arbol.
– ?Dejad que os vea! -exclamo, dando un paso atras-. Las dos teneis muy buen aspecto. ?La senora Nelson tiene que estar cuidandoos muy bien!
– Si que nos cuida -contesto Irina, secandose una lagrima-. Pero ?y usted, abuela?, ?como se encuentra?
– Mejor de lo que nunca hubiera podido imaginar -respondio. Al ver de cerca el brillo de sus ojos y la luminosidad de su piel me podia creer sus palabras.
Le preguntamos sobre su viaje en barco y sobre Francia y, por alguna razon, nos respondio solamente en ingles, aunque nosotras le estabamos hablando en ruso.
Seguimos a los otros pasajeros al extremo sur del muelle, donde estaban descargando el equipaje. Irina y yo le preguntamos a Ruselina sobre el resto de los pasajeros del barco y bajo el tono de voz para contestarnos:
– Irina y Anya, tenemos que hablar solamente en ingles ahora que estamos en Australia.
– ?No, si hablamos entre nosotras! -le dijo Irina, echandose a reir.
– Especialmente cuando hablemos entre nosotras -replico Ruselina, sacando un folleto del bolso. Era el folleto de presentacion de la OIR sobre Australia.
– Leed esto -nos dijo, abriendolo por una pagina marcada y pasandomelo.
Lei un parrafo marcado con un asterisco.
Quizas lo mas importante es aprender a hablar el idioma de los australianos. Los australianos no estan acostumbrados a escuchar idiomas extranjeros. Tienden a mirar fijamente a aquellas personas cuya forma de hablar es diferente. Si usted habla su propio idioma en publico, llamara la atencion y provocara que los australianos le consideren un extrano… Ademas, trate de evitar utilizar las manos al hablar, porque si lo hace, llamara la atencion.
– Parece muy importante para ellos que nosotros no «llamemos la atencion» de ninguna manera -comento Irina.
– Eso explicaria las miradas tan extranas que nos han estado dedicando -dije yo.
Ruselina me cogio el folleto de las manos.
– Y aun hay mas. Cuando solicite la acogida en Australia me enviaron a un funcionario al hospital para preguntarme si sentia afinidad por el comunismo.
– ??En serio?? -exclamo Irina-. Precisamente nosotras, ?de entre toda la gente! ?Despues de lo que hemos perdido! ?Como si pudieramos ser rojas!
– Eso fue lo que le dije -replico Ruselina-. «Jovencito, ?de verdad piensa que yo podria apoyar el regimen que puso a mis padres ante un peloton de fusilamiento?»
– Es por culpa de las tensiones en Corea -observe yo-. Se creen que todos los rusos son espias del enemigo.
– Y es peor aun si eres asiatico -anadio Irina-. Vitaly dice que ni siquiera dejan entrar a gente con la piel oscura en el pais.
Una grua rugio sobre nuestras cabezas, y levantamos la vista para ver un monton de equipaje dentro de una red que estaba descendiendo sobre el muelle.
– Alli esta mi maleta -dijo Ruselina, senalando una bolsa azul con un ribete blanco.
Cuando el funcionario nos dijo que podiamos pasar a cogerla, nos pusimos a la cola junto con los otros pasajeros.
– Anya, aquel maleton negro tambien es mio -me indico Ruselina-. ?Puedes cogerlo? Pesa mucho. Irina puede coger la otra maleta.
– ?Que es? -le pregunte, aunque lo supe tan pronto como note el peso y percibi el olor de aceite de engrasar.
– Es una maquina de coser que he comprado en Francia -respondio Ruselina-. Voy a dedicarme a la costura para ayudaros un poco.
Irina y yo nos miramos.
– No es necesario, abuela -le dijo Irina-. Tenemos una habitacion para usted. El alquiler es bajo y podremos pagarlo hasta que se rescindan nuestros contratos.
– Seguro que no os lo podeis permitir -replico Ruselina.
– Si, si que podemos -le dije.
