Luego, me mantuve limpio y cumpli el periodo de condicional y me traslade aqui. Cuando robe era un crio, joder, y no lo he repetido. Ahora, ?que quieren?

El de la corbata se colgo las manos del cinto por los pulgares. La postura me permitio distinguir la cartuchera con la 38 y una mirada a sus ojos me proporciono una idea del cerebro de bajo voltaje que funcionaba detras de ellos.

– ?Sabes que este asunto es serio…?-dijo.

Me ceni el cinturon de la bata.

– Se que es algo mas que una investigacion de un robo con escalo.

– Eres un tio listo. ?Viste los coches de la policia en esta manzana, anoche?

– Si.

– ?Te preguntaste que sucedia?

– Si.

– ?Hiciste algun intento de averiguarlo?

– No.

– ?Por que no?

– He tenido suficiente de policia para lo que me queda de vida. ?Que…?

– Te lo dire a su debido tiempo. ?Te gustan los chochos?

– Si, ?y a usted?

– ?Has probado alguno hace poco?

– En suenos, anoche.

– Muy agudo. ?Te gustan rubias o morenas?

– Las dos.

– ?Alguna vez le has pedido a una mujer que se tina el pelo? Me rei para disimular el desconcierto ante aquella pregunta imprevista:

– ?El del chocho, dice usted?

El poli de la corbata solto una risita y dirigio la mirada a algo que quedaba a mi espalda. Me volvi y vi que sus colegas inspeccionaban los cajones de la cocina. Cuando uno de ellos movio la cabeza en gesto de negativa, el Corbata murmuro:

– Pasemos a otro tema.

– ?De que hablamos ahora, pues? ?De beisbol?

– ?Que me dices de los chicos? ?Eres bisexual?

– No.

– ?No haces trios?

– No.

– ?Dejas que te follen por el culo?

– No.

– Ya, entonces es que eres un comepollas.

Empece a enfadarme de verdad y cerre los punos, con los brazos a los costados. El Corbata capto mi cambio de expresion.

– ?Que? ?Te he tocado la fibra sensible, tio? ?Quiza te pasaste de bando mientras cumplias tu bala en L.A.?Si, tal vez ahora te ponen los chicos y te odias por ello. ?Fue eso lo que paso el lunes por la noche, sobre las nueve, cuando Steve y Jill te sugirieron hacer una fiesta? A lo mejor malinterpretaste el asunto y, cuando Jill se desentendio, la emprendiste contra Steve con un mazo de carnicero y le cortaste la cabeza a ella porque no te gustaba como te miraba. ?A cuantos has matado, Plunkett?

En el transcurso de un milisegundo sucedio algo asombroso. Mientras notaba que el color desaparecia de mi rostro, me converti en mi actuacion: mi colera real se convirtio en perfecta sorpresa real y fui el inocente falsamente acusado. Balbuci: «O sea…, o sea que ha habido… ha habido muertes…», y supe que el poli de la corbata se lo tragaba. Cuando contesto «Exacto», capte su decepcion porque no tenia a un culpable; cuando anadio «?Donde estabas tu el lunes por la noche?», comprendi que el resto del interrogatorio era pura formalidad. La revelacion quedo atras y, mientras asumia un sentido de culpabilidad normal, cuerdo, me costo hasta el ultimo gramo de fuerza de voluntad no regocijarme maliciosamente.

– Estaba…, estaba aqui -farfulle.

– ?Solo?

– Si.

– ?Que hacias?

– Llegue…, llegue del trabajo hacia las… ocho y media. Cene y lei una hora o asi antes de acostarme.

– Una velada animada. ?Es lo que sueles hacer?

– Si.

– ?No sales con los amigos?

– En realidad, no he hecho amigos aqui, de momento.

– ?No te sientes solo?

– Claro. ?Quien se cree que…?

– Las preguntas las hago yo. ?Conoces a una mujer llamada Jill Eversall, o a un hombre llamado Steven Sifakis?

– ?Son los que…?

– Exacto.

– ?Que… como eran?

– Ella era una morena atractiva, un metro sesenta y cinco, buenas tetas. ?Te gustan las tetas?

– Vamos, agente…

– De acuerdo. ?Que me dices de Steve Sifakis? Un metro setenta y siete, ochenta kilos, cabello castano rojizo y patillas frondosas. Se supone que tenia una polla de mulo. ?Te van las pollas grandes?

– Solo la mia. -Oi que los dos polis de la cocina se reian y me volvi a mirarlos. Uno de ellos sacudia la cabeza y movia el pulgar de un lado al otro del cuello en un gesto que, evidentemente, iba dedicado al Corbata. Me volvi hacia este y anadi-: ?Nos queda mucho? Tengo que ir a trabajar.

– Acabaremos cuando yo diga, Plunkett -dijo el Corbata muy despacio.

Fui a por todas, sabiendo que podia ganar a cualquier maquina.

– Esto ya empieza a apestar, asi que ?por que no lo acabo yo? Como no he matado a nadie, ?por que no vamos todos a comisaria, me hacen la prueba del detector de mentiras, la paso y me sueltan? ?Que me dice?

El Corbata dirigio la mirada al poli jefe. Resisti el impulso de observar sus senales y me concentre en las manchas que daban al agente su improvisado nombre. Acababa de decidir que eran de salsa de enchilada cuando el Corbata dijo:

– ?Viste a alguien por la calle cuando volvias, el lunes por la noche?

Reflexione un momento antes de responder a aquella pregunta, que representaba mi victoria.

– No -respondi por fin.

– ?Oiste algo raro?

– No.

– ?Viste algun vehiculo que no te sonara?

– No.

– ?Te tiraste alguna vez a Jill Eversall o le compraste hierba a Steve Sifakis?

Le dirigi una mirada de desprecio que habria amilanado al propio Papa.

– ?Oh, vamos, hombre!

– No. Vamos, tu. Responde.

– Esta bien. No, nunca he follado con esa Jill Eversall ni le he comprado hierba a Steve Sifakis.

Uno de los agentes que tenia detras carraspeo; el Corbata se encogio de hombros y dijo «Quiza volvamos». El poli jefe murmuro «Sigue limpio» al pasar delante de mi camino de la puerta. El otro se limito a guinarme el ojo.

No volvieron, por supuesto, y durante las semanas siguientes disfrute de mi fama anonima como «el Descuartizador de Richmond», apelativo que me puso un reportero del Examiner. Mi

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