– Por cierto, me llamo Jill.
Yo queria estrecharle la mano con indiferencia, pero se la tome con suavidad.
– Soy Martin.
– Buena suerte, Martin.
– Gracias por tu ayuda.
Pase por alto deliberadamente las exquisiteces del encuentro, segui el consejo de la mujer y fui al campus de la Estatal. El tablon de anuncios que habia mencionado estaba cubierto de ofertas de empleo y solo me desvie del plan que ella me habia trazado en que memorice los telefonos y el tipo de trabajo, en vez de robar la informacion. Llame a los anunciantes desde un telefono publico. Para tres empleos de oficina no respondio nadie y, cuando llame a un anuncio para un trabajo manual, contesto una desabrida voz masculina.
– ?Digame?
– Llamo por el anuncio que ha puesto en la universidad -dije.
– ?Estudia a tiempo completo?-pregunto la voz.
– Soy graduado y estoy matriculado en los cursos nocturnos.
– ?Es usted fuerte? Perdone la brusquedad, pero este no es un trabajo para enclenques.
– Mido metro noventa, peso noventa y cinco kilos y soy musculoso. ?Que tendre que hacer, exactamente?
– ?Tiene vehiculo?
– Si. ?Que…?
– Soy promotor inmobiliario en Sausalito. Necesito un tipo fuerte para desbrozar el terreno que voy a urbanizar. Es un trabajo duro, pero pago cinco dolares la hora, en negro, sin deducciones. ?Como se llama?
– Martin Plunkett.
– Bien, Marty. Yo soy Sol Slotnick. ?Quieres el trabajo?
– Si.
– ?Puedes ir manana a Sausalito a ver a mi capataz?
– Si.
– Bien, entonces toma nota. Cruza el Golden Gate, sigue por la autopista hasta la salida cuatro, gira a la derecha y despues, en Wolverton Road, coge a la izquierda. Veras un gran terreno con carteles, Sherlock Homes, y el logotipo de la promotora con el detective. Manana a las ocho, ?de acuerdo?
– Si.
– Muy bien. Necesitaras herramientas, un hacha y una guadana. Yo te las…
– Tengo herramientas propias, senor Slotnik -dije interrumpiendo a mi nuevo jefe.
– Como quieras. Bien, chico, buena suerte.
Aquella noche me fundi el resto del dinero. En una tienda de excedentes del ejercito compre unos pantalones y una camisa de trabajo de color caqui, un par de botas impermeables, una canana y mis primeras herramientas de acero mate desde las que tuve en mis tiempos de ratero: un hacha de mango corto, otra de mango largo y una hoz de jardinero. Las hojas de las hachas estaban cubiertas de teflon transparente, y tenian el filo garantizado: cuando mas las utilizabas, mas afiladas estaban. Sonaba demasiado bonito para ser verdad, por lo que tambien compre una piedra de amolar, por si acaso.
Al dia siguiente, cruce el Golden Gate hasta el terreno de la Sherlock Homes. Era una parcela inmensa de monte bajo, tachonada de tocones de arboles y rodeada por un denso bosque de pinos; alli habia meses de trabajo para un solo hombre. El capataz me dijo que el senor Slotnick queria que el trabajo estuviese terminado el diez de septiembre, la fecha prevista en que los albaniles comenzarian a poner los cimientos; entonces, si tenia suerte y los ecologistas no empezaban a joder la marrana, quiza tendria mas trabajo cortando pinos al otro lado de la autopista, en el nuevo proyecto de Slotnick de casas adosadas llamado Singles Paradise. Despues de explicarme que lo unico que debia hacer era arrancar los tocones de los arboles de la finca y cortar toda la maleza y dejarla alli para que se la llevaran las excavadoras, el hombre senalo las herramientas que yo llevaba en el cinturon.
– Pareces un profesional -dijo-, asi que no vendre por aqui a controlarte. Cobraras los viernes a las cinco. Aqui mismo. -El tipo me estrecho la mano y me dejo a solas con la naturaleza.
Y la naturaleza, aunque yo estuviera conspirando contra ella, me ofrecio cuatro meses y medio ininterrumpidos de belleza vivificante y de un trabajo para el que, benditamente, no se necesitaba pensar.
