Mientras los dos exploradores se tomaban las medidas, se les unio Henry Costin, un cabo britanico que en 1910, aburrido de la vida militar, habia respondido a un anuncio que Fawcett habia publicado en la prensa buscando un acompanante aventurero. Bajo y fornido, con un atrevido bigote kiplinesco y pobladas cejas, Costin habia demostrado ser el ayudante mas incondicional y eficaz de Fawcett. Estaba sobradamente en forma -habia sido instructor de gimnasia en el ejercito- y era un tirador de talla mundial. Uno de sus hijos lo describio tiempo despues de este modo: «Un tipo duro que detestaba las sandeces».51

Completaban la partida Henry Manley, un ingles de veintiseis anos, que decia ser «explorador» de profesion, aunque aun no habia viajado mucho, y unos cuantos porteadores nativos.

El 4 de octubre de 1911, la expedicion se preparo para partir de San Carlos e iniciar la caminata hacia el norte a lo largo de las riberas del rio Heath. Un oficial boliviano habia advertido a Fawcett de que no viajara en esa direccion. «Es imposible -dijo-. Los [indios] guarayo son peligrosos, ?hay tantos que incluso se atreven a atacarnos a nosotros, a soldados armados! Penetrar en su territorio es una autentica locura.»52

Fawcett no se amilano. Tampoco Murray; al fin y al cabo, ?que dificultad podia tener la jungla en comparacion con la Antartida? Durante las primeras etapas, los hombres disfrutaron de las ventajas que suponia llevar consigo los animales de carga, por lo que Murray aprovecho para llevar su microscopio y sus recipientes para muestras. Una noche, Murray se quedo atonito al ver el cielo atestado de murcielagos que atacaban a los animales. «Varias muias con heridas terribles y sangrantes»,53 escribio en su diario. Los murcielagos tenian los dientes tan afilados como cuchillas, y perforaban la piel con tal rapidez y precision que si la victima estaba dormida a menudo no se despertaba. Empleaban sus lenguas estriadas para chupar sangre durante un intervalo de hasta cuarenta minutos, segregando una sustancia que impedia que la sangre se coagulara y que la herida cicatrizase. Tambien podian transmitir un protozoo letal.

Los hombres se apresuraron a lavar y a curar las heridas de las muias para evitar que se infectaran, pero esa no era su unica preocupacion: los murcielagos tambien se alimentaban de sangre humana, como Costin y Fawcett habian descubierto en un viaje anterior. «A todos nos mordieron los murcielagos -recordo Costin tiempo despues en una carta-. El comandante tenia heridas en la cabeza, mientras que a mi me mordieron en cada uno de los cuatro nudillos de la mano derecha […]. Es asombroso la cantidad de sangre que puede perderse por esas pequenas incisiones.»54

«Nos despertamos y vimos las hamacas empapadas de sangre -dijo Fawcett-, ya que cualquier parte de nuestro cuerpo que tocara la mosquitera o asomara bajo ella era atacada por estos detestables animales.»55

En la jungla, un animal de carga tropezaba cada pocos pasos con troncos cubiertos de lodo o se hundia en charcos de barro, y los hombres tenian que atizar, empujar y golpear a las pobres bestias para que siguieran avanzando. «Sin duda se necesita tener el estomago de acero y piedra para caminar detras [de estos animales] y guiarlos -escribio en su diario un companero de Fawcett-. A menudo me mancho con coagulos humedos de sangre putrefacta y otras sustancias hediondas que supuran de sus cabezas ulceradas, constantemente irritadas por las picaduras de insectos. Ayer les extirpe unos gusanos con una rama y embadurne las heridas con una mezcla de cera derretida y azufre, pero dudo que resulte efectivo.»56 Los animales, por lo general, no sobrevivian mas de un mes en esas condiciones. Otro explorador del Amazonas escribio: «Los propios animales son una estampa lastimosa: sangran por heridas grandes y con escaras […], les sale espuma de la boca, embisten y se crispan en este autentico infierno terrenal. Tanto para los hombres como para las bestias, esta es una existencia espantosa, aunque una muerte clemente suele poner fin al sufrimiento de estas ultimas».57 Fawcett finalmente anuncio que abandonarian a los animales de carga y proseguirian a pie con solo un par de perros, a los que consideraban la mejor compania: habiles en la caza, sumisos y leales hasta el final.

