Me pregunte que voz debia adoptar. Transcurrieron unos segundos y decidi sonar educado, con la esperanza de conseguir trabajo en la oficina.

– Si, senor -respondi en mi tono de voz normal.

– Primer error, Plunkett. No llame «senor» a los funcionarios cuyo nombre desconoce. Otros reclusos piensan que eso es lamer el culo.

– De acuerdo.

– Asi esta mejor. Dejeme comprobar sus datos. Mide metro noventa, pesa ochenta y cinco kilos y nacio el cuatro de noviembre de 1948. Una condena por robo con escalo y otra por posesion de herramientas para el robo; una «bala» y tres anos de libertad vigilada. Quedara libre el catorce de julio de 1970. ?Todo correcto?

– Si.

– Bien, pasemos ahora a las cuestiones personales. ?Cual es su ocupacion?

– Bibliotecario.

– ?Que estudios tiene?

Mire los papeles que el funcionario tenia ante el y la intuicion me dijo que su informacion era escasa.

– He hecho un postgrado de archivero.

– ?Joder! ?Con veintiun anos ya tiene un postgrado? -El funcionario hizo tamborilear los dedos en el escritorio.

– Lo obtuve en una universidad pequena de Oklahoma -murmure con modestia-. Tienen unos programas de post-grado intensivos.

– Dios, un ladron bibliotecario. Estas cosas solo pasan en Los Angeles. Bien, Plunkett, ?es usted homosexual?

– No.

– ?Diabetico?

– No.

– ?Epileptico?

– No.

– ?Adicto a alguna sustancia que altere la conciencia?

– No.

– ?Toma medicacion recetada por un medico?

– No.

– ?Es alcoholico?

– No.

– Bien. Yo si lo soy, y no es nada divertido, se lo advierto. -El funcionario se echo a reir y anadio-: Y ahora pasemos a asuntos de la zona oscura. ?Cree que hay una conspiracion contra usted?

– No.

– ?Cree que la gente se rie de usted a sus espaldas?

– No.

– ?Oye voces cuando esta solo?

– No.

– ?Ve alguna vez cosas que en realidad no estan?

– No. -Tuve que hacer un gran esfuerzo para no echarme a reir.

– Es un compendio de cordura, joder -declaro, desperezandose-. Ahora veamos como tiene el cerebro. ?Cuanto son noventa y siete mas cuarenta y uno?

– Ciento treinta y ocho -respondi sin dudar.

– Muy bien, rata de biblioteca. ?Ciento dieciocho mas setenta y cuatro?

– Ciento noventa y dos.

– ?Doscientos ochenta y cuatro mas ciento sesenta y seis?

– Cuatrocientos cincuenta, exactamente.

– Debe de haber estado robando calculadoras… ?Cuan…?

En algun lugar de la hilera de cubiculos sonaron unas risas de falsete.

– Yo tambien puedo jugar a las adivinanzas igual de bien en el calabozo de sarasas de la vieja carcel del condado -gorjeo una voz aguda-. Me mandaron alli…

– Preste atencion, cerebrito -dijo el funcionario, dando un golpe a la mesa-. Ese es Lopez, que intenta que lo metan en la galeria de la reina. Cree que alli estara mas seguro. Muy bien, aqui va mi pelota envenenada: ?cuanto son cuatro mas cuatro?

– No lo se -respondi con una sonrisa.

El funcionario me la devolvio, miro sus papeles y anadio:

– Una pregunta psicologica que se me ha olvidado: ?es propenso a los sudores nocturnos o a las pesadillas?

Durante lo que parecio una eternidad de segundos fraccionados me quede sin piernas, cautivo del recuerdo de mis suenos, que creia que la carcel habia contenido. Por fin, la Sombra Sigilosa estaba alli, susurrando: «Despacio y tranquilo.»

– No -respondi.

– Pues ahora esta sudando -replico el funcionario-, pero lo atribuire a los nervios del novato. Ultima prueba: agarrese a esa barra y levantese a pulso todas las veces que pueda.

Lo obedeci, agarre la barra y me impulse arriba y abajo, arriba y abajo, hasta que estuve empapado en unos sudores diurnos que solo podian terminar en una fatiga benevola y libre de pesadillas. Cuando mis musculos cedieron finalmente y cai al suelo, el funcionario dijo:

– Treinta y seis. Por encima de veinte se va a Descarga y Limpieza automaticamente, por lo que debo decir que se ha superado a si mismo. Vuelva a la sala y espere; lo acompanaran al muelle de D y L.

De nuevo me encontre con los otros reclusos, que estaban embelleciendo al sheriff Pitchess con unas gafas y un bigote de Hitler:

– Oh, que sudado estas, tio bueno. Que guapo eres -trino la voz aguda que habia oido en los cubiculos.

Note una mano en el hombro. Me volvi y vi que Lopez me lanzaba una mirada de vampiresa, mientras los demas estudiaban mi reaccion.

Me contuve. Senti algo malsanamente dulce y repugnante justo antes de experimentar una sacudida de terror que fue como si alguien me hubiera metido un cable cargado en el cerebro. Me volvi hacia los tres reclusos que me evaluaban y me acusaban con la mirada y, ante mis ojos, se convirtieron en Charlie cara de espejo.

– Me pone el sudor -susurro Lopez.

Le pegue con la mano mala, luego con la buena, y luego segui, mala-buena, mala-buena, mala-buena, hasta que cayo al suelo escupiendo dientes.

Iba a lanzarme a su cuello cuando los otros tres reclusos me sujetaron y el funcionario que clasificaba salio del cubiculo y dijo:

– Lopez, estupido de mierda, mira lo que has hecho. Usted, Willie, acompane a Plunkett al muelle de carga; Johnson, usted lleve a Lopez a la enfermeria. Plunkett, se libra del castigo porque es nuevo, pero que no se repita.

Los presos me soltaron y Willkie me dio un leve empujon hacia el pasillo. Mi vision estaba bordeada de rojo y negro, y las palpitaciones que sentia en la mano eran el unico freno que me impedia estallar como una granada de metralla.

– Eres bueno -me dijo Willkie con una sonrisa.

Descarga y Limpieza.

Escuchar.

Invisibilidad protectora.

Las seis semanas siguientes de mi condena las pase haciendo malabares con esas ocupaciones. Asignado como preso de confianza a las instalaciones de D y L, hice el trabajo mas duro de todos los que hay en el sistema penitenciario de la carcel del condado de L. A. y recibi las recompensas que conllevaba: una celda privada, tres comidas diarias del comedor de funcionarios y los fines de semana libres, con permiso para moverme a voluntad por el modulo de los presos de confianza, con pasillos lo bastante anchos para jugar a los dados, television, sala

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