cerbatanas- atacaban en silencio antes de que nadie tuviese tiempo de huir. Ciertas tribus explotaban las mismas materias que hacian que la selva resultara tan peligrosa para Fawcett y sus hombres: untar las puntas de sus armas con toxinas letales de pastinaca y rana flecha azul, o emplear hormigas gigantes mordedoras para suturar sus heridas en combate. En contraste, Fawcett y su partida carecian de experiencia en la jungla. Eran, como Costin confeso durante su primer viaje, «bisonos». Casi todos enfermaron, se debilitaron y pasaron hambre: eran la presa perfecta.
Aquella noche, Fawcett y todos sus hombres se hallaban en la orilla. Antes de partir, Fawcett les hizo acatar, uno por uno, una orden aparentemente suicida: no dispararian contra los indigenas en ninguna circunstancia. Cuando la Royal Geographical Society supo de las instrucciones de Fawcett, un miembro que conocia la region advirtio de que tal metodo «corteja el asesinato».56 Fawcett admitio que su actitud no violenta implicaba «riesgos demenciales», si bien arguyo que no se trataba unicamente de un comportamiento etico; era tambien el unico modo en que una partida reducida y facilmente superable en numero podia demostrar sus intenciones amistosas ante las tribus.
Los hombres, tendidos en las hamacas, con una pequena hoguera crepitando, escuchaban la algarabia de la selva. Trataban de identificar los sonidos: el de un fruto al caer al rio, la friccion de las ramas, el gemido de los mosquitos, el rugido del jaguar. En ocasiones, la jungla parecia silenciosa, y entonces, de pronto, un chillido desgarraba la oscuridad. Los hombres sabian que, si bien no podian ver nada, ellos si podian ser vistos. «Permaneci alerta, sabedor en todo momento de que nuestros movimientos estaban siendo observados, aunque sin ver apenas nada de aquellos que nos observaban»,57 escribio Fawcett.
Un dia, navegando por el rio, las embarcaciones llegaron a una serie de rapidos y uno de los pilotos bajo a tierra para inspeccionar el lugar y comprobar si podian sortearlos. Pero, al cabo de un tiempo, al no tener noticia de el, Fawcett y varios hombres partieron en su busqueda. Se abrieron paso a machetazos por la jungla a lo largo de casi un kilometro y de pronto encontraron el cuerpo del piloto, perforado por cuarenta y dos flechas.
Los hombres empezaron a ceder al panico. En un momento dado, en los botes y a la deriva en direccion a los rapidos, Willis grito: «?Salvajes!». Alli estaban, de pie en la orilla. «Sus cuerpos [estaban] pintados por completo -escribio Fawcett-, sus orejas tenian lobulos colgantes, y una especie de pua les atravesaba la nariz de lado a lado.»58 Deseaba establecer contacto con ellos, pero los demas hombres a bordo chillaban y remaban freneticos en la direccion opuesta. Los indigenas apuntaron con arcos de casi dos metros y dispararon flechas. «Una alcanzo el costado de la barca con un chasquido feroz y atraveso la madera, de cuatro centimetros de grosor»,59 dijo Fawcett. La embarcacion entonces se deslizo por una de las pendientes de los rapidos, dejando atras, de momento, a la tribu.
Incluso antes de esta confrontacion, Fawcett se habia dado cuenta de que sus hombres, especialmente Chivers, empezaban a debilitarse. «Habia advertido que iba hundiendose»,60 escribio Fawcett. Decidio relevar a Chivers de sus funciones y enviarle, junto con otros miembros de la partida, de regreso a la frontera. Aun asi, dos de los hombres murieron a consecuencia de las fiebres.61 El propio Fawcett anoraba a su familia. ?Que clase de insensato era, se preguntaba, para cambiar la comodidad de sus antiguos fuertes por aquellas condiciones? Su segundo hijo, Brian, habia nacido estando el ausente. «Estuve tentado de abandonar y volver a casa»,62 escribio. Pese a ello, a diferencia de sus hombres, Fawcett gozaba de buena salud. Pasaba hambre y sufria las penalidades, pero su piel no se habia tornado amarilla, su temperatura era normal y no vomitaba sangre. Tiempo despues, John Keltie, el secretario de la Royal Geographical Society, escribio una carta a la esposa de Fawcett en la que afirmaba: «A menos que posea una constitucion excepcional, no veo como podria sobrevivir».63 Fawcett observo que en aquellos lares «a la persona sana se la consideraba un bicho raro, una excepcion, algo extraordinario».64
Pese a anorar su hogar, Fawcett siguio inspeccionando con Willis y el interprete la frontera entre Bolivia y Brasil, abriendose camino a machetazos por la jungla a lo largo de kilometros. En mayo de 1907 completo su ruta y presento sus descubrimientos a los miembros de la comision fronteriza sudamericana y a la RGS. Nadie daba credito. Fawcett habia redefinido las fronteras de Sudamerica, y lo habia hecho casi un ano antes de la fecha prevista.
