de un hijo, y menos de dos. Betty era fuerte, note la esencia de su energia latiendo a traves de su cuerpo, pero, al mismo tiempo, sabia que si la presionaban demasiado, se derrumbaria.

– Estoy orgullosa -sentencio-. Orgullosa de que, gracias a jovenes como mis hijos, este pais todavia sea libre, y los jovenes como tu tengais la posibilidad de venir y empezar una nueva vida aqui. Quiero hacer todo lo posible por ayudaros. No dejare que os insulten.

Las lagrimas me escocieron en los ojos.

– ?Betty!

– Vitaly, Irina y tu -declaro- ahora sois mis hijos.

14

ALTA SOCIEDAD

Una noche de julio, mientras Betty trataba de ensenarme el secreto de su receta de cazuela de ternera con pina, Irina irrumpio en la cocina ondeando una carta en la mano.

– ?La abuela esta en camino! -exclamo.

Me seque las manos en el delantal, le cogi la carta y lei las primeras lineas. Los medicos franceses habian certificado la recuperacion de Ruselina y, en el consulado, le estaban preparando los documentos necesarios para que pudiera viajar a Australia. Habian sucedido tantas cosas desde que habiamos visto por ultima vez a Ruselina que casi no pude creerme lo que estaba leyendo sobre que esperaba llegar a Sidney a finales de ese mismo mes. Parecia que el tiempo habia pasado volando.

Le traduje las noticias a Betty.

– Espera a ver cuando escuche lo bien que hablas ahora ingles -le dijo a Irina-. No te reconocera.

– No me va a reconocer porque nos has estado alimentando muy bien -replico Irina, sonriendo-. He cogido peso.

– ?Yo no he sido! -protesto Betty, mientras cortaba en laminas un poco de beicon y ponia ojos de cordero degollado-. Creo que es Vitaly el que ha estado dandote de comer mas de la cuenta. ?Siempre que los dos estais en la cocina, lo unico que oigo son risitas!

Pense que la broma de Betty era graciosa, pero Irina se sonrojo.

– Vitaly deberia haber arreglado su Austin para cuando llegue Ruselina -comente-. Podemos llevarla a dar un paseo por las Montanas Azules.

Betty puso los ojos en blanco.

– ?Vitaly ha estado tratando de reparar ese Austin desde que empezo a trabajar conmigo y todavia no lo ha sacado del garaje! Creo que sera mejor que no contemos con el y vayamos en tren.

– ?Crees que podremos encontrar un apartamento para la abuela cerca de aqui? -le pregunto Irina a Betty-. No tenemos demasiado tiempo.

Betty metio la cazuela en el horno y puso en marcha el temporizador.

– Se me ocurre otra cosa -contesto-. Tengo una habitacion en la planta baja que he estado utilizando como almacen, pero que es grande y agradable. La vaciare, si quereis.

Alcanzo un tarro de la balda superior del armario de la cocina, saco una llave y se la dio a Irina.

– Anya y tu podeis ir a echar un vistazo y ver que os parece. A la cena todavia le falta un rato.

Irina y yo corrimos escaleras abajo hasta el primer piso. Nos encontramos con Johnny, que estaba saliendo por la puerta principal.

– ?Hola a las dos! -nos dijo mientras sacaba un paquete de cigarrillos del bolsillo de la chaqueta-. Me voy a la calle, aunque mama dice que va a llover.

Irina y yo le devolvimos el saludo y le observamos mientras trotaba por el sendero y a traves de la puerta del jardin. El domingo anterior, Vitaly nos habia llevado al zoo. Cuando llegamos al recinto de los koalas, Irina y yo nos miramos y dijimos al unisono: «?Johnny!». Nuestro vecino tenia los mismos ojos semicerrados y la misma boca languida que aquel animal autoctono.

La habitacion de la que Betty nos habia hablado estaba al final del recibidor, detras de las escaleras.

