de juegos y una biblioteca llena de novelas del Oeste e historias graficas sobre la Alemania nazi. Las recompensas eran dudosas pero, por extrano que parezca, el trabajo llego a gustarme.

Cada dia, a las dos de la madrugada, el boqueras del modulo nos iba despertando uno por uno. Primero abria la celda y desde golpe con una sensacion de alivio. Desde que habia pegado a Lopez, dormia sin suenos, pero el temor a las pesadillas se hallaba siempre a medio paso de distancia, y un cuarto de paso detras estaba permanentemente la certeza de que la combinacion de carcel y pesadillas seria horrible.

Despues del recuento en el pasillo inferior, desayunabamos en el comedor de los funcionarios. Un dietista empleado por el condado tenia la teoria de que los tipos corpulentos que hacian turnos de doce horas de trabajo duro necesitaban una ingesta de combustible en consonancia con ello, asi que nos suministraban grandes bandejas de huevos, beicon, carne empanada y patatas banadas en una salsa nauseabunda hecha de harina, agua y cerdo salado. Mis companeros disfrutaban con aquel menu especial y devoraban la comida con aquel «que carajo» de despreocupacion de los que han decidido morir jovenes; yo, que no queria parecer diferente, engullia con la misma voracidad. Y cuando a las once haciamos un alto para el almuerzo, ya volvia a tener hambre, pues el trabajo consistia en levantar, arrastrar, agacharse y empujar sin parar.

La carcel era el punto de distribucion para todos los centros penitenciarios del condado, y hasta la ultima pieza de ropa que entraba en la institucion llegaba al muelle de D y L, desde donde se enviaba a su destino final. Nosotros haciamos tanto la carga como la descarga, y cada saco de lavanderia pesaba al menos cincuenta kilos. Aquella parte del trabajo era relativamente facil y limpia. Luego, despues del almuerzo, con los musculos ardiendo y doloridos y aletargados por las miles de calorias anadidas, llegaban los camiones del matadero.

Aqui trabajaba y escuchaba y sacaba el maximo provecho de mi invisibilidad protectora.

A los otros reclusos, manipular la carne les repugnaba, y procuraban mitigar el asco hablando sin parar entre ellos. De todos era sabido que se guardaban las mejores historias y planes criminales para las dos horas que pasabamos trajinando piezas de ternera y cerdo. Las sacabamos de los camiones y las metiamos en las camaras frigorificas que se encontraban a unos ciento cincuenta metros del muelle de descarga. Con el uniforme manchado de sangre, con la grasa y el cartilago resbalandome en las manos, absorbi relatos de buen sexo e hilarantes desventuras sexuales; aprendi a hacerle el puente a un coche y a procurarme una variedad de identificaciones falsas. Mientras contaban las historias, yo asentia y me reia y, como siempre me esforzaba cargando las piezas mas pesadas, nadie noto que no tenia historias que contar.

Mujeres, camas y coches rapidos.

Tecnicas para mangar en las tiendas.

Los precios del momento de cada droga.

Detalles pornograficos de mujeres antano amadas y luego despreciadas.

Suspiros de anoranza por mujeres aun amadas.

Como aprovecharse con exito de los homosexuales a cambio de favores.

Todo esto me llego mientras forzaba el cuerpo hasta el limite y la sangre de los animales muertos me chorreaba por los pantalones. Sabia que las historias que oia se incorporaban a las mias hasta formar parte de mi memoria, y que debido al ritual de esfuerzo/dolor/carga/sangre/aprendizaje que me las proporcionaba, todos estos relatos me pertenecian mas a mi que a los hombres que las habian vivido. Y cuando ya habiamos descargado el ultimo camion del matadero, me quedaba un rato en el muelle, dejando que el calido otono de Santa Ana caldeara la patina escarlata de mi cuerpo.

En cierto modo, Descarga y Limpieza me otorgo el cuerpo que tengo.

Mis ejercicios en el gimnasio habian sido el inicio, y asi habia pasado de flaco a esbelto, pero las primeras seis semanas en D y L anadieron envergadura y definicion muscular, proporcionandome la simetria de un hombre corpulento. Gracias al esfuerzo de cargar constantemente bolsas de la lavanderia de quince kilos, los musculos de las munecas abultaban el doble que antes, y, cuando me agachaba para levantar pesos de setenta kilos, se me formaba una cuna de duras ondulaciones en la parte baja de la espalda. Cargar medias terneras me engroso el pecho y me acordono los hombros; los brazos, de tanto arrastrar, tirar y levantar, se me endurecieron hasta el punto de que una aguja no podia penetrar facilmente en el musculo. Al cargar con los sacos de la colada, estudiaba con disimulo los otros cuerpos que trabajaban a mi lado. Todos eran fuertes, pero predominaban las tripas cerveceras y unos feos torax en forma de barril. El mio era casi el mas perfecto y, para cuando me soltaran, aun estaria mucho mas cerca de la perfeccion.

