– Los bordados son bellisimos. -Recorri con la punta de los dedos las cuentas plateadas del corpino. Mi mirada recayo sobre la etiqueta del precio. Algunos australianos habrian considerado aquella cantidad como un deposito para una parcela de terreno. Recorde que, en Shanghai, yo compraba vestidos como aquel y ni siquiera me paraba a pensar en el precio. Pero, despues de todo lo que habia pasado, mis prioridades habian cambiado. Aun asi, no podia evitar sentirme fascinada por aquella extraordinaria prenda.
– Tengo a una italiana que me ensarta las cuentas y a otras dos que confeccionan los bordados. -Judith volvio a colocar el vestido dentro de su funda y cogio otro para ensenarmelo. Era un traje de noche con un cuello vuelto, el pecho era de color lavanda, el corpino, color turquesa y la falda era negra con escarapelas a lo largo del dobladillo. Le dio la vuelta para ensenarme el suave polison de la parte trasera.
– Este es para una obra que se estrenara en el Teatro Real -me explico, colocandose el vestido contra su propio cuerpo-. Me llega mucho trabajo de las companias teatrales y tambien un poco de la gente que acude a las carreras de caballos. Ambos son mundos fascinantes.
– Parece que tienes una clientela interesante -observe.
Judith asintio.
– Pero me encantaria conseguir que las damas de la alta sociedad se pusieran mis vestidos, porque salen en las revistas todo el tiempo. Y tambien, porque suelen tener prejuicios contra los disenadores australianos. Todavia piensan que es mas prestigioso comprarse los vestidos en Londres o en Paris. Pero lo que tiene buena acogida en Europa no tiene necesariamente por que traducirse en exito aqui. A pesar de todo, los circulos tradicionales de alta sociedad son muy cerrados. Es dificil abrirse camino.
Me tendio el vestido.
– ?Te gustaria probartelo?
– A mi me sientan mejor los disenos mas sencillos -replique, dejando a un lado mi copa.
– Entonces, tengo un modelito perfecto para ti. -Abrio la cremallera de otra funda y saco un vestido con un corpino cenido de color negro y una falda recta de color blanco, con un ribete negro en el dobladillo-. Pruebate este -me dijo, conduciendome al probador-. Tiene guantes y una boina a juego. Es parte de mi coleccion de primavera.
Judith me ayudo a desabrocharme la falda, y colgue mi sueter de un perchero almohadillado. Muchos modistos tenian por costumbre ayudar a sus clientes a cambiarse, y me alegre de llevar la ropa interior nueva que habia comprado en Mark Foys unos dias antes. Me habria dado mucha verguenza si me hubiera visto con la ropa interior raida que habia estado utilizando desde Tubabao.
Judith me subio la cremallera del vestido y me coloco la boina en angulo sobre la cabeza, y despues dio varias vueltas a mi alrededor.
– Serias una buena modelo para la coleccion -comento-. Justamente tienes el aspecto aristocratico necesario.
La ultima persona que habia hecho ese comentario sobre mi habia sido Dimitri. Pero Judith lo dijo de un modo que parecia mas una cualidad personal que una mera ventaja.
– Tener acento en Australia es un inconveniente -replique.
– Eso depende de en que circulo te muevas y de como te presentes a ti misma -me dijo Judith, guinandome el ojo-. Los propietarios de los restaurantes mas importantes de esta ciudad son todos extranjeros. Una de mis competidoras es una mujer rusa en Bondi que asegura ser sobrina del zar. Por supuesto, es mentira, es demasiado joven. Pero todo el mundo esta encantado con ella. Les dice a sus clientas lo que tienen que ponerse o dejar de ponerse con tal autoridad que incluso algunas matronas de la alta sociedad se acobardan en su presencia.
Judith cogio el dobladillo del vestido y lo aliso entre sus dedos, mientras meditaba.
– Si logro que te vean en los lugares adecuados llevando mis vestidos, quizas eso pueda proporcionarme el empuje que necesito. ?Me ayudaras?
Fije la mirada en los ojos azules de Judith. Lo que me estaba pidiendo no podia ser tan dificil. A fin de cuentas, en su momento habia sido la anfitriona del club nocturno mas grandioso de Shanghai. Y despues de haber llevado ropa descolorida y usada durante tanto tiempo, resultaba agradable volver a ponerse vestidos bonitos.
– Pues claro -le respondi-. Suena divertido.
