21
Tic
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Fin de la cuenta atras.
00.16 de la madrugada, 5 de junio de 1982.
Introduje la ganzua en el cerrojo del apartamento de los Kurzinski. Note que cedia levemente y empuje la puerta justo hasta donde sabia que la cadena la frenaria. Oi un chasquido y el tintineo de la cadena al tensarse, tire de la puerta hacia mi para dejar la cadena floja y la hice saltar con el mango del cincel. El extremo suelto golpeo el marco y oi un inconfundible sonido procedente de la habitacion de George Kurzinski: estaba amartillando su revolver del 32.
Cerre la puerta con cuidado y anduve a tientas por la sala a oscuras. Luego me arrime a la pared opuesta, junto al pasillo, al lado del interruptor de la luz. Solte el hacha que llevaba colgada de mi cinturon para herramientas, la empune y espere a oir pasos que se acercaban. Cuando capte el primero de ellos, me estremeci. Desde el dormitorio de George Kurzinski hasta donde yo estaba habia exactamente nueve pasos, exactamente el numero de segundos que le quedaba a su vida.
Los crujidos se oyeron mas cerca y, al noveno paso, encendi la luz y descargue a ciegas un hachazo hacia el pasillo. El impacto y la rociada de sangre me indicaron, incluso antes de ver al muerto, que habia alcanzado el objetivo. Avance un paso, oi gorgoteos liquidos y note que una mano fuerte tiraba de la hoja. Mire hacia el vestibulo y alli estaba George Kurzinski, apoyado en una pared, intentando hacer con una mano un torniquete para detener la hemorragia del tajo que le abria el cuello de lado a lado. Trataba de gritar al mismo tiempo, pero la laringe seccionada no se lo permitia.
La sangre me salpico el mono de trabajo de plastico negro; un chorro me alcanzo la cara y chupe el reguero que me bajo a los labios. George cayo al suelo, alzo la pistola y me disparo seis veces. Con el chasquido del ultimo tiro fallado oi un debil «?Georgie?, ?Georgie?», procedente del dormitorio de Paula y, despues, el ruido del cajon de la comoda que la hermana abria en busca de su Beretta. Deje a George agonizando en el vestibulo y me aproxime al fascinante ruido metalico de una bala de fogueo al introducirse en la recamara para no conectar jamas con la aguja del percutor.
Paula me saludo desde la cama. Con orgullo y fuego en los ojos me solto una advertencia estilo serie de television:
– No te muevas, mamon.
Desobedeci y me fui acercando a ella despacio, ensenando los colmillos como cuando la Sombra Sigilosa y Lucretia salian a por combustible. Paula apreto el gatillo y no ocurrio nada. Movio la guia y disparo de nuevo. Sono otro clic. Mire los musculos de su cuello en busca del grito que estaba a punto de llegar y, saltando encima de ella, dije:
– Soy invulnerable.
Paula se resistio como una gata panza arriba, toda rodillas y codos, pero la agarre por el cuello en el preciso instante en que de sus labios surgia finalmente la primera silaba de «madre». Aprete con todas mis fuerzas y vi colores. La mordi en el cuello con todas mis fuerzas y me corri. Cuando se quedo flacida, la agarre por un tobillo y la hice girar por la habitacion en circulos perfectos sin permitir que sus extremidades tocasen las paredes. Cuando deje su forma laxa en la cama, senti que mis indignidades pasaban a su cuerpo, un-dos-tres, con la misma naturalidad que un apreton de manos.
Puse mi reloj mental a las tres de la madrugada, saque del bolsillo interior del mono los carteles de companias aereas y de conciertos de rock, y a continuacion me mire en el espejo de la pared. Me devolvieron la mirada los rasgos severos y aguilenos de la Sombra Sigilosa. Mi arte de maquillador era extraordinario, aun sin vinetas de
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