iluminado por el regocijo. Me imaginaba a mi misma apareciendo en su columna a la manana siguiente: «El Sydney Herald considero apropiado enviar a una ignorante novata ataviada con un vestido desgastado a uno de los acontecimientos mas importantes de la temporada… ?Pueden creerselo? ?No sabia quien era Roland Stephens! ?Que verguenza!».

– Lo siento muchisimo, Jack -le dije, una vez que hubimos salido.

– No es culpa tuya -me respondio-, es culpa de Diana. Si Caroline no podia venir, tendria que haber venido ella.

Me recorrio un sentimiento de pavor.

– ?Va a tener problemas?

– Bueno -me contesto, encogiendose de hombros-, imaginate. Sir Henry estaba alli. Esto le da a Roland Stephens una cosa mas por la que regodearse. Da la sensacion de que sir Henry contrata a gente que no sabe lo que hace.

Durante toda la noche, di vueltas y mas vueltas en la cama. Me tuve que levantar una vez para vomitar, aunque no habia comido nada desde la hora del almuerzo. Una cosa era que hubiera conseguido que me despidieran, pero arrastrar a Diana conmigo me parecia impensable. Aprete los dientes con rabia, odiando Sidney, o, mas especificamente, su alta sociedad. ?Por que no me habia quedado en la cafeteria, donde lo mas dificil a lo que me tenia que enfrentar era a clientes que pedian batidos sin helado?

A la manana siguiente, en el que pense que seria mi ultimo dia de trabajo en el Sydney Herald, me puse mi vestido blanco y negro con el aspecto de alguien que va a asistir a un funeral. Si me iban a reprender y a despedir por no saber quien era aquel hombre arrogante, entonces pretendia que me reprendieran y me despidieran con estilo. Lo unico por lo que sentia remordimientos era por Diana.

Cuando llegue a la seccion femenina, me di cuenta de que la historia ya habia circulado por la compasion pintada en las miradas de las otras chicas. Ann estaba atareada en su oficina moviendo cosas de un lado a otro. Ya llevaba trabajando con ella el tiempo suficiente como para saber que aquello significaba que estaba emocionada. Me preguntaba si pensaria que iba a conseguir el puesto de Diana. Decidi ser valiente y dirigirme al despacho de Diana directamente para contarle la verdad. Trate de prepararme para lo que se avecinaba, pero, cuando entre, ella levanto la mirada y me sonrio.

– ?Vaya noche maravillosa! -me dijo, sonriendo-. Harry me llevo a una cena a bordo de un transatlantico en el puerto. Nadie de la alta sociedad. Que alivio.

«No se ha enterado», pense. Estaba a punto de preguntar si podia sentarme para explicarle lo que habia sucedido la noche anterior, pero, antes de que consiguiera pronunciar una sola palabra, Diana exclamo:

– Me alegro de que hoy te hayas puesto ese vestido tan bonito, porque sir Henry nos ha pedido que nos reunamos con el en su despacho a las diez.

Trate de tartamudear para decirle que necesitaba hablar con ella, pero sono el telefono, y, cuando empezo a hablar sobre el diseno de un ajuar, supe que la llamada iba a durar un buen rato. Corri desde el despacho de Diana hasta el aseo de mujeres, convencida de que iba a vomitar. Pero el frio de los baldosines de la pared me calmo. Despues de comprobar que todos los cubiculos estaban vacios, me enfrente a mi imagen reflejada en el espejo.

– Aclara este asunto y asume la responsabilidad -le dije a mi reflejo-. Actua de manera profesional por el bien de Diana.

Justo antes de las diez en punto, Diana y yo bajamos a la planta de direccion. La secretaria de sir Henry nos acompano a su despacho. Estaba hablando por telefono con alguien sobre los costes del papel y nos hizo un gesto para indicarnos que tomaramos asiento. Yo me desplome en el sillon de cuero junto a su escritorio. Estaba tan baja que casi no alcazaba a verle por encima del nivel de mis rodillas.

Mire a mi alrededor para ver los diferentes retratos de los miembros de la familia Thomas que habian dirigido la empresa antes del actual. Habia varios cuadros originales colgando de las paredes, pero el unico que pude reconocer fue una pintura con unas ninfas flotando en el aire. El artista tenia que ser Norman Lindsay.

– Siento haberos tenido esperando -dijo sir Henry, colgando el auricular. Nunca antes le habia visto de tan cerca. Tenia rostro de actor, teatral, con las facciones muy marcadas y nobles.

