mucho tiempo porque esa extrana prision me habria aburrido. Pero yo era Raj y me gustaban los rincones oscuros y los lugares inmoviles. Asi pues, me quede tal cual, durante un buen rato, vigilando la carcel, barriendola conscientemente con la mirada de izquierda a derecha, de derecha a izquierda y asi una y otra vez. Me decia que la proxima ocasion en que la senorita Elsa nos preguntara que queriamos hacer cuando fuesemos mayores - cuestion a la que hasta ahora no sabia que responder, pues las palabras «ser mayor» me recordaban brutalmente a mi hermano Anil, con lo que ante la citada pregunta siempre acababa por echarme a llorar y sufrir un ataque de tos como los de Mapou-, yo le diria que aspiraba a ejercer un oficio en el que uno pudiera esconderse y vigilar.
De repente, sono un timbre y vi a mi padre salir de detras del mango, como si llevara oculto ahi todo ese tiempo, y lanzarse contra la verja, donde se unian las cadenas, cerradas por varios candados. Salieron tres policias de la casa de las buganvillas y bajaron por los escalones del porche. Esos eran policias de verdad, no como mi padre, quien, a partir de ese momento, con su uniforme marron, se me antojo paliducho, flaco y, sobre todo, miedoso. Los autenticos policias eran mas altos, llevaban pantalones azul marino, camisa blanca, gorra azul y blanca y, sobre todo, una porra al cinto. Desde donde yo estaba, parecia que todos tenian una cola negra y tiesa. Se colocaron displicentemente alrededor de la casa, a lo largo del paseo que llevaba al fondo, justo al contrario que mi padre, que se crispaba contra la verja y no se sabia si pretendia romper los candados con las manos o protegerlos contra todo. Al cabo de unos minutos, del lugar exacto del que habia surgido mi padre, aparecieron unas sombras blancas. Una fila de personas, muy delgadas, arrastrando los pies en silencio, siguio con paso lento el sendero de tierra y luego se disperso por el patio. Hombres, mujeres, ninos. Todos blancos. La ropa les quedaba demasiado grande, era demasiado larga, sucia y andrajosa, habia algo que chirriaba en su atuendo y tenian cierto aire de fantasmas. Yo nunca habia visto blancos tan flacos y fatigados; a los ocho anos, pensaba que las personas blancas eran los patrones de la fabrica, iban en coche y pilotaban aviones, por lo que nunca habria creido que podian ser encerrados. Se quedaron en el patio, sin apenas moverse, puede que fuera una especie de libertad que se les concedia, pero el sol les hacia entornar los ojos, alzaban los hombros como cuando corres bajo la lluvia, miraban el cielo haciendo visera con la mano y muchos se refugiaban bajo el mango o debajo del tejadillo, pero recuerdo que ninguno se sento en los tres taburetes de madera por muy agotados que parecieran. Nadie hacia el menor gesto para coger ni siquiera un mango y saciar el hambre o la sed. Me acuerdo de ese follaje espeso del mango y de las docenas de frutas que colgaban y que, desde lejos, parecian manchas granates, y de que esas personas palidas y enclenques que se quedaban debajo tal vez no tenian la menor idea de lo que habia sobre su cabeza. Yo no entendia lo que veia, no me acababa de creer que esos fueran los pEligrOsOs, los mAtOnEs y los cAnAllAs. Dejando aparte el color, parecian tan cansados como mi madre, miraban hacia delante como a veces lo hacia mi madre: se fijaba en un punto, daba igual que fuera de dia o de noche, y se transformaba en estatua. Me dije que tal vez tambien ellos habian perdido a sus hijos, de golpe, tal cual, sin motivo, sin que pudieran expresar su colera o acusar a alguien.
No recuerdo el momento exacto en que me fije en David. Puede que fuese cuando echo a andar hacia la alambrada. Primero vi su magnifico cabello, esa masa que flotaba en torno a su cabeza y que, sin embargo, era bien suya, como nunca nada ha sido mio, esos rizos que ocultaban su frente y la manera en que avanzaba, estirado, sin cojear, no, daba la impresion de estar tallado en madera y en hierro y de que sus mecanismos no habian sido engrasados desde hacia tiempo. Llevaba un pantalon corto marron como el de mi hermanito Vinod que acentuaba la blancura de sus piernas. Se acercaba a la verja, lentamente, sin apresurarse, y eso se me antojo increible, que se comportara asi estando en prision, como si caminara por su jardin, y se acercaba, se acercaba, ahora si, ahora podia verle mejor la cara, ese minusculo rostro de nino rubio perdido en la humedad y el calor de Beau-Bassin. Habia otros ninos en el patio, pero solian quedarse enganchados a un adulto, nadie jugaba, nadie corria, nadie parecia hablar. Eran todos pequenos Raj, como yo.
