de Betty se movio nerviosamente, pero no se volvio a ver quien estaba detras de ella.

– Parece que manana va a llover -murmuro.

– ?Betty?

Me deslice sobre la silla que estaba a su lado. Ya habia interrumpido el hilo de sus pensamientos, asi que era demasiado tarde para echarme atras. Me contemplo, pero no me dijo nada. Bajo el brillo de la luz de la cocina, su piel era palida y sus ojos parecian mas pequenos que cuando iba maquillada. El abanico de arrugas de la frente y los surcos alrededor de la boca brillaban por los productos desmaquillantes. Sus facciones se suavizaban, eran menos drasticas, sin la mascara de cosmeticos.

– Te agradezco lo que has hecho hoy por mi.

– ?Shhh! -chisto, mientras tiraba la ceniza por un lateral del balcon.

– No se lo que habria hecho si no hubieras aparecido tu.

Betty bizqueo.

– Tu misma las habrias mandado a freir esparragos mas tarde o mas temprano -me contesto, senalandose la redecilla del pelo-. Las personas aguantan hasta un limite y luego empiezan a defenderse.

Sonrei, aunque dudaba que lo decia fuera cierto. Cuando aquellas chicas habian dicho que yo era una refugiada despreciable, las habia creido.

Me recoste en la silla. El aire del oceano era fresco, pero no llegaba a ser frio. Lo inspire y me llene los pulmones. La primera vez que vi a Betty, sus bruscos modales me habian hecho sentir miedo. De repente, mientras estaba alli sentada junto a ella en camison, con el lazo de raso bordeandole el escote, aquel pensamiento me parecio absurdo. Me recordo a Ruselina. Emanaba el mismo tipo de energia y la misma fragilidad. Pero puede que el unico motivo por el que sabia que era fragil fuera porque habia visto su habitacion secreta.

Betty formo una espiral de humo en el aire.

– Las palabras pueden matarte -dijo-. Lo se por experiencia. Era la sexta en una familia de ocho. La unica chica. Mi padre no tenia reparos en decirme continuamente lo inutil que el pensaba que yo era, y que no me merecia la comida que el me ponia en el plato.

Me estremeci. No me podia imaginar que tipo de padre podria decirle una cosa asi a su hija.

– ?Betty! -exclame.

Sacudio la cabeza.

– Cuando cumpli trece anos, supe que tenia que marcharme si no queria permitirle que matara lo poco que me quedaba dentro.

– Fuiste valiente -le dije- al tomar la decision de marcharte.

Apago el cigarrillo, y ambas nos quedamos en silencio, escuchando el sonido de un coche que arrancaba en la calle y el repiqueteo lejano de la musica nocturna de la avenida.

Despues de un rato, Betty dijo:

– Forme mi propia familia porque la que me habia tocado por sangre no era buena. Tom y yo no teniamos demasiado al principio, pero ?madre mia, como nos reiamos! Y cuando llegaron los chicos… Si, eramos felices.

Le temblo la voz y cogio otro cigarrillo del paquete que reposaba en el brazo de la silla. Pense en la habitacion. En como habia guardado con carino las cosas que pertenecieron a sus hijos.

– Rose nos dijo que perdiste a tus hijos en la guerra -le dije.

Me sorprendi a mi misma diciendo en alto aquellas palabras. En Tubabao, jamas le habria preguntado a nadie por su pasado. Pero entonces sufria tanto que no habria podido soportar el sufrimiento de nadie mas. De repente, senti el impulso de hacerle entender a Betty que comprendia su angustia porque yo tambien la sentia.

Betty apreto los punos sobre el regazo.

– Charlie, en Singapur, y Jack, un mes despues. Aquello le partio el corazon a Tom, despues ya no se reia tanto. Y entonces, el tambien se fue.

Me oprimio de nuevo el mismo sentimiento de dolor que me habia abrumado cuando entre en la habitacion de sus hijos. Alargue el brazo y le toque el hombro a Betty. Para mi sorpresa, me cogio la mano y la sostuvo entre las suyas. Eran manos huesudas, pero calidas. Sus ojos estaban secos, pero le temblaba la boca.

– Eres joven, Anya, pero ya sabes de lo que estoy hablando -me dijo-. Aquellas chicas de la cafeteria de hoy tambien eran jovenes, pero no saben absolutamente nada. Yo sacrifique a mis hijos para salvar este pais.

Me deslice de la silla al suelo y me arrodille frente a ella. Yo si entendia su pesar. Me imagine que, igual que yo, tenia miedo de cerrar los ojos por las noches y enfrentarse a los suenos, y que, incluso cuando se encontraba entre amigos, se encerraba en su propio mundo. Pero no podia imaginar la magnitud de lo que suponia la perdida

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