aconsejara sobre sus primeras canas o arrugas.

– Aqui esta la guru de belleza -decia Bertha, echandose a reir, cada vez que me veia en la oficina. El titulo que me habia concedido era adecuado. Cada semana, en la columna, les decia a las mujeres como podian realzar su atractivo. Les ensenaba a meter los codos en limones cortados por la mitad para mantenerlos tersos y blancos, o a aplicarse vaselina en las cuticulas para fortalecer sus unas. Yo no me hacia ninguna de aquellas cosas, excepto lavarme la cara cuidadosamente antes de irme a la cama. Pero mis lectoras no eran tan sensatas. Trabajar, salir a bailar con Judith y Adam, escuchar a Irina cantar en la cafeteria… Todas aquellas cosas hicieron que mi segundo ano en Australia pasara rapidamente. En Navidad, Irina y Vitaly anunciaron su compromiso y fijaron la boda para noviembre del ano siguiente. Aparte de que aun seguia anorando a mi madre, mi vida en Australia era feliz, y estaba segura de que 1952 iba a ser mi mejor ano. Pero me equivocaba. Algo iba a suceder que cambiaria mi vida por completo, una vez mas.

Regrese al piso de Potts Point una noche y lo encontre desierto. Sabia que Irina y Vitaly estaban en el cine. Habia una nota de Betty sobre la mesa de cafe que decia que habia ido a darse un chapuzon a los banos Domain. Habia dibujado un mapa por si queria unirme a ella. Era un dia bochornoso, estabamos en mitad de una verdadera ola de calor tipica de Sidney. Eran las siete y media, pero el sol aun brillaba con fuerza. Me saque los zapatos y abri las puertas y las ventanas. Encontre a Ruselina sentada en una tumbona en el balcon, llevaba un sombrero de paja chino y gafas de sol, y trataba de disfrutar las primeras rafagas de brisa de la tarde. Abajo, en la calle, podia escuchar los gritos alegres de unos ninos que estaban jugando con una manguera.

– Esto es lo que los australianos llaman «calor espantoso», ?verdad? -comento Ruselina.

Le pregunte si queria un poco de limonada.

– Gracias. Hoy ha llegado un telegrama para ti, Anya -me dijo-. Lo he puesto en la mesa de la cocina.

Corri a la cocina, preguntandome quien podria haberme enviado un telegrama. Mi corazon dio un brinco por la emocion cuando abri el sobre y vi que era de Dan Richards, mi amigo estadounidense. El telegrama decia que vendria a Sidney la semana siguiente y me pedia que me encontrara con el en el consulado a las once en punto.

– ?Mira! -exclame, dirigiendome hacia donde estaba Ruselina-. Es de Dan, mi viejo amigo. El que trato de ayudarnos a entrar en Estados Unidos. Vendra a Sidney la semana que viene y quiere verme.

No podia imaginarme una sorpresa mas grata que encontrarme de nuevo con Dan. Habiamos mantenido correspondencia durante aquellos anos, sobre todo felicitaciones navidenas, pero tambien alguna que otra carta. Por entonces, ya era padre de dos ninos.

– ?Un visitante extranjero! ?Debes de estar emocionada! -dijo Ruselina, inclinando su sombrero para poder verme mejor-. ?Trae a su mujer y a sus hijos?

– No lo se -le dije-. Supongo que si, aunque el mas pequeno apenas tiene cinco meses. Debe de venir de vacaciones, o bien por negocios.

Lei el mensaje de nuevo. Me sorprendia que Dan me hubiera enviado un telegrama en lugar de escribirme una carta para darme mas informacion. Desee que trajera a Polly y a los ninos. No conocia a su esposa, pero siempre habia sentido curiosidad por ella. Dan la describia como una mujer animada y decidida. Sabia que tenia que ser alguien especial para haber inspirado tanta lealtad en un hombre.

La manana en la que iba a reunirme con Dan, me desperte a las cinco de la madrugada. Habia dormido bien, pero no podia seguir tumbada por la expectacion de verle de nuevo. Ya habia preparado mi mejor vestido de verano. Estaba planchado y colgaba de la puerta del armario: era un vestido corto de color rojo cereza con un sombrero a juego, una de las ultimas creaciones de Judith. El sombrero estaba decorado con un adorno de gardenias. El vestido era sencillo y favorecedor, y el sombrero le proporcionaba equilibrio y personalidad. Me deslice fuera de la cama sin molestar a Irina y fui a la cocina. Me prepare un te y una tostada con mermelada y fui de puntillas hasta la terraza, teniendo cuidado para no despertar a Betty al pasar por la zona de estar. Sin embargo, habia pocas posibilidades de que eso ocurriera. Betty acostumbraba a dormir profundamente. Tan pronto como se ponia el pijama y se acomodaba el pelo en la redecilla, se quedaba inmovil hasta que sonaba la alarma de su despertador por la manana.

