marihuana, experimentando sus efectos por segunda vez; bajo su influencia, me rei atolondradamente y comi como un cerdo. Cuando, finalmente, comprendi que no podria seguir consciente, aparque en una cuneta, pero lo unico que consegui fue que Ross Anderson se acurrucara a mi lado en mis suenos.

«Estas ablandandote, ablandandote, ablandandote cada vez mas»;

«Estas ablandandote con la gente»;

«Estas ablandandote con la gente para no tener que matar»; «Si dejas de matar, moriras»;

«MATA A ALGUIEN ATRACTIVO POR MI»;

«MATA A ALGUIEN ATRACTIVO POR MI»;

«MATA A ALGUIEN ATRACTIVO POR MI»;

«MATA A ALGUIEN ATRACTIVO POR MI»;

«MATA A ALGUIEN ATRACTIVO POR MI.»

19

Al cabo de una semana de pesadillas, conoci a Rheinhardt Wildebrand y al final, soberbiamente revitalizado, lo mate sin un titubeo, pese a la admiracion que me inspiraba su soberbia falta de atractivo.

El prologo a mi abuelo simbolico fueron siete dias de suenos intermitentes, en los que animales con las caras de las victimas me increpaban y en los que Ross me incitaba constantemente a matar. Mi caida en picado estaba llegando a su nadir. Se me terminaba el dinero, la barba me crecia desigual y de un color incongruentemente claro, y el Muertemovil II tenia problemas de motor, acompanados de ruidos chirriantes y de traqueteos que reflejaban mi propio diluvio interior/exterior. Al llegar a Benton Heights, Michigan, perdio un piston y tuve que empujar la furgoneta hasta un taller cercano. Alli me gaste la mitad del dinero que me quedaba en un anticipo para que cambiaran las juntas y reparasen el motor. El jefe de mecanicos me tendio una lista pormenorizada de todos los problemas de la furgoneta y dijo:

– Has conducido muy mal, chico. ?Nunca has oido hablar del cambio de aceite y de los liquidos de la transmision? Has tenido mucha suerte de que no haya volado por los aires contigo dentro, joder.

Si el mecanico hubiera sabido…

En aquel momento, se trataba de encontrar un sitio donde instalarme y un trabajo para poder pagar la reparacion del Muertemovil. Con el 38 en el bolsillo, di un paseo por Benton Heights, que se alza sobre una plataforma rocosa que domina el lago Michigan, y la vision constante del agua oscura y encenagada me recordo a Bobbie Borgie, muerto en Evanston, a unos cientos de kilometros al otro lado del lago. Sabedor de que su presencia me acosaria, subi a un autobus y fui a Kalamazoo, la ciudad grande mas cercana.

Y alli, deambulando sin rumbo fijo por sus aledanos, me encontre con Rheinhardt. Yo salia de un supermercado con un paquete de leche cuando me vio y me solto una de sus memorables sentencias:

– ?Que hace un subversivo como tu en un barrio tan aburrido como el mio?

– Ando en busca de victimas -respondi, complacido por sus halagos. El tipo tenia un estilo brusco que me resulto simpatico.

– Pues las encontraras. -El viejo se rio-. Y eso que llevas en los pantalones ?es un Colt o un Smith and Wesson?

Me mire el cinturon y vi que asomaba la empunadura de la 38.

– Un Smith & Wesson Special -respondi, cubriendolo para que no se viera.

– ?Con un canon tan largo?

– Es el silenciador -respondi, tras dudar un instante.

– ?Y te lo has hecho tu?

– Si.

– ?Eres inventor?

– No.

– ?Viajero?

– Si.

– Yo soy inventor. Ven a mi casa. Tomaremos un trago y hablaremos.

Dude de nuevo, pero el viejo insistio:

– No te tengo miedo, asi que tu no debes tenermelo a mi.

Lo segui calle abajo hasta su casita de mazapan, un edificio viejo y algo rancio, lleno de recuerdos.

Y me quede.

