Bowman, extendio un talon por la suma de cuatro mil quinientos dolares para que «el plan pueda ponerse en marcha de inmediato».46

Con el camino a Z despejado, Fawcett ni siquiera pudo dar rienda suelta a su conocida ira contra Lynch, que habia regresado a Londres totalmente desacreditado. «El propicio esta exploracion, algo que le honra, y a veces los dioses eligen a curiosos agentes para sus propositos»,47 escribio Fawcett a la RGS. Ademas, dijo: «Creo enormemente en la Ley de la Compensacion».48 Estaba seguro de que habia sacrificado todo cuanto tenia para llegar a Z. Ahora confiaba en recibir lo que el denominaba «el honor de la inmortalidad».49

19. Una pista inesperada

– Si, he oido hablar de Fawcett -me dijo un guia brasileno que ofrecia recorridos por el Amazonas-. ?No es el que desaparecio mientras buscaba El Dorado o algo asi?

Cuando le comente que queria contratar a un guia para que me ayudara a rastrear la ruta de Fawcett y buscar Z, me contesto que estaba «muito ocupado», lo que me parecio una forma amable de decir: «Esta usted loco».

Era dificil encontrar a alguien que no solo estuviera dispuesto a viajar a la jungla, sino que ademas tuviera vinculos con las comunidades indigenas de Brasil, que funcionan practicamente como paises autonomos, con leyes y cuerpos gubernamentales propios. La historia de la interaccion entre los brancos y los indios -blancos e indigenas- en el Amazonas a menudo asemeja un extenso epitafio: las tribus fueron exterminadas por las enfermedades y las masacres; las lenguas y las canciones, borradas de la existencia. Una tribu enterro con vida a los ninos para ahorrarles la verguenza de la subyugacion. Pero algunas, muchas de las cuales aun se desconocen, han conseguido aislarse en la selva. En decadas recientes, a medida que muchos pueblos indigenas se han organizado politicamente, el gobierno de Brasil ha dejado de intentar «modernizarlos» y ha trabajado con mayor eficacia para protegerlos. Como resultado, varias tribus amazonicas, en particular las que habitan en la region del Mato Grosso, donde Fawcett desaparecio, han prosperado. Sus poblaciones, tras ser diezmadas, vuelven a crecer; sus lenguas y sus costumbres han pervivido.

La persona a la que finalmente convenci para que me acompanara fue Paolo Pinage, un antiguo bailarin de samba profesional y director de teatro de cincuenta y dos anos. Aunque Paolo no descendia de indios, habia trabajado en el pasado para la FUNAI, la agencia que sucedio al Indian Protection Service de Rondon. Paolo compartia su lema «Muere si tienes que hacerlo, pero nunca mates». En nuestra primera conversacion telefonica le habia preguntado si podiamos acceder a la misma region en la que penetro Fawcett, incluida la zona de lo que ahora es el Parque Nacional del Xingu, la primera reserva indigena de Brasil, creada en 1961. (El parque, junto con una reserva adyacente, tiene el tamano de Belgica y es una de las mayores extensiones de selva del mundo con control indigena.) Paolo contesto: «Puedo llevarle alli, pero no sera facil».

Acceder a territorios indigenas, me explico, requeria complejas negociaciones con los jefes tribales. Me pidio que le enviara informes medicos que confirmaran que no sufria ninguna enfermedad contagiosa. Luego contacto con varios jefes. Muchas tribus de la selva disponian ya de radios de onda corta, una version mas moderna de la que habia utilizado el doctor Rice, y durante semanas intercambiamos mensajes en los que Paolo les aseguraba que yo era un periodista y no un garimpero, o «prospector». En 2004, veintinueve mineros de diamantes entraron sin autorizacion en una reserva del oeste de Brasil, y miembros de la tribu cinta larga los mataron a tiros o a golpes con garrotes de madera.1

Paolo me indico que me reuniera con el en el aeropuerto de Cuiaba. Aunque ninguna de las tribus habia dado su visto bueno a mi visita, me parecio optimista cuando le salude. Llevaba varios recipientes de plastico a modo de equipaje y un cigarrillo colgando de la boca. Vestia un chaleco de camuflaje con un sinfin de bolsillos repletos de suministros: una navaja del ejercito suizo, un medicamento japones para calmar el picor, una linterna, una bolsa de cacahuetes, y mas cigarrillos. Parecia alguien que regresaba de una expedicion, no que iba a embarcarse en ella. Llevaba el chaleco andrajoso. Tenia el rostro escualido y cubierto de una barba algo canosa, y la cabeza, calva, curtida por el sol. Pese a su vacilante acento ingles, hablaba tan deprisa como fumaba. «Venga, venga, nos vamos ya -dijo-. Paolo se encarga de todo.»