David me dijo, mas tarde, que avanzaba hacia las flores silvestres que crecian junto al alambre de espino. A David le encantaban las flores, era como si no las hubiera visto en la vida, pero es cierto que las flores de Beau- Bassin son distintas de las que crecen en Praga. Yo, en esa epoca, estaba convencido de que venia hacia mi. Sus ojos estaban en los mios, no podia ser de otro modo, y el corazon se me empezo a desbocar. Cada vez se acercaba mas a la verja y yo temblaba, me hundia aun mas en la tierra cuando, de repente, se volvio hacia los demas y se alejo de la alambrada con unos pasitos de marioneta. Se quedo asi, dandome la espalda, no estaba a mas de unos pocos metros de mi, tenia la camisa rasgada de tal modo que las mangas le colgaban de los hombros y de las munecas y yo podia ver el dorso de sus brazos. Se sento en la hierba espesa e hizo lo mismo que yo, mirar de izquierda a derecha y de derecha a izquierda. No lograba apartar la mirada de su cabello, pues era probablemente una de las cosas mas bonitas que yo hubiera visto a lo largo de mi corta vida. Al sol de justicia de ese dia de diciembre, unas pocas semanas antes de final de ano, apenas dos meses antes del aniversario de la muerte de mis hermanos, su rubio casco brillaba como un ramo de hilos de oro. Era magnifico. Cuando movia la cabeza para vigilar -como yo, si, incluso cuando no nos conociamos haciamos lo mismo-, sus rizos saltaban suavemente como si estuvieran montados sobre miles de minusculos resortes.
Yo estaba muy contento de mi dia, de mi escondrijo, de mis descubrimientos; no hubiera tardado nada, antes, en contarselo todo a Vinod y a Anil, como hacia con lo que aprendia en el colegio, y sus ojos se agrandaban, esos ojos como los mios, ah, que feliz era al contarles cosas que les hacian abrir los ojos de par en par; ahora todo eso era para mi, por eso hablaba solo, para contar un poco mi jornada, para soltar esas palabras, esas emociones, esas imagenes y esas impresiones que se apoderaban de mi.
De repente, los rizos de David empezaron a temblar, al igual que sus hombros, y oculto la cabeza entre las rodillas, elevadas hasta el pecho al sentarse. Luego le oi sollozar. Conocia muy bien ese llanto que te causa hipo, que te hace decir suavemente aaahh, como si alguien te hundiera poco a poco, muy poco a poco, un cuchillo en el corazon, conocia muy bien esos lloros que parecen venir de ninguna parte, de repente, cuando estas tan tranquilo sentado en un cesped verde y mullido y el sol te calienta los hombros. Me incorpore con unas ganas terribles de llamarle, de consolarle, de decirle, como me decia Anil, deja de llorar, se te caen los mocos y te los vas a tragar, siempre nos hacia reir decir eso, te tragas los mocos, y el anadia, estan salados, ?verdad?, y al cabo de un momento ya me habia olvidado de las lagrimas.
Ese dia me paso lo mismo que a David, eso que me pasaba de vez en cuando, ese nudo que se me hace a menudo en el vientre, esa dificultad para respirar, esas lagrimas que suben y contra las que no hay nada que hacer. Hundi la cabeza entre las hojas y llore como el, que estaba a unos metros de mi.
No se cuanto tiempo llevaba con la cara en el suelo, pero de repente oi gritar a mi padre. Dijo algo como, ?eh, alli! Levante la cabeza y me quede estupefacto al observar que David estaba pegado a la verja, puede que la punta del alambre se le clavara en las manos. Contemplaba mi escondite. Estire el cuello, seguro que mi cara daba miedo a causa de las lagrimas, la tierra y las hojas enganchadas, sin embargo el me sonrio. Intente devolverle la sonrisa, las lagrimas se habian interrumpido bruscamente, el nudo del estomago se habia deshecho, pero me limite a mirarle con ojos desorbitados y enrojecidos y con cara de salvaje. El siguio sonriendome. Entonces improvise una especie de saludo leve con la mano y, a su espalda, vi venir a un policia. Me oculte de nuevo y David se dio la vuelta. El policia le hizo un gesto brusco en plan baja de ahi, y luego, mientras sonaba otro timbre y todos esos seres flacos, sucios y cansados se internaban por el paseo sin sombra o abandonaban su refugio bajo el mango o el tejadillo, el policia llego hasta la verja y miro en mi direccion. Tras emitir una especie de chasquido con los labios resecos, un «chic» algo hastiado, dio media vuelta.
Y en la sombra negra del paseo que los llevaba hacia no se donde, ese lugar al que iban arrastrando los pies de manera fatalista, como si no les quedara mas remedio, en esa sombra negra, el brillo del dorado cabello de David se apago a medida que el sol lo abandonaba.
5.
Esa noche, mi padre aparecio con unos mangos. Como mi madre seguia cocinando para cinco, el habia traido cinco mangos. Los mire a hurtadillas, como si esos frutos rojos y lisos, constelados de pequenos destellos verdes, supieran exactamente en que habia ocupado yo la tarde. Los habia visto, inclinados y colgados en ese follaje espeso, y estaba convencido de que tambien ellos se acordaban de mi. Cuando tome uno en la mano, lo note pesado y tibio.
Mi padre saco su cuchillito y se sento sobre la piedra plana que habia delante de la casa, frente al bosque.