Anos antes, el tio Walt Borchard me habia aburrido con sus historias. Ahora, el abuelo Rheinhardt Wildebrand me cautivaba con las suyas. La dinamica de su relato resultaba simple: la necesidad de publico de Borchard era indiscriminada, mientras que la de Rheinhardt era especifica. Se estaba muriendo lentamente de una enfermedad cardiaca congestiva y queria que alguien tan idiosincrasico y solitario como el supiera lo que habia hecho.

Asi me converti en su «sobrino», supuestamente motivado por las solapadas insinuaciones de Rheinhardt respecto a que me legaria sus bienes. En realidad, para mi aquella dinamica representaba un refugio. Mientras dormia en la casita de mazapan y escuchaba al viejo, no sufria pesadillas.

Rheinhardt Wildebrand habia sido contrabandista durante la Prohibicion y transportaba whisky en barca por los Grandes Lagos. Habia vendido aparatos inventados por el a agentes del regimen de Hitler establecidos en Canada, embolsandose el dinero, y luego habia ofrecido la misma tecnologia al ejercito estadounidense. Habia escondido a Dillinger en su casita de mazapan despues del tiroteo entre el enemigo publico numero uno y la policia en el hostal Little Bohemia de Minnesota, y el Packard Caribbean de 1953 nuevo a estrenar que tenia en la calzada de acceso habia sido un regalo del difunto dictador cubano Fulgencio Batista, en agradecimiento por unos favores. El mismisimo Meyer Lansky habia subido el coche desde Miami.

Yo me creia aquellas historias al pie de la letra y Rheinhardt se creia las mias: que era un ladron que robaba a mano armada y que habia huido despues de violar la libertad condicional y que habia fallado un golpe en Wisconsin, donde habia querido hacerme con la paga semanal de una empresa. Por eso, precisamente, compartia de buen grado su estilo de vida ermitano; por eso toleraba que me creciera la barba irregular y mantenia la cara oculta de las insistentes miradas de los vecinos cuando hablabamos en el porche. Mi otra unica mentira fue en respuesta a una pregunta directa que me hizo despues de tomar un trago de Canadian Club.

– ?Has matado alguna vez a un hombre?

– No -conteste.

Al cabo de dos semanas en su casita de mazapan, conocia las costumbres del viejo y sabia que iba a matarlo por la ventaja que me supondria apropiarme de ellas y utilizarlas. Guardaba varios miles de dolares en el sotano, y pensaba llevarmelos. Compraba toda la ropa, los utensilios domesticos y los libros por catalogo, y pagaba con tarjetas Visa, American Express Oro y Diner's Club que tenian unos limites muy altos, mediante un cheque anual al 19,80 por ciento de interes de esos que a las companias de credito tanto les gusta. Como dichas companias estaban acostumbradas a sus excentricidades, le vaciaria la cuenta enviando cuantiosos cheques falsificados por un ano de futuras transacciones con las tarjetas, acompanados de notas falsificadas en las que declararia, en el inconfundible estilo de Rheinhardt, que «voy a hacerme a la carretera hasta que estire la pata y este cheque servira para cubrir todos los posibles cargos, asi no tendran ustedes que importunarme». Limpiaria mis huellas de la casa, le daria un sedante al viejo, lo llevaria al lago Michigan, le pegaria un tiro y lo lanzaria al agua con un peso apropiado. Tardarian semanas en echarlo en falta y, para entonces, haria mucho que yo me habria marchado.

El plan era brillante, pero organizarlo destruyo mi aficion por los relatos de Rheinhardt y las pesadillas regresaron.

Ahora eran los vecinos del viejo los que me atacaban, monstruos con pelucas empolvadas y dotados de poderes telepaticos. Sabian que iba a matar a Rheinhardt y decian que me dejarian escapar si les daba el dinero del viejo pirata. Yo me negaba y entonces adoptaban las caras de mis victimas de Aspen, tentandome con la contencion de la melodia de una big band: «?Tengo un Karto- ffen en Kalamazoo! ?Kalamazoo! ?Kalamazoo! ?Ka-lama-zoo-zoo-zoo!»

Nueve mananas seguidas me desperte gritando y pataleando y agitando los brazos. De pie, pero aun sonando,

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