julio de 1916, Fawcett y sus hombres tomaron sus puestos a lo largo de un placido rio en el norte de Francia, para cubrir a decenas de miles de soldados britanicos que trepaban por escalerillas apoyadas contra las lodosas paredes de la trinchera y marchaban hacia el campo de batalla, con las bayonetas refulgentes y los brazos oscilando a ambos costados del cuerpo, como en un desfile. Desde su puesto, Fawcett debia de ver a los artilleros alemanes, que se suponia habian sido aniquilados tras semanas de bombardeo. Salian de agujeros cavernosos y disparaban con la ametralladora. Los soldados britanicos caian uno tras otro. Fawcett intento cubrirlos, pero no habia modo de proteger a unos hombres que se dirigian hacia una lluvia de proyectiles, bombas de ocho kilos y explosiones liquidas de lanzallamas. Ninguna fuerza de la naturaleza le habia preparado en la jungla para aquel ataque generado por el hombre. Fragmentos de cartas y fotografias que los hombres llevaban consigo al campo de batalla revoloteaban sobre los cadaveres como si fuera nieve. Los heridos reptaban hasta los crateres abiertos por las bombas entre gritos de dolor. Fawcett lo denomino «Armagedon».

Era la batalla del Somme,18 a la que los alemanes, que tambien sufrieron cuantiosas bajas, hacian referencia en las misivas que enviaban a su hogar como «el bano de sangre». El primer dia de la ofensiva, cerca de veinte mil soldados britanicos murieron y casi cuarenta mil fueron heridos. Era la mayor perdida de vidas humanas de la historia militar de Gran Bretana, y en Occidente muchos empezaron a retratar al «salvaje» como un europeo y no como un nativo en la jungla. Fawcett, parafraseando a un companero, escribio que el canibalismo «al menos proporciona un motivo razonable para matar a un hombre, lo cual es mas de lo que puede decirse de la guerra civilizada».19

Cuando Ernest Shackleton, que habia viajado a pie por la Antartida durante cerca de ano y medio, aparecio en 1916 en la isla de South Georgia, pregunto de inmediato a un hombre: «Digame, ?cuando acabo la guerra?». El hombre contesto: «La guerra no ha acabado […]. Europa esta loca. El mundo entero esta loco».20

El conflicto se prolongaba y Fawcett pasaba la mayor parte del tiempo en el frente, viviendo entre cadaveres. El aire olia a sangre y a gases. Las trincheras se habian convertido en cienagas de orina y excrementos, de huesos, piojos, gusanos y ratas. Las paredes se desmoronaban por efecto de la lluvia y, ocasionalmente, los hombres se ahogaban en el cieno. Un soldado se hundio durante dias en un agujero de barro sin que nadie consiguiera llegar hasta el. Fawcett, que siempre habia buscado refugio en el mundo natural, ya no reconocia aquella naturaleza compuesta por pueblos bombardeados, arboles desintegrados, crateres y esqueletos endurecidos al sol. Tal como Lyne escribio en su diario: «Dante nunca habria condenado a vagar a las almas perdidas en un purgatorio tan terrible».21

Periodicamente, Fawcett oia un sonido similar al de un gong, lo cual significaba que se aproximaban los gases. Los proyectiles despedian fosgeno, cloro o gas mostaza. Una enfermera describio a pacientes «con todo el cuerpo quemado y lleno de grandes ampollas supurantes de color mostaza, ciegos […], pringosos y pegados entre si, y siempre con dificultades para respirar, con la voz reducida a un mero susurro, diciendo que se les cerraba la garganta y que estaban seguros de que iban a asfixiarse».22 En marzo de 1917, Nina envio una carta a la RGS informando que su esposo habia sido «gaseado» despues de Navidad. Por primera vez, Fawcett estaba herido. «Tuvo problemas durante algun tiempo por el efecto del veneno», dijo Nina a Keltie. Algunos dias eran peores que otros: «Se encuentra mejor, pero aun no del todo recuperado».23

Alrededor de Fawcett, las personas a las que conocia o con las que habia tenido relacion iban pereciendo. La guerra habia arrebatado la vida a mas de ciento treinta miembros de la RGS.24 El primogenito de Conan Doyle, Kingsley, murio a causa de las heridas y de la gripe. Un topografo con quien Fawcett habia trabajado para la comision fronteriza en Sudamerica cayo en combate. («Era un buen hombre, todos asi lo creiamos -dijo Fawcett a Keltie-. Lo lamento.»)25 Un amigo de su misma brigada fallecio en un bombardeo cuando corria a ayudar a alguien; un acto, segun escribio Fawcett en un informe oficial, «de sacrificio personal puramente desinteresado».26