Con los anos, Fawcett habia ido afinando la cantidad de equipaje que su equipo podia cargar a la espalda, de modo que los fardos pesaban unos veintisiete kilos. Cada hombre cargaba con el suyo, pero Fawcett pidio a Murray que llevara una cosa mas: el cernedor para cribar oro. El peso de la mochila dejo perplejo a Murray cuando empezo a cargarla por la densa jungla y el barro, que en ocasiones llegaba hasta la cintura. «Estuve a punto de perder las fuerzas, y avanzaba despacio, descansando cada poco»,58 escribio en su diario. Fawcett se vio obligado a enviar a un porteador para que le ayudara a transportar su carga. Al dia siguiente, Murray parecia incluso mas exhausto y se desplomo en la retaguardia del grupo mientras ascendia una colina repleta de arboles caidos. Los demas no se dieron cuenta y prosiguieron con la ascension. «Subi y sortee los arboles durante una hora, una tarea agotadora con la pesada carga, y no recorri ni cien metros -escribio Murray-. No quedaba rastro del sendero y no podia seguir, no podia ascender la pronunciada colina ni podia retroceder.»

Mientras trataba de encontrar a Fawcett y a los demas, Murray oyo el rumor de un rio y, con la esperanza de que pudiera conducir a un sendero mas facil, saco el machete e intento descender hasta el, cercenando las enmaranadas enredaderas y las enormes raices de los arboles. «Sin un machete -advirtio-, perderse en una selva asi significa la muerte.» Tenia llagas en los pies debido al roce de las botas, y lanzaba al frente la mochila, luego la recogia y volvia a lanzarla. El rugido del rio era cada vez mas intenso. Murray se precipito hacia el, pero llego a la orilla a demasiada velocidad y perdio el equilibrio, lo que hizo que algo cayera de su mochila: un retrato y cartas de su esposa. Mientras contemplaba como el agua los engullia, se apodero de el «un desanimo supersticioso».

Siguio avanzando, desesperado por encontrar a los otros antes de que la noche consumiera la poca luz que se filtraba en la selva. Vio huellas en el lodo que se acumulaba en la orilla. ?Serian de los indios guarayo de los que tanto les habian hablado, el nombre de cuya tribu significaba «belico»? Luego atisbo una tienda en la distancia y se encamino hacia ella, renqueante. Cuando llego alli descubrio que se trataba de una roca. Su mente le enganaba. Habia estado caminando desde el amanecer, pero apenas habia avanzado unos centenares de metros. Empezaba a oscurecer y en un arrebato de panico disparo el rifle al aire. No hubo respuesta. Le dolian los pies, se sento y se quito las botas y los calcetines; la piel se le desprendio de los tobillos. No tenia mas comida que medio kilo de caramelos, que Nina Fawcett habia preparado para la expedicion. Debian repartirse entre todo el grupo, pero Murray devoro la mitad de la caja, con la ayuda de la lechosa agua del rio. Tumbado solo en la penumbra, se fumo tres cigarrillos turcos, tratando de sofocar el hambre. Y se durmio.

Por la manana, el grupo lo encontro y Fawcett le reprendio por ralentizar la progresion de la partida. Pero Murray se rezagaba cada vez mas. No estaba habituado a pasar tanta hambre, un hambre incesante, opresiva y lacerante que corroia cuerpo y mente por igual. Mas tarde, cuando le dieron unos pocos cereales, se los embutio avido en la boca con la ayuda de una hoja y dejo que se le deshicieran en la lengua. «No deseo otra cosa que tener asegurada una racion como esta durante el tiempo que me queda», dijo. Las anotaciones de su diario se tornaron mas agitadas y freneticas:

Mucho esfuerzo y calor, muy exhausto; sugiero un descanso breve, Fawcett se niega; me quedo atras, solo. Cuando consigo avanzar a duras penas, maleza terriblemente densa, no puedo atravesarla, atajo de nuevo por el rio, muy duro ir hasta alli […]. Veo otra playa en el siguiente meandro del rio; intento alcanzarla vadeandolo, demasiado profundo; vuelvo a la playa de barro, ya ha anochecido; recojo ramas, canas y lianas y enciendo una hoguera para secar la ropa; no tengo comida, algunos comprimidos de sacarina; me fumo tres cigarrillos; succiono algunos frutos; los mosquitos, muy mal, las picadas no me dejan dormir; frio y cansancio; pruebo con un sedante de opio, no surte efecto; ruidos extranos en el rio y en la selva; [un oso hormiguero] baja a beber a la orilla opuesta y arma mucho estrepito. Me parece oir voces al otro lado del rio, e imagino que podrian ser los guarayo. Toda la ropa llena de arena, se me mete en la boca; noche terrible.

Intento llevar a cabo alguna tarea cientifica, pero pronto se rindio. Segun lo describio otro biologo que viajo tiempo despues con Fawcett: «Creia que conseguiria mucha informacion valiosa sobre historia natural, pero mi experiencia es que mientras se efectua un esfuerzo fisico duro y prolongado, la mente en absoluto esta activa. Uno piensa en el problema en particular que le atane en ese momento, o quiza la mente divaga sin generar pensamientos coherentes. En cuanto a la anoranza de ciertos aspectos de la vida civilizada, uno no tiene tiempo de echar nada de menos salvo la comida, el sueno o el descanso. En muy poco tiempo, uno se transforma en poco mas que un animal racional».59

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