9. Los documentos secretos
En Inglaterra intente seguir la pista de los descendientes de Fawcett, quienes, tal vez, podrian referirme algo mas sobre el explorador y su ruta hacia Z. La esposa y los hijos de Fawcett habian muerto hacia ya mucho tiempo, pero en Cardiff, Gales, localice a una de sus nietas, Rolette de Montet-Guerin, cuya madre habia sido la unica hija de Fawcett, Joan. Vivia en una casa de una sola planta, con fachadas estucadas y ventanas enmarcadas en madera, un lugar sin pretensiones que, en cierto modo, parecia desentonar con toda la expectacion que durante un tiempo habia suscitado la familia. Era una mujer menuda y vital que superaba la cincuentena, con el pelo negro y corto, y con gafas. Se referia afectuosamente a su abuelo por sus iniciales: P. H. F. («Asi fue como siempre le llamaron mi madre y toda la familia.») La esposa y los hijos de Fawcett, tras anos de acoso por parte de la prensa, se habian retirado de la escena publica. Sin embargo, Rolette me acogio en su cocina. Cuando le hable de mis planes para rastrear la ruta de Fawcett, dijo:
– Usted no parece explorador.
– No mucho.
– Bueno, es mejor que este bien alimentado si va a ir a la selva.
Empezo a abrir armarios y a sacar de ellos cazuelas y sartenes, y encendio la cocina de gas. La mesa pronto estuvo llena de cuencos con
– Todo es vegetariano -dijo-. P. H. F. creia que asi aumentaba la resistencia fisica. Ademas, nunca mataba animales a menos que se viera obligado a hacerlo.
Cuando nos sentamos a comer aparecio Isabelle, la hija de Rolette, de veintitres anos. Llevaba el pelo mas corto que su madre y sus ojos poseian algo de esa intensidad que desprendian los de su bisabuelo. Era piloto de la British Airways.
– En realidad, envidio a mi bisabuelo -dijo Isabelle-. En sus tiempos, uno podia marcharse con el fin de descubrir alguna parte recondita del mundo. Ahora, ?adonde se puede ir?
Rolette coloco un caliz de plata antiguo en el centro de la mesa.
– He traido esto especialmente para usted -dijo-. Es el caliz con el que bautizaron a P. H. E.
Lo alzo contra la luz. En un lado tenia grabadas flores y retonos; en el otro, la inscripcion del numero 1876, el ano en que habia nacido Fawcett.
Despues de cenar charlamos un rato. Le pregunte algo sobre lo que habia reflexionado mucho: si, al decidir mi ruta, debia basarme, como habian hecho muchas otras expediciones, en las coordinadas del Dead Horse Camp que se citaban en
– Bien, debe tener cuidado con eso -dijo Rolette.
– ?Que quiere decir?
– P. H. F. las escribio para despistar a la gente. Eran un subterfugio.
La noticia me dejo atonito e inquieto al mismo tiempo: si eso era cierto, significaba que muchas personas habian emprendido, tal vez con consecuencias tragicas, el camino erroneo. Cuando pregunte por que Brian Fawcett, que habia editado
– Cuando alguien desaparece, no es como si se produjese una muerte corriente. No hay un final, una clausura.
(Mas tarde, me confeso: «?Sabe?, cuando mi madre se estaba muriendo, le dije: 'Al menos, finalmente sabras que les paso a P. H. F. y a Jack'».) Rolette hizo una larga pausa, como intentando tomar una decision al respecto de algo, y luego pregunto: