mi vigesimo sexto cumpleanos.

El tiempo transcurrio deprisa. Deje el empleo, liquide la cuenta del banco y cargue en la furgoneta mi ropa, los articulos de aseo y el talisman/silenciador. Deje atras mis demas objetos de acero para simbolizar la ruptura de los viejos lazos. La perdida de las navajas me apeno y me animo al mismo tiempo: sabia que era un sacrificio consciente, dirigido a evitar una catastrofe.

La noche de mi cumpleanos, di un paseo de despedida por el barrio. No encontre objetos que me miraran mal, ni centellearon ante mis ojos numeros extranos; solo me asaltaron los truenos y la lluvia, que me calo hasta los huesos. Busque un sitio para refugiarme y distingui el rotulo de neon de la fachada del cine Nuart: «Salvemos las focas.»

Corri hasta alli. El vestibulo estaba desierto y me encamine a los aseos de caballeros en busca de unas toallas de papel. Ya tenia la mano en la puerta cuando capte un sonido agudo y apremiante procedente del propio local. Me olvide de secarme y me encamine directamente hacia el lugar de donde procedia.

En la pantalla estaban apaleando a unas focas hasta darles muerte. Lo que habia oido momentos antes eran sus gritos, acompanados por los sollozos de los espectadores. El sonido era conmovedor, pero las imagenes resultaban repulsivas y pateticas, por lo que cerre los ojos. La ausencia de luz me trajo el sabor de la sangre, la sangre de todos los que alguna vez habia deseado. Pronto, yo tambien estuve sollozando, y el sabor se intensifico hasta que una musica reemplazo los gimoteos. Abri los ojos cuando la gente desalojaba ya el cine y, al pasar delante de mi, me dedicaba miradas de comprension y conmiseracion. Me daban palmaditas en los hombros y me tocaban las manos… como si yo fuese uno de ellos. Nadie se daba cuenta de que el origen de mis lagrimas era la alegria.

II. San Francisco

13

La ciudad que elegi fue San Francisco y la unica razon que me movio a ello fue que su topografia era antitetica a la de L. A. Las colinas urbanizadas en terrazas y las casas victorianas no vibrarian con mensajes ocultos de mi pasado, y la relativa falta de neones significaria una disminucion de las alucinaciones del codigo penal. Los Angeles me habia formado, poseido y expulsado; San Francisco representaba la oportunidad de anular mi historia personal y de forjar nuevos impulsos en un entorno sin recuerdos.

Asi, con el mero recorrido de setecientos kilometros, pase de unos indicadores de mi destino cada vez mas lucidos a una amnesia facilitada por la novedad que supuso San Francisco. Alquile un apartamento en la calle Veintiseis con Geary, en el distrito de Richmond, y me puli el grueso de los ahorros decorandolo con unos inocuos muebles que no eran de acero y unos cuadros de laminas bucolicas.

Las exigencias de comportarme como las asi llamadas «personas normales» me resultaron tenuemente satisfactorias y empece a pensar que podria desempenar aquel papel durante mucho, mucho tiempo.

Antes de ponerme a trabajar, decidi darme una semana para explorar la ciudad. Era evidente que se trataba de un lugar extravagante, con solera y bonito; las personas que veia por la calle parecian dotadas de una gracia especial y, por lo general, eran mucho mas atractivas que los habitantes de L. A.; habia una mayor diversidad etnica y buena parte de las mujeres eran rubias que estaban para parar un tren.

Sin embargo, yo no me pare por ellas; un peso invisible me mantenia el pie pegado al acelerador cuando aparecian aquellos bonitos recuerdos de mi pasado y ello era una prueba contundente de que mi amnesia benigna se mantenia. Otras senales -suenos colmados de colores pastel, tranquilos paseos nocturnos, la perdida de mi obsesion por las armas- equivalian a la magica y sencilla palabra «felicidad».