No se molesto en presentarse. ?Por que deberia hacerlo? En breves instantes, iba a salir de su vida para siempre.

– Mejor que os acomodeis en la mesa. Quiero mostraros algo -dijo, levantandose y conduciendonos a una mesa de aspecto medieval, rodeada por sillas con respaldo alto.

Mire de soslayo a Diana. Me preguntaba en que estaria pensando.

Nos sentamos y sir Henry saco una carpeta de un estante junto a la mesa. Para mi sorpresa, se dirigio hacia mi.

– Como probablemente sabras, Anya, los periodicos se financian gracias a la publicidad. Los beneficios publicitarios lo son todo. Y ahora mas que nunca.

«Oh, Dios mio -pense-, esto va para largo.»

Sir Henry se rasco la cabeza.

– Nuestros publicistas de cosmeticos nos han reprochado que no tenemos una columna de belleza en este periodico, como en las publicaciones estadounidenses y europeas.

Asenti y volvi a mirar de soslayo a Diana. Estaba sonriendo abiertamente. Empece a pensar que sabia algo que yo ignoraba.

Sir Henry empujo hacia mi un anuncio de Helena Rubinstein.

– Diana y yo lo hemos hablado y estamos de acuerdo en ponerte a ti a cargo de la columna. Me ha contado que has estado ayudando mucho a Bertha y que tu misma has escrito algun articulo.

Me seque el sudor de las manos en la parte inferior de la mesa. Su oferta no era lo que yo estaba esperando, pero, de algun modo, consegui asentir con la cabeza.

– Diana piensa que tienes talento de sobra para hacerlo. Yo creo que eres inteligente e ingeniosa. Ademas, incluso aunque la competencia comience a comprender la importancia de una columna de esas caracteristicas, dudo que tenga a nadie en plantilla tan hermoso como tu. Y eso es importante para una editora de belleza -anadio sir Henry, guinandome el ojo.

Estaba segura de estar teniendo alucinaciones por falta de sueno. ?Cuando se le ocurrio a sir Henry la idea de que yo era inteligente e ingeniosa? De la noche anterior, estaba claro que no.

– ?Que contenidos se van a tratar en la columna? -dije, sorprendiendome a mi misma de que hubiera logrado formular una pregunta inteligente.

– Estara compuesta de dos partes -explico Diana, volviendose hacia mi-. La primera estara relacionada con las novedades, y alli podras explicar las caracteristicas de los productos que aparezcan en el mercado. La segunda incluira consejos de belleza. No es nada dificil y yo te supervisare.

– Podemos discutir los detalles mas adelante -dijo sir Henry, levantandose para atender al telefono-. Solo queria conocerte, Anya, y saber que pensabas sobre el tema.

Diana y yo salimos de su despacho. En las escaleras, de vuelta a la seccion femenina, Diana me agarro del brazo y susurro:

– Llevo meses hablandole de mi idea sobre la columna de belleza y sobre que queria que tu fueras la editora. Pero esta manana, cuando llegue, de repente, lo unico que me dijo fue: «?Vamos!, ?vamos!, ?vamos!».

Se abrio la puerta del rellano de la escalera, y escuche a sir Henry llamandome para que volviera.

– Ve -me dijo Diana-, nos veremos arriba.

Sir Henry me estaba esperando en su despacho. Cerro la puerta detras de mi, pero permanecio de pie.

– Hay una cosa mas -me dijo, mientras una sonrisa juvenil le iluminaba su arrugado rostro-. Creo que lo que hiciste ayer por la noche fue muy inteligente. Ya sabes, al aparentar que no sabias quien era Roland Stephens. Tu pequeno truco fue el tema de conversacion durante el resto de la velada. Algunos incluso decian que yo mismo te habia aleccionado para que lo hicieras. Una chica australiana no habria salido impune, pero tu lo hiciste parecer real. Ese hombre es tan arrogante que merecia que alguien minara su ego.

Aunque me habian concedido el cargo de editora de belleza, no era nada mas que una periodista del grado mas bajo. Era mejor que ser una oficinista sin rango y, gracias a ello, ganaba un poco mas. Lo mejor del cargo era que ya no me desairaban en los eventos sociales. De hecho, aquellas mujeres me consideraban una amenaza. Pensaban que las miraba en busca de algun defecto en la piel o en el peinado, y, en mas de una ocasion, me vi acorralada por la esposa de algun politico importante o de algun conocido hombre de negocios rogandome que la

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