vaticino su futuro: «Cuando […] el viajero emprendedor tenga que construir y gobernar su propia balsa, experimentara una euforia y una emocion que pocos deportes proporcionan».2 Pese a ello, una cosa era surcar los rapidos de un rio conocido y otra descender por toboganes desconocidos que en cualquier momento podian alcanzar centenares de metros de longitud. Si un miembro de la partida caia al agua, no podia sujetarse a la balsa sin hacerla volcar; en tal caso, el unico curso de accion honrosa era ahogarse.

Los exploradores remaron y dejaron atras las colinas Ricardo Franco, unos altiplanos de arenisca que superaban los novecientos metros. «Ni el tiempo ni el pie del hombre han hallado aquellas cumbres -escribio Fawcett-. Se alzan como un mundo perdido, cubiertas de vegetacion hasta la cima, y la imaginacion podia entrever los ultimos vestigios de una era desaparecida mucho tiempo atras.»3 (Hay constancia de que Conan Doyle se inspiro, al menos en parte, en estas mesetas para ambientar la trama de El mundo perdido.)*

A medida que Fawcett y su equipo serpenteaban por el canon, los rapidos fueron tornandose infranqueables.

– ?Que hacemos ahora? -pregunto uno de los hombres.

– No hay alternativa -contesto Fawcett-. Debemos abandonar todo lo que no podamos cargar a la espalda y seguir el curso del rio por tierra.5

Fawcett ordeno a sus hombres que conservaran unicamente los objetos esenciales: hamacas, rifles, mosquiteras e instrumentos topograficos.

– ?Y las provisiones de comida? -pregunto Fisher.

Fawcett dijo que solo llevarian raciones para varios dias. Despues tendrian que vivir de lo que les proporcionase la tierra, como los indigenas cuyas hogueras habian visto arder en la distancia.

Aun dedicando toda la jornada a cortar, talar, estirar y empujar por entre la jungla, en general no avanzaban mas de ochocientos metros al dia. Los pies se les hundian en el lodo. Las botas se les deshacian. La vista se les nublaba a consecuencia de unas abejas diminutas que se sienten atraidas por el sudor y que les invadian las pupilas. (Los brasilenos llaman a estas abejas «lamedoras de ojos».) Pese a ello, Fawcett contaba los pasos y trepaba por las riberas para ver mejor las estrellas y calcular su posicion, como si el hecho de reducir la jungla a figuras y diagramas fuera a capacitarle para dominarla. Sus hombres no necesitaban esos indicadores. Estaban donde estaban: en el infierno verde.

Todos debian respetar sus raciones diarias, pero la mayoria se desmorono y las consumio enseguida. El noveno dia de marcha, la expedicion habia agotado ya la comida que llevaba consigo. Fue entonces cuando Fawcett descubrio lo que, desde los tiempos de Orellana, los exploradores habian aprendido y lo que se convertiria en la base de la teoria cientifica de un paraiso ilusorio: en la jungla mas densa del mundo era muy dificil encontrar algo que llevarse a la boca.

De todas las trampas del Amazonas, quiza esta fuera la mas diabolica. Asi lo describio Fawcett: «El hambre parece casi inverosimil en un terreno boscoso, y aun asi sobreviene».6 En su busqueda de alimento, Fawcett y sus hombres solo encontraban troncos de arboles que parecian apuntalados y cascadas de enredaderas. Hongos con propiedades quimicas y miles de millones de termitas y hormigas habian arrasado gran parte del suelo de la jungla. A Fawcett le habian ensenado a escarbar en busca de animales muertos, pero no habia modo de encontrar ninguno: en la selva, los entes vivos reciclaban al instante los cadaveres. Los arboles absorbian tambien los nutrientes de una tierra ya de por si barrida por la lluvia y las inundaciones. Los arboles y las enredaderas se empujaban entre si en su lucha por llegar a lo mas alto y atrapar un rayo de luz. Una especie de liana llamada matador parecia zanjar la competicion: se enredaba alrededor de un arbol, como ofreciendole un tierno abrazo, y luego empezaba a estrangularlo, arrebatandole asi tanto la vida como su lugar en la selva.