Y la felicidad continua requeria dinero. Mi semana de tranquilidad habia consumido todos mis fondos, menos doscientos dolares, y necesitaba reponer rapidamente la paga semanal. Mi octava manana en San Francisco, saque las Paginas Amarillas y busque agencias de empleo que ofrecieran trabajos temporales. Encontre media docena, todas en el mismo edificio de South Mission. Me dirigi hacia alli nervioso, impaciente por grabar otra muesca en mi serenidad.

Era un bloque de los barrios bajos, de esos que en Los Angeles siempre me deprimian; aqui, sin embargo, su aire andrajoso casi me resultaba encantador y, mientras cerraba la furgoneta y consultaba mi lista de agencias, experimente la sensacion de pertenecer a ese lugar. Impulsado por este efecto, empuje una puerta con el rotulo Mighty-Man Job Shop y me acerque al mostrador, que estaba cubierto de papeles.

Una mujer joven con el cabello negro y largo hasta los hombros alzo la vista de su escritorio y me sonrio:

– Usted es el hombre de Orinda que quiere tres esclavos…, tres forzudos, quiero decir, para que trabajen en el jardin, ?verdad?-Consulto unos formularios que tenia delante y anadio-: Eddington, ?verdad? Dijo que enviaria a su chofer a recoger a los borrachines…, a los trabajadores, quiero decir…

– ?Que?-Su franqueza me pillo con la guardia baja.

– ?Quiere decir que no es Eddington, pero que necesita esclavos?-prosiguio, sonriendo ante mi desconcierto.

La mire a los ojos y me parecio que estaba colocada.

– No, yo…

– Entonces, ?ha venido a invitarme a salir?

Adverti que estaba coqueteando conmigo. Experimente un «nada» vacio y, por puro reflejo, busque el consejo de la Sombra Sigilosa. Entonces adverti que estaba en San Francisco, no en L. A. y que la S. S. habia quedado obsoleta.

– Soy nuevo en la ciudad -respondi-. Necesito trabajo y he encontrado esta agencia en las Paginas Amarillas.

– Oh, lo siento -replico-. Es que va tan bien vestido y tan limpio que… Vera, todos los tipos que vienen aqui a buscar trabajo son borrachos o drogadictos. ?Duerme aqui, en este bloque?

– He alquilado un apartamento -respondi.

– ?Donde?-La mujer parecia sorprendida.

– En la Veintiseis con Geary.

– Dios, mi novio vive ahi. -Ahora si que se habia quedado atonita-. Mire, parece usted de clase media, asi que le ayudare a encontrar algo. A nuestros tipos les pagamos el salario minimo por tareas humildes como repartir propaganda, descargar camiones que no son de los sindicatos, ese tipo de cosas. Nuestro truco basico es que pagamos al final de la jornada. De ese modo, los esclavos se funden el dinero en vino y droga cada noche y a la manana siguiente vuelven. Si usted puede permitirse vivir en Richmond, no puede permitirse trabajar para esta agencia.

Despues de eso, el pasmado fui yo. Esa mujer empezaba a gustarme.

– He gastado los ahorros en el traslado. Ahora necesito encontrar trabajo para poder mantener el apartamento.

– ?Huau! Un autentico trabajador en apuros. -La mujer saco un cigarrillo del paquete de su escritorio, lo encendio y fumo en silencio durante unos largos minutos. Luego chasqueo los dedos y se acerco al mostrador. Una vez alli, se inclino hacia mi con aire conspirador de modo que sus cabellos me rozaron la cara.

– Vaya a la oficina de empleo del campus de la Universidad Estatal de San Francisco y mire el tablon de anuncios que hay en la entrada. Alli encontrara empleos con pagas decentes. Arranque las tarjetas de los anuncios que le interesen, llame por telefono y digales que es un graduado que asiste a clases nocturnas, por lo que puede trabajar a dedicacion completa. Usted es fuerte y parece listo. Seguro que lo contratan, ?comprende?

– Comprendo -asenti y me aparte de la cascada de cabello.

La mujer se incorporo y sonrio, y supe que ella habia disfrutado con nuestro contacto. Me tendio la mano y dijo:

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