se yo- podria recorrer de nuevo ese camino. Ahora, cuando pienso de nuevo en todo aquello, por primera vez desde hace muchos anos, pues bueno, os juro que los pies me hacen cosquillas y que en mis musculos raquiticos despiertan viejos reflejos. A la izquierda, todo recto, ale-hop, bajar la cabeza, colgarse de una rama, recuperar el resuello, apretar los dientes, comportarse como un animal, como un tigre, como algo que no le tiene miedo a nada.

Tambien en Beau-Bassin iba a la escuela, pero no puedo decir gran cosa al respecto. Era consciente de ser uno de los mas pobres de la clase con esa ropa tan vieja que se iba haciendo fina y transparente, no jugaba con nadie, me comia el almuerzo que mi madre me habia preparado por la manana y me quedaba en el aula. Pensaba mucho en mis hermanos cuando veia a todos los ninos jugando y gritando, y a veces, si los demas chavales me llamaban, me contenia, decia que no, bajaba la cabeza y los crios cuchicheaban entre ellos, decian que yo estaba muy enfermo y que jugar podia matarme. En el fondo, no andaban tan desencaminados. Me sentia enfermo por mis hermanos y estaba convencido de que les iba a traicionar, a alejarlos de mi para siempre si jugaba con los demas, si reia y me unia a ellos. Me quedaba en mi rincon y hablaba solo, en voz baja. Eso tambien lo habia aprendido en Beau-Bassin. Me contaba historias a mi mismo como, en otros tiempos, se las habria narrado a Anil y a Vinod. Movia los labios como mi madre cuando machacaba sus pociones, sus hierbas, para alejar el mal de ojo, la maldad y los roedores que venian a comerse las legumbres del huerto y a zamparse la punta de nuestros dedos de los pies.

Mi maestra se llamaba senorita Elsa, y cuando me ponia su blanca mano en el hombro sentia una bola de calor crecer en el vientre como si fuera una pelota. Mi pequeno Raj, me llamaba. En las raras ocasiones en que mi madre venia a buscarme al colegio, la senorita Elsa la iba a ver, le decia que yo era un buen chico, que tenia un futuro, eso seguro, que aprendia rapido, que habia recuperado el tiempo perdido, que era de los mejores en frances y en ingles y que muy pronto, tal vez, podria apuntarme al examen para la beca, esa famosa beca que te garantiza una plaza en el mejor instituto y dinero para libros, lapices y tizas, y que, incluso despues de haber comprado todo eso, aun te queda para comprar comida, si, si, estaba convencida de que yo podria conseguirlo. Mi madre la escuchaba con los ojos muy abiertos y luego, de regreso, no me decia gran cosa, como de costumbre -mi madre no hablaba mucho desde que nos fuimos de Mapou-, pero me agarraba la mano con fuerza hasta llegar a casa. Probablemente, en esa epoca, su corazon solo habia conocido la tristeza de perder a dos hijos el mismo dia, pero estoy seguro de que cuando la senorita Elsa le hablaba, mirandola fijamente a los ojos, ella se animaba un poco y a sus dedos afloraba la fuerza necesaria para creer que el unico hijo que le quedaba le aportaria un poco de orgullo.

Cuando mi madre fallecio, sus pertenencias cabian en tres maletas, una de las cuales estaba dedicada por entero a mi y a su nieto. Ella, que sin mi padre jamas me habria inscrito en el colegio, habia conservado mis primeros cuadernos escolares y los de mi hijo, copias de nuestros diplomas y nuestras viejas carteras, y creo que, asi como a otros les gusta ensenar fotos familiares, de casas o de coches, a mi madre le gustaba abrir esa maleta ante sus invitados. Recuerdo que a veces hojeaba mis cuadernos con admiracion no disimulada, pasando las paginas como si se tratara de un valioso testamento, y cuando yo aprobaba los examenes me cogia las manos y los ojos se le llenaban de lagrimas. Tambien se mostro atenta con mi hijo, ordenandole el escritorio, clasificando por tamano y grosor sus libros y sus cuadernos, sacando punta a la perfeccion a sus lapices; mi pobre chaval hasta tuvo derecho a un brebaje lechoso que, como decia mi madre, servia para «alimentar la cabeza».

Hasta las vacaciones del ano 1944, yo nunca habia visto la carcel en la que trabajaba mi padre. En cierta ocasion me habia dicho que en esa mazmorra habia gente peligrosa, matones, ladrones, canallas. Mi padre me habia agarrado de los hombros para decirme eso, pues sabia que yo me paseaba por el bosque y que me escondia en los arboles y queria asustarme, asi que habia pronunciado con mucha vehemencia las A, las O y las E de las palabras que me decia mientras me sacudia. La boca y los ojos se le abrian a la vez, como si un mecanismo los accionara desde el interior, y cuando lo veia marcharse por las mananas, de uniforme, lo que mas me apetecia era seguirle y ver como encerraba en su enorme prision a los pEligrOsOs, a los mAtOnEs, a los lAdrOnEs y a los cAnAllAs.

