– ?Realmente quiere descubrir que le ocurrio a mi abuelo?
– Si es posible, si.
– Quiero ensenarle algo.
Me llevo a una habitacion de la parte posterior de la casa y abrio un gran baul de madera. Dentro habia varios libros encuadernados en cuero. Algunos estaban unidos con cordeles atados con lazos.
– ?Que son? -pregunte.
– Los diarios y los cuadernos de bitacora de P. H. F. -Me los tendio-. Puede consultarlos, pero debe tratarlos con mucho cuidado.
Abri uno de ellos, datado en 1909. La cubierta dejo una mancha negra en las yemas de mis dedos, una mezcla, imagine, de polvo Victoriano y lodo selvatico. Las hojas practicamente se desprendian al pasarlas, y las sujete con extrema delicadeza entre el indice y el pulgar. Reconoci la caligrafia microscopica de Fawcett, y me invadio una sensacion extrana. Ahi tenia algo que Fawcett tambien habia tocado, algo que contenia sus pensamientos mas intimos y que muy pocos habian visto. La escritora Janet Malcolm comparo en una ocasion al biografo con un «ladron profesional que allana una casa, husmea en ciertos cajones que tiene buenas razones para creer que contienen las joyas y el dinero, y se marcha triunfante con el botin».1
Me sente en el sofa del salon. Habia aproximadamente un libro por ano entre 1906 (la primera expedicion) y 1921 (el penultimo viaje). Como cabia esperar, habia llevado un diario de cada una de sus expediciones en el que habia anotado sus observaciones. Muchos estaban repletos de mapas y calculos topograficos. En las guardas habia poemas que habia copiado para leerlos en la jungla, en momentos de soledad y desesperacion. Uno parecia dedicado a Nina:
Fawcett tambien garabateo versos de «Soledad», de Ella Wheeler Wilcox:
Muchos de los diarios estaban repletos de informacion prosaica, del dia a dia, de alguien sin expectativas de hacer historia: «9 de julio. […] Noche en vela […] Mucha lluvia, empapados ya al mediodia […] 11 de julio. […] Lluvia fuerte a partir de la medianoche. Llegamos [al campamento] siguiendo nuestras huellas, pescamos […] 17 de julio. […] Cruzamos a nado para coger una balsa». Luego, de pronto, un comentario casual revelaba la naturaleza angustiosa de su existencia: «Me encuentro muy mal […]. Anoche tome una [ampolla] de morfina debido al dolor de pies para poder descansar. Me provoco un intenso dolor de estomago y tuve que introducirme un dedo en la garganta para vomitar».2
En la otra sala se oyo un fuerte ruido y alce la mirada. Era Isabelle, que se habia enzarzado con un videojuego en el ordenador. Cogi otro libro. Tenia un cerrojo para proteger su contenido. «Ese es su 'Libro de los Tesoros'», dijo Rolette. El cerrojo estaba abierto, y dentro habia historias sobre tesoros enterrados que Fawcett habia recopilado, como el de Galla-pita-Galla, y mapas de supuestas ubicaciones: «En esa cueva hay un tesoro, cuya existencia conozco yo y solo yo».
En diarios posteriores, mientras desarrollaba su teoria sobre Z, Fawcett hizo mas anotaciones arqueologicas. Habia dibujos de extranos jeroglificos. Los indios botocudo, en la actualidad practicamente extintos, le habian hablado de la leyenda de una ciudad «inmensamente rica en oro, tanto que refulge como el fuego». Fawcett anadia: «Es solo concebible que pudiera tratarse de Z». A medida que parecia aproximarse a su objetivo, se tornaba mas reservado. En el cuaderno de 1921, esbozaba un «codigo» que al parecer habia ideado, junto con su esposa, para el envio de mensajes:
78804 Kratzbank = Hallazgos tal como se describen
78806 Kratzfuss = Rico, importante y maravilloso
78808 Kratzka = Ciudades localizadas; futuro ahora asegurado
Examinando el diario, repare en una palabra que figuraba en el margen de una pagina: dead. Lo observe mas de cerca y vi dos palabras mas al lado de la primera. Juntas, decian: dead horse camp. Debajo estaban las coordenadas; me apresure a hojear mi cuaderno, donde habia anotado la posicion del campamento segun
Examine los diarios durante horas y tome notas. Creia que ya no quedaba mas por cosechar cuando Rolette aparecio y dijo que queria ensenarme otra cosa. Fue a la habitacion trasera, y oi como hurgaba en cajones y armarios, musitando para si. Varios minutos despues, regreso con un libro.
– No se donde lo he puesto -dijo-, pero al menos puedo mostrarle una fotografia en la que sale.
Era una fotografia del anillo de sello de Fawcett, que llevaba grabado el lema de la familia:
– Es el ultimo objeto que tenemos de la expedicion -dijo Rolette.
Me confeso que habia sentido tal desesperacion por saber mas, que en una ocasion habia mostrado el anillo a una vidente.
– ?Averiguo algo?
Ella observo la fotografia, y luego me miro.
– Que habia estado banado en sangre.
10. El infierno verde
– ?Te apuntas? -pregunto Fawcett.1
Estaba de vuelta en la jungla, no mucho tiempo despues de su anterior expedicion, tratando de convencer a su segundo de a bordo, Frank Fisher, para que fuera con el a explorar el rio Verde, que fluia a lo largo de la frontera entre Brasil y Bolivia.
Fisher, ingeniero de cuarenta y un anos y miembro de la RGS, vacilo. La comision fronteriza no habia contratado al equipo para que explorase el rio Verde -habia encargado a los hombres que topografiasen una region situada en el sudoeste de Brasil, cerca de Corumba-, pero Fawcett insistio en inspeccionar tambien el rio, un territorio tan poco explorado que nadie sabia siquiera donde empezaba.
– De acuerdo, ire -dijo finalmente Fisher y anadio-: Aunque no sea lo que estipula el contrato.
Era la segunda expedicion de Fawcett a Sudamerica, pero resultaria de vital importancia para su comprension del Amazonas y para su evolucion como cientifico. Con Fisher y otros siete reclutas, partio de Corumba en direccion al noroeste y recorrio a pie mas de seiscientos cincuenta kilometros antes de proseguir en dos balsas artesanales de madera. Los rapidos, crecidos por las lluvias y las pronunciadas pendientes, eran imponentes, y las balsas se precipitaban al vacio antes de topar contra la espuma y las rocas, que emitian un rugido atronador.
Los hombres gritaban y se aferraban a los bordes, y Fawcett, con los ojos destellantes y el Stetson calado, trataba de dominar la balsa con la pertiga de bambu que llevaban sujeta a uno de los costados, para que no le atravesara el pecho. El