pie en la playa. Lo empujo hacia mi. Habia lineas y medidas dibujadas sobre las siluetas. La cabeza me daba vueltas. ?Decoro? ?Que demonios habrian hecho Betty y Ruselina?

El sargento me senalo varias partes del dibujo con el boligrafo.

– Las perneras de los banadores, segun el inspector, deben tener una longitud minima de siete centimetros y medio, y los banadores de las mujeres tienen que llevar tirantes o algun otro tipo de sujecion.

Negue con la cabeza, sin entender nada. Ruselina y Betty tenian elegantes banadores de cuerpo entero. Yo misma se los habia comprado en David Jones por Navidades.

– Los banadores de sus abuelas -me susurro el sargento- son demasiado escasos.

De nuevo, Betty y Ruselina se echaron a reir. De repente, cai en la cuenta de lo que habia sucedido.

– ?Oh, Dios mio! ?No!

Me levante bruscamente y di varias zancadas hasta donde estaban Betty y Ruselina.

– Vamos -le dije-, ?ensenadmelos!

Ruselina y Betty se abrieron los albornoces y comenzaron a pasearse por la sala de espera, pavoneandose e imitando a las modelos de pasarela. Betty llevaba unos pantaloncitos tipo pareo de cintura alta y la parte de arriba de un biquini sin tirantes. El banador de Ruselina imitaba el aspecto de un esmoquin, con el escote en forma de uve. Ambos eran biquinis de la sesion fotografica. Aunque las dos mujeres estaban en buena forma para su edad, estaba claro que no eran las jovenes para las que aquellos banadores habian sido disenados. Las huesudas caderas de Betty eran demasiado flacas para aquellos pantaloncitos y Ruselina tenia el pecho demasiado caido como para llevar aquel escote, pero ambas posaban con elegancia y desenvoltura.

Las contemple, estupefacta, durante unos segundos y despues me eche a reir.

– No me importa que os pongais estos banadores -les dije a Betty y Ruselina mas tarde, mientras estabamos sentadas en la cafeteria local, bebiendo batidos de fresa-. Pero ?por que lo habeis hecho en la playa que tiene el inspector mas estricto?

– ?Que ese viejo imbecil nos persiguiera era parte de la diversion! -cacareo Betty. Ruselina se echo a reir tambien. El dueno de la cafeteria nos miro de soslayo.

– ?Quien era el otro tipo que estaba en la comisaria? -pregunte-. El de los pantalones cortos.

– Oh, el -dijo Ruselina, con un brillo en los ojos-. Es Bob. Es un verdadero caballero. Cuando el inspector quiso escoltarnos fuera de la playa, Bob se interpuso y le dijo que no «maltratara» a las senoras.

– Y despues, le golpeo al inspector en la barbilla -dijo Betty, sorbiendo ruidosamente su batido.

Contemple las burbujas rosas de mi propio batido y se me ocurrio pensar que aquellas dos abuelas que me habian cuidado durante tanto tiempo se estaban convirtiendo en mis ninas.

– ?Que vas hacer esta tarde, Anya? -me pregunto Betty-. Es sabado. ?Quieres venir al cine con nosotras? Estan poniendo Al este del Eden.

– No puedo -le conteste, encogiendome de hombros-. Tengo que terminar un articulo sobre vestidos de novia para el periodico de manana.

– ?Y que pasa con tu propia boda, Anya? -me pregunto Ruselina, sorbiendo hasta la ultima gota de batido a traves de su pajita-. Nunca encontraras marido si te dedicas a trabajar tan duro.

Betty me dio unas palmaditas en la rodilla por debajo de la mesa.

– Ruselina, eso suena a comentario de campesina rusa -le dijo-. Anya todavia es joven. No hay ninguna prisa. Mira que maravillosa carrera tiene. Cuando este lista, elegira a alguien en alguna de esas glamurosas fiestas a las que siempre esta yendo.

– Con veintitres anos no es tan joven para casarse -contesto Ruselina-. Solo es joven en comparacion con nosotras. Yo me case con diecinueve y, en mi epoca, eso ya se consideraba tarde.

Despues de despedirme de Betty y Ruselina, me dirigi escaleras arriba a mi propio apartamento y me tumbe en la cama. Mi estudio era pequeno: practicamente lo llenaba por completo la cama, y una de las paredes estaba casi totalmente ocupada por la ventana. Pero tenia vistas al mar, una esquina con macetas, un mullido sillon y un escritorio, en el que podia escribir y pensar. Era mi refugio y me sentia comoda alli. Lejos de la gente.

«Nunca encontraras marido si te dedicas a trabajar tan duro», habia dicho Ruselina.