Mi imagen reflejada en el espejo de Judith me corto la respiracion. Despues de cinco pruebas, dos de ellas probablemente innecesarias, el modelo creado para mi «debut» en la sociedad australiana estaba listo. Roce con los dedos la gasa purpura, y le sonrei a Judith. Tenia un corpino fruncido, emballenado para darle consistencia y con tirantes. La falda suelta me llegaba justo por encima de los tobillos. Judith me envolvio el chal a juego alrededor de los hombros y parpadeo con ojos humedos. Podria haber sido una madre vistiendo a su hija para el dia de su boda.
– Es un vestido increible -comente, mirando a Judith en el reflejo del espejo. Era verdad. De todos los que me habia puesto en Shanghai, ninguno era tan femenino, ni ninguno tenia un corte tan elegante como el que Judith habia disenado para mi.
– La verdad es que ha sido todo un proceso de produccion -dijo, echandose a reir, mientras servia dos copas de champan-. Por el exito del vestido. -Vacio su copa en tres sorbos y, cuando vio la sorpresa pintada en mi rostro, anadio-: Mejor empina el codo ahora. No esta bien visto que las chicas de nuestra edad beban en publico.
Solte una carcajada. Betty me habia contado que en Australia las «chicas bien» nunca bebian o fumaban en publico. Cuando le pregunte a ella por que fumaba, bizqueo y me dijo:
– Yo era jovencita en los anos veinte, Anya. Ahora soy una vieja momia y puedo hacer lo que quiera.
– Pense que querias que pareciera una aristocrata rusa expatriada -me burle de Judith-. ?No me habias dicho que la de Bondi bebe como un cosaco?
Oimos el ruido de un motor de automovil que se detenia fuera, en la calle. Judith echo un vistazo por la ventana y saludo a un joven trajeado. Abrio la puerta y le invito a entrar, presentandomelo como Charles Maitland, su cita de aquella noche. Charles le habia traido un ramillete con una orquidea, que ella se ato a la muneca. Por el modo en que contemplaba a Judith y apenas nos prestaba atencion a mi o al modelo que llevaba, y al que Judith no paraba de hacer referencia, me percate de que estaba totalmente prendado de ella. Sin embargo, yo ya sabia que aquel sentimiento no era mutuo. Judith me habia dicho que habia elegido a Charles porque venia de una «buena» familia y podria conseguirnos una mesa en el Chequers. Normalmente, el club nocturno mas popular de Sidney solia ser democratico, y cualquiera con el atuendo adecuado podia entrar; pero aquella noche era el estreno de una estrella de la cancion estadounidense, Louise Tricker, y solo se podia entrar con invitacion. Judith me dijo que lo mas granado de la sociedad australiana iba a estar alli, incluidos los asistentes habituales a las carreras de caballos, estrellas de teatro y de la radio, e incluso algunos integrantes de la elite social. Judith no me habia podido encontrar un caballero lo suficientemente sofisticado para estar a la altura de mi indumentaria, por lo que yo iba con ellos en calidad de acompanante.
Charles me abrio la puerta de su Oldsmobile, mientras Judith me sujetaba el borde del vestido. De camino a la ciudad, Charles, cuyo padre era cirujano en Macquarie Street, nos hablo del Baile en Blanco y Negro en el Trocadero. Su madre pertenecia al comite organizador. Judith ya me habia explicado de que se trataba. Era el mayor evento de la alta sociedad y representaba una oportunidad para que las mujeres casadas recientemente pudieran mostrar sus vestidos de novia por segunda vez. Habia premios para los mejores vestidos en blanco y negro, y me dijo que la mayoria de las mujeres ya habrian elegido que se iban a poner para la ocasion. Si la madre de Charles estaba en el comite organizador, estaba claro que Judith recibiria una invitacion, es decir, la madre de Charles aprobaba que se relacionara con su hijo. Judith me habia contado que sus padres poseian el edificio en el que ella tenia su estudio. Ella residia en el apartamento de la siguiente planta y alquilaba el de la tercera. El padre de Judith era un rico abogado, pero su abuelo habia sido sastre, por lo que la familia carecia de eso a lo que Judith llamaba misteriosamente «contactos».
Era embarazoso saber que Judith estaba utilizando a Charles. Parecia un buen hombre. Pero, entonces, me senti incomoda con la idea de que su madre pudiera no «aprobar» a una chica tan encantadora como Judith. En Shanghai, con tal de que tuvieras dinero y estuvieras dispuesto a gastarlo alegremente, eras bienvenido en todas partes. Solamente el cerrado circulo britanico se preocupaba por las historias familiares y los titulos. De nuevo podia ver claramente que la sociedad australiana era bastante diferente en ese sentido, y empece a cuestionarme