Le di a las hachas y a la hoz de abril a agosto, ocho horas al dia, siete dias a la semana, ajeno a las olas de calor y a las lluvias torrenciales. Mientras trabajaba, me recorrian el cuerpo ondas de choque y note que cada vez era mas fuerte, pero en ningun momento me preocupe de desarrollar unos musculos que llamaran la atencion, como en la carcel, pues el aroma del heno y de la madera cortada me protegian, los pinos me envolvian y, mientras tajaba con los ojos cerrados, veia bonitos colores suaves, sombras que se oscurecian cuanto mas duro trabajaba pero que, aun asi, en mi mente seguian siendo tiernas y amables. Al final de la jornada, absolutamente exhausto, los colores permanecian conmigo en la periferia de la vision mientras conducia de regreso a casa, cenaba y me sumia enseguida en un sueno profundo.
Una noche, a principios de septiembre, mientras aparcaba la furgoneta delante del apartamento, oi que alguien me llamaba.
– ?Martin! ?Hola!
Al principio no entendi de que se trataba. Nadie me habia llamado por mi nombre desde hacia meses; ademas, estaba fatigado tras una jornada de trabajo especialmente larga y venia muerto de hambre y de sueno.
– ?Hola, Martin! -repitio la voz.
Yo mire al otro lado de la calle y vi a una bonita mujer con una larga melena negra. El cabello, iluminado por una farola de la calle, me atrajo como un iman y me acerque a ella.
Estaba en la acera con un hombre y se tambaleaban un poco, como si estuvieran achispados. Tarde unos segundos pero, al final, la imagen de unos cabellos rozandome la cara me guio al nombre de la mujer. Y la Sombra Sigilosa, que se materializo de la nada, me susurro: «SE AMABLE.»
– Hola, Jill -salude-. Me alegro de verte.
Jill solto una risita y se agarro del brazo de su companero.
– Estamos muy colocados. ?Has encontrado trabajo? Supongo que si, porque veo que aun tienes el apartamento…
La Sombra Sigilosa movia una batuta de director de orquesta y me susurraba algo que yo no oia.
– Si, segui tu consejo. Me salio bien y, desde entonces, tengo trabajo.
– Estupendo -dijo Jill-. Steve, este es Martin. Martin, te presento a Steve.
Me fije en el novio, un tipo hurano con unas patillas ridiculas en forma de chuleta de cordero. La Sombra Sigilosa decia SE AMABLE SE AMABLE SE AMABLE.
– Hola, Steve, ?que hay?-Le tendi la mano a lo hippie y el me apreto los huesos estilo contracultura. Respingue de dolor fingido y Jill se rio.
– Steve trabaja de mecanico de aviones y es muy fuerte. ?Quieres entrar a tomar una copa o algo?
Al oir el «o algo», la S. S. arqueo las cejas.
– Encantado -respondi y Jill se puso entre su novio y yo, tomandonos a cada uno por el brazo.
– Estoy tan colocada… -dijo.
Notaba la mano en mi codo, fria y caliente, blanda y dura, alternativamente, pero el tacto no me producia ningun miedo. Caminamos los tres juntos media manzana y subimos la escalera de una casa victoriana de cuatro plantas. Steve saco la llave, abrio y encendio una luz. Jill me solto el brazo y dijo:
– Steve lleva tiempo pidiendome que haga una cosa, y hoy estoy tan colocada que creo que ha llegado el dia.
Dio unos saltitos por la sala y mis ojos recorrieron automaticamente las cuatro paredes. Pegados en ellas con cinta adhesiva, habia carteles de diversas lineas aereas y de los paises que representaban. Japon y Tahiti me llamaron la atencion, como si ya los hubiera visitado.
– He estado en todos esos sitios un par de veces como minimo -explico Steve al tiempo que cerraba la puerta-. Si trabajas para la Pan-Am, te dan dos viajes al ano y puedes llevarte a tu chica, si quieres. -Senalo el hacha que llevaba al cinto y me pregunto-: ?Eres carpintero?