Habia otras dos personas trabajando en el periodico aquella tarde: Diana, puesto que el sabado era el dia en el que Harry jugaba al golf, y Caroline Kitson. Las reporteras de menor antiguedad se repartian los sabados para cubrir bodas y bailes. A pesar de sus ambiciones, Caroline no habia sido capaz de cazar a uno de los jovenes de su clase social. Quizas habia ofendido a demasiadas de sus madres en la columna de sociedad. Fuera por la razon que fuese, Caroline, con veintitres anos, ya se consideraba una solterona. Habia empezado a ponerse ropa desalinada y gruesas gafas, y tenia un aspecto que casaba mas con el de una viuda que con el de una joven saludable. Habia una guapa morena entre las reporteras mas jovenes que tenia puesto el ojo en el cargo de editora de eventos sociales y, por esa razon, Caroline era mucho mas amable ahora con Diana y conmigo. A pesar de todo, Caroline habia adoptado una costumbre que me molestaba mucho mas que los desaires que me dedicaba unos anos antes. «Hola, soltera numero dos -me decia siempre, cuando yo llegaba a la oficina-, ?te sientes igual que yo?»

Cada vez que me lo decia, me deprimia al instante.

Me volvi y mire las munecas matrioskas alineadas en mi tocador. En total, habia cinco, dos despues de mi. Una hija y una nieta. Esa era la vision de mi madre sobre nuestras vidas. Probablemente, en algun momento, penso que todos viviriamos hasta el fin de nuestros dias tranquilamente en Harbin, anadiendo una nueva extension a la casa cada vez que llegara un nuevo miembro a la familia.

Me tumbe boca arriba sobre las almohadas y me seque las lagrimas de los ojos. Para tener una familia, necesitaria un marido. Pero me habia acostumbrado tanto a vivir sin el amor de un hombre que no sabia ni siquiera por donde empezar. Habian pasado cuatro anos desde que me entere de la muerte de Dimitri, siete desde que me dejo. ?Cuanto anos mas me costaria superar el luto?

Diana ya estaba en la oficina cuando llegue al periodico. Me pase por su despacho para decirle hola.

– ?Que planes tienes para el proximo viernes por la noche, Anya? -me pregunto, tocandose el cuello de su vestido estilo Givenchy.

– Nada especial -le respondi.

– Estupendo, hay alguien a quien quiero que conozcas. ?Por que no vienes a cenar a eso de las siete? Le dire a Harry que vaya a recogerte.

– De acuerdo, pero ?a quien quieres que conozca?

En el rostro de Diana se dibujo una sonrisa con la que enseno sus dientes nacarados.

– ?Eso es un si o un no?

– Es un si, pero aun asi, me gustaria saber a quien voy a conocer.

– ?No te fias de mi? -me pregunto-. Un atractivo joven, si tanto insistes. Se muere de ganas por conocerte desde que te vio en el baile de la Melbourne Cup. Me dijo que te siguio durante toda la noche, pero tu no le hiciste ningun caso. Cosa que, si me lo permites, parece tipica de ti, Anya. Es el hombre mas guapo de este periodico, tiene un maravilloso sentido del humor y no consiguio que le dijeras ni pio.

Me sonroje. Mi apuro parecio divertir aun mas a Diana. Me preguntaba si habria adivinado de algun modo mi estado de animo de aquella tarde y habria ideado algo rapidamente para solucionarlo.

– Ponte ese bellisimo vestido de noche de crepe que te compraste en rebajas. Te queda tan bien…

– Lo hare -le dije, nerviosa por aquella extrana coincidencia. Era como si Diana fuera mi hada madrina y me estuviera concediendo un deseo.

– Por cierto, Anya -me llamo, cuando ya me habia dado la vuelta para marcharme.

– ?Si?

– Trata de no parecer tan aterrorizada, querida. Estoy segura de que no muerde.

No les dije ni una palabra a Ruselina y a Betty sobre la cena de Diana. Estaba orgullosa de mi misma por, al menos, haber accedido a conocer a un joven, aunque el pensamiento aun me aterrorizaba. Si no les contaba nada, no tendria que buscarme una excusa si, al final, decidia no ir.

A medida que se aproximaba el viernes, me sentia mareada y estuve pensandomelo bien sobre si acudir o no. Pero no podia ofender a Diana de esa manera. Me puse el vestido que habia sugerido. Tenia un corpino entallado, tirantes anchos y una falda tableada. En los pies, me puse unos zapatos de seda con punta y me peine el cabello a un lado con una horquilla adornada de lentejuelas.

Justo despues de las seis y media, Harry paso a recogerme en su Chevrolet color azul marino. Me abrio la

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