Hacia el final de la guerra, Fawcett describio parte de la carniceria que habia presenciado en una misiva publicada en un periodico ingles con el titulo «Coronel britanico habla aqui en una carta de una tremenda masacre»: «Si puede imaginar casi cien kilometros de frente, con una profundidad de entre dos y cincuenta kilometros, literalmente tapizado de cadaveres, a menudo formando pequenos monticulos… -escribio Fawcett-. Es una medida del precio que estamos pagando. Masas de hombres llevados a la masacre en oleadas infinitas sortearon alambradas y llenaron las trincheras de muertos y moribundos. Era la fuerza irresistible de un ejercito de hormigas, y la presion de las subsiguientes oleadas obligaba a las brigadas a avanzar en el frente, de forma voluntaria o no, hacia el caos y el desastre absolutos. Ninguna fila podria resistir la marea humana, o seguir matando eternamente. Es, considero, el testimonio mas terrible del implacable efecto de un militarismo desenfrenado». Y concluia: «?Civilizacion! ?Dioses! Para ver lo que uno ha visto, el mundo es una absurdidad. Ha sido una explosion demente de las mas bajas emociones humanas».27

En medio de esta carniceria, Fawcett seguia siendo citado en despachos por su coraje, y, tal como anuncio el London Gazette el 4 de enero de 1917, fue galardonado con la medalla al Orden del Servicio Distinguido. No obstante, si bien su cuerpo permanecia intacto, en ocasiones su mente parecia titubear. Al volver a casa durante un permiso, a menudo pasaba horas sentado en silencio, con la cabeza entre las manos. Buscaba solaz en el espiritualismo y los rituales ocultos que ofrecian un medio de comunicarse con los seres amados perdidos, un refugio al que muchos europeos recurrieron en su duelo. Conan Doyle describio una sesion de espiritismo a la que asistio y en la que oyo una voz:

Yo dije: «?Eres tu, muchacho?».

El dijo en un susurro muy intenso y en un tono muy suyo: «?Padre!», y, tras una pausa: «?Perdoname!».

Yo dije: «Nunca ha habido nada que perdonar. Fuiste el mejor hijo que jamas ha tenido hombre alguno». Una fuerte mano descendio sobre mi cabeza, que fue empujada lentamente hacia delante, y senti un beso justo encima de una ceja.

«?Eres feliz?», grite.

Hubo una pausa y despues oi, con voz muy dulce: «Soy muy feliz».28

Fawcett escribio a Conan Doyle sobre sus propias experiencias con mediums. Relato como su temida madre le habia hablado durante una sesion de espiritismo. El medium, que habia canalizado su espiritu, dijo: «Te quiso mucho cuando eras pequeno y ahora siente remordimientos por haberte tratado mal». Y: «Le gustaria enviarte su amor, pero teme que no quieras aceptarlo».29

En el pasado, y durante mucho tiempo, el interes de Fawcett por el ocultismo habia sido una expresion de rebeldia y fruto de la curiosidad cientifica de su juventud, y habia contribuido a su voluntad de desafiar las ortodoxias que prevalecian en su propia sociedad y a respetar las leyendas y las religiones tribales. En aquel momento, sin embargo, su enfoque se desvinculo de la rigurosa formacion que habia recibido en la RGS y de su aguda capacidad de observacion. Fawcett se imbuyo de las doctrinas mas estrafalarias de madame Blavatsky acerca de los hiperboreos, de los cuerpos astrales, de los Senores del Rostro Oscuro y de las claves para abrir el universo, pues el Otro Mundo parecia mas atractivo que el real. (En La tierra de la niebla, la secuela que Conan Doyle publico de El mundo perdido en 1926, John Roxton, el personaje del que se dice esta inspirado en Fawcett, se hace adepto al espiritualismo e investiga la existencia de los fantasmas.) Entre algunos oficiales corria el rumor de que Fawcett utilizaba una ouija, una popular herramienta de los mediums, para tomar decisiones tacticas en el campo de batalla. «El y su oficial de informaciones […] se retiraban a una sala oscura y colocaban las cuatro manos, aunque no los codos, sobre el tablero -escribio en unas memorias ineditas Henry Harold Hemming, en aquel entonces capitan del cuerpo de Fawcett-. Fawcett preguntaba entonces al tablero, en voz alta, si la ubicacion [de la posicion del enemigo] estaba confirmada, y si el desdichado tablero se deslizaba en la direccion correcta, no solo incluia la posicion en el listado de ubicaciones confirmadas, sino que a menudo ordenaba que se disparasen veinte rafagas de obuses del calibre 9,2 en el lugar en cuestion.»30

No obstante, mas que cualquier otra cuestion, lo que consumia a Fawcett eran las visiones de Z, que, en pleno horror de la guerra, no hacia sino adquirir mayor luminosidad: un lugar refulgente al parecer inmune a la podredumbre de la civilizacion occidental. O, como dijo a Conan Doyle, algo de «El mundo perdido» realmente existia.31 A decir de todos, Fawcett pensaba en Z cuando disparaba obuses, cuando era objetivo del fuego enemigo en las trincheras, cuando enterraba a los muertos. En un articulo publicado en el Washington Post en 1934, un soldado de la unidad de Fawcett recordo como «muchas

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