– ?Crees que habra mucho ruido cuando Johnny practique al piano? -me pregunto Irina, metiendo la llave en la cerradura.

– No, hay dos habitaciones que separan esta del piano de Johnny. Y, en todo caso, nadie se queja cuando el practica.

Lo que le acababa de decir a Irina era cierto. Siempre que oiamos a Johnny tocar, apagabamos la radio y, en su lugar, le escuchabamos a el. Su version de Moon River siempre lograba hacernos llorar.

– Tienes razon -replico Irina-. A la abuela le encantara vivir al lado de un musico.

Abrimos la puerta y entramos, encontrandonos de repente en una estancia abarrotada, llena de armarios, maletas y con una cama con dosel. El aire olia a polvo y bolas de alcanfor.

– Esa cama debio de estar antes en nuestro cuarto -dije-. Probablemente era la de Tom y Betty.

Irina abrio una puerta corrediza que habia bajo las escaleras y encendio la luz.

– Aqui hay un lavabo y un inodoro -dijo-. Supongo que la abuela podria banarse arriba.

Abri las puertas del armario de madera tallada. Estaba lleno hasta los topes de cajas de te Bushell.

– ?Que te parece? -me pregunto Irina.

– Yo creo que deberias alquilarla -le conteste-. Betty tendra que vender estas cosas mas tarde o mas temprano, y si limpiamos a fondo, quedara una bonita habitacion.

El barco de Ruselina surco las aguas del puerto en una preciosa manana en Sidney. La humedad del verano me habia resultado muy familiar, porque el clima de Shanghai era parecido, pero nunca habia conocido dias de invierno con una luz solar tan intensa, brillando entre los arboles; el aire era tan frio y vigorizante que casi tenias la sensacion de poder morderlo, como una manzana fresca. A diferencia de lo que ocurria en Harbin, no habia un interminable descenso de la temperatura hasta llegar al invierno, seguido por largos meses de nevadas, hielo y oscuridad. La version amable del invierno en Sidney me daba animos y tenia de color mis mejillas. Irina y yo decidimos caminar hasta el muelle para recibir a Ruselina. Practicamente fuimos brincando y no pudimos evitar reirnos a escondidas de los australianos, arrebujados en sus chaquetas y abrigos, quejandose sin parar del «invierno glacial» y de los «sabanones».

– Debe de hacer trece grados o mas -le comente a Irina.

– La abuela se creera que estamos en verano -contesto, echandose a reir-. Solo se alcanzaban estas temperaturas durante las olas de calor cuando ella vivia en Rusia.

Nos alivio comprobar que el barco que traia a Ruselina a Australia no estaba tan lleno como el que habiamos visto nuestro primer dia en Sidney, aunque el muelle estaba atestado de gente que esperaba a que los pasajeros desembarcaran. Habia una banda del Ejercito de Salvacion que estaba tocando Waltzing Matilda, y algunos periodistas y fotografos hacian fotos. Una fila de gente comenzo a descender por la pasarela de manera ordenada. Un grupo de boy-scouts se apresuraron a entregarles manzanas a los pasajeros que iban desembarcando.

– ?De donde viene este barco? -le pregunte a Irina.

– Zarpo de Inglaterra y fue recogiendo a unos cuantos pasajeros de camino.

No dije nada, pero me dolio que los australianos parecieran mas entusiasmados por los inmigrantes britanicos que por nosotros.

Irina busco entre el mar de rostros el de Ruselina.

– ?Alli esta! -exclamo Irina, senalando hacia la mitad de la fila.

Parpadee. La mujer que descendia por la pasarela no era la Ruselina que yo habia conocido en Tubabao. Un saludable bronceado habia sustituido su palida complexion, e incluso caminaba sin la ayuda de un baston. Tambien habian desaparecido las manchas oscuras bajo su piel que tan familiares me resultaban. Nos localizo y grito:

– ?Irina! ?Anya!

Ambas corrimos a recibirla. Cuando la abrace, era como apretar un cojin, en lugar de la rama de un

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