Unos dias despues de la Nochevieja de 1956, estaba sentada en mi piso de Campbell Parade, mientras miraba la playa y contemplaba a la multitud que se desperdigaba por la arena como prendas de ropa desparejadas en un cesto de un mercadillo benefico. El primer dia de enero, el mar habia crecido con olas por encima de los cuatro metros y medio. Los socorristas corrian freneticamente de un lado para otro, sacando del agua a surfistas y rescatando a dos chicos que la marea habia arrastrado hasta las rocas. Pero, aquel dia, el mar estaba en calma, y varias bandadas de gaviotas se balanceaban perezosamente en la superficie del agua. Hacia calor, y yo tenia todas las ventanas abiertas. Podia oir las voces de los ninos jugando en la arena y el silbido de advertencia de los socorristas para que la gente nadara entre las boyas. El oceano podia parecer tranquilo, pero, bajo la superficie, estaba plagado de corrientes traicioneras.
Estaba trabajando en un articulo para la seccion femenina, donde me habian nombrado editora de moda un ano antes. Ann White, despues de agotarse completamente trabajando sobre vestidos de gala de coronacion y sobre el guardarropa de la reina durante su visita oficial a Australia, se habia casado con un miembro de la familia Denison. La dinastia de los grandes almacenes consideraba su don para la moda como una cualidad mas valiosa que cualquier dote, asi que la nombraron directora del departamento de compras de moda para los grandes almacenes de Sidney. Nos veiamos en acontecimientos sociales y habiamos ido a comer juntas dos o tres veces. Era ironico que, despues de que nuestra relacion comenzara de un modo tan convulso, hubieramos acabado necesitando mutuamente el apoyo de la otra.
Para el articulo que estaba escribiendo, habia pedido a tres disenadores australianos que me propusieran ideas sobre como vestirian a Grace Kelly el dia de su boda con el principe Rainiero de Monaco. Judith desarrollo la propuesta mas hermosa: un vestido con recubrimiento de organdi de color marfil, con el pecho de tafetan y el escote de cuello de cisne; aun asi, las propuestas de los otros dos disenadores tambien eran dignas de ser consideradas alta costura. Uno era un vestido de corte de sirena con puntadas curvas y dobladillo de cola de pez, y el otro estaba hecho de brocado con adornos de piel de marta y seda irisada. Ese ultimo vestido me lo habia enviado una rusa que habia venido a Sidney via Paris. Se llamaba Alina, y cuando escribi su nombre en el dorso de las fotografias que acompanarian el articulo, comence a pensar en mi madre.
Stalin murio en 1953, pero eso no habia impedido que Occidente y la Union Sovietica se enzarzaran en una guerra fria que hacia imposible cualquier tipo de intercambio de informacion. El padre de Vitaly no volvio a oir hablar de su hermano, y yo habia escrito a todas las organizaciones que pude: la Sociedad ruso-australiana, las Naciones Unidas, la OIR y muchas otras organizaciones humanitarias de menor tamano. Pero ninguna habia sido capaz de ayudarme. Parecia que Rusia era impenetrable.
Australia estaba muy lejos de cualquier cosa que mi madre y yo hubieramos tenido en comun. No podia reconocerla en los arboles australianos o asociarla con el mar. Todavia albergaba el terror de llegar a olvidar los detalles que recordaba sobre ella: la forma de sus manos, el color exacto de sus ojos, su aroma. Y, aun asi, no conseguia borrarla de mi memoria. Incluso despues de todos aquellos anos, ella era la primera persona en la que pensaba cuando me levantaba por las mananas y la ultima que me venia a la mente cuando apagaba las luces antes de irme a dormir. Habiamos estado separadas durante casi once anos, pero, pese a todo, en algun lugar de mi corazon todavia creia que ella y yo nos encontrariamos de nuevo.
Meti el articulo y las fotografias en un sobre y prepare la ropa para la oficina. Unas semanas antes, habia preparado un articulo a doble pagina titulado «Demasiado calor para la playa», en el que mostraba los nuevos modelos de biquinis que se estaban abriendo camino en Australia provenientes de Europa y Estados Unidos. Ya que los banadores son ropa intima, le pregunte a la modelo si queria quedarse con los biquinis con los que habia posado, pero replico que ya tenia varios cajones llenos de banadores y biquinis de otras sesiones de fotos. Por eso, me los traje a casa para lavarlos, con la intencion de darselos a las reporteras de menor antiguedad. Abri el guardarropa y rebusque en la bolsa de paja en la que creia que los habia puesto despues de que se secaran en la cuerda de la ropa. Pero no estaban alli. Contemple el interior vacio de la bolsa, sorprendida. Comence a dudar de si, con lo ocupada que habia estado con los plazos de entrega, no me habria llevado ya los banadores a la oficina y, sencillamente, se me habria olvidado. En ese momento, la senora Gilchrist, la supervisora del edificio, llamo a la puerta.