Lo que no le conte fue que habia vendido las joyas que habia traido desde Shanghai y que habia abierto una cuenta bancada. No consegui tanto dinero como esperaba por las gemas porque, segun me explico el joyero, habia un exceso de inmigrantes vendiendo sus alhajas en Australia. Pero si que consegui suficiente como para pagar la habitacion de Ruselina hasta la rescision de nuestros contratos con el gobierno.
– Bobadas -protesto Ruselina-. Teneis que ahorrar todo el dinero que podais.
– Abuela -le dijo Irina, frotandose con la mano el costado-, ha estado usted muy enferma. Anya y yo queremos que se lo tome con calma.
– ?Bah! ?Ya me lo he tomado con suficiente calma! -rezongo Ruselina-. Y ahora quiero ayudaros.
Insistimos en tomar un taxi hasta casa, aunque Ruselina queria llevar la maquina de coser en el tranvia para ahorrarnos dinero. Solo pudimos convencerla diciendole que podria ver mas cosas desde el taxi y, tras un par de intentos, conseguimos que uno bajara la bandera.
El entusiasmo de Ruselina por su nueva ciudad provoco que Irina y yo nos avergonzaramos de nosotras mismas. Abrio la ventanilla y senalo los monumentos historicos como si hubiera vivido en la ciudad toda la vida. Incluso el taxista estaba impresionado.
– Esa es la torre AWA -dijo, indicando un edificio marron con algo que parecia una minitorre Eiffel en el tejado-. Es el edificio mas alto de la ciudad. Supera la altura permitida, pero, como lo clasificaron como torre de telecomunicaciones en lugar de edificio, se libro de una multa.
– ?Como es que sabe usted tanto sobre Sidney? -le pregunto Irina.
– No he tenido nada que hacer durante meses salvo leer todo lo que podia sobre la ciudad. Las enfermeras eran muy amables y me traian material. Incluso encontraron a un soldado australiano que vino a visitarme. Desgraciadamente, era de Melbourne. Aun asi, me explico muchas cosas sobre la cultura australiana.
De vuelta a Potts Point, encontramos a Betty y a Vitaly discutiendo en la cocina. El apartamento olia a ternera al horno y a patatas asadas, y, aunque era invierno, las ventanas y las puertas estaban abiertas para disipar el calor.
– Quiere cocinar no se que plato raro extranjero -nos dijo
Betty, encogiendose de hombros. Se seco en el delantal y estiro el brazo para estrecharle la mano a Ruselina-. Pero yo no quiero nada mas que lo mejor para nuestra invitada.
– Encantada de conocerla, senora Nelson -dijo Ruselina, dandole la mano a Betty-. Quiero agradecerle que haya cuidado de Irina y Anya.
– Llamame Betty -le dijo la otra mujer, acariciandose el mono-, y ha sido un placer. Siento como si fueran mis hijas.
– ?Que plato extranjero querias cocinar? -le pregunto Irina a Vitaly, golpeandole en broma el brazo.
El puso los ojos en blanco y contesto:
– Espagueti a la bolonesa.
Los mediodias de invierno todavia eran lo bastante calidos como para comer fuera, por lo que sacamos la mesa plegable a la terraza y trajimos mas sillas. A Vitaly se le asigno la tarea de trinchar la carne, e Irina sirvio las verduras. Ruselina se sento cerca de Betty, y no pude evitar contemplarlas juntas. Formaban una extrana yuxtaposicion. Al margen de que se pudiera afirmar que eran mujeres muy distintas, una al lado de otra tenian un aspecto extranamente parecido. A primera vista, no compartian nada: una era una aristocrata del viejo mundo venida a menos por las circunstancias de guerras y revoluciones; la otra era una mujer de una familia de clase trabajadora que, a base de ahorrar y economizar, habia llegado a poseer su propia cafeteria y una casa en Potts Point. Pero, desde las primeras palabras que se cruzaron, Ruselina y Betty descubrieron que habia entre ellas una buena compenetracion, como entre mujeres que hubieran sido amigas desde hacia anos.
– Estabas muy enferma, carino -le dijo Betty, tendiendole el plato de Ruselina a Vitaly para que le sirviera mas carne.
– Pense que me iba a morir -confirmo Ruselina-. Pero ahora puedo decir de todo corazon que nunca me he