Despues del trabajo y de una larga ducha en soledad, escuchaba a los hombres que jugaban a las cartas en el pasillo y luego me retiraba a mi celda a leer los textos del libro de imagenes de los nazis. El tema no me interesaba, pero la yuxtaposicion del horror grafico y los gritos desde el pasillo me resultaban, en cierto modo, tranquilizadores. Mas tarde, despues de la cena y de que nos encerraran en la celda, pasaba de la observacion y la invisibilidad a los rituales de afirmacion.

Cuando las puertas de la celda se cerraban, me desnudaba e imaginaba un espejo de cuerpo entero enfrente de los barrotes. Me palpaba el cuerpo en busca de musculatura nueva y cotejaba mentalmente la informacion practica criminal con las anecdotas sexuales que habia oido. Al cabo de unos minutos, se dejaban oir otros rituales: el crujido de los muelles de las literas a cada lado de las paredes de la celda me indicaba que habian empezado las fantasias y las caricias. De alli, yo pasaba directo a las historias que se contaban cuando cargabamos carne, adoptando el papel de hombre y de mujer, alternativamente. Cuando hacia de hombre, utilizaba el nombre de Charlie. El proceso era como usurpar los recuerdos de los demas y cargarme con unas experiencias que no habia tenido nunca, a fin de volverme mas impenetrable por no haberlas tenido. A medida que los ruidos de los camastros se intensificaban, tambien lo hacian mis pasatiempos. Cuando interpretaba el papel de Charlie, siempre me corria sin tocarme, contemplando mi propia imagen especular en la negrura.

El 2 de diciembre, descubri quien era Charlie y mi autocontencion salto por los aires, hecha pedazos.

Los titulares del Times y del Examiner pregonaban la noticia: Charles Manson y cuatro miembros de su «familia» habian sido arrestados y acusados de los asesinatos de Tate-LaBianca. Manson, conocido por sus seguidores como «Charlie», dirigia una «comuna hippie» en el rancho Spahn, un plato de cine casi abandonado del Valle, y presidia orgias nocturnas de droga y sexo. Las declaraciones que habian hecho las tres integrantes femeninas del «escuadron de la muerte» de Manson indicaban que habian perpetrado los asesinatos porque deseaban crear alarma social, una revuelta que finalmente llevaria al Juicio Final, lo que Charlie denominaba el «Helter Skelter».

Estaba tomandome un respiro en el muelle de la lavanderia cuando lei esos primeros articulos y, al ver los recuerdos de mi pasado reciente en los titulares de la prensa, temble de pies a cabeza. Vi a los dos payasos del restaurante y oi que uno de ellos decia: «Esas hacen proselitismo para ese guru, Charlie, y dicen que lo que ganan follando es para 'La Familia'. Y deberias ver el rancho donde viven; es una pasada»; Flower gritaba: «?El Helter Skelter se acerca!»; y Season describia como «un sabio, un chaman, un sanador y un metafisico» al hombre que el Examiner calificaba de «manipulador ex presidiario de oscuros ojos hipnoticos».

– ?Vuelve al trabajo, Plunkett! -grito el boqueras de D y L.

Despues de leer el ultimo parrafo, que prometia fotos del «salvador de culto satanico» en la siguiente edicion, obedeci. Esa tarde, mientras descargaba la carne del matadero, era incapaz de asimilar las anecdotas que contaban los companeros y mi cuerpo se revolvia con un unico pensamiento: Charlie Manson tenia los ojos oscuros, como yo. Dada aquella coincidencia, ?el parecido aumentaria o se desmoronaria?

La edicion nocturna del Times de Los Angeles me daba la respuesta. Charles Manson era un tipo pusilanime de treinta y cuatro anos y poco mas de metro y medio; de cuerpo flaccido y pecho hundido; con una barba enmaranada y el cabello largo de aspecto grasiento. Al estudiar sus fotos, me senti aliviado y decepcionado, y no comprendi el motivo de aquella ambivalencia. El articulo sobre el historial de Manson solo aclaraba ligeramente mis sentimientos: era un ex presidiario que habia cumplido varias condenas por proxenetismo, falsificacion, posesion de drogas y robo de vehiculos. Se habia pasado media vida en distintas prisiones. Aquello no me inspiro mas que desprecio: un recorrido por las carceles, aprovechado para aprender las habilidades de la vida al margen de la sociedad, podia considerarse aceptable; varios, indicaba una institucionalizacion autodestructiva. Empece a preguntarme adonde me llevaria aquel hombre.

Durante una semana, me llevo a una montana rusa de frustracion y analisis de mi mismo.

Manson se convirtio en el tema de conversacion principal de la carcel y los presos de confianza de D y L tenian opiniones diversas. Unos lo consideraban «un psicopata total», mientras que otros admiraban su dominio sobre las mujeres y su estilo de vida de drogas y violencia. Yo permanecia al margen de las discusiones y los escuchaba,

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