Fuimos en taxi al centro de Cuiaba, que ya no era la «ciudad fantasma» que Fawcett habia descrito sino una urbe que desprendia cierto aire de modernidad, con calles pavimentadas y varios rascacielos modestos. En el pasado, colonos brasilenos se habian dirigido al interior, atraidos falsamente por el caucho y el oro. Ahora, la principal tentacion era el elevado precio de los articulos procedentes de la ganaderia, y la ciudad hacia las veces de escala para estos ultimos pioneros.

Nos alojamos en un hotel llamado El Dorado («Una coincidencia graciosa, ?verdad?», dijo Paolo) y empezamos a organizar los preparativos. Nuestro primer desafio era asegurarnos de que trazabamos correctamente la ruta de Fawcett. Informe a Paolo de mi viaje a Inglaterra y de todo cuanto Fawcett habia hecho -dejar pistas falsas, utilizar codigos secretos- para mantener su ruta en secreto.

– Este coronel se esforzo mucho en ocultar algo que nadie ha encontrado nunca -dijo Paolo.

Extendi sobre la mesa los documentos mas relevantes que habia conseguido en los archivos britanicos. Entre ellos habia copias de varios de los mapas originales de Fawcett. Eran meticulosos; recordaban cuadros puntillistas. Paolo cogio uno y lo examino bajo la luz durante varios minutos. Fawcett habia escrito «inexplorado» con mayusculas sobre una imagen que reproducia la selva que se extendia entre el rio Xingu y otros dos afluentes principales del Amazonas. En otro hizo varias anotaciones: «Pequenas tribus […] que se cree que son amistosas», «Tribus indigenas feroces, nombres desconocidos», «Indios probablemente peligrosos».

Uno de los mapas parecia dibujado de forma algo rudimentaria, y Paolo pregunto si lo habia hecho Fawcett. Le explique que una de las anotaciones del mapa -que yo habia encontrado entre varios documentos antiguos de la North American Newspaper Alliance- indicaba que habia pertenecido a Raleigh Rimell; este habia esbozado en el mapa la ruta de la expedicion y se lo habia entregado a su madre. Aunque le hizo prometer que lo destruiria en cuanto el partiera, ella lo habia conservado.2

Paolo y yo convinimos en que los mapas confirmaban que Fawcett y su equipo, tras salir de Cuiaba, se habian dirigido hacia el norte, al territorio de los indios bakairi. Desde alli habrian ido al Dead Horse Camp, y despues, presumiblemente, se habrian internado en lo que hoy es el Parque Nacional del Xingu. En la ruta que Fawcett habia proporcionado en secreto a la Royal Geographical Society escribio que su partida viraria hacia el este, hacia el undecimo paralelo al sur del Ecuador, y que proseguiria dejando atras el rio de la Muerte y el Araguaia hasta llegar al oceano Atlantico. Segun Fawcett, seguir la trayectoria hacia el este, en direccion a las regiones litorales de Brasil, «avanzando constantemente hacia las profundidades de la selva, mantendria un nivel mas elevado de entusiasmo».3

Sin embargo, un segmento de la ruta que Raleigh habia trazado parecia contradecir esto ultimo. En el rio Araguaia, segun indicaba Raleigh, la expedicion viraria bruscamente hacia el norte en lugar de seguir hacia el este, y pasaria del Mato Grosso al estado brasileno de Para, antes de salir cerca de la desembocadura del rio Amazonas.

– Quiza fue un error de Raleigh -dijo Paolo.

– Es lo que pense en un principio -repuse-, pero lee esto.

Le mostre la ultima carta que Jack habia enviado a su madre. Paolo leyo la linea que yo habia resaltado: «La proxima vez que escriba probablemente lo hare desde Para».

– Creo que Fawcett mantuvo en secreto esta ultima parte de la ruta, incluso a la RGS -dije.

Paolo parecia cada vez mas intrigado por la figura de Fawcett, y con un boligrafo negro empezo a trazar su ruta en un nuevo mapa, marcando entusiasmado cada uno de nuestros destinos previstos. Al final, se quito el cigarrillo de la boca y pregunto:

– Hasta Z, ?no?

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