Mi sueno se hizo realidad. Durante las vacaciones de final de ano, de lunes a sabado, a mediodia, mi madre me hizo llevarle el almuerzo a mi padre al trabajo. Yo iba junto al bosque, torcia a la izquierda un poco antes del camino de tierra que conducia al pueblo y seguia el muro de la carcel hasta la verja. Una vez ahi, esperaba un ratito y aparecia mi padre. Yo le pasaba su almuerzo aun caliente a traves de los barrotes y el, invariablemente, me decia, vamos, vuelve a casa.

Por supuesto, no le hacia caso. Desde el primer dia anduve rondando el muro, que me daba dolor de cabeza de lo alto que era, con la vista fija en las zapatillas porque estaba convencido de que se me caeria encima. En la esquina, di la vuelta, rodee la prision y regrese a la verja por el otro lado, donde la tierra subia un poco y, en lugar del muro, habia una gran valla de alambre de espino. Y ahi fue donde encontre el mejor escondite de mi vida. Un escondrijo donde podia ralentizar mi corazon, inmovilizar mi vida y observar a los pEligrOsOs, a los mAtOnEs, a los lAdrOnEs y a los cAnAllAs.

4.

Oculto en la espesura, con las hojas crujiendo un poco debajo de mi y las ramas que se me clavaban en los muslos y que acabaron dejando rasgunos de sangre seca, asi de escondido, no vi nada de lo que habia imaginado.

Esperaba ver jaulas, barreras y candados, cadenas y policias. Habia imaginado gritos, perros, hombres de ojos amarillentos que serian los prisioneros peligrosos, matones, ladrones y canallas. Tambien me habia hecho una cierta idea de mi padre ahi en medio, con su uniforme y con todos esos tipos que le tendrian miedo, como se lo teniamos mi madre y yo cuando volvia de noche borracho y su mano se abatia sobre nosotros, sobre mi madre, sobre mi.

No habia nadie en el patio, y esa prision, cuya bandera azul y blanca se parecia a la de un parque de atracciones, WELCOME TO THE STATE PRISON OF BEAU BASSIN, era de lo mas apacible. Cierto es que, desde mi escondrijo, solo podia ver una parte. A mi izquierda, mas abajo, la verja a traves de la cual le habia pasado el almuerzo a mi padre; a continuacion, un mango enorme, oculto por el muro a quienes contemplaban la carcel desde el otro lado. Era, probablemente, el mango mas grande que jamas hubiera visto, un tronco macizo, frutas rojas y lisas que se recortaban contra el verde de una vegetacion exuberante y que colgaban pesadas hasta que se caian. Bajo el arbol, una vasta sombra en la que no se filtraba el sol albergaba tres taburetes cuidadosamente alineados. Luego habia una casa, como las de las cartulinas del colegio. Con un tejadillo casi cubierto de buganvillas de color malva, una terraza, balaustradas de madera, ventanas con persianas y cortinas. Al lado de la casa, un paseo continuaba hacia el fondo de la prision, y aunque el sol estaba en mitad del cielo, yo no podia ver gran cosa. Contra el muro, a la derecha, habia una serie de cabanas alineadas, hechas de chapa roja o azul, y esos refugios, al igual que el paseo, llegaban hasta el fondo de la carcel.

Esa primera imagen de la prision de Beau-Bassin se me ha quedado grabada en la cabeza, tan lisa e inmovil como una postal. No habia nadie en el patio, ningun ruido, ni siquiera corria el viento, pensaba yo, y era como si alguien hubiese montado toda esa comedia para mi, sabiendo que iria a esconderme alli. Justo detras de la doble valla de alambre de espino -si extendia el brazo podia tocar con la punta de los dedos el pincho de uno de los nudos de hierro- habia matojos de flores silvestres; y a continuacion, una franja de hierba verde y hermosa y ramos de gardenias, margaritas y rosas.

Yo estaba muy impresionado de ver eso, esa especie de riqueza tranquila en la que, ademas, trabajaba mi padre. Hoy dia es un recuerdo que me desagrada un tanto, como una enorme mentira en la que crei por un instante, pues esa apariencia de bienestar -las cortinas que se hinchaban, las frutas, las flores, el cesped, el silencio- no era mas que una fachada, polvos arrojados a los ojos, y si rascabas un poco descubrias la oscuridad, la porqueria, los gritos y los sollozos.

Creo que si hubiera sido un chico normal, sin historia -y con eso me refiero a un muchacho que no hubiese vivido en un chamizo durante sus primeros anos, que no hubiera perdido a sus dos hermanos el mismo dia, un chaval que hubiese tenido amigos para jugar y que no se agazapara en agujeros cavados en la tierra o en equilibrio, un chico que no hablase solo durante horas y horas, alguien que cuando cerrara los ojos por la noche viera algo que no fuese el cuerpo de su hermano pequeno atrapado bajo un penasco-, no me habria quedado alli

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