La calle resplandecia con una tonalidad verde veraniega, y el puerto brillaba con los primeros rayos de sol. Apenas podia creer que, al cabo de unas horas, volveria a encontrarme con Dan Richards. Cerre los ojos y me lo imagine durante aquellas sesiones culturales y linguisticas en Shanghai. Tan cortes y elegante, tratando de pronunciar las palabras en ruso que yo le escribia. Me eche a reir pensando en su cabello pelirrojo y su frente pecosa. Y su sonrisa encantadora y juvenil. Hubo un tiempo en el que pense que podria enamorarme de el. Aquello tambien me hizo sonreir y me alegre de que nunca hubiera ocurrido. Era un buen hombre, un hombre amable, pero no habriamos sido adecuados el uno para el otro. Ademas de que el estaba felizmente casado, yo era demasiado complicada para el. Pero tambien me alegre de que hubieramos seguido siendo buenos amigos. Me habia sido leal y habia demostrado mucha generosidad para conmigo. Habia sido afortunada por haber podido contar con su ayuda cuando la habia necesitado.

Un dolor me retorcio el estomago. Otro recuerdo me vino flotando a la mente como cuando los restos de un naufragio surgen de las profundidades del mar. No cuadraba con la brisa veraniega ni la alegria que habia sentido apenas un segundo antes. Un dia en el pasado, otra ciudad, otro consulado… «Estoy buscando a mi marido.» El tiroteo en la distancia. El terror en los ojos de la gente que se agolpaba en el vestibulo. «Por favor, no te preocupes. Aqui todo ha sido caotico. Averiguare lo que ha ocurrido.» Antiguedades chinas y libros, casi todos empaquetados en cajas. «Anya, ?este es tu marido? ?Dimitri Lubenski?» Un barco que esperaba en el puerto. Su chimenea expulsaba nubes de vapor. «?Dios santo, Anya!» Dan moviendose con dificultad a causa de mi equipaje, agarrandome el codo con su brazo para evitar que me tropezara. Mis manos llenas de papeles. Mis piernas debiles por la conmocion. «Confia en mi. Llegara un dia en el que te alegraras de que el apellido de ese hombre no te pertenezca.»

– Anya.

El rio de aguas turbias se convirtio de nuevo en el puerto azul.

– Anya.

Era Irina, de pie, junto a la puerta, con un plato de beicon y huevos.

– ?Que hora es? -le pregunte, volviendome para mirarla. Su sonrisa desaparecio.

– Anya -pregunto Irina, mientras su mirada se oscurecia-, ?por que estas llorando?

Por suerte para mi, el consulado estadounidense en Sidney no guardaba parecido con el de Shanghai, excepto por las banderas del area de recepcion. La decoracion estaba compuesta por cuero funcional y madera. Era mas formal que chic, y sus guardias uniformados tenian un aspecto decidido y serio. No tenia nada de la opulenta atmosfera de su homologo en Shanghai. Dan Richards me estaba esperando. Estaba sentado en una butaca de respaldo ancho con una pierna cruzada sobre la rodilla y leyendo el Daily Telegraph. El periodico extendido le tapaba el rostro, pero supe que era el por la pelambrera pelirroja que asomaba por la parte superior del diario y por sus largas y delgadas piernas.

Me deslice sigilosamente hacia el y le agarre el periodico.

– Deberias estar leyendo el mio -le espete-, no el de la competencia.

Dan lo arrojo a un lado y levanto la mirada hacia mi, mientras en el rostro se le dibujaba una sonrisa.

– ?Anya! -exclamo, saltando del asiento. Me cogio por los hombros y me beso en la mejilla. No habia cambiado ni lo mas minimo. Era el mismo Dan con aspecto de muchacho, a pesar de haber sido padre ya dos veces-. ?Anya! -grito de nuevo-. ?Estas preciosa!

Los guardias y la recepcionista le miraron de reojo, sin impresionarse por la conmocion que estaba provocando. Dan les ignoro y no bajo el tono de voz.

– ?Vamos! -me dijo, cogiendome el brazo y entrelazandolo con el suyo-. Hay un sitio a un par de manzanas donde podemos tomar cafe y algo de comer.

El restaurante al que Dan me llevo se llamaba Hounds. Era exactamente el tipo de lugar en el que uno esperaria almorzar con diplomaticos. Era elegante y comodo, con un techo decorado con volutas, solidos asientos y mesas de madera oscura. Lo impregnaba un olor anejo como el del cuero y los libros. Habia una chimenea abierta en la zona restaurante que, por supuesto, no estaba en uso en aquella epoca del ano. Las ventanas estaban abiertas de par en par, y a Dan y a mi nos sentaron junto a una de ellas, con vistas a un patio de tiestos de arcilla con limoneros enanos y macetas llenas de hierbas que habian crecido demasiado.

El camarero me separo la silla para que pudiera sentarme y nos entrego la carta con una rigida sonrisa.

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