– ?Anya! ?Al telefono! -grito.
Me puse las sandalias y corri al telefono compartido en el recibidor.
– Hola -susurro Betty, cuando cogi el auricular-, ?puedes venir a recogernos, carino?
– ?Donde estais?
– En la comisaria de policia. La policia no nos deja irnos, a menos que venga alguien a recogernos.
– ?Que ha ocurrido?
– Nada.
Escuche a Ruselina hablando con alguien en el fondo, y el sonido de una risa masculina.
– Betty, si no ha ocurrido nada, ?que estais haciendo vosotras dos en la comisaria de policia?
Hubo un instante de silencio antes de que contestara:
– Nos han detenido.
Estaba demasiado sorprendida como para hacer cualquier comentario. Ruselina dijo algo en alto, pero no lo entendi.
– Oh -comento Betty-, Ruselina pregunta si podrias traernos algo de ropa.
Corri a la comisaria de policia, con la cabeza dandome vueltas, intentando imaginarme que podrian haber hecho Betty y Ruselina para que las detuvieran. Betty se habia jubilado y, despues de vender la casa en Potts Point, habia comprado un apartamento de tres dormitorios para ella y Ruselina con un estudio en la planta de arriba para mi. Vitaly e Irina vivian en una casa en Tamarama, a un barrio de distancia. Desde que se mudaron, Betty y Ruselina habian empezado a exhibir un extrano comportamiento. Una vez, se dedicaron a saltar entre las rocas del cabo con cuchillos entre los dientes, alegando que «iban a cazar tiburones en honor de Bea Miles», que habia sido la vieja chiflada de Bondi durante muchos anos. Habia marea baja, y el mar estaba claro y en calma, por lo que no corrieron demasiado peligro de ahogarse, pero el mero hecho de ver a nuestras queridas abuelas flotando en un area sin vigilancia era suficiente como para aterrorizarnos a Irina y a mi. Hicimos que Vitaly las persiguiera para obligarlas a volver a la orilla.
– No os preocupeis demasiado por ellas -nos dijo Vitaly despues-. Ambas han sufrido tragedias en sus vidas, pero han tenido que ser fuertes y seguir adelante a pesar de todo. Ahora es un momento en el que quieren dejarse llevar y ser irresponsables. Son afortunadas por haberse encontrado, igual que vosotras dos.
No telefonee a Vitaly e Irina antes de marcharme hacia la comisaria de policia. Irina estaba embarazada de cuatro meses y no queria disgustarla. Sin embargo, durante todo el camino hacia la comisaria, no pude evitar preocuparme. ?Por que no podian Betty y Ruselina dedicarse a la pintura o al bingo como otras ancianas de su edad? El tranvia de Bondi traqueteo y levante la mirada. Por el rabillo del ojo, vi a una anciana solitaria sentada en un banco del parque. Les echaba trocitos de pan a las gaviotas. Me dio la sensacion de que la imagen de su silueta solitaria se quedaba grabada en mi interior, y comence a preguntarme si yo seria como aquella anciana dentro de cincuenta anos.
Cuando llegue a la comisaria de policia, Betty y Ruselina estaban sentadas en la sala de espera, envueltas en sus albornoces de felpa. Betty estaba lanzando anillos de humo al aire. Ruselina sonrio ampliamente cuando me vio. Habia un anciano sentado junto a ella, que llevaba una camiseta de tirantes blanca y unos pantalones cortos. Tenia la piel tan morena como el cuero y estaba inclinado con los codos apoyados en las rodillas, muy pensativo. En la esquina opuesta de la habitacion, un hombre con aspecto fornido que llevaba un traje de buceo y pantalones cortos se estaba poniendo una bolsa de hielo en la mandibula. En la tira de su sombrero de paja se leia la palabra «inspector».
El sargento al mando se levanto de su escritorio.
– ?Senorita Kozlova?
Mire a Betty y a Ruselina, pero ellas se mantuvieron impasibles, sin revelar nada.
– ?Que ha ocurrido? -le pregunte al sargento, sentandome en la silla frente a su escritorio.
– No se preocupe -me susurro-, no es nada grave. Solamente se trata de que el inspector de la playa es muy estricto en cuanto al «decoro».
– ?Decoro? -exclame. Ruselina y Betty soltaron una risita.
El sargento abrio el cajon de su escritorio y saco un diagrama que mostraba a un hombre y a una mujer de