Aunque la lucha a muerte por la luz que se producia en lo alto generaba una noche permanente en la parte baja, pocos mamiferos erraban por el suelo de la jungla, donde otras criaturas podian atacarlos. Incluso aquellos animales que Fawcett y su equipo podrian haber visto permanecian invisibles a sus ojos indoctos. Los murcielagos se ocultaban entre las carpas que formaban las hojas. Los armadillos se protegian en madrigueras. Las polillas se mimetizaban con la corteza de los arboles. Los caimanes se convertian en lenos. Una especie de oruga optaba por una simulacion mas temible: su cuerpo adoptaba la forma de la mortal serpiente lora, de cabeza alargada, triangular y oscilante, y ojos grandes y brillantes. Tal como explico la escritora Candice Millard en The River of Doubt: «El bosque tropical no era un jardin de facil abundancia, sino precisamente todo lo contrario. Sus pasillos silenciosos y umbrios de frondosa opulencia no eran un santuario, sino mas bien el mayor campo de batalla natural de todo el planeta, donde tenia lugar una infatigable e implacable lucha por la supervivencia que ocupaba a todos y cada uno de sus habitantes todos los minutos de todos los dias».7

En ese campo de batalla, la expedicion se vio superada por el entorno. Durante dias, Fawcett, cazador de prestigio mundial, peino la tierra con su equipo, y tan solo encontro un punado de frutos secos y hojas de palmera. Los hombres intentaron pescar, convencidos de que, dada la gran cantidad de piranas, anguilas y delfines rosados que poblaban otros rios de la selva amazonica, aquel les proporcionaria sustento, pero para su asombro no consiguieron atrapar un solo pez. Fawcett considero la posibilidad de que algo hubiera contaminado las aguas. De hecho, algunos arboles y plantas producen acidos tanicos que envenenan los rios de la region, dando lugar a lo que los biologos Adrian Forsyth y Kenneth Miyata han denominado «los equivalentes acuaticos del desierto».8

Asi, el grupo se vio obligado a vagar hambriento por la jungla. Los hombres querian regresar, pero Fawcett estaba decidido a encontrar las fuentes del rio Verde. Avanzaban renqueantes, con la boca abierta para capturar cuando menos algunas gotas de lluvia. Por la noche, sus cuerpos se estremecian. Una toncandira -una hormiga venenosa que puede provocar vomitos y fiebre alta- habia infectado a Fisher, y a otro miembro de la expedicion se le habia caido un arbol encima de una pierna, por lo que su carga tuvo que repartirse entre los demas. Casi un mes despues de iniciar la expedicion a pie, los hombres llegaron a lo que parecian las fuentes del rio; Fawcett insistio en que se hicieran mediciones, aunque estaba tan exhausto que apenas podia mover las extremidades. El grupo hizo una pausa para fotografiarse: parecian muertos vivientes, con las mejillas consumidas hasta los huesos, la barba enmaranada como la maleza de la selva, la mirada casi enajenada.9

Fisher murmuro que iban a «dejar nuestros huesos aqui». Otros rezaron por salvarse.

Fawcett intento encontrar una ruta de regreso mas facil, pero cada vez que escogia un sendero la expedicion acababa topando con un precipicio y se veia obligada a dar media vuelta. «La cuestion vital era cuanto tiempo podriamos aguantar -escribio Fawcett-. A menos que consiguieramos comida pronto, estariamos demasiado debiles para seguir avanzando por cualquier ruta.»10 Habian viajado durante mas de un mes sin apenas comida y estaban famelicos; la presion sanguinea les habia bajado en picado y sus cuerpos consumian sus propios tejidos. «Las voces de los demas y de los sonidos de la selva parecian llegar desde una gran distancia, como a traves de un largo tubo»,11 escribio Fawcett. Incapaces de pensar en el pasado ni en el futuro, en nada que no fuera la comida, los hombres se tornaron irritables, apaticos y paranoicos. En ese estado de debilidad, eran mas vulnerables a las enfermedades y a las infecciones, y la mayor parte de ellos sufrieron fiebres severas. Fawcett temio un motin. Habian empezado a mirarse entre ellos de forma diferente, no como companeros sino… ?como comida? Segun escribio Fawcett acerca del canibalismo: «El hambre extrema embota los mejores sentimientos del hombre»,12 y dijo a Fisher que se hiciera con las armas de los demas.

Fawcett pronto reparo en que uno de los miembros de la partida habia desaparecido. Al final lo encontro, sentado y derrotado, al pie de un arbol. Fawcett le ordeno que se levantara, pero el hombre le suplico que le dejara morir alli. Se nego a moverse y Fawcett desenfundo su machete. La hoja destello ante los ojos del otro. Fawcett sufria las punzadas del hambre; sacudiendo el cuchillo, lo obligo a ponerse en pie. «Si tenemos que morir -le dijo-, moriremos caminando.»

Mientras avanzaban exhaustos, muchos de los hombres, rendidos ya a su sino, dejaron de ahuyentar los incordiantes mosquitos que se posaban sobre su piel y de estar alerta ante la posible presencia de indigenas. «[Una emboscada], pese al terror y la agonia que conlleva, se acaba deprisa, y considerandola de un modo razonable, resultaria incluso clemente»13 en comparacion con la muerte por inanicion, escribio Fawcett.

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